Por
Norberto Rabinovich *
Aunque
los tiempos que corren ostentan una liberalidad sin precedentes en materia
sexual, subsiste un núcleo en la sexualidad que se mantiene oculto.
La Biblia ya plantea que el pecado original de la humanidad consistió
en advertir lo que del sexo debía permanecer ignorado, y Sigmund
Freud llamó la atención sobre un hecho que, aunque cotidiano,
nadie se había detenido antes a interrogar. Cuando un niñito
de 3 años o un poco más descubre que las nenas no tienen
pito cree que fueron castradas y se angustia pues deduce que al él
puede sucederle lo mismo. Esta experiencia, traumática, acontece
sin necesidad que haya mediado prohibición alguna, pues antes de
ese descubrimiento la desnudez de la nena le resultaba indiferente. A
partir de entonces, intentará ignorar el horroroso hallazgo e inventará
todo tipo de teorías para encontrar argumentos que desmientan lo
que vio más que para explicarlo. La angustia volverá a alertarlo
cada vez que su mirada se aproxime nuevamente al punto oscuro. La niña
pasa por vértigos similares acerca de su falta de pene al morder
la manzana de la sabiduría. Antes ambos vivían como Adán
y Eva en el paraíso de la ignorancia.
Connotar como castrado a un ser que no tiene pene no es efecto de una
sociedad machista o paternalista. Lo sabemos, a las nenas no les falta
nada, son tan completas en su constitución anatómica como
los varones. La razón de la angustia que despierta tal observación
no está en la visión de un dato natural. Se trata de un
complejo proceso de simbolización. Lo que se advierte como una
falla en el cuerpo anatómico refleja las consecuencias subjetivas
del descubrimiento una incompletud que acontece como indica la Biblia
en el campo del saber.
Durante la temprana infancia los niños creen que los padres lo
saben todo, incluyendo sus más íntimos pensamientos. Se
consideran a sí mismos como cosa ya sabida. Pero hay un momento
del desarrollo tiempo del pecado original o, como lo denomina el
psicoanálisis, de la represión originaria en que se
dan cuenta de que sus padres no todo lo saben. Con las mismas palabras
que aprendieron de ellos, palabras que expresaban el sentido del mundo
y de sí mismos, del bien y del mal, ahora pueden mentirles y, por
consiguiente, guardar secretos. Comprueban de este modo que los padres,
ese Otro al que consideraban omnisapiente y omnipotente, está incompleto.
Han perdido el paraíso. Constatar que el Otro no posee el saber
absoluto es a lo que se refiere el descubrimiento de la castración.
Ese agujero negro en el universo donde la luz del saber se pierde funciona
al mismo tiempo, para el nuevo ser, como la condición de autonomía
y originalidad de su existencia subjetiva.
El orificio de lo que no se sabe
El secreto de la sexualidad diré provisoriamente es
que el objeto que causa el deseo es una falla, una falta. El gran atractor
del deseo es un vacío. Aproximarnos al agujero de la castración,
cualquiera sea la representación que lo revista, nos angustia y
sin embargo nos fascina y atrae. En otras palabras, la meta final hacia
la que nos conduce el deseo sexual está en repetir cada vez una
angustiante caída al vacío. Yo no sé cómo
gozan los otros animales dijo Lacan pero nosotros, los humanos,
gozamos con la castración.
Este vínculo entre el goce y la castración tuvo que esperar
los descubrimientos del psicoanálisis para ser articulado. Pero
no fue Freud quien llegó hasta el fondo de la cuestión,
sino Lacan. Sin embargo, poco tiempo antes de Lacan, Georges Bataille,
desde fuera del campo del psicoanálisis aunque conocía
profundamente la obra de Freud, llegó a vislumbrar aquello
del sexo que estaba velado, al establecer en forma precisa y fundamentada
el arco que conecta el deseo sexual con el deseo de morir. Dijo este autor:
Es en la muerte donde discierno de una manera general el sentido
profundo del erotismo; Toda operación del erotismo
tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el
punto de desfallecimiento.
El orgasmo, situado al fin del camino de toda búsqueda sexual,
revela, a quien quiera constatarlo, la íntima afinidad entre el
instante culminante de la voluptuosidad y la experiencia del desfallecimiento.
En el abrazo de los amantes, la violencia, cuando no se presenta en las
primeras aproximaciones, termina siempre por mostrar su rostro. Tanto
el comienzo tierno como el apasionado conducen, en el punto culminante
del encuentro sexual, al estallido final. El ser del sujeto se va despojando
de sus atributos virtuosos, de la prestancia de su imagen, la elegancia,
la belleza, la potencia. Todos los ropajes terminan por caer para dejar
al desnudo, más allá del pudor y del horror, el deseo de
perderse en la infinitud de la muerte. La mujer pide a su compañero
esa violencia, esa pequeña muerte que muchas veces alcanza cuando
él, a su vez, sucumbe abatido. El hombre desea desgarrar su imagen,
profanar su belleza, para alcanzar, más allá de la envoltura,
el vacío interior donde realizar su propia ausencia o participar
de la de ella. Todas estos fenómenos confinan con el acto de matar
y de morir.
