Por
José Luis Berardozzi *
La
música, llamativamente, no entró en la reflexión
de los maestros del psicoanálisis. En más de una oportunidad
Jacques Lacan, en su seminario, dijo que alguna vez se tendría
que ocupar de la música, pero no llegó a hacerlo. Uno de
sus discípulos, Alain Didier Weill, logró introducir y articular
la música en el campo del psicoanálisis. Partió de
observar que, en los primeros tiempos del infans, en el baño
de lenguaje que este recibe del Otro primordial, la música
sirve de médium a la palabra, es lo que transmite la
voz materna en modulaciones melódicas escandidas rítmicamente,
generando, como función, el campo de la significancia. Las significaciones
que porta la palabra deberán esperar largo tiempo su turno, pero
ella, la palabra, germinará sobre ese tronco primero: función
del rasgo unario que se inscribe a partir del ritmo musical.
En pacientes psicóticos, la música tiene la propiedad de
reingresar en un movimiento discursivo a sujetos que lo habían
perdido con relación al significante. Weill advierte que la relación
entre locura y la música como método terapéutico
es registrable en culturas indígenas de diversas geografías,
y que sería un error dejar de interrogar estos saberes ancestrales.
Si bien la locura, en esas sociedades, guarda la idea de un estado de
posesión demoníaca, no invalida la razón de estructura
que se aborda a través de la música: la propiedad que ella
posee, no así la palabra, de reintroducir la función del
rasgo unario; hacer reversible la forclusión generadora del delirio
a través de danzas y trances rítmicos.
En las clínicas psiquiátricas, la sórdida eternización
del tiempo puede quebrarse bajo la música, el ánimo puede
cambiar súbitamente, la vida puede despertar en los cuerpos de
la alienación mientras suene la música movida por un deseo.
Los cambios clínicos que tienen a la música como soporte
simbólico, que muestran su poder simbolizante, se sitúan
en una singularidad que se da sobre el eje rítmico de la música:
la síncopa (término que proviene del griego sinkopto y alude
a cortar). Esta notoria en la música sincopada
como la bossa nova, produce como alteración un efecto de corte,
de contratiempo en el ritmo (voz que deriva de rheo: yo fluyo)
se produce a partir de la acentuación en los tiempos débiles
del compás. La música, como soporte simbólico en
la reinstalación de la función de la causa, reactiva la
actividad pulsional amarrada a una función deseante del sujeto.
Advirtamos además que las palabras dichas están hechas de
música, el hablar no es sin musicalidad. Ella está presente
en el acto del decir, aunque oculta por lo que se dice, por el sentido
que portan las palabras. Infinitos modos del decir de los sujetos que
se sostiene en el lenguaje, en la función pulsional que a él
se anuda por el mecanismo sublimante.
Una cosa es cierta: la música no está hecha de palabras,
lo cual parece ser el nudo de la complicación epistémica
a cierto racionalismo analítico. Que la palabra funcione en el
campo del lenguaje no implica que el lenguaje no pueda funcionar sin la
palabra; sería un error suponer ahí el límite a la
función clínica del psicoanálisis.
Siguiendo la lógica del significante encontraremos rápidamente
razones donde apoyar la afirmación que la música es lenguaje,
aunque no articulado en la palabra, con el mismo sentido de estructura
entendible desde el psicoanálisis, vale decir donde hay función
del sujeto localizable en la articulación de la cadena significante.
El signo musical, las notas musicales toman función significante
en sus articulaciones diacrónicas y sincrónicas con las
demás notas de la escala cromática. Ellas nombran lo real
de la vibración sonora, la ubicación del sonido en la escala.
En el registro que va de los graves a los agudos, la nota encuentra sus
repeticiones de octava en octava. En una melodía,rápidamente
captamos que es una sucesión de notas articuladas sobre el eje
diacrónico, una operación metonímica, de desplazamiento.
