Por
Pablo Fuentes * y Mónica Veli **
Hay
pacientes que dan consistencia al peso de su historia, haciendo de ello
una novela que obtura toda posibilidad de implicación subjetiva.
Es el caso de quienes llegan a la consulta con la certeza de que su historia,
tal como la narran, explica sus desdichas del presente. Les es difícil
la entrada en análisis porque no aparecen dudas o interrogantes;
no hay vacilaciones en esa historia tan cristalizada. Su presente se explica
de manera excesiva por su pasado y lo que narran, en rigor, no es historia
sino mito: ya que el relato mítico es sin fisuras, sin enigmas,
mientras que la narración de la historia está llena de enigmas
y ambigüedades.
Si bien la realidad es siempre fantasmática, ocurre a veces que
la función de barrera que cumple el fantasma, frente aquello de
lo que la angustia es señal, aumenta su espesor y cobra valor de
obstáculo en la dirección de la cura. El papel orientador
que la angustia tiene para el analista se ve limitado al verse coartada
su aparición, y resulta complicado encontrar una forma de intervención
eficaz. Sólo hay un mínimo de malestar que se mantiene estable
y que alcanza para que el sujeto haga una consulta pero no permite ir
mucho más allá.
La novela, a diferencia del relato mítico que la comunidad
se cuenta a sí misma, constituye una estructura dialógica:
El sujeto de la narración, por el acto mismo de la narración,
se dirige a otro, y es respecto a ese otro que la narración se
estructura (Julia Kristeva, El texto de la novela). El autor de
la novela (sujeto de la enunciación) queda mediatizado por otra
figura, el personaje o héroe (sujeto del enunciado).
Esta estructura dialógica permite la instalación de la pausa
discursiva necesaria para una distancia entre el autor y su relato, esto
es, la construcción de la figura del narrador: alguien que cuenta
la historia, un yo que desde un lugar imaginario anude las
peripecias del héroe por medio de una identificación fantasmática
con ese mismo protagonista y, a la vez, instaure una distancia (el narrador
como personaje ausente de su relato) que permita la mutación de
las cualidades míticas del héroe.
Se puede establecer, por principio, que todo texto novelesco reproduce
un fantasma donde puede leerse el deseo, dado que, como plantea Marthe
Robert: (...) en lugar de reproducir un fantasma en bruto según
las reglas establecidas por un código artístico preciso
(la novela) imita a un fantasma, novelesco de entrada, un esbozo de relato
que no es sólo el inagotable depósito de sus futuras historias,
sino también la única convención cuyos límites
acepta (Novela de los orígenes, orígenes de
la novela, Ed. Taurus, España, 1973). Esta reproducción
implica que, en toda novela, los contenidos son míticos porque
remiten a la ficción originaria.
La novela (literaria, familiar) se presenta, por ese mismo carácter
de sumisión al fantasma originario, como la realidad misma y no
como una representación de la realidad. Queda así instalado
un juego paradójico entre lo verdadero y lo falso. El despliegue
de la ficción originaria (y sus diferentes reproducciones) como
proyección fabuladora de lo imaginario supone un proyecto de actuar
sobre la realidad para modificarla. Aquí se instala la otra cara
del juego de verdad-falsedad que es el par de lo mismo y lo diferente;
se trata de recrear otra vida a partir de lo mismo.
Sigmund Freud se ocupa en diversos textos de lo que llamó actividad
fantaseadora y la ubica alrededor de dos ejes fundamentales: el
deseo y la pulsión, calificándola en reiteradas oportunidades
de mítica y novelada. Esta actividad, que
incluye siempre una pregunta acerca del origen, participa en la constitución
de la respuesta fantasmática del sujeto frente al deseo del Otro
y en la formación de síntomas.
En La novela familiar de los neuróticos (1908-1909),
Freud describe una actividad fantaseadora del niño que, en la prepubertad,
se apodera deltema de las relaciones familiares. En estas fantasías
noveladas suele incluirse una idea de sustitución de ambos padres
o de uno de ellos por otros, habitualmente personas más grandiosas
y nobles. Freud observa que esta sustitución, más
que eliminar al padre lo enaltece, ya que la figura que lo sustituye aparece
dotada de rasgos provenientes del verdadero. La novela familiar viene
entonces al lugar de la falla estructural del padre e intenta repararla.
