Por
Ricardo Estacolchic*
Se
escucha decir que el psicoanálisis produce tristeza. Si hablamos
de un análisis avanzado, esta afirmación es falsa y se basa
en la oscura convicción de que el único antídoto
eficaz contra el veneno de la tristeza consiste en mantener toda clase
de creencias idiotizantes.
La tristeza, la aflicción, es el goce que se organiza coagulado
alrededor de un duelo interminable. En este desierto de amargura el personaje
afligido suele sentirse el único extranjero que ve
pulular a su alrededor seres dichosos a quienes nada les falta.
Que el inconsciente no es necesariamente triste, ni tampoco solemne, requiere
poca demostración: es perfectamente posible dilucidar la composición
de sus elementos y leyes de combinación interna estudiando... chistes.
Dicho esto, resulta clínicamente indiscutible la existencia de
numerosos sujetos que permanecen en posiciones apesadumbradas, afligidas,
tristes; casi nunca falta el toque sensiblero. En los tangos, esa imaginería
domina toda una época. Por ejemplo, Cuesta abajo:
Si arrastré
por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser
Bajo el ala
del sombrero
cuántas veces embozada
una lágrima asomada
ya no pude contener
Si crucé
por los caminos
como un paria que el destino
se empeñó en deshacer
Si fui flojo, si fui ciego
sólo quiero que comprendan...
Supongamos
un sujeto de sexo masculino que pida análisis y despliegue en su
decir pautas argumentales como las mencionadas en los versos. ¿Se
puede esperar algo de un análisis que avance en ese espacio de
ficción?
Sí. Como por ejemplo, la admisión lisa y llana de que, efectivamente,
él ha sido flojo y ciego, sin más, y que ya no le está
abierta la salida fácil de demandar comprensión para la
mencionada ceguera. Porque esa ceguera sostenía un sueño
propio al cual él se negaba frenéticamente a renunciar y
la responsabilidad moral por el contenido de los sueños sólo
puede ser el soñador (dicho por Freud, entre otros).
Tampoco se justifica queja alguna hacia la conducta de ella,
ya que la dama, en su momento, lo hizo gozar y, en cierto modo, le sigue
proporcionando el goce de solazarse en su propia desventura.
Pero aquello que fundamentalmente puede esperarse es que él termine
con sus reclamos de inocencia.
Expliquémonos. Obviamente, la dama, la traidora, etcétera,
era depositaria, para él, de algún ideal. Una lectura mínima
del esquema del espejo, llamado de los ideales de la persona...
¡y ni siquiera eso!, sino que cualquier observación sensata
acerca de los ideales que funcionan en la vida real muestra que el ideal
es antes que nada ideal de sí mismo. Por lo tanto, como sostén
de la imagen amable de sí, se encuentra lejos de cualquier virtud
que el sujeto alegue en el registro de la generosidad, de la inocencia,
de la pureza. El ideal es, ante todo, egoísmo, manipulación
del otro.
Sean cuales fueren los extremos de servidumbre, de sometimiento a que
el sujeto se abandone para proveer de dones al objeto idealizado, es siempre
con la esperanza de tener el objeto a su merced. Es muy raro que falte
la idea de vengarse en el momento propicio, sólo que se posterga
ese instante, no sin que el odio juegue cartas muy eficaces mientras tanto.
La función estructurante del Edipo puede ser demostrada sin apelar
a tantas emociones violentas, sensibilidades destrozadas,
relatos o narraciones épicas donde se goza del exceso de sentido.
Esta función no es más que la de poner en escena una interdicción
acerca del goce absoluto, de la plenitud, interdicción que obtura
un real imposible (al hablante). Tal imposibilidad, en un paso lógico
posterior, es nombrada como interdicción.
