Por
Germán García*
En
cuanto a nosotros, corrompidos por Hollywood, el paisaje y las imágenes
de las torres derrumbándose no hicieron sino recordarnos las escenas
más pavorosas de las grandes producciones del cine catástrofe,
escribe Slavoj Zizek. Luego subraya: Estados Unidos obtuvo de alguna
forma aquello con lo que fantaseaba, y ésta fue la mayor sorpresa.
Los prejuicios teóricos que se juntan en estas dos frases son varios:
a) la fantasía que anticipa y, de alguna forma, provoca
el acontecimiento; b) el cine como proyección de la
sociedad (de la manera en que Engels pensaba las jerarquías celestes
como proyección de las terrestres); c) el supuesto retaliativo
que realiza una justicia inmanente. Cada rasgo atribuido al Otro
está siempre presente en el corazón mismo de Estados Unidos.
Hegel, lo Unheimlich (ominoso) de Freud, el mal como goce éxtimo
de Jacques Lacan, la autoridad de un Derrida que dice: Mi compasión
incondicional por las víctimas del 11 de septiembre no me impide
decir en voz alta: respecto de este crimen, no creo que nadie sea políticamente
inocente. Decir se puede decir, en especial si en ese momento se
está recibiendo el premio Theodor Adorno.
Por mi parte, no menos corrompido por Hollywood que cualquiera, me atravesó
la desolación de alguien que desde una ventana agitaba una prenda
pidiendo ayuda, instantes antes del derrumbe. Era Josef K. al final, era
el grito de Munsch que Jacques Lacan llamó el silencio, era la
soledad absoluta de cada uno frente a la muerte, aun acompañada
de miles de otras muertes. Sin transitividad imaginaria, ni ataque simbólico
(creo que fue Eric Laurent quien llamó la atención sobre
el hecho de que el ataque no se hizo de noche para derrumbar las torres
sino en una hora donde además estaban los miles que murieron).
Los que, como Zizek, explican por la dialéctica (Hegel
la complicó tanto que cada uno la simplifica como puede) dejan
pasar la asimetría que existe entre el victimario y la víctima,
al punto de que es lo mismo ser uno que la otra: Hoy, desde otra
unicidad escribe J.P. Feinmann, desde otro Uno que es, simultáneamente,
lo Otro de Occidente, se agrede con una eficacia devastadora lo Uno occidental.
A su vez, Occidente se prepara para arrasar con lo Uno islámico.
Un apocalíptico juego especular en que lo Otro de Occidente acabe,
tal vez, realzando la destructividad esencial del tecnocapitalismo y exhibiendo,
en ese gesto, que es en verdad la cara oculta de Occidente, su pesadilla
secreta, su inconsciente más temido, ya que si llevamos al
terreno de la filosofía política una fórmula de Jacques
Lacan: el inconsciente es el discurso del Otro podríamos
sugerir que el discurso devastador del fundamentalismo islámico
es el inconsciente del neocapitalismo, y viceversa. No es casual, entonces,
que el planeta se encuentre al borde de la destrucción.
Zizek se publicó en la revista El Amante (cine), Buenos Aires,
octubre de 2001, Nº 115; J.P. Feinmann en la misma ciudad en Radar,
suplemento del diario Página/12 (7/10/01). Pero muchas opiniones
publicadas en Madrid, en Roma o París, siguen esta lógica
del juego especular.
Maxime Rodinson en La fascination de lIslam (Maspero, París,
1980) escribe: Las doctrinas parecen siempre, vistas desde fuera,
lo que ellas pretenden ser para sus fieles: lo esencial. Pero lo
esencial está en estas muertes inesperadas, en esas soledades que
en un solo hombre que nunca identificaremos, evocó al menos en
uno tanto a Josep K., como al silencio de Munsch.
El genio de las religiones
Lo esencial no está en las doctrinas sino en lo que se le puede
hacer decir a cualquiera de ellas en un momento preciso. También
por aquíaparecieron citas de la Biblia, incluso con variantes que
se ajustaban a la ocasión.
En el año 1992, Harold Bloom publicó The American Religion.
The Emergence of the Post-Christian Nation (Simon & Schuster, Nueva
York).
La tesis es provocadora, la información es detallada: Sostengo
en este libro que mientras que el judaísmo y el cristianismo tradicional
no son religiones bíblicas (a pesar de todas sus aseveraciones),
la religión estadounidense es en verdad bíblica, aunque
su Biblia pueda estar limitada principalmente a San Pablo (en el caso
de los bautistas del Sur) o bien puede ser un conjunto estadounidense
de sustitutos de las Escrituras (como en el caso de los mormones, los
Adventistas del Séptimo Día y la Ciencia Cristiana, entre
otros).
Harold Bloom trata de mostrar el peso del gnosticismo en el protestantismo,
al igual que el cristianismo comenzó como una herejía judía,
así como el Islam surgió como un tipo de movimiento judeocristiano
de restauración: el intento de Mahoma por volver a lo que él
consideraba la fe de Abraham y del hijo de Abraham, Ismael, antepasado
tradicional de los árabes.
