Por
Patricia Malanca *
Sin
techo en castellano como homeless en inglés: ¿a qué
alude el sin? Desde que, en 1997, el profesional psicólogo
se incorporó a los equipos de trabajo de calle con indigentes en
la Ciudad de Buenos Aires, llegamos a abordar las historias de los sin
techo porteños a partir de posicionarnos desde el sin.
En el primer momento, la pregunta era qué era lo que la escucha
psi podía aportar. A medida que progresábamos
en el trabajo, caímos en la cuenta de que, en las salidas a la
calle, se presentaban mecanismos ya conocidos en el consultorio, como
la resistencia del analista. La tentación, en la calle
como en el consultorio, consistía en cubrir ese sin,
cubrir esa falta.
La impronta del desamparo visual, esos cuerpos agrietados, con escoriaciones,
las escenas repetidas del deterioro psicofísico, la violencia de
la imagen nos compulsaba a responder desde nuestro deseo para ese
otro, y así aparecíamos como aquel que tendía
la mano para ofrecer el recurso. El recurso era el con:
el techo, la cama, la vestimenta adecuada, la ducha caliente, el plato
de comida, el Hogar. La crudeza de lo real descarnado, esos vientres abiertos
ante nosotros, nos capturó la mirada, y lo siniestro nos petrificó
frente a lo indecible. Ya no escuchábamos; mirábamos. El
riesgo era convertirnos en vendedores de ilusiones, al ofrecer recursos
que ni siquiera eran nuestros sino de Otro, del Estado. Pero ese Otro
era nuestro resguardo; era la posibilidad de hacer menos dolorosa esa
frustración que empezábamos a percibir; sentirnos menos
implicados ya que veníamos en nombre de algo, como emisarios de
un rey. Tener algo entre manos, la vacante en un Hogar, en nombre del
Otro, nos hacía más poderosos.
Pero la misma persona sin techo nos desmoronó esa estrategia: No,
gracias, no voy. Yo estoy bien así.
Cuando empezamos a recibir los no, se abrió un período
de frustración. Nos preguntábamos cómo alguien podía
preferir la indefensión de la vereda, la crueldad del frío
nocturno, a la panacea del techo, la comida diaria. ¿De qué
estaban hechas las paredes de estas personas? Pero más de un 50
por ciento de las personas contactadas pernoctando en calle nos habían
respondido que no, que estaban bien así.
Esa respuesta nos barró. A partir de ahí, pasamos
por un proceso interesante: ni los hogares de tránsito para indigentes
nos parecían tan buenos, ni el techo nos parecía un buen
techo. Eran, en definitiva, propuestas de Otro, que ya no nos parecía
tan bueno. Seguimos trabajando en calle pero, en cuanto escuchábamos
el obstinado e indiferente No del sin techo, volteábamos
sobre nuestros talones desairados y partíamos, sin más.
Empezábamos a identificarnos. Y, con la identificación,
la violencia; la imagen que potenciaba la escena agresiva nos violentaba.
Nos proponíamos, como imagen anticipatoria de completitud, enteros,
con techo, con recursos, frente a otra imagen anticipatoria,
desgarrada y desgarradora, que nos aterrorizaba.
En ese momento, tan interesante, apareció la queja. Ellos se quejaban
de los sistemas de los hogares: nosotros también nos quejábamos
del sistema. Si bien la queja era desde la identificación, por
lo menos había aparecido la palabra como justificación,
como argumento. Y seguíamos saliendo a la calle, volvíamos
hasta compulsivamente, pero nuestra oferta estaba cada vez más
desafectada. La mano que ofrecía el recurso se había convertido
en un puño que ofrecía el recurso pero desafectivizado.
En definitiva, si el Estado no cumplía todas sus promesas, no estaba
empeñada nuestra palabra, sino la palabra del Otro. No había
empeñe, ni empeño.
Fue una etapa de mucha producción escrita, pero esta producción
era muy especial. Nos veíamos compelidos a justificarlos/nos ante
los vecinos, las autoridades (el Otro) que reclamaban y demandaban respuestas,
soluciones.
En ese momento, empezamos a replantearnos el rol del psicólogo.
