Por
Eduardo García Dupont *
El protagonista de la película Mumford (de Lawrence
Kasdan, estrenada en Buenos Aires el año pasado; hay versión
en video) se llama Mumford: las vicisitudes de la vida lo habían
conducido a un pueblo que llevaba su mismo nombre, Mumford, y allí
había descubierto que podía ejercer el psicoanálisis
más allá de todo certificado académico, más
allá de todo aval de un Otro que garantizara su práctica.
En esa práctica descubrió la especificidad del deseo del
analista, cuya función consiste en dejar vacante un lugar para
que se realice el deseo del Otro que habita a cada analizante. Entonces,
ningún significante mejor para su nombre que el nombre del pueblo
en el que transcurre la vida de los personajes de esta historia: ¿qué
es el deseo del Otro sino la historia de nuestros antepasados, nuestros
mayores, y más allá la cultura que nos trasciende y determina?
Y se produjeron efectos terapéuticos gracias a que Mumford hizo
de la regla de abstinencia la abstinencia de toda regla, o, para decirlo
mejor, sostuvo las dos únicas reglas convenientes al acto analítico:
del lado del analista, la regla de abstinencia, y del lado del analizante,
la regla de asociación libre. Se permitió dejarse intervenir
por la lógica de cada cura; sin saberlo, utilizaba también
aquella regla propuesta por Pichon- Rivière: la regla de pertinencia.
En el caso del gordito farmacéutico (fijado a una infancia
insatisfactoria, imaginando ser el héroe de alguna película
holywoodense de los sesenta), Mumford piensa que un logro terapéutico
sería conseguir que él empezara a ser el protagonista de
sus fantasías. Es así como se permite llevarle una serie
de revistas eróticas de época, con el fin de detectar sus
fantasías exactas. Al verlas, el gordo se emociona. Touché,
algo fue conmovido del fantasma, algo empieza a modificarse en su posición.
Lo prohibido comienza a permitirse, registrarse, inscribirse,
y se desvanece la fuerza que sustentaba su insistencia. Empieza a sentirse
protagonista y a poner en juego su deseo hacia una mujer, aquella escondida
en el berretín del anonimato y en lo absurdo de los paquetes que
guardaba y que a su vez la empaquetaban.
Con respecto a esta última mujer (bella pero lánguida, no
podía ni caminar por transitar una severa depresión, cuyo
diagnóstico era: síndrome de fatiga crónica;
desde nuestra perspectiva podría tratarse de una suerte de histeria
melancolizada), se atiene sólo a escucharla y acompañarla
en una suerte de rememoración que le permite detectar la función
de su síntoma compulsivo, la de una suerte de ilusión de
poder retener al marido reteniendo objetos; y advierte que ella misma
terminaba siendo uno de esos objetos retenidos a la circulación
del deseo. De repente, en ella también se produce un viraje, comienza
a surgir su feminidad e intenta activamente conquistar al gordito de la
farmacia. Algo ha cesado de no escribirse, para ambos, como lo sugiere
lo contingente del amor.
El poderoso caballero Don Dinero del pueblo (que sentía
una gran soledad por no poder percibir que alguien pudiese acercársele
sin otro interés que el económico) se ve sorprendido porque
Mumford va a jugar a la pelota con él, porque Mumford se interesa
en él más allá de su dinero, y también comienza
una historia de amor. La adolescente perdida en sus adicciones y el joven
que buscaba identidad portando fálicamente un rifle van dejando
sus objetos y posiciones de goce. Este proceso de cesión de goce
y causación del deseo ocurre al unísono del inicio de una
historia de amor entre ambos, como una suerte de corroboración
del axioma lacaniano: Sólo el amor permite al goce condescender
al deseo.
Pero también ocurre algo inesperado: el amor de transferencia
de una paciente, estructural y lógico en el transcurrir de una
cura analítica, encuentra en Mumford reciprocidad. El también
cae víctima del flechazo. Entonces, por primera vez en el personaje
principal, aparece un debate ético: advierte que, ahora sí,
está transitando una incompatibilidad con su función. Casi
sin saberlo suscribe la indicación de Lacan: Cuando un analista
sitúa su agalma en el analizante, es una contraindicación
para ejercer el acto analítico.
Vayamos a algunas reflexiones sobre la manera de trabajo de Mumford. En
cuanto a la utilización del diván, opera con flexibilidad,
advertido de que, si bien es una indicación para dar comienzo a
una cura analítica, por allí no pasa lo decisivo del acto
analítico, sino por la operatividad del discurso del analista.
