Por
Ricardo Malfé*
Para
muchos de los argentinos que presenciaron por televisión los acontecimientos
del 11 de septiembre, se mezclaron la piedad y el pasmo con el miserable
alivio de verificar que no somos los únicos en padecer riesgo
país (aunque el lenguaje común incurra aquí
tiene todo el derecho de hacerlo en una vulgarización
o distorsión del término que impuso la jerga financiera).
¿Qué conjunto de circunstancias hizo posible tan molesto
sentir, en apariencia bastante extendido?
Podría aducirse que para explicarlo basta con la constatación
de que vivimos en tierra devastada por una catástrofe social que
podemos atribuir, en última instancia, a la ferocidad de ese sistema
financiero muy bien simbolizado, en términos de un pensamiento
visual, por las desaparecidas Torres Gemelas.
Sin embargo, para entender mejor cierta cualidad de las reacciones subjetivas
que provocó esa tragedia mediatizada, así como otros sentimientos
desdichados que caracterizan desde hace tiempo la psicología colectiva
de los argentinos, puede resultar útil explorar algunas implicaciones
de un concepto que circula en el discurso de la psicología social
académica: el de identidades sociales.
Se trata de aquellos aspectos (a veces centrales) de la imagen y la valoración
de sí mismos que adquieren los miembros de cualquier agrupamiento
humano por el hecho de reconocerse como incluidos en él. Pero importa
advertir que ese grupo cualesquiera sean los criterios de categorización
que se le apliquen: objetivos, caprichosos o fortuitos sólo
adquiere existencia social en tanto se da un nombre o lo recibe e incorpora;
nombre por el que se diferencia de otro(s) agrupamiento(s) designados
como existentes por el mismo acto de denominación, que opera ineludiblemente
por contraposición.
Sin embargo, la instauración de identidades sociales genera efectos
que no son meros juegos de lenguaje. Esas identidades toman
como pretexto distinciones que van desde las más genéricas
hasta las más particulares y minúsculas. Algunas pueden
parecer extravagantes fuera del contexto en el que tienen o tuvieron vigencia
y quizá sea más desolador que asombroso el que por causa
de ellas se hayan podido dar, y se den, innúmeros conflictos, luchas,
guerras. Pues lo fatal de estas oposiciones identitarias auténtica
fatalidad del significante está en que sólo
un nombre que nos distingue de otros y el correlativo nombre de esos otros,
contrapuesto al que identifica al nosotros en cuestión,
pueda convocar una tan desesperada necesidad de ser algo que estemos dispuestos
incluso a matar o morir en aras de esa diferenciación. A los otros
del caso irá a parar (literalmente pro-yectada) esa miserabilidad
universal de nuestra condición humana, de la que es tan tentador
pretender escapar a través de la celebración del hecho de
no ser uno de ellos sino de ser nos-otros. (Obsérvese,
de paso, que en nuestra lengua, y quizá sólo en ella con
semejante claridad, el propio-ser colectivo queda identificado por la
circunstancia de ser-otros en relación con todo lo innominado -¿ignominioso?
que queda así ubicado fuera del centro que el pro-nombre instala;
lo que en primer lugar se operó seguramente con respecto a un rotundo
vos-otros, pero no quedó allí.)
Esta propensión casi inexorable de los agrupamientos humanos fue
atribuida por Freud a lo que él llamó narcisismo de
las pequeñas diferencias. Los lugareños de cualquier
comarca suelen dirigir sus enconos más fieros contra la aldea vecina;
en nuestras ciudades, los fanáticos de cualquier equipo de fútbol
pueden odiar a muerte a otros fanáticos, los del club más
cercano; en el Imperio Bizantino, durante siglos se enfrentaron con ensañamiento
minucioso amarillos y azules (o, según
Montesquiuieu, azules y verdes), sin que se pueda
discernircosa objetiva alguna que haya servido de fundamento para esas
guerras intestinas, fuera de una mera, una casi pura diferencia entre
significantes vacíos.
