Por
Sergio Rodríguez *
El Dios Rating mira Gran Hermano. ¿Qué atrapa
a esa mirada? Cuando miramos la pantalla, vemos una mercancía terminada
tras un denso trabajo de producción. Los habitantes
de la casa que lleguen a la final, habrán trabajado
24 horas diarias durante 112 días. Como parte de ese trabajo, buscaron
eliminarse mutuamente. Excepto el que se lleve los 200 mil dólares,
el resto trabajará de estrella (a ser olvidada en su
mayoría cuando termine el programa), casi gratis. Además,
hay camarógrafos y microfonistas, escenógrafos, personal
de mantenimiento, publicitarios, psicólogos, sociólogos,
guionistas y muchos más. Quien ingresa a la hinchada
de Gran Hermano no accede, como publicita el canal, a
la vida en directo, no es bienvenido a la vida real.
Mira la apariencia (careteo, packaging, semblant) de la mercancía
construida con lo que ocurre entre 12 personas que trabajan en condiciones
absolutamente artificiales, en especial por el total aislamiento a que
son sometidas. Lo que ha inventado entonces, el señor John de Mol,
y que atrapa la mirada y los oídos, es una nueva forma de telenovela.
La caracterizan tres elementos. Uno: transcribo lo dicho por Sergio Vainman,
su guionista en jefe, en el cuadernillo que editó la oficina de
prensa de Telefé. El trabajo del equipo de guionistas de
Gran Hermano difiere del que hacemos habitualmente en televisión.
En lugar de recrear la realidad circundante escribiendo el texto para
la ficción, acá tendremos que extraerlo de las historias
que sucedan efectivamente dentro de la casa. El espectador necesita ver,
en media hora, qué está pasando y para eso se hace imprescindible
que ese relato se base en un concepto televisivo, con la misma economía
de lenguaje y síntesis de imagen que requiere una telenovela.
O sea, han reducido la vida real que extraían de la realidad circundante
a lo que ocurre dentro de la casa, para, con el resumen de eso, construir
una telenovela para hacer creer que es real. Dos: la votación con
la ilusión democrática de que votando podrán
incidir en algo. Tres: la posibilidad de ganar premios, que la Diosa Fortuna
les sonría; en Lacanés: que una de las formas del Otro los
distinga.
De esa telenovela, como de cualquiera, esperan amores, odios, intrigas,
traiciones, suspenso, buenos y malos. O sea, lo que ocurre en la cotidianeidad
de sus vidas. Pero con una diferencia que tranquiliza, la de que les ocurre
a otros. Por lo tanto no es él el que sufre, y además se
siente menos desgraciado, al ver que a otros también les ocurre.
Y la promesa, tecnológicamente asegurada, de verlo
en directo: 30 cámaras, 70 micrófonos. La masa, voyeur,
espera escenas de sexo explícito, duchas al desnudo, etcétera.
Aquello que las telenovelas maquillan. Para estimular esa espera, el merchandising
de su revista titula: Tamara. Sexo, drogas y esperanza. El
público espera que alguno de sus propios deseos reprimidos sea
puesto en escena por otros.
También encuentran alguna transa de más bajo
voltaje que lo que pueden fingir actores profesionales. Pero principalmente
encuentran confesiones escabrosas. Uno de ellos confesó
desenfadadamente su bisexualidad, logrando el aplauso entusiasta de varios
de los habitantes y de un sexólogo, por hacer esa confesión
en esta sociedad homofóbica y discriminadora. La confesión,
como se verá, le ganó puntos en los TVidentes que han hecho
de la transgresión el Becerro de Oro de la cultura
posmo. En fin, encuentran el libreto exhibicionista, sádico,
masoquista, que la mayoría no se anima a seguir; aunque ahora,
autorizados por el Gran Hermano, tal vez muchos corran a imitarlo.
La casa tiene 595 metros cuadrados, pileta de natación climatizada,
establo con vaca, ternero, gallinero, huerta. Aparece como de clase media
up para arriba. Es lógico que, como señalan encuestas, el
programa sea más mirado por las clases más pobres, que sólo
en TV pueden ver algo así. Eso lleva a la cuestión del target.