Menos fácil de captar es la articulación que se da en el
registro armónico. En él, tres o más notas deben
sonar simultáneamente para conformar una tonalidad mayor o menor
de diferentes grados; se apoya en el eje sincrónico donde opera
la sustitución metafórica, verticalidad que ubica el lugar
del Otro, tesoro de los significantes.
Apenas damos unos pasos emerge el estatuto de lenguaje que la música
posee en sí. No entraremos ahora en el registro escritural en que
ella también es situable, la partitura, cuyo nivel y complejidad
de relación entre los signos borraría, si aún existiese,
cualquier duda acerca de la función significante que soporta a
la estructura discursiva y la instancia de letra que muestra cualquier
notación musical. Nada más apropiado que la música
para pensar las indicaciones que Lacan reitera al comenzar el Seminario
17, donde habla de el discurso como una estructura necesaria que
excede con mucho a la palabra, siempre más o menos ocasional. Prefiero,
dije, incluso lo escribí un día, un discurso sin palabras.
Un discurso sin palabras, ni más ni menos.
Queda por introducir el ritmo: ritmo, armonía y melodía
son en la música los nombres de lo real, lo simbólico y
lo imaginario, respectivamente. Se advierte que se trata de una estructura
de nudo borromeo, una estructura de lenguaje en tres registros. Estos
tres registros poseen propiedades y legalidades específicas en
las que se sostienen los infinitos cruzamientos que entre ellos se dan
sin establecerse primacía de ninguno sobre los otros.
Rápidamente advertimos que el nudo en su propuesta sonora, exige
como soporte intuitivo, el viraje hacia una virtualidad temporal, no es
ahora de un espacio lógico que se trata como cuando la topología
es el recurso, sino de una estructura propiamente temporal, acústica
no espacial.
La música aporta en tanto estructura temporal, cualidades esenciales,
análogas a las de la estructura del sujeto. No olvidemos que la
constitución del sujeto, sea en el nivel pulsional, aunque acéfala,
o a nivel del inconsciente, en sus formaciones, siempre surge de una pulsación
temporal. En el Seminario 11, Lacan señala con precisión
este carácter temporal de la estructura de lo inconsciente: dice
nivel óntico, aunque evasivo, que se sitúa entre los dos
tiempos que abre la pulsación, apertura y cierre del inconsciente.
En el Seminario 14, lo ciñe desde la repetición, en tanto
estructura fundamental, ley temporal, lugar temporal, del sujeto. Hay
una relación esencial entre sujeto y tiempo.
Entendemos que es posible pensar la estructura del nudo y la relación
del sujeto, sus creaciones, sus cruces en el agarre a la estructura
del lenguaje. Si la repetición es la estructura fundamental, implica
que el eje temporal será el sustrato apropiado donde localizar
la lectura de esas operaciones. Puede pensarse que por estas razones la
topología le haya resultado inapropiada a Lacan cuando trataba
de asir al tiempo con el nudo. El tiempo parece ser reacio a cualquier
dispositivo que no sea sonoro.
El tiempo es localizable de diferentes modos en la música. En el
registro melódico, de lo imaginario, es soporte del discurrir diacronía-
y de los enlaces de nota en nota. Un sujeto intérprete puede jugar
ad libitum con su voz, modulando Caetano Veloso, Mercedes Sosa,
adelantando o retrasando las palabras respecto a la música Polaco
Goyeneche, Joao Gilberto, escandiendo a piacere, y aquí la
sensualidad surge de la erótica de un borde puramente temporal.
El fraseo de estos maestros sitúa la marca de un estilo
inconfundible en el juego de un sujeto con el tiempo, no sin sujeción
al orden armónico.
Por el lado de la armonía, registro de lo simbólico de la
música, el tiempo es sincronía, fijeza; requiere de la melodía
para sus pasajes, conlo cual por ahora podemos decir poco, si bien como
registro es el de máxima riqueza. A través de él
puede pasar lo más exquisito y sublime de la música, en
tanto creación del sujeto: Lo que hace Piazzolla no es tango,
se alzaban las necedades cuando el genio marcaba con su rasgo al Otro
tanguero en sus tres registros. Un nudo nuevo, Piazzolla, Jobim o Gershwin.
