Por
Silvia Nussbaum y Rodolfo Moguillansky *
El
film Una relación particular (Une liaison pornographique),
dirigido por el belga Frederic Fonteyne, presenta un vínculo de
pareja cuyo desarrollo y conflictos vale la pena comentar. La prehistoria
de este vínculo comienza, por parte del personaje encarnado por
Nathalie Baye, con el anhelo de realizar una vieja fantasía: tener
una relación limitada a lo sexual con un desconocido. Ella busca
activamente alguien con quien concretar esa fantasía; pone un aviso
proponiendo este tipo de relación. El, el personaje representado
por Sergi López, mira con frecuencia revistas donde publican avisos
de este tipo; el de ella resuena en alguna disposición de él
y decide encarnar lo propuesto.
Se encuentran por primera vez en un bar. Ella llega primero, lo que será
una constante hasta la última cita. Esta modalidad, estar antes,
como si fuera la dueña de casa, refuerza la hipótesis de
que entre los dos contribuyen a que, en este vínculo, sea ella
quien define las reglas. Al verlo llegar, ella sabe que es él,
pese a que es distinto a como lo había imaginado. Saliéndose
de su propio guión, queda muy impresionada por su sonrisa: Cuando
sonríe, es lindo.
El dará otra versión sobre la relación previa al
encuentro en el bar: sostiene que habían intercambiado fotos. Y,
cuando cuente la cita, dirá: Me gustan las mujeres reales
(no en foto), lo cual no implica que le guste ella en particular.
En el bar, ella vuelve a tomar la iniciativa al comunicarle que ya ha
reservado un cuarto en un hotel cercano. A él se lo ve incómodo,
como si necesitara algún prolegómeno mayor, o preocupado
por sólo ser para ella un personaje de utilería contratado
para hacer una tarea. Entonces pregunta: ¿Ya reservaste el
cuarto? ¿Y si yo no te gustaba?. Ella intenta salirse del
cariz personal-pasional que está tomando la charla y contesta con
una frase de cortesía: Ahora me gustás. La introducción
de la dimensión amorosa amenaza exceder lo meramente contractual;
aun así, metiéndose por un momento en ese clima sensual,
ella contrapregunta qué es lo que él siente. El corta ese
tipo de diálogo y contesta preservando el contexto de una relación
no amorosa: ¿Parezco enfermo?.
Sin embargo, no puede evitar su curiosidad y reaparece un vértice
pasional: ¿Ha habido otros que lo hayan precedido en esta propuesta?
Ella ahora pone las cosas en su lugar, contesta evasivamente y vuelve
a encarrilar la conversación en un tono contractual, al hablar
de los atributos que le atraen en los hombres, como si fueran parte de
una serie (en el sentido que Sartre le da a serie: individuos intercambiables):
que sean altos, pilosos. La descripción de sus preferencias lo
cosifica. El no sabe cómo comportarse, sigue con el cognac que
había pedido. Ella entonces, con premura, interroga: ¿Vas
a seguir con el cognac?. Es claro que no fue una pregunta sino una
indicación. El, adecuándose al guión de una relación
impersonal, le propone ir al hotel.
Crece el clima de incomodidad: caminar desde el bar hasta el hotel, esperar
la aprobación de la tarjeta de crédito con la que él
paga, la entrega de las llaves, subir, abrir la puerta. Cada paso es penoso
y torpe, son dos desconocidos que no saben qué hacer juntos en
un espacio público. Entran en el cuarto y éste se cierra
para el espectador.
Aparecen después, cada uno por separado, relatando su experiencia
a un interlocutor sin rostro. Tanto él como ella, refiriéndose
al hotel, sólo dicen que fue muy bueno. La opacidad que tiene la
escena para el espectador, también la tiene para ellos.
Esta escena opaca, imposible de ser descripta, por lo menos en ese momento,
tiene eficacia sobre ellos. Por esta eficacia pensamos que a esta escena
opaca subyace una experiencia de ambos que será fundante del vínculo.
Después de esta experiencia queda establecido el modo de relación
que tendrán y los enunciados (de fundamento) con los que se regirán.
Veamos algunos de sus resultados: cesa la incomodidad y la falta de claridad
acerca de qué hacer; ella ya sujetada por el vínculo,
es decir sujeto del vínculo instituido dice que nunca fue
tan libre en una relación, no le ocurre que diga algo y piense
otra cosa, se siente con una sinceridad sin dobleces. El también
sujetado y significado por el vínculo que han creado percibe
que se ha establecido entre ellos una regla implícita, que se les
impone como un dogma: No decirse los nombres, la edad, las direcciones,
no contar nada de la historia de cada uno. Han instituido un vínculo
en el que sólo tendrán encuentros sexuales a los que califican
de pornográficos y esto lo sienten como algo pleno.
Es ingenuo suponer que lo que los une es el mero y presuntamente exitoso
intercambio sexual y que seguían juntos porque éste se
vuelve más atrayente por el entrenamiento que trae la práctica,
como en algún momento él insinúa. Sugerimos que los
une la constitución de un estado que entre los dos han instituido,
del que obtienen, en tanto se abstengan de una relación personal,
seguridad y plenitud. Esto ha surgido a partir de una experiencia fundante
en la que han sido, entre los dos, uno; se han sentido fusionados.