Cuando la dramática de las identidades sociales se modula en términos
de identidades nacionales, nos encontramos con parecido juego
de rivalidades imaginarias. Durante siglos, en Europa, cultivaron su hostilidad
franceses y alemanes, españoles y portugueses, ingleses y españoles,
franceses e ingleses, rusos y polacos, polacos y alemanes, eslavos del
Sur (yugoslavos) y turcos, turcos y griegos; y la enumeración podría
proseguir, incluyendo también regiones, Estados y etnias de Africa
y de Asia. La nacionalidad, por otra parte, es una de las identidades
sociales más pregnantes, central para la mayoría de
la gente. En un test en el que se le pide al sujeto que enuncie veinte
frases que den cuenta de lo que él o ella es, figura
habitualmente entre las primeras características con las que la
persona se identifica.
En América, con sus relativamente nuevas identidades nacionales,
se complica el cuadro general de hostilidades posibles por la continuidad
de los odios de Europa y la emergencia de otros nuevos. Sin embargo, en
la América llamada latina se verifica un fenómeno singular
que obliga a darle un nuevo sesgo a la teoría de las identidades
sociales. En todos nuestros países, con la excepción de
Brasil, y tal vez de Cuba, se observa que la imagen del propio país
es negativa en comparación con la de otros, incluso con la de otros
países latinoamericanos. Esta tendencia nuestra a la autodenigración,
que muestran investigaciones comparadas, ha sugerido la noción
de identidades sociales negativas.
Habría que reflexionar sobre las razones históricas que
condujeron a que esta calamidad se instale entre nosotros, especie de
enfermedad psicosocial que produce estragos incalculables. Seguiríamos
al hacerlo la huella abierta por el pensamiento de autores tan diversos
como Agustín Alvarez, Frantz Fanon, Arturo Jauretche, Octavio Paz,
Ignacio Martín-Baró y otros que discurrieron sobre los efectos
subjetivos del colonialismo y la dependencia cultural. Pues en este contexto
se aprende como escribe la psicóloga venezolana Maritza
Montero que se es descalificado exteriormente y se aprende a aceptar
dicha consideración. Hay que agregar que el deterioro continuo
de las condiciones materiales de vida en la mayoría de los países
de este Sur, y en particular entre nosotros, tiene que reforzar la tendencia
a una opinión peyorativa.
Resulta de todo ello, en fin, lo que podríamos llamar, con alguna
torpeza, un imaginario compartido de inferioridad. Lo que equivale a decir
que asistimos a lo que acontece en el resto del mundo desde un lugar de
menoscabo, no sólo político y económico sino también
cultural. El resentimiento que de allí necesariamente se deriva
quizá explique en parte, más allá de cualquier consideración
razonada que las justifique o no, reacciones colectivas como las de abril
del 82 o como las descriptas al comienzo de esta nota, cuando la
televisión demostraba que no existen otros tan poderosos
como para que ningún daño los alcance. (Lo que no deja de
ser una forma tortuosa y precaria de reivindicar este nos-otros contrariado
en el que solemos reconocernos...)
* Psicoanalista. Profesor titular de Psicología social en la
UBA.
LEGADO
DE HECTOR BRAUN, QUE TRABAJO Y ENSEÑO EN EL AMEGHINO
Psicoanalizar en el hospital público
Por Héctor
Braun*
Voy a hablar
de la desesperación que concierne a nuestra práctica, la
que queda de nuestro lado. En otro momento, esto podría haberse
llamado motivo de preocupación, pero la evolución
de la cualidad de la demanda nos lleva quizás, a quienes escuchamos,
a lugares cada vez más desesperantes. Me he sentido desesperado
en mi práctica frente a determinados niveles de sufrimiento, al
no contar con herramientas para atenuarlo. Me he sentido desesperado frente
a niveles de goce desenfrenados, al no saber, muchas veces, qué
hacer frente a eso. Me siento desesperado, frecuentemente,
cuando quien está frente a mí tiene problemas enormes que
yo no sé ni puedo ayudarlo a enfrentar. Como analista muchas veces
me encuentro en un lugar desesperante, en el sentido más kierkergardiano
del término.
La lectura que los analistas hacemos de una noción descriptiva
como la de la desesperación es: caída de un lugar a otro,
sin recursos. Por qué no decirlo: solos. El lugar del analista
es de soledad. Otras prácticas permiten una vigilancia
más cercana de algún otro que sabe. El analista, en cambio,
está solo desde el principio.