El ritmo, por su lado, encierra la máxima obscuridad, la mayor
distancia con la racionalidad, al punto que las definiciones de música
de los viejos manuales no llegan a nombrarlo. No es casual, es el registro
de lo real en la música. Tiene que ver estrictamente con el tiempo,
en sus dos ejes: diacrónico y sincrónico. Genera, partiendo
de la división de tiempo en el compás, la temporalidad musical,
una estructura ficcional sobre lo real de la flecha del tiempo,
legislado por ese número fraccional que encontramos al comenzar
el pentagrama. En este sentido, el ritmo hace surgir el tiempo como agujero,
como falta, en suma como objeto a en su estatuto más
radical. El ritmo es el esqueleto de la música, suelen decir los
percusionistas expresando de este modo su posición y hasta su autonomía
respecto a ella. Recordemos una batida brasileña, la
llamada montevideana, o nuestro tradicional malambo de bombos
con sus repiques; notamos que la pulsión invocante a la danza queda
evidentemente causada por un ritmo, no por la música. No es simbolización
de la voz materna, como sí es ubicable la música. Las pulsaciones
sonoras no son notas musicales, aunque igualmente puedan ser escritas
en el pentagrama en tantos figuras (blancas, negras, corcheas, etc.):
ellas inscriben lo real del espacio de tiempo, la duración del
sonido y su relación con los intervalos de silencio.
Estos géneros rítmicos sostienen su singularidad, además
de lo que el número del compás legisla, en la función
de la acentuación, es la vertiente sincrónica del ritmo,
por donde se regula la tensión en la síncopa con su efecto
de contratiempo; de aquí surgen los discursos posibles. Propiedad
que también caracteriza a los géneros musicales; luego los
sujetos hacen de las suyas en el género, jugando su dimensión
de creadores, imprimiendo su marca en el discurso.
* Psicoanalista.
EL
PSICOANALISTA ANTE LOS MALESTARES EN LA CULTURA
En cruz bajo el infortunio
Por Carlos
Brück *
Si el psicoanálisis,
decía Freud, es aquello con que se encontró este médico
cuando se esforzaba por socorrer a sus pacientes, es posible recuperar
una indicación de actualidad: la necesidad ética de entrometerse
con esos efectos de lo real que se muestran como padecimiento, ya que
-hoy como ayer la práctica psicoanalítica se encuentra
inevitablemente articulada a esta posición freudiana.
Suponer lo contrario llevaría a suponer también que los
conceptos fundamentales del psicoanálisis solo son producto y consecuencia
de una presunta moralidad histórica (confundiendo sujeto con subjetividad
de una época e ignorando, de paso, que pocos tiempos han sido tan
obscenos y feroces como el victoriano) y que entonces sólo quedaría
su superación, haciéndolo progresar (al psicoanálisis)
hasta desconocerlo.
Parafraseando a Borges, hoy nos encontramos ante lo que podría
llamarse un Manual de Nosografía Fantástica, en el que,
a medida que pasa el tiempo, el discurso oficial y modernizado incluye
nuevos diagnósticos, recortes o pegamentos, proponiendo un lenguaje
de acción que reúne a marcha forzada lo que pasa y lo que
hay que hacer. Si la experiencia del inconsciente plantea la cuestión
del padecimiento, en nuestra contemporaneidad, por vía de esos
catálogos, se viene a producir un desguazamiento de lo que esta
noción pone en juego en relación al sujeto, a lo real que
lo causa y a los malestares en la cultura.
Si anotamos el malestar en plural es para enfatizar sus condiciones actuales,
tomando en cuenta que la repetición no se basa en un principio
de identidad y que las manifestaciones novedosas que se presentan son
efecto de un saber que, por su manera de universalizar, también
podría llamarse globalizador. Un saber constituido como un imperativo
que quiere cubrirlo todo y que por ello mismo establece agujeros que en
su opacidad particular pueden definirse como toxicomanía, como
amenazas del sida, como vértigo mortífero. Estos agujeros,
colmados por las identificaciones, hacen que un sujeto se presente a la
consulta nombrándose como soy toxicómano, mi
hija es anoréxica.