Teníamos ante nosotros a alguien que no demandaba nada; que ya
hacía rato habíadejado de demandar eso que en un principio
ofrecíamos, el techo. Entonces, nuevamente, la pregunta fue: qué
demanda esta persona; de qué está compuesta esta demanda
de la nada; de qué están hechos el techo y las paredes de
quien no tiene techo y paredes. La pregunta era pregunta por el deseo.
Esto permitió el pasaje pero doloroso al campo de la
escucha. Desde entonces, la mano que se tendía no escondía
ya algo para cubrir la frazada, la vacante en un hogar sino
que se trataba de destapar. Hubo que perder algo, el recurso, para retomar
el trabajo desde otro lugar. Tuvo que caer la mirada gozosa de la escena
terrorífica, para que se recuperara la escucha. Y la oreja escuchó,
y la mano finalmente tocó. Hay una mano que toca un cuerpo desgarrado;
se habla sobre un cuerpo desgarrado. Y desde entonces, esto fue interesante,
las personas sin techo dejaron de tener nombres de intersección
de calles, como hasta ese momento las identificábamos: ...el
que duerme en Bartolomé Mitre y Cerrito. Empezaron a recobrar
sus nombres, Carlos, Francisco, Juan; su historia.
El proceso de subjetivización significaba volver a implicarse pero
desde otro lugar; un corrimiento desde la escena mortífera de la
mirada fundacional, o un atravesamiento de esa angustia para escuchar
un más allá. Y entonces apareció la historia, más
allá de la queja y el llanto de indefensión. Habíamos
vuelto a salir a la calle; ahora sin nada que ofrecer, carenciados. Porque,
en definitiva, la mejor oferta de amor es dar, a quien no es, lo
que no se tiene.
La pregunta ya no era cómo quebrar aquel No voy a ir a un
Hogar..., sino cuál era el punto de quiebre de ese sujeto.
Cuáles eran los factores predisponentes respecto de su situación.
Historizar el sujeto, historizar la problemática.
Dolor de existir
Se hicieron los conteos oficiales de población sin techo en la
Ciudad de Buenos Aires, y se investigó sobre la problemática
en otros países.
Del abordaje de los que duermen en las calles hoy en día, una de
las dificultades es el tema del alcohol. El 70 por ciento de los sin techo
padece alcoholismo crónico en diversos grados. En algunos casos,
según sus relatos, es una conducta adquirida en la calle; en otros,
fue uno de los desencadenantes de su actual condición.
La mayoría de sus historias son fragmentadas, de desarraigos, abandono,
y lo que se impone como significativo es la imposibilidad de construir
vínculos estables, sean afectivos, laborales, sociales. No cualquiera
accede a la situación de calle; deben darse ciertas variables a
lo largo de la vida. Es cierto que el grupo más expuesto es el
de los hombres el 80 por ciento de las personas que duermen en la
calle son hombres solos, ya que las mujeres tienen mejores y más
fuertes redes sociales de subsistencia. Pero, para que el fenómeno
ocurra, es necesario que converjan los predisponentes familiares, sociales
y culturales.
Una de las características culturales del sin techo
porteño, a diferencia del posicionamiento del homeless de otros
países, es que no sólo se tapa con el diario para dormir
sino que también lo lee, se informa. Está orientado temporoespacialmente,
sabe qué pasa con el país, con la política, con la
economía, se queja, conoce el rebusque de los comedores
parroquiales que le pueden ofrecer comida, el cuento del tío
como defensa y como mecanismo de supervivencia par el mangueo,
la changa para subsistir, el alcohol como techo y frazada.
Aprendieron a zafar.
Pero sus posibilidades de elaborar proyectos se refieren al día
a día, a lo inmediato. Es interesante como lo discursivo va desde
lo macro, la situación del país, a lo
totalmente micro, la obtención de la comida, la pelea
por el zaguán de esta noche. Armar una rutina permite la supervivencia,
la búsqueda de comida, de refugio nocturno; pero es unasupervivencia
del día a día, noche a noche. En síntesis, arma una
cultura de lo macro y de lo micro, pero sabe poco de lo que le pasa a
él.
Lo interesante es cierta posición de no apropiación de la
situación que los atraviesa, y, en los casos más extremos,
el rechazo de lo que les ocurre. Existen estrategias distractivas para
evitar la apropiación de esa realidad. Las fabulaciones sobre pasados
mejores están a la orden del día; fantasearse mejores, ideales,
idílicos, o anestesiar la realidad a través del alcohol.