Lo nuclear del Edipo es él no sabía. No sabía
a quién ultimó ni quién fue su esposa. Dicho de otro
modo, el sujeto siempre sabe algo sobre sus actos en un tiempo ulterior,
cuando las consecuencias de dichos actos ya han ocurrido. Esto hace que
el momento de producción de algún saber verdadero resulte
sorprendente, paradojal. La errancia del sujeto es impredecible, pero
las imaginarizaciones dolientes y trágicas, aunque gozan del beneplácito
general, sólo se deben a la vacilación del brillo impostado
con que el yo se pavonea de controlar su propia vida.
Si se cuenta con la calma necesaria, puede advertirse sencillamente que
el Edipo de cada cual, la novela familiar con papá y mamá,
no es otra cosa que una comedia de enredos bastante opaca en general,
y sobreactuada.
¿Papá gozaba de mamá?: ciertamente, así como
se goza un síntoma, sufriéndolo, sin saber qué hacer
con él.
¿Y mamá? Lacan afirmaba con justicia que lo hacía
al modo de algo peor, una devastación. El o los vástagos
concurren al lugar mismo del malentendido, de la falla en la relación
sexual.
Despejado de la epopeya, de la novela romántica que a cada cual
se le ocurra tejer, sólo queda el poco de sentido del tú
eres eso.
Esta visión sólo resulta triste en la medida en que el yo
tiende a pensarse a sí mismo en términos de consistencia,
lo cual le permite soñar con que las cosas deberían ser
de otra manera. Esto tiene una comprobación clínica muy
simple en la cantidad de analizantes que se han enamorado no tanto de
él o ella en su juventud, sino de la familia
de él o ella, como habiendo encontrado
la Otra manera... aquella donde por fin se hubiera recuperado la inocencia
y la comprensión.
Pasión de ignorancia que le hace demandar ardientemente que las
cosas deberían haber sido de otro modo, olvidando al mismo tiempo
que su demanda en este tópico genera una paradoja insoluble por
su propia existencia; en efecto, si las cosas no hubieran sido así,
el demandante no estaría para hacer escuchar su voz. Por lo tanto,
él debe su demanda a su misma existencia en ese enredo, lo cual
tiene un aspecto muy cómico y no permite ningún alarde romántico
o sensiblero.
Dos palabras sobre el final del análisis. Desde Melanie Klein se
relaciona la fase final del análisis con la depresión y
algunas aseveraciones de Lacan parecen confirmar este punto de vista.
Yo creo que es posible que así ocurra, pero no siempre. En todo
caso, el duelo por el objeto en que ha devenido el ser del analista no
debe instalarse permanentemente y el cortejo de representaciones apesadumbradas
finaliza pronto, si es que el analista no lo fomenta. Se trata de un duelo
que el sujeto elabora rápidamente, sin sobreactuación, como
si se hubiera acercado a lo real de la estructura que se juega en el deseo
y, por lo tanto, sin necesidad de desgarrar vestiduras ante una frustración
amorosa más. Ya no se trata de hacerse preguntas hamléticas
como quién es él de verdad o saber sobre
sí mismo, banalidades que tal vez le han ocupado la mayor
parte de su vida, o de lamentar que las cosas no sean de otro modo. Advierte
que esas demandas, esas preguntas, están basadas en supuestos axiomas
cuya misma puerilidad los vuelve insignificantes y ya no merecen consideración
alguna.
Con el final del análisis estallan esos axiomas, acompañados
de las ilusiones idiotizantes que han generado. Estallido que, como es
desuponer, simplifica enormemente la vida. Se trata de algo que llamaría
realismo, entendiendo así la pérdida radical
de la espera de la bienaventuranza, del reclamo acerca de la naturaleza
de las cosas; posición activa, ya que, al no esperar del Otro,
se debe proceder para modificar las cosas, sin que mérito supuesto
o demanda alguna deban sancionar su acto.
* El
texto publicado es de 1991 y forma parte del libro Apuntes de un psicoanalista.