En Fantasías histéricas y su relación con la
bisexualidad (1908), Freud se ocupa de los sueños diurnos
y dice que se los cultiva con esmero y la más de las veces
se los reserva con vergüenza. Este texto es el más claro antecedente
freudiano de la conceptualización lacaniana del fantasma. En el
Seminario XIV, La lógica del fantasma (clase del 21
de junio de 1967), Jacques Lacan lo ubica alrededor del concepto lógico
matemático de axioma, atribuyéndole una significación
de verdad. Dice también que consiste en una frase en la cadena
de enunciados. El fantasma es cuando se dice. El axioma es una construcción
a posteriori que no es ni verdadera ni falsa.
Como señalara Roberto Harari en ¿De qué trata la
clínica lacaniana?, Freud califica al fantasma como novela, diferenciando
entre roman y nouvelle, es decir entre novela y novela breve. El fantasma
adopta la estricta condición de la novela breve, donde se representa
y relata en forma abreviada un acontecimiento.
Devenir sexuado
En
el Seminario IV, Las relaciones de objeto, Lacan define el
mito como un relato atemporal que, si bien tiene un carácter de
ficción, posee una estabilidad tal que hace pensar en una estructura.
En El mito individual del neurótico, lo define como
lo que da forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en
la definición de la verdad (...). En este sentido puede decirse
que aquello en lo cual la teoría analítica concretiza la
relación intersubjetiva que es el Complejo de Edipo, tiene valor
de mito: la verdad, pudiendo expresarse sólo de modo mítico.
Verdad, mito y ficción aparecen enlazados. Pero si la verdad, con
estructura de ficción, se hace presente en el mito, habrá
que poder aprovechar las construcciones que aparezcan en el decir de los
analizantes. Hablar de mito individual supone reconstruir la constelación
que preside al nacimiento de un sujeto, teniendo en cuenta fundamentalmente
el relato acerca de lo que originó la unión de los padres.
La trama de un devenir semejante y extraño (lo mismo y lo diferente)
es correlativa a un devenir sexuado: a esto apunta la elaboración
de la novela familiar. El trabajo de la novela familiar pone en juego
según Freud la oposición de las generaciones.
Al cambiar los padres de origen y sustituirlos, el mismo niño ocupa
el lugar de un extraño. El primer tiempo de esta metáfora
de lo extraño que la novela familiar reporta se implementa
mediante una operación de sustitución que, por su mismo
carácter discursivo es, justamente, metafórica. A partir
del conocimiento de la diferencia de los sexos de parte del niño
en el estadio sexual de la novela familiar la legitimidad
del padre entra a ser cuestionada dado que, si bien hay mater certissima,
el padre es siempre incierto. El padre podría ser cualquier otro,
mejor que el propio, alguien a quien una madre deseante ha señalado.
La novela familiar comporta, entonces, una supuesta pérdida y la
nostalgia de un tiempo mítico (o sea, fuera del tiempo) que permite
marcar un origen alternativo, diferente. Este trabajo de sustitución
señala un desfallecimiento parcial del Otro que se presentifica
como un lugar vacío en el que se anuda el deseo propio del sujeto.
Lacan, en el Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, señala que un tiempo lógico
de la separación se marca cuando el niño aprehende el enigma
del deseo del Otro a través de las faltas del discurso o de los
intervalos que cortan los significantes. El proceso de separación
está apuntalado en una duda sobre lo que desea aquel que le habla.
Precisamente, el enigma en la novela es el punto de anclaje de la pregunta
por el deseo del Otro. En la novela familiar, el sujeto surge como efecto
de un interrogante sobre el padre y, paralelamente, reingresa al mundo
gracias a la novela que narra un nuevo origen.
El origen, al no ser directamente accesible, es construido por una ficción
en su dimensión mítica. La novela familiar otorga la posibilidad
de una versión diferente nueva de la relación
sexual que causó el nacimiento del sujeto; el revestimiento novelesco
simboliza la relación con el origen.
La novela familiar abre este espacio doble de lo semejante y lo extraño:
desdoblado en narrador y protagonista de la historia, el niño no
coincide ya consigo mismo, como los padres son discrepantes entre sí.
El propio discurso narrativo sus imágenes y significantes
lo separa de sí mismo en función de representarlo. Los intervalos
de la construcción narrativa delimitan entonces tres tiempos: actual,
ideal y mítico; en esos intersticios se constituye el sujeto en
su devenir.
