Por
Carlos D. Pérez *
Cuando
me propuse conversar con usted, la idea me resultó atractiva, hasta
divertida, pero ahora que lo tengo ante mí vacilo. Temo resultar
irreverente, aquí en su consultorio, no sólo expuesto a
su mirada sino también rodeado por sus viejos trofeos, mármoles
y cántaros egipcios. Usted es casi sagrado para un psicoanalista.
Sagrado es lo que descansa en que los seres humanos
en aras de la comunidad más vasta han sacrificado un fragmento
de su libertad sexual y de perversión.
No, por favor, no me interprete, que esto saldrá publicado...
Pero no quisiera interrumpirlo. Continúe, por favor.
El horror al incesto (impío) descansa en que a consecuencia
de la comunidad sexual (también en la infancia) los miembros de
la familia adquieren cohesión duradera y se vuelven incapaces de
afiliar extraños. Por eso es antisocial la cultura consiste
en esta renuncia progresiva. Al contrario, el superhombre.
¿El superhombre? Esto es decir que la cultura nos horroriza
con la idea del incesto para que no nos atrevamos a la superación,
al superhombre: ése es un concepto nietzscheano; usted ha frecuentado
a Nietzsche.
Durante mi juventud, Nietzsche significó para mí algo
así como una personalidad noble y distinguida que me era inaccesible.
Me procuré las obras de Nietzsche, en quien esperaba encontrar
las palabras para mucho de lo que permanecía mudo en mí,
pero no llegué a abrirlas. Me rehusé al elevado goce de
su lectura con esta motivación consciente: no quise que representación-expectativa
de ninguna clase viniese a estorbarme en la elaboración de las
impresiones psicoanalíticas.
Conociéndolo un lector voraz, no lo imagino rehusándose
el goce de leer una obra que comprara con esa expectativa. Usted menciona
filósofos con cierta familiaridad: los presocráticos, Platón,
Kant; ha de haber leído mucha filosofía.
Muy poca. De joven me sentía fuertemente atraído hacia
la especulación y refrené esa atracción despiadadamente.
Cierta repugnancia que me inspira mi tendencia subjetiva a dar rienda
suelta a la imaginación me ha hecho siempre contenerme.
Es frecuente que usted apoye sus lucubraciones en poetas y escritores,
otras veces son ellos mismos quienes le brindan el material sobre el que
trabaja su teoría. ¿Ha escrito poesía?
A menudo me parecía que había heredado todo el arrojo
y toda la pasión con que nuestros antepasados defendieron su Templo,
y que estaría dispuesto a sacrificar alegremente mi vida por un
gran momento en la historia. Y, al mismo tiempo, me sentía tan
incapaz de expresar estas ardientes pasiones aun con una sola palabra
o un poema...
Al gran momento en la historia lo alcanzó, sin dudas. Lo
galardonaron con el Premio Goe-the y hasta no ha faltado su nominación
para el Nobel de Medicina. Hoy es usted un personaje popular.
¿Le han dicho ya que me han sugerido como candidato para
el Premio Nobel? No espero vivir para verlo, aunque se pusiera punto final
al aplazamiento de su distribución. Estoy rodeado de una popularidad
que me insatisface y me he lanzado a empresas que me roban todo el tiempo
y posible ocio que necesitaría para llevar a cabo un sosegado trabajo
científico. ¡A cuántas cosas hay que renunciar! Y,
para sustituirlas, lo colman a uno de honores que jamás había
anhelado. Cómo voy a hacer para liberarme de todos los trajines
que van a tratar de endilgarme, es algo que aún ignoro; de lo que
estoy seguro es de que no voy a colaborar. ¡Qué absurdo querer
recompensar los malos tratos sufridos durante una larga vida con los festejos
de un final dudoso!
Lo suyo resulta una dura posición ética. Defiende
su derecho a la soledad, la creciente aceptación de su pensamiento
le resulta un final dudoso. ¿No tiene acaso una sensación
de triunfo cuando el psicoanálisis se impone, luego de pasar por
tanto rechazo?
Es cierto, la causa progresa en todas partes, pero parece que usted
sobreestima mi satisfacción por ello. La satisfacción personal
que puede deducirse del psicoanálisis la gocé ya hace tiempo,
cuando estaba solo, y desde que otros se han sumado, he recibido más
disgustos que placeres. La forma en que las personas lo admiten y lo utilizan
no ha producido en mí ninguna otra impresión de ellos, sino
la de su conducta anterior cuando, sin comprenderlo, lo rechazaban. Debe
de haber surgido en aquella época un abismo infranqueable ente
ellos y yo. Por aquellos días había llegado al apogeo de
mi soledad y perdido a todos mis viejos amigos sin adquirir ninguno nuevo.
