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REBELIONES, ASESINATOS, DESAPARICIONES, MENTIRAS, HEROISMO
Respuestas para la pregunta del rey Agamenón

En un ejercicio de memoria que conjuga experiencias profesionales, personales y políticas, una psicoanalista y militante por los derechos humanos recorre varias décadas de historia latinoamericana para, casi sin nombrarlos, hablar de los chicos que, hoy en la Argentina, reciben entrenamiento policial.

Por Laura Bonaparte *

Tuve la suerte de participar durante diez años, diariamente, en la enseñanza de Mauricio Goldemberg y Valentín Baremblit. En esa experiencia, impagable, trabajé con pacientes que pertenecían a las villas aledañas al Policlínico de Lanús, villas cuya población en aquel momento era de unas 500 mil personas. También participé en la construcción del proyecto de Goldemberg, que resumía, en un acto, la ética en salud mental: “Los padecientes psiquiátricos tienen derecho a ser atendidos en hospitales generales”. Oponíamos este credo a todas las otras prácticas en salud mental en boga: la escuela inglesa, la italiana, la francesa. Es cierto que, en la práctica con niños, Françoise Dolto, en Francia, fue precursora en esta manera de enfocar las dolencias psíquicas.
También la enseñanza de Jacques Lacan entró en el servicio, en especial por el mandato de aprender a escuchar. La mayoría de nosotros no manejábamos en aquella época, a fines de los ‘60, la teoría de Lacan, pero algo, por lo menos a mí, me quedó grabado: cuando el paciente no hablaba, probablemente se estaba produciendo un cortocircuito en el terapeuta.
Las profesionales en trabajo social que trabajaban con nosotros tuvieron mucha importancia: por su técnica diferente en las entrevistas, en las visitas a las casas–ranchos; por su observación profesional, diferente de la nuestra; también el conocimiento aportado por las enfermeras, en sus informes de guardia, ayudaban a nuestro trabajo. Es increíble cuánto se puede aprender trabajando en colaboración igualitaria con personas entrenadas en otras disciplinas.
Luego, el desastre. Y es mi experiencia que, por prudencia o por temor, el psicoanálisis dejó de ser lo que era. Sigmund Freud era perseguido, en sus libros, como si estuviera vivo y en la Alemania nazi. Lacan, con su lenguaje hermético, pudo imponerse entonces. Era muy difícil trabajar seriamente en psicoanálisis bajo la persecución, y ésta fue mi impresión al volver a Buenos Aires después de diez años de exilio.
Treinta mil desaparecidos es demasiado para la sociedad. Este hecho político atroz es también demasiado para el psicoanálisis. Si era imposible trabajar el duelo individual, ¿cómo trabajar el social?
Habíamos protestado contra los militares, pero no teníamos conocimiento ni podíamos creer que durante esos años, en nuestro país, se estaba incubando una campaña terrorífica desde el poder. La creación del modelo del “desaparecido” quiebra todas las barreras de la comprensión, quiebra el entendimiento. Y la ausencia de justicia licua los lazos solidarios. Comenzaron a leerse con avidez los escritos sociales de Freud, que habían sido menospreciados.
Hice por mi parte un intento de análisis, pero la psicoanalista me quería convencer de que mis hijos estaban muertos. No podía hacerle entender que estaban desaparecidos, no muertos. Tuve que dejar el análisis, no porque fuera una mala persona sino porque no nos entendíamos. En Nicaragua, después del triunfo sandinista, nos pidieron a cuatro psicoanalistas, tres argentinas y una mexicana, que analizáramos e hiciéramos un diagnóstico a partir de tests que se les había tomado a niños torturadores. Estos niños eran hijos de campesinos muy pobres, que recogía el ejército con el pretexto de darles educación, comida y ropa. He recordado especialmente este caso a raíz de la reciente noticia sobre entrenamiento de niños por fuerzas de seguridad en la provincia de Jujuy.
Un ejemplo entre muchos otros: esos niños fueron entrenados para vaciar con cucharitas los ojos de los prisioneros; para introducir en vaginas y anos elementos eléctricos y para todo tipo de vejámenes sexuales. Tenían entre 13 y 16 años.
Está probado –lo comprobaron en Estados Unidos con los veteranos de tropas de élite en la guerra de Vietnam– que los genocidas están fuera de toda posibilidad de tratamiento y curación: han enfermado para siempre, no pueden dejar de matar. Las tropas de Somoza se apropiaban de chicos con el mismo pretexto que se utiliza en Jujuy: educarlos. Después, cuando triunfó la revolución sandinista, se encontró con el problema de qué hacer con esos chicos. Sus declaraciones eran terribles: les habían enseñado a sacarles, con cucharitas de café, los ojos a los prisioneros.
Las familias de esos chicos pidieron ayuda. Todos eran menores de edad: el mayor tenía 16 años recién cumplidos y el más chico 13. Habían entrado de muy chicos y habían pasado tres años en la rutina de la tortura.
La tortura no sólo es un crimen sobre el torturado sino que también implica el destrozamiento interno del torturador. El tipo que tortura no servirá ya nunca para nada más.