Pero, en algunos pacientes, la novela fracasa: se revela en su discurso
un desanudamiento de las secuencias de la historia, y todos los padres
de la construcción novelesca se aglutinan en uno solo. La dificultad
para hacer del padre una serie sucesiva y diferenciada (función
estructurante de la narración) se manifiesta en esos discursos
en frases coaguladas, casi slogans, repletas de certeza imaginaria. Bulímicos
de palabras y autores de un drama donde no terminan de inscribirse, en
estos sujetos las cristalizaciones imaginarias aparecen adosadas a un
relato que nunca cesa de narrarse y en donde se reconocen con demasiada
fijeza. Atados al cuento del origen (mítico) les cuesta el comienzo,
o sea, historiar.
Todo relato es posible porque hay un enigma en su centro, una zona oscura
e incomprensible que se manifiesta como una falla en el sentido. El narrador
que sabe lo que ignora pone en juego ese secreto que le permite
contar. Hay fracaso de la historia (del relato) cuando esa zona oscura
está rellena con la argamasa del sentido, cuando el enigma central
no se deja ver en el relato y no hay titubeo por donde asome lo innominado.
* Psicoanalista. Miembro del Círculo Psicoanalítico
Freudiano y del Foro Reanudando con Joyce.
** Psicoanalista. Miembro del Foro Reanudando con Joyce.
PARA
UNA PSICOSOCIOLOGIA DE LA INSENSATEZ HUMANA
El demonio son los otros, en la guerra
Por José
Luis Cao *
Luego del
ataque terrorista a Estados Unidos asistimos a la inundación mediática
de la palabra guerra hasta constituirse en el significante
más utilizado, no guardando relación la liviandad de su
enunciación con la magnitud de su significado. Pronunciada por
atracción o para conjurar el miedo que provoca se habla de la guerra
sin tener en cuenta el sentido devastador que encierra dicha palabra puesta
en acto.
Basada en la amenaza a la preservación de una identidad social
peculiar propia, se suele legitimar la guerra contra un ajeno
que la cuestiona demonizándolo a fin de facilitar su exterminio
sin culpa, anulando de ese modo la dialéctica del Otro. En los
comienzos de casi todas las guerras se nota un estado maníaco acompañado
de un doble discurso: invocación a la no violencia, desmentido
por el entusiasmo bélico de un colectivo que sin reflexionar corre
tras los acontecimientos.
La maquinaria del mito de la guerra es sostenida por un prolijo ritual
impregnado de marcialidad: banderas y estandartes al viento, arengas que
exaltan el fervor patriótico o la guerra santa, pedidos de lucha
hasta la victoria final, exhibición bendita de hombres y armas
relucientes. Mito que exalta el narcicismo a ultranza representado por
el triunfo sobre un Otro derrotado. Siendo el miedo a la aniquilación
del yo el combustible que alimenta la guerra.
Durante la contienda las resignadas víctimas (muertos, heridos,
refugiados, huérfanos) sufren consecuencias que si bien no quisieron
tampoco pudieron detener a tiempo, ya que los seres humanos suelen darse
cuenta de su accionar absurdo cuando pueden ver a sus pares mutilados
en cuerpo y espíritu.
Luego de la práctica catártica de las fantasías más
horrorosas que se puedan imaginar, el impulso y el discurso de la guerra
desaparecen en forma tan subrepticia como aparecieron. Cansados de la
acción guerrera los pueblos suman voces que claman por una paz
que termina imponiéndose. Tras los víctores y lamentos,
aparece la condena a toda violencia y el retorno a una paz supuestamente
anhelada desde el principio. Los ex adversarios recién entonces
manifiestan tener cosas en común, expresadas a través de
pactos, devolución de cautivos y ayuda humanitaria
a las víctimas. Esperanzada en un mundo mejor, la humanidad atenúa
las antiguas pasiones destructivas y se dedica con fruición a reconstruir
lo devastado. Luego del juego de la guerra nada será igual que
antes, pues el mapa social del poder ha sido modificado para dar lugar
a nuevos modelos culturales. Los antiguos enemigos que se aniquilaron
con saña suelen aliarse y complementarse en nuevas relaciones identificatorias,
convirtiendo en chatarra de museo los ideales de aquellos que ofrendaron
su vida por ellos.
¿Por qué los protagonistas no suelen darse cuenta anticipadamente
de la violencia agazapada que empuja al conflicto? ¿Por qué
necesitan llegar hasta los límites que impone la muerte? Hay opiniones
pesimistas y optimistas en relación con el tema: las primeras remiten
al inevitable dominio de las pulsiones instintivas (amor/odio) constitutivas
de la naturaleza humana, las segundas confían en la posibilidad
instituyente de la cultura para generar organizaciones que resuelvan los
conflictos de necesidades de cambio, ansias de poder, desigualdad social
e ideologías de intolerancia. Siendo éste un desafío
actual para quienes analizan la psicosociología de las producciones
humanas, ya que conociendo sus mecanismos significativos se podría
no sólo ayudar a las víctimas, sino encontrar formas de
prevención institucional y comunitaria antes que se produzcan.