En la misma dirección van sus creativas intervenciones: caminar
junto a la histérica melancolizada, escuchándola y sacándola
de su posición mortífera de goce a merced de lo siniestro
de su relación con la madre; llevarle aquellas revistas al farmacéutico;
jugar al béisbol con el poderoso caballero, semblanteándole
el amigo que le faltaba, al punto de lograr tal grado de confianza que
comparten el secreto más resguardado. Otra intervención
importante fue no aceptar un paciente en el que Mumford detectaba la ausencia
de una motivación seria para encarar un tratamiento.
Todos estos actos nos hacen pensar en la lógica del acto analítico,
que no implica en absoluto una suerte de acción motriz, sino una
intervención significante que tiene un otro estatuto que el infinitamente
relacional y rememorativo.
También es destacable cómo Mumford maneja en sus sesiones
el tiempo variable y la función del corte, más allá
de los clásicos cincuenta minutos, resaltando la palabra o el silencio.
Así lo hace con el farmacéutico, cuando corta enérgicamente
la sesión mostrándole que él lo había consultado
porque toda su vida era manejada por el fantasma a cuyo goce, así,
pone un corte. Así lo hace con la joven cuando permanece en silencio,
trasmitiéndole en acto que, si ella no produce en sus sesiones,
él no trabajará en su lugar. Así lo hace cuando,
tratándose de contenidos importantes, tiene paciencia y no le importa
si el paciente supone que ha finalizado un supuesto tiempo establecido.
Mumford no se atiene a ningún plan de consejos y proyectos y se
abstiene de identificarse en el lugar de ideal del yo de sus analizantes.
Percibe que su función es fundamentalmente escuchar y que lo que
cura a sus pacientes es su deseo decidido de resolver sus problemas. Es
así como ejerce un deseo inédito de docta ignorancia.
* Miembro del Foro Psicoanalítico de Buenos Aires. Texto extractado
del trabajo Lo que Mumford con Lacan nos enseñan sobre el
deseo del analista, que se presentó en las Primeras Jornadas
de los Foros Psicoanalíticos de la Argentina Encrucijadas
del psicoanálisis y los psicoanalistas.
El
�hard� y el �soft� en la actividad del psiquismo
El psiquiatra Roberto Fernández Labriola, ex presidente de
la Federación Latinoamericana de Psiquiatría Biológica, dialogó
con Página/12 sobre el estado actual de las cosas en cuanto a
la delicada relación entre la biología y la psicología.
Roberto
Fernández Labriola, especialista en psiquiatría
biológica.
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|
Por María
Esther Gilio
Desde que, a fines del siglo XVIII, Philippe Pinel cortó las cadenas
de los enfermos mentales transformándolos, con ese hecho casi simbólico,
en inocentes pacientes, muchos cambios se produjeron en el terreno de
la psiquiatría. Cambios que tuvieron que ver con la psicología,
con la fisiología humana y con la concepción del hombre
en cuanto sujeto de derecho. Según el psiquiatra colombiano Roberto
Fernández Labriola, presidente durante muchos años de la
Federación Latinoamericana de Psiquiatría Biológica,
uno de los más importantes ocurrió en la década del
50 con el descubrimiento de ciertos mecanismos biológicos que tienen
lugar en el cerebro.
¿Qué es lo que diferencia a la psiquiatría
biológica de la simple psiquiatría?
La psiquiatría es una sola. Cuando a la palabra psiquiatría
se le añade biológica, lo que se quiere es enfatizar
un aspecto de la psiquiatría total, el que está vinculado
a desórdenes neuroquímicos y psiconeuroendocrinológicos.
Es decir que la enfermedad mental aparece vinculada al cuerpo, fundamentalmente.
Eso es.
Lo cual no significa que para usted toda enfermedad mental tenga
sus raíces en lo orgánico.
Claro que no. En la génesis de una determinada psicopatología
confluyen por distintas vertientes, diversos conflictos. Vinculados algunos
a la historia personal...
Quiere decir que no rechazan al psicoanálisis.
De ninguna manera. Aunque hay psiquiatras biológicos muy
radicalizados que lo explican todo a través de lo biológico.
Esta posición biologista, ¿cómo haría
para explicar aquellas enfermedades que tienen que ver con el momento
histórico, con la cultura, como podrían ser la histeria
a fines del siglo pasado o la depresión en este fin de siglo?