La política saca con facilidad al genio de la religión de
la divina botella donde duerme su sueño de eternidad, pero resulta
difícil que sepa como ponerlo nuevamente allí. Maxime Rodinson,
a quien citamos al comienzo, hablando del siglo XI, escribe: A menudo
se olvida que hubo otro impulso importante que contribuyó al conocimiento
del mundo musulmán. Se trata de la motivación económica,
de la búsqueda del provecho comercial. El mundo musulmán
era también un dominio económico, e incluso de una importancia
primordial para gran número de mercados europeos. Los occidentales
comercian primero con el Oriente musulmán a través de intermediarios
extranjeros: griegos y sirios, o semiextranjeros: los judíos. Pero,
a partir del siglo VIII, este tráfico pasa parcialmente a manos
de ciudades italianas bajo dominio bizantino: Venecia, Nápoles,
Gaeta, Amalfi, que poco a poco se fueron independizando.
Reducir la complejidad del intercambio de estos capitales morales
dispuestos para la ocasión a un enfrentamiento binario entre términos
dialécticos sólo puede servir para calmar la
angustia frente a lo imprevisto: Y puesto que la religión
estadounidense fue sincrética desde el principio, puede establecerse
en casi cualquier forma externa disponible. De todas las extrañas
sectas nativas de los Estados Unidos sólo cinco se han convertido
en hilos indelebles de la religión estadounidense: los mormones,
la Ciencia Cristiana, los Adventistas del Séptimo Día, los
Testigos de Jehová y los pentecostales.
La separación entre la religión y el Estado, más
la multiplicidad de sectas, evita la unificación teocrática:
cada uno se incluye en un subconjunto de ese gnosticismo difuso
y colectivo, y practica a su manera el orfismo y el milenarismo que no
promete la eternidad sino la felicidad: La religión estadounidense
es, en muchos aspectos, una continuación hacia los siglos XIX y
XX de lo que se denominó Entusiasmo en Europa, sobre todo durante
los siglos XVII y XVIII, cuando existía la tendencia a usar este
término con una carga de desaprobación. (...) La gran época
del Entusiasmo fue el siglo XVII: George Fox y los cuáqueros, Pascal
y los jansenistas católicos en Francia y los quietistas místicos
franceses de principios del siglo XVIII, guiados por Madame Guyon y Fénelon.
Pero ninguno de ellos, ni siquiera Fox, fue precursor de la religión
estadounidense. Esa distinción pertenece más bien a John
Wesley, quien recibió una experiencia suprema de conversión
el 24 de mayo de 1738. La conversión es la experiencia fundamental
de lo que llegaría a ser la religión estadounidense....
La ausencia de doctrina, por la conversión, se convierte en doctrina
de la experiencia: el despertar de cada uno. Volviendo al Islam, el citado
Maxime Rodinson advierte: Como han puesto de relieve varios autores,
resulta chocante constatar la gran semejanza entre la actitud del mundo
cristiano frente al mundo musulmán en tanto que estructura político-ideológica
y la del mundo capitalista occidental de hoy día frente al mundo
comunista. Desde el punto de vista estructural, las analogías son
evidentes. En ambos casos, dos sistemas agrupan, cada uno, Estados divididos
y rivales; pero, unidos por la ideología, se enfrentan.
La falta de responsabilidad política que implica sacar, por la
función performativa del lenguaje, al genio de la religión
del sueño de eternidad, es invitarla en cualquiera de sus
versiones a que despierte en cada uno la serpiente dormida de la
gloria, esa que desprecia el gusto por la vida y encuentra en la muerte
la razón de la existencia (véase Enrique V, W. Shakespeare).
El enemigo invisible
En 1976, Michel Foucault dictó en el Collége de France unas
clases que se publicaron bajo el título Defender la sociedad. La
guerra le sirve para diferenciar las relaciones de poder, que define en
dos formas: el disciplinario que se aplica sobre el cuerpo mediante la
vigilancia y la punición, y el que llamará biopoder, que
se ejerce sobre las poblaciones y los seres vivientes en general.
Lo que Clausewitz llamaba capital moral (digamos, los valores
que comparten los miembros de una comunidad) tiene un sustrato evidente
en los discursos religiosos, pero el problema empieza cuando se lo invierte
en la guerra. Pero esta guerra no es religiosa, más bien se basa
en una biopolítica que cuenta con una tecnología surgida
de las ciencias más actuales. La guerra biológica, el
lado oscuro de la revolución genética para Jeremy
Rifkin, supone una biotecnología que posibilita usar organismos
vivos para fines militares (lo que cambia la soberanía
del Estado, capaz de proteger y de dar muerte). Las fronteras se esfuman
cuando se trata de armas que contienen virus, bacterias, hongos, rickettsias
y protozoos: Los agentes biológicos pueden mutarse, reproducirse,
multiplicarse y propagarse por un extenso terreno geográfico, y
se transmiten a través del viento, el agua, los insectos, animales
y seres humanos. Una vez liberados, muchos agentes biológicos patógenos
son capaces de desarrollar nichos viables y mantenerse infinitamente en
el medio.
El enemigo invisible es ahora visible, las religiones podrán ser
usadas para fines políticos, pero ninguna detendrá el poder
de la ciencia, cuando ella produce una tecnología que realiza
el saber más allá de sus agentes. Sólo esto, decía
Jacques Lacan, basta para que se piense en un sujeto de la ciencia. Los
científicos tampoco saben lo que hacen. Pero no por eso dejarán
de hacerlo, más bien parece que la ignorancia sobre las consecuencias
de lo que hacen los impulsa a seguir. Sapere aude. El debate de las luces
continúa, ahora de manera diferente.
* Escuela de la Orientación Lacaniana. Centro Descartes.
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