En ese sentido Freud le responde en 1932 a Einstein que la única
posibilidad de menguarlas es oponer a las pulsiones destructivas el amor
(al prójimo) y la identificación con el otro: La situación
ideal sería, naturalmente, la de una comunidad de hombres que hubieran
sometido su vida instintiva a la dictadura de la razón. Enmendando
a Freud, preferimosreferirnos a la posibilidad de instituir instancias
reflexivas, ya que en nombre de la dictadura de la razón se produjeron
no pocas guerras. Pero acordamos con el maestro vienés su pretensión
de transformación del narcicismo y la lucha por las pequeñas
diferencias en un amor que tenga en cuenta la natural diversidad
de los sujetos, incluyéndolos en la construcción de una
sociedad que tenga como premisa la sensatez y no la locura.
* Psicoanalista. Profesor Universitario de Psicología Social
e Institucional.
POSDATA
|
Acto.
Mañana a las 10.30 en la puerta del Borda, Ramón Carrillo
375, psicólogos y médicos concurrentes y becarios
denunciarán la pérdida de cargos profesionales.
Clínica. Jornadas del Centro de Salud Mental Nº
3 Arturo Ameghino: La clínica en el hospital público.
Consecuencias psíquicas de la devastación del lazo
social. Del 21 al 23 desde las 8.30 en el Cultural San Martín,
Sarmiento 1541. Ejes temáticos: Políticas en
salud mental, Epoca, pulsión y subjetividad,
El psicoanalista en el hospital público: responsabilidad
y ética, Fragmentación y desamparo,
Saber hacer con el malestar. 4862-1202, 4861-1442.
Real. Jornada de Suteba El sujeto ante lo real.
Con Stella Maldonado, Beatriz Morero, María Pons, Zulema
Bongiovani, Marcela López, Elida Muñoz, Mabel Ojea
(Salud mental y educación); Ricardo Seijas (Psicoanálisis
y política), Mariana Fillat (Actualidad del psicoanálisis),
Jacquie Lejbowicz (Los lazos en estos tiempos), Gustavo
Slatopolsky, Graciela Llopis y otros. El 3 de 9 a 17 en Piedras
736. Gratuito. 4300-6711 int. 211.
Cultura. Psicoanálisis de la cultura/Cultura
del psicoanálisis, con Bleichmar, Brück, Etchegoyen,
De Santos, Vegh y otros. El 9 y 10 en Museo de Bellas Artes, Av.
del Libertador 1473. Gratuito. Universidad de Nueva York y Proyecto
al Sur.
Poética. Presentación del libro Poética
de la cura de Mario J. Buchbinder, el 6 a las 19.30 en Uriarte 1795
con Lucrecia Riopedre, Yago Franco y Patricia Mercado.
Social. Abordaje a la realidad social. Psicólogos sociales
trabajando, el 24 de 9 a 20. Asociación Psicólogos
Sociales de la Argentina (Apsra: 4958-3912, [email protected]
Clínica. Jornada Clínica Psicoanalítica
con H. Heinrich, E. Jabif, L. Donzis, C. Sáenz, S. Scribano,
I. Vegh, M. Aguirre, R. Sacchetti. Reuniones Zona Sur. 4201-7476.
Cuña. Cuña y red. Estrategias para el
cambio, con Adriana Schiera en Sociedad de Terapia Familiar,
el 6 a las 20. Gratuito. 4962-4306.
Huntington. Seminario Fukuyama con Huntington: fin
de la historia y choque de civilizaciones, por Rubén
Ríos. 4863-0193. [email protected]
Bioética. Jornadas de Bioética en Salud Mental,
5 y 6 desde las 8.30 en el Alvear, Warnes 2360. Gratuito.
Maternidad. Maternidad, derechos humanos y bioética,
con Mirta Videla, Silvia Di Biasi, Mabel Da Cruz y Viviana Tobi,
el 3 de 9 a 11 en APBA. 4345-7422. Gratuito.
Pública. Clase pública de Fernando Ulloa, el
5 a las 20 en Independencia 3065. "Cátedra Abierta en
Defensa de la Universidad Pública".
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