En los tests, los chicos hacían dibujos espeluznantes. Los detalles, las rigideces, las miradas, la deformidad de las bocas. En un momento dado, una colega y yo no pudimos más y salimos a vomitar. No veíamos sólo los dibujos sino lo que significaban. Un chico había dibujado una mujer en una especie de camilla de tortura con las piernas abiertas y los genitales perfectamente dibujados, como si hubieran sido calcados de un libro de ginecología. La psicóloga que había tomado el test le preguntó por el dibujo: “Es una señora”, contestó el chico. “¿Qué creés que siente?”. “Y, está mostrando todo lo que ella tiene.” “¿Y por qué está allí?”, le preguntó la psicóloga. “Porque se portó mal. Y se quitó la ropa porque se portó mal.” No había conciencia de crueldad. No había conciencia del mal, o el mal estaba puesto en los otros. Ellos habían hecho lo que tenían que hacer, lo que les enseñaban sus maestros, ellos se habían portado bien.
Nosotras teníamos que diagnosticar e informar. Pero había un problema. Si escribíamos la verdad, los chicos iban a ser atendidos, por supuesto que sin ningún buen pronóstico, en Nicaragua. Pero había otra posibilidad: que fuesen recibidos en Estados Unidos, que el Estado norteamericano se hiciera cargo de ellos: esto le quitaba el problema de encima al gobierno nicaragüense. Sólo que, para que Estados Unidos los aceptara, era necesario que nuestros informes se suavizaran: era necesario mentir.
El equipo terminó produciendo dos informes distintos. La psicoanalista mexicana y yo firmamos uno que, a nuestro juicio, decía la verdad. Las otras dos firmaron el informe “suavizado” gracias al cual los chicos fueron enviados a Estados Unidos. No sé qué habrá sido de ellos; me imagino que terminaron como guardias penitenciarios en ese país, donde son tantas las cárceles y los presos.
Este es el momento de hablar del odio. Como todo el mundo sabe, el odio conduce a un sentimiento devastador, el de la venganza. El odio y el sentimiento de venganza son alimentados por la falta de justicia, y debe ser por eso que el Antiguo Testamento repite dos veces seguidas: “Justicia, Justicia, perseguirás”.
Un paradigma puede encontrarse en una tragedia griega, Hécuba, de Eurípides. A diferencia de otras, esta tragedia no suele ser mencionada por los psicoanalistas.
Hécuba, reina de Troya, había sido derrotada por el rey griego Agamenón. Todos sus hijos menos uno habían muerto defendiendo su ciudad. Al más chico, ella lo había entregado, junto con el tesoro de Troya, al rey tracio Poliméstor, para que lo educara e hiciera de él un digno rey para el futuro. Pero Poliméstor mató al niño para quedarse con la fortuna.
Respecto de los demás hijos, que habían muerto en combate defendiendo a la patria, el duelo de Hécuba había sido posible, pero no así con el pequeño. Hécuba tramó su venganza contra el asesino de su hijo. Tal es la crueldad de esa venganza, que sólo una madre puede imaginarla.
Mediante engaños, y con permiso de Agamenón, atrae al rey tracio, con sus propios hijos, a la carpa de las esclavas. Hay un diálogo entre Hécuba y Agamenón muy interesante, parece tomado de algún texto feminista contemporáneo. Agamenón le pregunta qué podrán hacer las mujeres solas, no hay hombres en esa carpa, y Hécuba le contesta: “Peligrosa es la masa si lucha con astucia”. Las mujeres, luego de atraer a Poliméstor, con caricias, a un lecho, lo inmovilizan y, ante su vista, degüellan a sus hijos. Después le pinchan los ojos con las agujas que sostenían sus cabellos, para que la última imagen que el padre conserve mientras viva sea la del degollamiento de sus hijos.
Hombres o mujeres pueden asesinar niños: pero la condena al recuerdo de esa atroz imagen, eso solamente puede hacerlo una madre que venga el asesinato de su hijo.
El rey Agamenón deja sin castigo a Hécuba. Sólo los dioses pueden castigarla. Y los dioses la convierten en una perra con ojos de fuego, con mirada de fuego.
Y esto somos las mujeres a quienes los genocidas nos han hecho desaparecer los cuerpos y, probablemente, también las vidas de nuestros hijos e hijas.
Desaparecida la justicia, el Estado anula la posibilidad de establecerse como terceridad que discrimina y decide en la sociedad. Donde no hay cuerpo, el duelo es imposible. Y sin embargo, como escribió Susana Toté, “en definitiva, la principal fuente de terror en cada uno es el propio cuerpo. Habeas corpus: ‘Tengas el cuerpo, es la ficción jurídica que da lugar a un primer emplazamiento del cuerpo’” (“Psicoanálisis de los derechos de las personas”). Los desaparecidos no tienen cuerpo.
La hembra, también la humana, pone lo real en lo real. Eso es el parir. Ahora, si una mujer ha parido y sus hijos, de pronto, desaparecen, ¿qué es esa mujer? ¿Cómo se la llama? ¿Cómo se la llama si no tiene quien la nombre como madre?
¿Cómo hablar de duelos, tratándose de cuerpos marcados por una interrupción inexplicable para la cual sólo hay una palabra oficial: “desaparecidos”?