Nadie me hacía caso y lo único que me mantenía en
la brecha eran unas gotas de arrogancia y el comienzo de La interpretación
de los sueños. Posiblemente mi época aún esté
por llegar, pero, si me está permitido añadirlo: por ahora
ya pasó.
¿Y en cuanto a la ética?
La ética se la cedo; a mí la ética me es extraña...
No me quiebro mucho la cabeza en relación con el bien y el mal,
pero en términos generales he encontrado poco bien
en las gentes. La mayoría son, según mi experiencia, unos
canallas, ya sea que pertenezcan abierta o solapadamente a esta o aquella
o a ninguna doctrina moral; me hallo fortalecido en la posición
totalmente anticientífica, según la cual los hombres componen,
considerados en términos generales, una chusma bastante miserable.
Alimento varios prejuicios poco amistosos con respecto a la amada humanidad.
Veo que su formación como hombre de ciencia no le impide
colocarse en una posición tan anticientífica como sacrílega.
¿Por qué no fue uno de tantos piadosos quien fundó
el psicoanálisis? ¿Por qué fue necesario esperar
a un judío totalmente ateo? Yo mismo no soy más que un hereje,
el cual, sin embargo, no se ha convertido todavía en un fanático.
A los fanáticos, la gente que está dispuesta a tomar solemnemente
en serio su limitación, no los soporto.
Su hereje ateísmo no lo volvió fanático, es
cierto, pero desembocó en el pesimismo.
Mi pesimismo me parece, por lo tanto, un resultado; el optimismo
de los demás, una hipótesis. Podría decir también
que realicé un matrimonio de conveniencia con mis teorías
sombrías y que los demás viven, con las suyas, en una unión
por simpatía. Espero que con ello sean más felices que yo.
¿Y la gente que ha acudido a usted en busca del científico
relevante que lo ayude?
No los he complacido ni aliviado, ni les he dicho cosas edificantes.
Tampoco fue ésa mi intención. Yo sólo quería
explorar, resolver incógnitas, descubrir una parte de la verdad,
pero la verdad no tiene aceptación. Ello puede haber causado dolor
a muchos y beneficiado a unos cuantos, sin que ni una cosa ni la otra
me parezca achacable a culpas o méritos por mi parte. Siempre es
para mí como un accidente sorprendente el que parte de mis doctrinas
y mi propia persona logren atraer una pizca de atención.
¿Cómo ubicarnos los que trabajamos con sus descubrimientos
y peleamos por ellos?
La gente no espera aprender y por ello está incapacitada
por ahora para la comprensión de las cosas más sencillas.
Cuando llega el momento, son capaces de entender las ideas más
complejas. Hasta entonces no podemos hacer otra cosa que seguir trabajando
y caer lo menos posible en vanas discusiones. Después de todo,
lo único que podría uno contestar sería: Usted
es un idiota, o Es usted un embustero. Y resulta natural
que no podamos permitirnos la expresión de esas opiniones. Un buen
día, echando la vista atrás, se dará usted cuenta
de que estos años de lucha han sido los más hermosos de
su vida. Mas le ruego que no me erija usted un pedestal, pues soy demasiado
humano para representar tan egregio papel. Aparte del problema que supone
el saber demasiado poco, existe también el de pretender saber demasiado.
Fuentes:
* Cartas
85, 129 y 235, en Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904). Amorrortu, Buenos
Aires, 1994.
* Cartas a Marie Bonaparte del 10-5-1926, 3-1-1937 y 12-11-1938, incluidas
en Cartas a Wilhelm Fliess (Introducción). Ibíd.
y en Epistolario. 1873-1939. Biblioteca Nueva, Madrid, 1963.
* Carta a Martha Bernays del 2-2-1886, en Epistolario, Ibíd.
* Carta a Romain Rolland del 13-5-1926, en Epistolario, Ibíd.
* Carta a Fritz Wittels del 15-8-1924, en Epistolario, Ibíd.
* Carta a Carl G. Jung del 19-9-1907, en Epistolario, Ibíd.
* Cartas a Oskar Pfister del 9-10-1918, 25-12-1920 y 7-2-1930, en Sigmund
Freud-Oskar Pfister: Correspondencia. 1909-1939, Fondo de Cultura Económica,
México, 1966.
* Cartas a Arnold Zweig del 2-6-1927, 20-12-1927, 28-1-1934, 12-5-1934,
21-2-1936 y 31-5-1936, en Correspondencia Freud-Zweig, Gedisa, Barcelona,
1980.
* Correspondencia de Sigmund Freud-Georg Groddeck, Anagrama, Barcelona,
1977.
* Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico.
Tomo XIV de las Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979.
* Citado por Ernest Jones: Vida y obra de Sigmund Freud, Tomo I. Nova,
Buenos Aires.
* Psicoanalista,
miembro del Club de Analistas Círculo Freudiano. Coautor de Analizarse
con Freud (Letra Viva).
POSDATA
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Las patologías
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