Casi no hay grises, es un mundo donde las cosas son en blanco y negro.
La sensación al escucharlos es un como si sintieran pena,
pero no saben por qué están tristes, ni cuál es la
pérdida que han sufrido. Es como si fueran habitados por el dolor
sin siquiera saber que algo les duele.
¿De qué dolor hablamos? El dolor de la existencia, según
Jacques Lacan, se basa en la insatisfacción del deseo. El lo nombra
dolor de existir; es el dolor de haber quedado sometido a
la determinación del significante, de la repetición, incluso
del destino. Nada más intolerable que la existencia reducida a
sí misma, a una cadena de acontecimientos que se suceden, me dominan
y me extrañan. Es allí donde flaquea mi deseo de vivir.
El sujeto que encontramos en las historias de los sin techo es un sujeto
puro dolor; puro dolor de existencia, arrojado a su destino. El deseo
se cuela por las brechas de la narrativa de esos breves circuitos rutinarios
de supervivencia, en esa queja por el tipo que me gritó desde
el colectivo, por la limosna que no alcanzó para los
puchos de esta noche, donde la vida parece que fuera también
un mandato, un puro goce del Otro, del Estado, del Gobierno, de la vida
que lo parió.
Con esa disconformidad, con esa insatisfacción, trabajamos. Desde
esa pequeña brecha, además de colar la escucha significante,
empezamos a plantearnos que no hay nada para cubrirla, y desde allí
se abre el juego de la historia.
* Psicóloga.
Coordinadora del Programa Buenos Aires Presente. Secretaría de
Promoción Social del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
DESCALABRO
ESTRUCTURAL DEL QUE NADIE SE LIBRA
El duelo reinstaura el deseo
Por Adriana
Bauab de Dreizzen *
El duelo
puede tropezar con dificultades, avatares en los tiempos lógicos
de su transcurrir. En la clínica, las manifestaciones de un duelo
patológico son diversas. Puede presentarse como una melancolía,
o sea con la fenomenología de un duelo en lo que hace al humor
triste y a la inhibición generalizada del yo, pero prolongándose
indefinida e inmutablemente en el tiempo, y caracterizándose por
no haber registro del objeto cuya pérdida instaló la pesadumbre
anímica.
Así mismo, puede manifestarse en la modalidad de los actings out
a repetición, esos sujetos que transitan por la vida cometiendo
acciones desligadas de su desear, errantes en su actuar, cometiendo equívocos
permanentes como en una comedia de enredos. Podríamos afirmar en
estos casos que el out en el acting es por fuera (out) de la posición
subjetiva.
En ocasiones la expresión de un duelo cuya elaboración se
ve imposibilitada en extremo o rechazada empuja al sujeto a un pasaje
al acto que lo arroja fuera de la escena del mundo.
Adicciones a la comida, como es el caso de la bulimia, o a comer nada,
como en la anorexia, al alcohol, a drogas o a psicofármacos hallan
frecuentemente su inicio a partir de una pérdida significativa.
También los fenómenos psicosomáticos han encontrado
en ocasiones su desencadenante en una ruptura con el objeto amado, viniendo
éste no sólo a caer como sombra que parte al yo sino también
a encarnarse en el tejido real del cuerpo.
Todas estas manifestaciones son expresiones de lo pulsional desamarrado
de los desfiladeros del significante, configurando un modo de expresión,
de satisfacción pulsional, que se distingue del síntoma
neurótico. Recordemos la definición de síntoma como
formación de compromiso, resultado de una pugna entre las instancias
psíquicas, en la que el deseo queda opacado y el sujeto representado
por el padecimiento. En estos casos, no se trata de la representación
sintomática sino de lo que se presenta exhibiéndose. El
padecer no tiene la envoltura formal del síntoma sino que se presenta
desenvuelto, cabría decir, aparece como fenómeno.
Siguiendo paso a paso los rodeos de Freud y Lacan sobre el tema, se impone
que hay tiempos de elaboración, de posicionamiento subjetivo frente
a la pérdida; tiempos que en la clínica que nos atañe
son identificables, y no son tiempos obviables, que se puedan saltear
o escatimar. Las pérdidas, ya sean temporarias o más aún
si son irremediables, son circunstancias inevitables a lo largo de la
vida. Algunas demandan, exigen efectuar algo con ellas, y requieren un
tiempo que permita atravesar esa dimensión de agujero en la existencia
e instalar allí el lugar donde reconocer y simbolizar la falta
estructural. Falta estructural que remite a la falta en ser en el sujeto,
y su recíproca, la castración del Otro.
