Por
Liliana Kaufmann*
Las instituciones educativas funcionan legitimando modelos,
de los que, lamentablemente, muchas veces lo diferente queda excluido.
Como excluido se sintió Hugo, un niño de 7 años que
cursaba segundo grado de recuperación en una escuela
común. Según el padre, la maestra había
dicho que, como molestaba y tardaba en terminar de copiar del pizarrón,
no había podido pasar de grado y así quedó otra vez
en segundo de recuperación. La maestra pensaba que
algún día lo iban a pasar con los de común.
Silvia de recuperación era el nombre que había
que invocar para comunicarse con la maestra. Me dijo: No sabemos
dónde ponerlo, porque para pasar a segundo común no está
preparado y para primero común tampoco porque ya sabe leer y escribir.
No sabemos que hacer, porque el año que viene se termina lo de
recuperación en esta escuela.
El niño dice: No tengo amigos porque los de común
me dicen que soy un tonto. Yo les digo que aprendo más despacio
pero que sé jugar al tinenti y a las bolitas como ellos..., pero
igual se ríen de mí. ¿No es cierto que no soy tonto?.
La cualidad de los héroes, en la escuela de Hugo, pareciera ser
poder terminar de copiar del pizarrón y responder adecuadamente
y en el momento oportuno a lo que se espera de ellos. Esto los coloca
como exitosos, hábiles, inteligentes
y productivos en la escala de valores.
Esta escala de valores, que responde a ciertas concepciones básicas
acerca de la educación, la escuela y el aprendizaje, y que predomina
en algunos sectores de la sociedad, hace que los niños con necesidades
educativas especiales adhieran muchas veces su identidad a aquello que
se les presenta como única posibilidad de ser. Ser recuperables
o no; ser común o ser especial, ser diferentes.
Pero la historia parece querer modificarse ante al cambio de paradigmas
en relación con la diversidad. La integración educativa,
en los últimos años, surge con más fuerza como la
posibilidad concreta de los alumnos con necesidades educativas especiales
de acceder al currículum en una escuela común según
su desarrollo y ritmo de aprendizaje.
Esto es un derecho, no un privilegio, y debe formar parte de la estrategia
global de educación de calidad para todos.
Los cambios legales para favorecer la integración educativa han
supuesto un respaldo importante a esta línea de actuación.
Sin embargo, la nueva normativa jurídica no produce directa ni
necesariamente modificaciones relevantes en la práctica docente.
La inclusión alude a un proceso de aprendizaje institucional que
se desarrolla a través del tiempo y en el que intervienen múltiples
factores.
Trabajar aspectos relevantes de la cultura institucional que compromete
a toda la comunidad educativa, identificar las necesidades de un amplio
abanico de alumnos, proporcionar contextos de aprendizajes diferenciados,
evaluar el aprendizaje diferenciado, hacer que la diversidad y la diferencia
sean bien acogidas en el aula, gestionar un currículum que tenga
en cuenta las necesidades y las habilidades de los niños, son algunas
de las implicaciones que subyacen al concepto de atención a la
diversidad en la escuela primaria.
Este año, visité algunas escuelas de la ciudad de Palma
de Mallorca, España, en las que se lleva a cabo un programa de
integración desde el Centro Específico Para Niños
Autistas Kaspar Hauser que pertenece a la Asociación
de Niños Autistas de Baleares y dirige la Lic M. Isabel Morueco.
El modelo educativo que implementan para la integración escolar
era el del Aula Específica. Proporciona a los niños
con necesidades educativas especiales un ámbito de enseñanza
personalizada dentro de la escuela ordinaria y la posibilidad de integrarse
por áreas de acuerdo con sus intereses y capacidades en los demás
grados de la escuela. Además del desarrollo de sus destrezas cognitivas,
y de las diferentes posibilidades de interaccionar socialmente que este
modelo educativo les ofrece, es destacable la sensación de bienestar
emocional que los niños transmiten cuando comparten actividades
con el resto de la escuela.
También pude observar la actitud de los demás niños
de la escuela hacia ellos: les brindan ayuda, los incluyen en los juegos,
les enseñan las reglas de alguna actividad cuando así lo
necesitan, y también se pelean con ellos como con cualquier otro
chico. Todas esas eran actitudes espontáneas, que se daban en mayor
o menor medida según la circunstancia. Y cada uno de esos chicos,
a pesar de que no todas las actividades pudiera comprenderlas o realizarlas,
era uno más en el conjunto de la escuela.
Plantearse una experiencia de integración es una oportunidad para
que toda la comunidad educativa se forme en los derechos por el respeto
de sus semejantes.
* Licenciada en psicopedagogía. Integrante del Equipo Interdisciplinario
para Patologías Severas de la Infancia en la Liga Argentina Israelita
contra la Tuberculosis. Asesora pedagógica del Instituto Superior
de Enseñanza en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández.
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