Murió en su
consultorio
El psicoanalista Ricardo Estacolchic, autor de la nota principal
de esta página, falleció súbitamente en el
anochecer del 29 de marzo, cuando terminaba de atender a un analizante
y aguardaba la llegada del siguiente. Era el presidente en ejercicio
de la Escuela Freudiana de Buenos Aires (EFBA). No todos quienes
lo conocieron sabían que, además de su título
profesional de médico, era odontólogo, profesión
de la cual, en los años 70, había hecho ejercicio
militante, en un consultorio de la Villa 31. Estacolchic escribió
dos libros: Apuntes de un psicoanalista y en colaboración
con Sergio Rodríguez Pollerudos. Colaboró en
diversas publicaciones, incluida la sección Psicología
de Página/12. Tenía 57 años.
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LOS
SOLDADOS QUE VOLVIAN DE MALVINAS
Estado de semiestupor
Por
Miguel Angel de Boer *
A
pocos días de la derrota de la Guerra de Malvinas, tuve la triste
oportunidad de estar en el Servicio de Psiquiatría del Hospital
Regional de mi ciudad, Comodoro Rivadavia entre los primeros colegas
que tomamos contacto con los soldados que llegaban de las islas. Aún
tengo presente el clima de opresión, desasosiego y tristeza.
Perplejos y asustados, observábamos la llegada de los helicópteros
que traían a decenas de jóvenes que se distribuían
en los distintos servicios del hospital, según la sintomatología
que presentaban. En Psiquiatría, el silencio era oprimente.
Los chicos estaban en su mayoría en un estado semiestuporoso. Al
ser ubicados en las camas, en las distintas salas, siempre en silencio,
se constituía una escena onírica, que jamás voy a
olvidar. En cuanto comenzaron a poder hablar, los temas predominantes
giraban alrededor de lo bien que los habían tratados los británicos
(Nos daban de comer, doctor), hablaban de la supuesta fortaleza
de éstos (No sabe qué grande era la mochila que cargaban),
de las condiciones en las que había transcurrido la guerra (los
pozos, el clima, el maltrato). Uno de ellos me pidió que le tocara
(tóquelo, doctor, tóquelo) el pañuelo
de un gurka, que llevaba en el cuello, aún impresionado por estar
vivo. Otro caminaba excitado, repitiendo Les podríamos haber
ganado, con una mirada de impotencia y rabia.
La mayoría estaba en sus respectivas camas, sin moverse, en silencio,
con los ojos cerrados.
Sentí que estaba presenciando, otra vez, las consecuencias del
ejercicio despiadado e inhumano del poder. Sentí, como nunca, lo
que es un filicidio. Sentí que el daño era irreparable.
Y lo sigo sintiendo.
* Psiquiatra.
Comodoro Rivadavia, Chubut.
POSDATA
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Sexo. Jornada de capacitación ¿Qué
educación sexual para qué sociedad?, con Virginia
Martínez Verdier, Mariana Carbajal, Mirta Videla, Juan C.
Kusnetzoff y otros, el 6 en la Asociación de Psicólogos
(APBA). 4345-7422.
Más sexo. Clínica sexológica:
curso a distancia para médicos y psicólogos en Cetis.
4553-5224. [email protected].
Género. Seminario interdisciplinario: Género,
salud, subjetividad, con Mabel Burin e Irene Meler. Martes
de 19 a 22 desde el 8 de mayo en UCES. 4815-3290.
Déficit. El déficit atencional:
curso-taller en Asociación de Investigación en Psicodiagnóstico
(ADIP). 4855-5968.
Lacan. Coloquio Jacques Lacan 2001, en homenaje
al centenario de su nacimiento, con Judith y Jacques-Alain Miller.
21 y 22. 4811-3690.
Oratoria. Talleres en la Facu de Psico de la UBA: Oratoria,
miércoles a las 19 desde el 18; Liderazgo, martes
a las 18 desde el 17. Por Juana Koslo. 4932-6001.
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