Ocuparse de estos efectos y de lo que en ellos se efectúa, lo que
en ellos es producido, es precisamente una dirección necesaria
para el psicoanálisis.
En ocasiones se supuso que la clínica psicoanalítica no
se ocupaba de esto. Y esta suposición partió de elevar a
la categoría de una doctrina del desinterés ciertos términos
que, por el contrario, establecían una posición a partir
de la lógica del no todo y no siempre: no todos y no siempre los
sujetos quieren su bien, y proponérselo puede llevar a lo peor,
en tanto que exaspere lo mortífero de la relación con el
propio goce. El título de una película anuncia esta lógica:
Harry, un amigo que te quiere bien. Cada acción de este protagonista
está dirigida por ese imperativo y paulatinamente todo va peor
con Harry.
Por ello nuestra propuesta de comienzo: los analistas debemos entrometernos
allí donde algo se presenta en cruz bajo la forma del infortunio
psíquico. Y es allí donde no cabe apelar, como fundamento
de nuestro acto, a la voluntad o a la experiencia emocional correctiva.
El malestar de la cultura, en estos momentos en que el horror se ubica
en la unificación de la segregación y de la exclusión,
nos demanda intervenir en el orden de nuestra responsabilidad. Nos demanda
entrometernos para hacer saber de la presencia del inconsciente que continúa
pulsando.
A unos cincuenta y tantos años de Hiroshima, a días de las
colas periódicas en San Cayetano, el psicoanálisis no es
ni para apocalípticos ni para redentoristas. Y, si el Amo contemporáneo
nos dice de su indiferencia, eso será paradójicamente una
señal, una indicación de que escuchamos los velamientos
de lo que puede ser definido como insoportable.
* Presidente
de la Fundación Proyecto al Sur. Fragmento del texto Psicoanálisis:
¿Psicoterapias?, leído en las Jornadas Sobre
Psicoterapia del Colegio de Psicólogos de La Plata.
POSDATA
|
Pareja. La pareja y sus anudamientos. Erotismo, pasión,
poder, trauma, con Janine Puget, Julio Moreno, Martha Eksztain
y el humorista Rudy, hoy a las 21 en Billinghurst 1926. 4774-6465.
Vagancia. ¿Vagancia o locura?, ateneo
clínico con Enrique Villanustre y Horacio Serebrinsky en
Cefyp, hoy de 11.30 a 13. 4804-6394. Gratuito.
Pensamiento. Grupos de lectura sobre ¿Qué es
metafísica? de Martin Heidegger y Sobre los prejuicios de
los filósofos de Friedrich Nietzsche, con Rubén H.
Ríos. 4863-0193.
Metallica. Ateneo clínico Soñando con
Metallica, con Laura Katz en Agrupo, el 11 a las 21. Gratuito.
4951-6083.
Grupos. Recursos del psicoanálisis para coordinar
grupos, con Graciela Jasiner y David Szyniak, el 14 de 14
a 18. 4777-9782.
Lacan. El pensamiento de Jacques Lacan, conferencia
por Juan Carlos Cosaka, hoy a las 19.30 en Alsina 1835. Gratuito.
Asociación Franco-Argentina de Psiquiatría. 4371-7072.
Incorpóreo. Lo incorpóreo, por
Daniel Paola en Centro Psicoanalítico Argentino, desde el
7 a las 12. 4822-4690.
Evaluación. Tercer Congreso Iberoamericano de Evaluación
Psicológica, de la Asociación Iberoamericana de Evaluación
y Diagnóstico Psicológico, en la Universidad de Palermo.
26 y 27 de julio. 4964-4500 int. 1301.
París. Neurosis y psicosis en la clínica
lacaniana, por Bernard Nominé (París), en el
Servicio de Psicopato del Hospital Alvarez, el 6 a las 11.45. Aranguren
2701. Gratuito.
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