Por eso, para cada caso particular el término duelo puede llegar
a tener diferentes connotaciones. Desde lo íntimo se podrá
pensar en relación con alguna pérdida, cómo determinó
un antes y un después en la vida y cómo se fueron atravesando
los distintos tiempos de desasimiento libidinal del objeto amado, y de
reinvestimiento y redistribución de la carga libidinal, en términos
freudianos. Luego de ese descalabro estructural, la función del
duelo, si opera, propicia el restablecimiento de enlaces y reanudamientos
para el sujeto. Función de duelo que reinscribe el lugar destinado
al objeto a en tanto falta y reinstaura el orden del deseo.
* Fragmento
del libro Los tiempos del duelo, de próxima aparición (Ed.
Homo Sapiens).
EN
LOS HOSPITALES BONAERENSES
Sin Salud Mental
Esta
decisión es un claro anacronismo; responde a aspiraciones
corporativas; tiende a la homogeneización y al control
social: estas son algunas de las críticas que el Colegio
de Psicólogos bonaerense formuló luego de que el Gobierno
de la Provincia de Buenos Aires decidió que los servicios de Salud
Mental de los hospitales provinciales pasen a llamarse Servicios
de Psiquiatría y Psicología Médica: se trata,
textualmente, de la psiquiatrización de la salud mental.
El 2 de julio, el Ministerio de Salud bonaerense dictó la Resolución
2706, que, al fijar ese cambio de denominación, se articula con
la negativa del gobierno provincial a reconocer los concursos para jefes
de servicio ganados por psicólogos, e intenta reemplazar
la concepción interdisciplinaria de los servicios de salud mental
vigente desde 1985, según denunció el Colegio de Psicólogos
de la Provincia de Buenos Aires, en un documento firmado por Mónica
García, su presidenta, y Guido Sirote, su secretario general.
Según el Colegio de Psicólogos, con esta decisión
se vuelve atrás. Es un claro anacronismo que reflota viejas concepciones
de la salud mental, respondiendo a aspiraciones corporativas y sectoriales,
en desmedro de la población y a contrapelo de la mayoría
de las jurisdicciones del país y de las recomendaciones surgidas
de diversos organismos internacionales como la misma OMSOPS.
Esta decisión del ministerio se evidencia la tendencia a
la homogeneización y al control social que sobre la salud de los
bonaerenses pretende ejercer un sector del ministerio, sumado a la ausencia
de planes, programas y acciones en salud mental que puedan aplicarse a
la promoción y a la prevención, asistencia y rehabilitación
de las personas con sufrimiento psíquico y/o trastorno mental,
afirman los psicólogos.
El Colegio de Psicólogos, considerando la salud mental como
un área de intersección entre lo biológico, lo psicológico
y lo social, exigió la inmediata derogación
de la Resolución 2706.
POSDATA
|
Violencia.
Articulaciones
jurídicoclínicas en el abordaje de la violencia
familiar, desde el 1º de agosto de 13 a 14.30 en el Hospital
Argerich. 4961-9704 de 16 a 18.
Rostro. El rostro de mi padre, con Rolando Karothy,
Mónica Morales, Carlos Repetto y Oscar González, el
14 de 9.30 a 12.30 en la EFBA, Cabrera 4422. Gratuito.
Cuerpo. Nombre propio y cuerpo, el 14 a las 10,
con Silvia Zambón, en Nemesio Alvarez 343, Moreno. Cepam,
0237-4623394.
Castoriadis. Presentación del libro Figuras de lo
pensable, de Cornelius Castoriadis, con José Milmaniene,
Roberto Raschella y Jacques Algasi, el 20 a las 20.30 en Centro
Psicoanalítico Argentino, J.E. Uriburu 1345. Gratuito.
Cárteles. Jornadas de Cárteles de la Escuela
Freudiana de la Argentina, el 13 a las 19.30 y el 14 a las 10. Gratuito.
4961-7908.
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Mail
de estas páginas: [email protected]
. Fax: 4334-2330.
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