Pero en el erotismo no es el cuerpo biológico del sujeto el que
está encomendado a desaparecer, sino la consistencia imaginaria
de su ser.
Fallecer, fallar, faltar. Como experiencia subjetiva, el punto de desfallecimiento
en el orgasmo presentifica la muerte del propio ser. El cumplimiento de
la meta del erotismo implica el desvanecimiento del personaje que somos
en su permanencia, su prestancia, su fijeza, el que se aferra a la vida
al sujetarse al hábito, a lo sabido y asegurado. Es esa imagen
mental de nosotros mismos, a la que amamos, la que nos permitimos desgarrar,
arrollar o hacer estallar en la cúspide del goce. En este sentido,
como lo señaló Lacan, el orgasmo es la forma más
completa de la angustia. ¿Cómo podríamos atravesar
la barrera que nos separa y protege del abismo de nuestra desaparición
sin despertar en nosotros una profunda angustia?
Entre el amor y el goce de morir, el deseo sexual ocupa un lugar intermedio.
La fusión total de un ser con otro ser, que buscamos al hacer el
amor, es un espejismo que nunca se alcanza, pero que actúa como
señuelo. Lo que los deseantes ignoran del deseo sexual que los
anima es que el goce buscado está en desprenderse del abrazo y
perderse en el Más Allá. No lo saben, pero lo experimentan.
En medio del recorrido preliminar que hacen juntos, de pronto transgreden
el límite, se abre la grieta y cada uno por su lado se abisma gozoso.
Particularmente en la mujer, la culpabilidad, aun cuando no llegue a la
conciencia, puede a veces obstaculizar el placer previo o el salto final.
¿Cómo mostrar abiertamente que lo deseado no es el amado,
sino alcanzar la dicha de desaparecer, aunque sea por un instante, del
abrazo amoroso, de todo lazo de amor? Los signos del goce están
en las antípodas de los signos del amor.
El gesto de tomar la hoja de parra para cubrir la desnudez dice de nuestro
comportamiento renegatorio: querer ignorar, no el deseo sexual, sino el
deseo de morir que está detrás, único deseo que por
realizarse, nos deja en falta.
Freud, al hablar de la indómita fuerza de lo que llamó pulsión
de muerte, llegó a decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.
Pero lo que Freud no articuló suficientemente es que la muerte
buscada en el goce no responde, como supuso, a la exigencia del organismo
vivo por retornar al silencio de las piedras. Lo que pulsa en la repetición,
traumática para el yo, es la exigencia del sujeto del inconsciente
por trascender loslímites de ese contenedor imaginario que es su
propio ser. El deseo de destrucción de lo dado es deseo de creación.
Sobre estos mismos ejes como también lo destacó Bataille
se basa la búsqueda subjetiva que se realiza en el campo de lo
sagrado o de lo divino. El amor a Dios, y el deseo de unirse a él
y participar de su existencia, apuntan a operar una ruptura del ser plasmada
en el registro de la realidad cotidiana y alcanzar el Más Allá.
Compartir el goce de Dios sólo podría lograrse entrando
en la dimensión de la infinitud. Muero porque no muero,
escribió Santa Teresa de Avila al dar cuenta del éxtasis
místico, única experiencia de goce comparable a la pequeña
muerte sexual.
* Psicoanalista.
POSDATA
|
Sexual.
Jornada de capacitación ¿Qué educación
sexual para qué sociedad?, el 6 de abril en la Asociación
de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), con Mariana Carbajal,
Adriana de Guzmán, Virginia Martínez Verdier, Gloria
Fernández, Jorge Corsi, Mirta Videla, Juan Carlos Kusnetzoff,
M. Elena Naddeo, Abraham Gak, Juliana Marino, María del Carmen
Alarcón, Eva Giberti, María Luisa Lerer, Carmen Secades.
4345-7422.
Residencia. Residencia de psiquiatría en Fundación
Dichiara para la Salud Mental, Río Cuarto, Córdoba.
Duración: tres años, con alojamiento, comida y sueldo.
(0358) 4622107/4625796.
Pucho. Curso par dejar de fumar en el Servicio de Toxicología
del Hospital de Clínicas José de San Martín.
5950-8806/04. |
Mail
de estas páginas: [email protected]
. Fax: 4334-2330.
|