Este sería uno de los cuestionamientos posibles, pero hay
muchos otros. Yo creo que hay algo que puede llevar a esas posiciones
biologistas extremas. En algún momento la serie de hechos que desembocan
en una patología tienen una vertiente final química.
Final, dice usted.
Sí, final, porque me refiero al síntoma. Vamos a suponer
que una persona tiene palpitaciones de tipo emocional. ¿Cómo
llegó a estas palpitaciones? Previamente hubo un disparo de adrenalina.
Pero, ¿qué hubo antes del disparo? Seguramente una serie
de sucesos que no necesariamente son biológicos. Puede la persona
haber vivido una situación estresante, la no resolución
de una conflictiva personal que arrastra desde hace un tiempo... Pero
claro, en la etapa final alguna sustancia química tiene que actuar
para desarrollar el síntoma.
¿Quiere decir que esa circunstancia de vida fue la que activó
el síntoma?
Claro. Es decir que en este caso sólo un 10 o un 8 o un 15
por ciento de los antecedentes son biológicos. Pero hay también
enfermedades donde se da lo opuesto, o sea que desde el comienzo encontramos
aspectos biológicos distorsionados a los que se suman más
tarde conflictos con el medio que redondean la enfermedad. En este caso
los porcentajes van a ser completamente contrarios a los que vimos. La
enfermedad empezó y se desarrolló a partir de los desórdenes
biológicos y sólo al final causas no biológicas añadieron
sus granos de arena.
¿Cómo ve a la psiquiatría del siglo XXI?
Veo una psiquiatría en la que seguramente habrá una
base anatómicofuncional, indiscutible, a la que podemos llamar
el hard, y que haciendo un símil con la computadora sería
la máquina. Y por otra parte tenemos el soft, o sea el programa,
que viene de lo psicológico, de la historia personal, de todo lo
que se estudió en el pasado y se estudia hoy y que lleva a través
de las otras vertientes, la psicoanalítica, etcétera.
Usted dice que la psiquiatría no tenía base anatómica;
sin embargo, ya en siglos pasados los fenómenos psíquicos
fueron localizados de manera incuestionable en el cerebro.
Sí, es verdad, pero fue recién en la década
del 50, cuando se sintetizan las primeras moléculas con acción
psicofarmacológicas en acción sobre las emociones, sobre
la sensopercepción, cuando realmente se pega un salto que nos permite
decir: A partir de acá podemos trabajar. Ahora sabemos de
qué se trata.
Porque consiguen modificar las emociones a partir de productos creados
en el laboratorio.
Una de las primeras moléculas creadas fue un neuroléptico
que consiguió modificar en poco tiempo la situación de personas
que sufrían un delirio agudo. Esta contribución de los medicamentos
en la década del 50 llevó a profundísimas reflexiones
de todo tipo. Por un lado los médicos tomaron conciencia de que
ellos podían hacer algo por sus enfermos concretamente desde el
modelo médico, el cual había caído en descrédito.
Por otra parte, al aparecer las sustancias aparecieron las preguntas.
Si éstas eran sustancias químicas que modificaban el curso
de un estado depresivo, la pregunta era: ¿Por qué
actúan, dónde actúan, qué es lo que hacen?.
Se hizo entonces el camino inverso: en medicina, en general, primero se
descubre cuál es el desorden que produce un síntoma y luego
se busca un remedio para ese desorden.
Desgraciadamente se busca un remedio para el síntoma y no
para el desorden.
Sí, sí, es verdad. Digamos, entonces: Tengo
algo que arreglar, veamos con qué lo arreglo. Aquí
fue al revés. ¿Por qué esta sustancia modifica el
curso de la enfermedad? ¿Qué toca? Y, si tocando eso se
modifica la enfermedad, ¿no será que eso está alterado
de tal forma que yo puedo reproducir experimentalmente incluso un estado
similar? Allí empezó un camino larguísimo, que ya
había sido intuido en el siglo pasado por el gran psiquiatra francés
Moreau de Tours.
¿Cómo había sido intuido?
Cuando él visitaba a sus pacientes esquizofrénicos
y adictos decía: La única diferencia que yo veo entre
un esquizofrénico y un drogadicto dependiente es que el esquizofrénico
produce su propia droga.
Es una de esas intuiciones geniales.