Aquello que un analista hace no tiene garantía. No hay ningún
otro que le dé garantía de su acto, sólo sabrá
lo que hizo a posteriori. Frente a situaciones de desesperación
y desamparo tales, en la neurosis hay dos salidas usuales: una es el pasaje
al acto. Otra está más vinculada a un lugar heroico que
podemos llamar femenino. Pero ante esa situación de desesperación
del analista, como siempre ocurre con las incursiones de lo real, hay
salidas fantasmáticas y tranquilizadoras. Voy a mencionar tres:
Un primer recurso fantasmático frente a la desesperación,
ante a ese lugar sin garantía, es obtener un ser: que el psicoanálisis
le dé a uno un ser. Pero, si alguna vez somos psicoanalistas, es
únicamente cuando alguien nos demanda en ese lugar.
El segundo recurso fantasmático es la institución: una institución
podría tranquilizar frente a esa desesperación. Hasta podría
otorgarnos un ser, quizás una nominación que pudiese tranquilizarnos
respecto del lugar que ocupamos. Tanto a Freud como a Lacan esto los preocupó
mucho y ambos inventaron dispositivos Freud el análisis
didáctico, Lacan el pase que pudiesen determinar
quién practica el psicoanálisis y quién no. Los destinos
de estas buenas intenciones fueron muy diversos. Todavía no han
podido desligarse de cuestiones imaginarias, ideológicas y a veces
políticas.
Si es cierto lo que acabo de decir, las instituciones no están
compuestas por psicoanalistas sino por sujetos que practicamos el psicoanálisis.
Si los sujetos que practicamos el psicoanálisis estamos alienados
en el Otro, seguro vamos a hacer síntoma.
El tercer recurso es la teoría. La teoría es pulcra. Si
hay una diferencia desde el punto de vista epistemológico entre
la teoría y la práctica, es que la teoría cierra.
Freud, en su texto sobre Schreber, después de teorizar, agrega
que quizás esa teoría sea un delirio mayor que el de Schreber.
No creo exagerar al decir que la teoría que sostenemos es el fantasma
cuando no el síntoma esperemos que no la inhibición
que un analista porta para soportar lo real de su práctica.
El último punto al que me voy a referir es la especificidad de
la institución hospitalaria. Hay un punto que nos diferencia: el
paciente está ahí. Quizás esto nos diferencie de
las instituciones psicoanalíticas clásicas. En una institución
hospitalaria, un analista debe dar cuenta de lo que hace, pero de lo que
hace ahí adentro. Sería impensable que un analista en un
hospital se encerrase en su consultorio. Los lugares de interlocución
son obviamente los ateneos, las supervisiones, pero creo que hay que repensar
esos lugares, por lo menos en cuanto a la formación de los analistas.
Me parece un modelo viciado e importado de otras áreas el de que
los analistas con más experiencia avivamos a los más
jóvenes de cómo deben ser las cosas. Todavía se cree,
por ejemplo, que, cuandoalguien supervisa, supervisa el caso: creo que
un caso es un resto diurno. El caso es la excusa que un analista tiene
para ir a pensar acerca de su deseo de analizar y de los obstáculos
que ese deseo le impone.
El hospital tiene otra particularidad: nosotros no podemos ser sólo
analistas de analistas: la aplicación de la teoría
psicoanalítica a nivel comunitario pone en cuestión al psicoanálisis,
quizá más que en otros ámbitos. Si aquí no
funciona, no va a funcionar en ningún lado.
* Fragmento de una presentación en las Jornadas del Centro
de Salud Mental Nº 3, La desesperación: marcas culturales
y subjetivas. Recursos y límites de la institución pública,
del año pasado.
ASALTOS
A CONSULTORIOS
Esto sí es un revólver
¿Sabe,
licenciado? Me está pasando como que siento que yo estuviera por
robarle algo a usted..., pudo haber dicho el consultante. Pero era
real. Dos hombres, fingiendo solicitar un tratamiento, robaron a mano
armada en una institución psicoanalítica. Se llevaron, además
de dinero, las agendas de varias terapeutas, cuyos datos usaron para pedir
entrevistas a colegas a fin de robarlos a su vez. La institución
afectada se comunicó con otras entidades sugiriendo chequear
las derivaciones.