¿Por qué tiene más rating Gran Hermano
que El Bar? A pesar de que la edad de los participantes es
similar, entre 20 y 35 años, la selección de los perfiles
y la escena propuesta es diferente. Todos responden al fenómeno
posmoderno de la adolescencia prolongada. Se observa en el tipo de diálogos,
tanto en la casa como en el bar. Pero mientras la casa de por sí
y las actividades propuestas llevan a la cotidianeidad de la masa media,
en el bar la propuesta es mucho más hard e inclinada a la
noche (a un sector, aunque amplio, minoritario).
En la historia del espectáculo, el predominio de determinados géneros
y tramas metaforiza las épocas de la Cultura. No fueron lo mismo
los maratones en la Grecia de Pericles que el circo romano en la época
de Calígula y Nerón; la quema de brujas en la
Edad Media que los artistas de la legua en las plazas de los burgos renacentistas.
Big Brother, y en general reality y talk shows, se parecen
más al circo romano. El aullido de la gente (que era una forma
de votar y participar en esa época) inclinaba el sentido del pulgar
del emperador. Los gladiadores recibían raciones de subsistencia.
Y todo era transparente, el César no ocultaba su amor
por la sangre.
Así como por el tipo de espectáculo, las épocas de
la Cultura se distinguen por si predomina el cinismo o la hipocresía,
la transgresión o el acatamiento a las leyes. Ninguna augura el
Paraíso, que está perdido para siempre sin haber existido
nunca. Pérdida debida no sólo a que el deseo siempre es
egoísta y no piensa en cómo afecte al otro. También
porque, por eso mismo, a veces menos veladamente (cinismo) otras más
veladamente (hipocresía), el humano busca efectivizarlo para gozar,
cuidando del prójimo con el que goza, un poco menos o un poco más,
pero siempre poco. No obstante, es importante percibir una diferencia.
Las culturas más hipócritas suelen corresponder al momento
de ascenso de una época. Las más cínicas,
a cuando la degradación comienza a destruirlas al aceptar el vale
todo. En esas circunstancias suele ocurrir que el cinismo, que nació
para denunciar la hipocresía, se transforma en arma para sostener
la degradación. La mitomanía de la transparencia
y la transgresión con el que alardea nuestra farándula
(ciertos políticos, deportistas, periodistas y miembros del show
business) no es más que el intento de contagiar su degradación
al resto de la sociedad para que, sumada, ésta los sostenga. Por
ahora, Dios Rating y Encuesta de Opinión parecen indicar que lo
logran.
¿Por qué digo mitomanía? Porque la verdad sólo
puede ser dicha a medias. Todo discurso intenta sostener la verdad del
que lo agencia, pero como el efecto de sentido del mismo va provenir de
la significación que le den aquellos a quienes va dirigido, la
verdad emergerá a medias y según el punto de escucha y de
vista de quienes crean interpretar el sentido de la misma. Esta es la
razón de fondo por la que nadie tiene acceso a la verdad, ni aún
en los vínculos reales: ni el Gran Hermano.
Big Brother realiza la fantasía de George Orwell de una forma muy
particular. Para quienes no leyeron la novela 1984, el folletito de prensa
de Telefé aclara que en ella un dictador impersonal podía
controlar cada palabra y cada movimiento de los habitantes de una de las
grandes naciones en que había quedado dividido el mundo.
Este programa, a través de diseminar la creencia de que la masa
del circo romano controla desde su pantalla lo que hacen 12 perejiles,
genera las mejores condiciones para que millones de telespectadores sean
observados en sus gustos, sus reacciones, etc., por un dictador impersonal:
El Mercado. Sin gastar en encuestas y ganando millones de dólares,
se enterará a través de votaciones y dichos sobre qué
vender, cómo vender, a quién vender, y hasta dónde
tirar del hilo.
* Psicoanalista.
Director de la revista Psyché.55
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