Totalmente. Era casi de ciencia ficción en el siglo pasado.
Sin embargo, hoy sabemos que el esquizofrénico, cuando está
en brote, efectivamente produce unas sustancias muy especiales en su propio
cerebro.
¿Está claro que las produce a partir del brote o se
brota a partir de las sustancias?
El brote se produce cuando las sustancias aparecen. Lo curioso de
estas sustancias es que tienen un parecido químico muy notable
con los alucinógenos. Así como cuando yo tomo LSD me despersonalizo,
cuando mi cerebro lo produce hago un brote.
¿Y qué pasa con la depresión?
Pasa lo mismo. Nuestro cerebro produce una sustancia que tiene una
fórmula muy parecida a la anfetamina. Cuando tomamos anfetaminas
nos sentimos eufóricos y omnipotentes. Si mi anfetamina natural
está siendo bien producida, tal vez no nos sentiremos eufóricos,
pero nos sentiremos bien.
La depresión, en este esquema, aparecería cuando el
organismo produce una cantidad de sustancias que está por debajo
de la necesaria. ¿Y qué pasa cuando se suceden hechos desgraciados
en la vida del paciente?
Claro que yo no puedo desconocerlos. Puedo explicar la depresión
desde lo endógeno y puedo darle una medicación que ayude,
pero no puedo desconocer todos los factores personales en esa depresión.
¿Puede haber factores hereditarios en la depresión?
Sí, claro, uno comienza a interrogar a un paciente que llega
con una depresión y vemos que en su historia es frecuente que aparezcan
familiares cercanos que han tenido episodios depresivos importantes. Familiares
con tendencias suicidas.
Usted diría que en esos casos, independientemente de los
problemas personales, hay un terreno muy apropiado a la depresión.
Yo tengo que creer que a esa persona le falta alguna de las sustancias
neurotrasmisoras.
¿Son sustancias que pasan información de una neurona
a otra? ¿En qué lugar del cerebro están estas sustancias?
Son como humores que están entre las células y tramiten
información de una a otra. Dicho esto de una manera muy simplificada.
Se trata de un fenómeno que puede verse claramente en un paciente
con problemas de depresión. Puede verse incluso cuál de
las cuatro sustancias es la que está faltando.
¿Hay estudios de laboratorio que permitan saber cuál
es la sustancia que falta?
Hay, y uno puede ir eligiendo la medicación adecuada de acuerdo
con los resultados. Todo esto es probablemente así. Ahora, si yo
me entusiasmo con esta parte biológica, funcional, y olvido el
resto, puedo perder la dimensión total que tiene el paciente, que
no es sólo biológica. Este paciente es una persona que tiene
su conflictiva familiar, su conflictiva personal y está inmerso
en un marco de referencia.
Si este paciente tiene una vida sin conflictos, si todo le marcha
bien, lo afectivo, lo económico, pero hay una falta de la sustancia
de que hablábamos, ¿igual hace un cuadro depresivo?
Igual, y éste es el modelo de enfermedad del que le hablé
y que llevó a algunos psiquiatras despistados a pensar que todo
era biológico. Porque a pesar de que todo en la vida del deprimido
estaba bien, la patología se producía.
¿Hay alguna vez en que el ser humano pueda decir: Todo
está muy bien? La sola idea de la muerte extiende una nube
negra sobre el paisaje.
La angustia existencial que produce la idea de la muerte debe ser
procesada, si el cerebro está en condiciones de normalidad, de
tal modo que no lo deprima más allá de. Que
no lo impotentice más allá de, que no lo convierta
en un sujeto extraño a su medio.
POSDATA
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Jasídica.
La filosofía jasídica y el psicodrama,
el 8 a las 19 en el Instituto de Psicodrama Jacob Moreno. 4862-7867.
Sueños. Foro de los Sueños del Sur del
Planeta, desde el 1º de marzo, preparando el Segundo
Congreso Virtual de Psicoanálisis. www.topia.com.ar
Pareja. II Congreso Argentino de Psicoanálisis de
Pareja y Familia, del 3 al 5 de mayo. Asociación de Psicología
y Psicoterapia de Grupo.4855-4023. [email protected]
Laboral. Entrevistando-nos en lo laboral, por
M. Lozano y A. Rothman. Sociedad Argentina de Psicodrama, el 7 a
las 20. 4854-8742.
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Mail
de estas páginas: [email protected]
. Fax: 4334-2330.
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