Un directivo de la institución que solicitó no se
publique el nombre de la entidad narró a este diario lo sucedido:
Dos jóvenes llegaron y le explicaron a la recepcionista que
eran cuñados y tenían un problema con el padre de uno de
ellos; lo argumentaron bien, se ve que tenían conocimiento de lo
que es una institución terapéutica.
Cuando la recepcionista invitó a tomar asiento a los consultantes,
el discurso cambió: Esto es un asalto, quedate tranquila,
dijeron y sacaron un revólver, aunque sin llegar a apuntarla.
A las tres terapeutas que había en el lugar las ataron, las
encerraron en el baño y se llevaron sus carteras con las agendas.
Una de ellas tenía una tarjeta de un colega: lo llamaron en su
nombre, le pidieron una entrevista y lo robaron, contó la
psicoanalista.
La institución afectada envió mails a otras entidades y
profesionales advirtiendo que un grupo de ladrones ingresa haciéndose
pasar por pacientes. Sugerimos chequear la derivación antes de
confirmar el turno.
POSDATA
|
Vinculares.
Intervenciones vinculares: transformaciones del lazo social,
con Susana Sternbach, Raquel Bozzolo y Liliana Bracchi, el 16 de
12 a 14 en Asociación de Psicoterapia de Grupo. 4774-6465.
Gratuito.
Militante. ¿Qué es un militante? Introducción
a la metapolítica de Alain Badiou, con Rubén
Turrisi en Centro Psicoanalítico Argentino desde el 21 a
las 19. 4822-4690.
Levi. El suicidio de Primo Levi: un acto en discusión,
por Mario Betteo Barberis, el 16 a las 11 en el Servicio de Atención
Primaria 1 del Borda. 4854-1180. Gratuito.
Musicoterapia. Cursos y conferencias de Kenneth Bruscia (Estados
Unidos), del 21 al 24. Asociación Argentina de Musicoterapia.
4553-5371.
Muñequización. Inteligencia artificial:
¿una muñequización de la infancia?, con
Judith Brandwaiman y Juan Vasen en Colegio de Estudios Avanzados
en Psicoanálisis, el 20 a las 20.30. 4823-7221.
Reproducción. Reproducción humana, ciencia
y psicoanálisis, hoy a las 20.30 con Daniel Mutchinick
e Irma Peusner. Centro de Extensión Psicoanalítica,
Biblioteca del Congreso, Alsina 1835. 4371-7072.
Ignorado. Presentación de Formulaciones de lo ignorado.
Estudios de psicoanálisis y arte, de Osvaldo Couso, con Alberto
Franco, Rolando Karothy, Daniel Paola y Carlos Ruiz, el 21 a las
20.30 en Vicente López 2220.
Trastienda. Presentación de En la trastienda de los
análisis de Sergio Rodríguez, con Rolando Karothy,
Alberto Fernández y Bruno Mangiola, hoy a las 20 en Calle
2 Nº 477, La Plata. Gratuito.
Posición. Posición del psicoanálisis,
con Alberto Fernández en Sociedad Porteña de Psicoanálisis,
el 20 a las 21.30. 4961-0996.
Concursos.
Para cargos de auxiliares docentes en la Facu de Psico de la UBA:
psicología general, institucional, clínica psicológica
y psicoterapias, forense, estadística. 4931-6900.
Clínica. Jornadas del Centro de Salud Mental Nº
3 Arturo Ameghino: La clínica en el hospital público.
Consecuencias psíquicas de la devastación del lazo
social. Del 21 al 23 desde las 8.30 en el Cultural San Martín,
Sarmiento 1541. Ejes temáticos: Políticas en
salud mental, Epoca, pulsión y subjetividad,
El psicoanalista en el hospital público: responsabilidad
y ética, Fragmentación y desamparo,
Saber hacer con el malestar. 4862-1202, 4861-1442.
|
Mail
de estas páginas: [email protected]
. Fax: 4334-2330.
|