Ellos ubican ilusoriamente esa experiencia, ese encuentro, en la escena
opaca que se desarrolla puertas adentro la primera vez que van al hotel.
De ésta, inicialmente una escena virtual, va a ir surgiendo una
figuración que entre los dos construirán y creerán
que reproduce la verdad material; también deriva de la misma un
sistema de ideales y una formulación dogmática.
Intentando capturar en una frase lo que los une, postulamos que están
enamorados de no estar enamorados; sienten que la relación sexual,
sin otro intercambio, garantiza un sentimiento oceánico sin las
hipocresías de la generalidad de las relaciones de pareja, que
dicen algo y piensan otra cosa. Suponen que, de ese modo, superan
el nivel de equívoco que tienen los sujetos del lenguaje y los
sujetos con historia.
Luego de haber instituido este vínculo, son sujetos del vínculo,
están a posteriori sujetados por aquello conjunto que instituyeron.
Esta sujeción se expresa tanto en la atracción que tienen
por la pregnancia de la escena fundante, que buscan repetir, como por
la observancia de las reglas que el dogma ha instalado. Es parte del dogma
no crear una historia y proscribir cualquier proyecto. La observancia
del dogma protege y ratifica los fundamentos de la pareja que han instituido.
Pronto se hará evidente la imposibilidad de mantener este refugio.
El conflicto vincular surge tanto ante la claudicación de lo uno
como por el retorno de lo que fue expulsado para su constitución.
En esta pareja, pese al intento de ratificar el sentimiento de lo uno
en sus encuentros sexuales, éste no se sostiene, claudica. Cada
uno va formulando una versión distinta de la relación y
aparecen además requerimientos no contemplados por lo uno.
Ella dice que la relación duró seis meses y que se encontraban
todas las semanas; según él, se vieron durante tres o cuatro
meses con intervalos de quince días.
Luego de la segunda cita, él la invita a un encuentro por fuera
de lo que habían instituido. Ella tiene alguna conciencia que algo
se está alterando: Algo distinto estaba pasando, pero en
ese momento no me di cuenta. Van a comer juntos, se divierten y
parece entablarse una relación más personal; ella interrumpe
este clima proponiendo volver al hotel y él acepta. Nos parece
muy importante este movimiento, la vuelta al hotel, para entender el procesamiento
vincular del conflicto. Habían alterado lo estipulado y la respuesta
vincular no se hizo esperar: un retorno a la modalidad que les aseguraba
lo que inicialmente habían instituido. Aunque ambos vuelven a decir
que fue muy bueno, ya esta relación sexual resulta una manta corta.
Al despedirse, él quiere llevarla a la casa en su auto, ella vacila.
Los rituales fundantes sin embargo priman y ella toma un taxi. Ella, tratando
de volver a las fuentes, propone un cambio en la modalidad de relación
sexual, quiere estar arriba, afirma que le gusta dominar. Pero esta propuesta
es gatopardista, no hay tal cambio. No es más de lo mismo, la escena
sexual ahora adquiere figuración y palabras; vemos por primera
vez entrar la cámara al cuarto: ya no se mantiene la opacidad.
Con la figuración, la escena pierde encanto; se les hace necesario
un aumento de la excitación para recapturar el idealizado encuentro
sexual. Ella busca reencontrar la opacidad perdida en la que lograban
lo uno mediante el recurso de cubrirse con las sábanas. Pero él
quiere verla. Los dos han dejado de buscar lo mismo. Finalmente se tapan
con las sábanas, pero ya no son lo uno. Para ella ¡han tenido
un orgasmo juntos!, pero él cree haber tenido una eyaculación
precoz y pide disculpas.
En la pareja empieza a haber dos ajenos, y simultáneamente la relación
toma un cariz más intimista, la cámara se entretiene en
una escena muy tierna, ella lo acaricia a él. La relación
se ha endiablado, es tema de preocupación qué es lo que
sienten. Se ha roto la sensación de plenitud y de transparencia
mutua y, en el siguiente encuentro, ella estará perdida,
muy angustiada. Después él llegará tarde, ella estará
por irse y él se enojará: en la relación ha entrado
la problemática del amor; importa si el otro espera, si se queda,
si se va.
Conocerán después a un hombre que ha de contarles la historia
de su propia pareja y, en el desenlace de esta otra historia, percibirán
que la vida no puede ser reglada. El afuera irrumpe en la interacción
con otras personas. Habrá un tibio intento de sincerarse, pero
no estarán dispuestos a afrontar la incertidumbre de querer ser
querido. Se ha perdido lo uno. Cada uno se refugia en su propio saber,
no pueden afrontar que no saben qué siente el otro. El saber basado
en una supuesta transparencia mutua los había protegido del dolor
que trae la incertidumbre de estar con otro y aspirar a una reciprocidad
que nunca está garantizada.
*
Miembros de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires
(APdeBA).
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