*Psicoanalista. Integrante de Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora.

 


 

OTRA PERSPECTIVA SOBRE EL ANALISIS DE UN SUEÑO
El pene es la pena por no saber

Por José L. Slimobich*

En esta sección de Página/12 del 9 de agosto, el psicoanalista Sergio Rodríguez expuso un sueño de un analizante. Sobre el fondo de la fantasía sexual, en un viaje al mar, su mujer lo rechaza. El duerme y sueña: “...Estaba en un lugar donde el mar entraba y salía, tenía altas arcadas. En la escena siguiente hacía una larga cola, había mucha gente, estaba mi señora. Yo no me apuraba y la hacía hasta el final”.
La interpretación que brinda Sergio Rodríguez toma su apoyatura en el término “mar”, que se transforma en el anagrama de “arma” y de “amar”. Se trata de lograr algo: un deseo mortífero. El pene como “arma”. La interpretación es: “Está claro, usted se dio vuelta y se puso a dormir, pero en el sueño usted hizo tragar su arma hasta las arcadas, le hizo la cola hasta el final y recién ahí se quedó tranquilo”. El analizante ríe e interroga: “Lo único que no sé es de dónde saca ‘arma’”. “De ‘mar’, le dije.”
¿Por qué es actual este tema, y por qué merece ser debatido?
* El psicoanálisis no tiene por función armonizar a los sexos. El discurso analítico interroga ese “deseo mortífero” al que alude Sergio Rodríguez. El descubrimiento fundamental de Freud es el interrogar por el mal y sus efectos en el hombre. El más allá del principio del placer, donde se introduce la destrucción y lo esquivo, se sitúa de una forma muda. Se escribe en la palabra. Es una escritura que habla, de ese modo la podemos captar. Y es esa función de escritura la que nos sitúa frente al drama humano.
* Este drama es la dimensión irreductible, originaria que el lenguaje introduce en el ser vivo con sus efectos, mezcla de creación y horror: a) Nunca seré yo como unidad, algo en el que habla escapa de sí. b) Me debo a mi semejante, sobre cuya imagen me he constituido. Con él, no soy. Sin él, no soy. Se fundamenta así la agresividad, por la dependencia radical en el Otro. c) El bien, entonces, mi bien, es privar de los bienes al semejante. Esto es real, invisible, ahistórico. Esto se escribe y se lee en el habla, es la ética del psicoanálisis.
* Nada de ese real puede ser captado, fuera de la relación de transferencia. El analista encarna el objeto de ese “deseo mortífero”, lo “muestra”.
Veamos otra interpretación por lo real, a la letra, vía la transferencia y el cursor de lectura que es la ética: es un sueño de saber, sabe dónde está. Y alude al saber cuando pregunta: “¿De dónde la saca?”.
Así se sitúa: a) la relación del sujeto con el saber; b) que el sujeto habla solo consigo mismo (lugar del sujeto, tal como lo muestra Lacan); c) que nada tiene que ver con su mujer. Es un “amor” perdido y lejano. Y su “pene” es la “pena” que elabora en el sueño.
Es la solución, brindada por el sueño: “La pena por no tener ni idea de qué quiere una mujer”. Saber es un sueño.
Esta interpretación no hace reír, no agrada ni al analizante, ni al analista, ni al lector. Y menos al que esto escribe.
Pues es preferible el olvido del ser, que el desgarramiento que produce la ética trágica del psicoanálisis.
El real es otro: el saber es impotente. No se trata de saber. Se trata de hacer con lo que no se sabe.
Lo real tiene estatuto de imposible, vuelve siempre al mismo sitio, no apuesta a la verdad, la hace variable y muestra su estructura de ficción.
Debemos interrogar por qué la ciencia y el bien no transforman al ser que habla de su anclaje, temible, en la destrucción y el asesinato. Nunca se construye el vínculo social con lo que se tiene sino con lo que falta.

* Psicoanalista. Autor del libro El leer en el habla, GEA, Buenos Aires.

 

 
POSDATA

Acompañamiento. II Congreso Nacional de Acompañamiento Terapéutico: 7 y 8 de septiembre en la Facultad de Psicología de la Universidad de Córdoba. (011) 4866-4975; (0351) 422-7164.
Internet. “El amor en tiempos de Internet. Subjetividades enredadas”, con Norberto Inda, Denise Najmanovich e Irene Fridman, esta noche en Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. 4345-7422/7359.
Kierkegaard. Seminario “Kierkegaard. Temor y temblor”, por Héctor Fenoglio y Oscar Cuervo, desde el 7 de 19 a 21. 4362-9154.
Política. “La política que viene”, con Ester Cohen, Floreal Ferrara, Cintia Ini, Rubén Espinosa, Raúl Cerdeiras, Nora Trosman, Diego Zerba, María Massa, Dulce Suaya, Manuel Barcia, Alejandro Suero, Jacques Algasi, Luis Guisandez, Claudio Lozano y Juan B. Ritvo, el 18 de septiembre a las 19.45 en la Facultad de Psicología, Independencia 3065. Auspician: Moves, Centro de Estudiantes de Psicología, Secretaría de Extensión y Solidaridad Popular, Centro Psicoanalítico Argentino. Gratuito.
Arte. “El psicoanálisis en sus relaciones con el arte”, por Claudio Boyé, en Centro Psicoanalítico Argentino, desde hoy a las 18.30. Gratuito. J.E. Uriburu 1345, 1º. 4823-4941.
Psicodrama. Seminario–taller de iniciación en psicodrama y coordinación grupal, con Silvia Schverdfinger y Daniel Vega en el Centro de Psicodrama coordinado por Tato Pavlovsky. 4962-4583.
Psicosis. “Sujeto en la psicosis. De la psiquiatría al psicoanálisis. Su fenomenología”, con Marcelo Ordóñez y Liliana Goldin, el 3 de septiembre de 17.45 a 20 en Ricardo Gutiérrez 1212, Olivos.

Lacan. “Esquemas freudianos que Lacan utiliza”, el 2 de septiembre, con Marta Toppelberg, para residentes en el interior. (5411) 4962-6905.
Encore. Curso para leer el Seminario XX “Encore” de J. Lacan. “El goce, la letra y las fórmulas de la sexuación”, con Diana Voronovsky, desde el 4 de septiembre de 13 a 14.30, quincenal, en Mayéutica. 5811-1747.
Inicios. Seminario breve “Inicios de análisis”, con David Laznic, hoy a las 20 en Centro Dos. 4961-8072.
Pánico. “La angustia y el ataque de pánico”, con Mauricio Szuster, el 4 de septiembre a las 18.30; “Identificaciones”, con Marcelo Barros, a las 20.30. Centro Dos, 4961-2197.
Sueños. “Un sueño que ilustra cómo se producen los síntomas analíticos”, por M. Cristina Solivella de Pérez, hoy de 19 a 21. Gratuito. Discurso Freudiano, 4772-8997.
Joven. “Tratamiento individual y familiar de un joven”, ateneo clínico en Cisam, con Fabio Tula, Perla Vario, Laureano Araujo, Ricardo Gaspari y Graciela Bernztein, mañana de 18 a 20. Gratuito. 4981-1566.
Cómo. “Cómo y qué cura el psicoanálisis”, curso sobre clínica actual con David Szyniak, Esteban Levin, Carlos Fraiman, Liliana Lamovsky y Graciela Jasiner en Alef. 4777-9782.
Diagnóstico. “Diagnóstico diferencial en la temprana infancia”, el 8 de septiembre de 9 a 15. Fundaih, 4827-0980.
Amorosa. “Psicopatología de la vida amorosa”, curso por M. Barros, A. Eidelberg, G. López y J. Ventoso en Librería Hernández desde el 6 de septiembre. 4925-1131.

 

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