Por
Daniel Waisbrot *
Hay
una brutal diferencia entre una catástrofe natural y una catástrofe
social, históricamente constituida. En la catástrofe natural,
lo que suele ponerse en juego es la condición de incertidumbre
que nos habita en tanto humanos, frente a la vida en un mundo sujeto a
leyes naturales en las que, la mayoría de las veces, la participación
del sujeto es casi inexistente. Las catástrofes sociales, en cambio,
se centran en el reverso de esa condición: sólo son posibles
cuando ciertos sujetos llevan adelante las prácticas concomitantes
a un discurso social que ha creado para ello su propio orden de legalidad.
En nuestro país, las experiencias ligadas al terrorismo de Estado,
a la guerra de Malvinas, a los atentados a la Embajada de Israel y a la
AMIA fueron jalonando la historia catastrófica de los últimos
veinticinco años.
El atentado del 11 de septiembre en Nueva York coincidió casi siniestramente
con el comienzo del juicio a los acusados por el atentado a la AMIA, coincidencia
no menor toda vez que tal como lo constatamos quienes estamos vinculados
con esta clínica potenció la reinstalación
del traumatismo en muchos de los afectados por aquel suceso.
Las catástrofes sociales producen un nivel de estallido cualitativamente
diferente del de una catástrofe natural, en tanto, en las primeras,
se pone en juego la condición humana en la pregunta de por qué
un otro puede ser capaz de tamaña crueldad contra el semejante.
Los efectos sobre cada uno de los afectados, directos o indirectos, dependerán
de la posición del sujeto frente al traumatismo, de las formas
primeras de simbolización espontánea que haya podido realizar
y de los modos en los que pueda ir resignificando, articulando, entramando
el suceso en su historia vivencial singular. Pero también y
no es de menor importancia dependerá de las formas que el
suceso vaya tomando en el imaginario colectivo y de las respuestas sociales
que el conjunto pueda ir brindando frente a esa catástrofe.
Ahora bien, los últimos tiempos nos fueron poniendo frente a sucesos
que no podrían entrar directamente, sin aclaraciones varias, ni
dentro del conjunto definido como catástrofe social
ni en aquel denominado como catástrofe natural.
Solemos denominar catástrofes sociales a aquellas que ocurren como
el impacto de un puro real, de un puro horror cuyo efecto siniestro irrumpe
produciendo sensaciones de asombro y perplejidad colectiva. Las imágenes
repetidas hasta el hartazgo por los canales de televisión del impacto
de los aviones en las Torres Gemelas, enfocado desde distintos ángulos
y direcciones, casi a la manera de la repetición de un gol en un
partido de fútbol, son un ejemplo casi inigualable. Se trata episodios
agudos, de irrupción brutal, donde la participación del
otro humano no queda puesta en duda. Podrá generar polémicas
en cuanto a cómo pensar el suceso, pero no cabe duda de que marca
un hito, rompe una realidad que hasta allí resultaba consistente.
En la Argentina de hoy, asistimos a otro tipo de situaciones, que podrían
pensarse a la manera de las catástrofes sociales, pero cuya emergencia
no está marcada por lo agudo de la situación, sino por su
cronicidad para quienes la sufren y su potencialidad virtual para los
que aún no la padecen. ¿O acaso el desempleo no debe ser
pensado como una catástrofe social? ¿No está también
marcada por otro humano indiferente al sufrimiento del semejante? Se trata
de situaciones que se tornan socialmente más crónicas que
agudas, donde no hay grupos terroristas que las pongan en
juego sino que están avaladas por el establishment. En ese sentido,
son también efecto humano, aun cuando la responsabilidad
de esa catástrofe pueda diluirse en algún conjunto.
Al mismo tiempo aparecen situaciones que podrían pensarse como
catástrofes naturales, pero que en realidad son mucho más
que eso. Elincreíble espectáculo de pueblos y ciudades enteros
inundados en la provincia de Buenos Aires, ¿podrá seguir
situado como catástrofe natural? La negligencia, la indiferencia,
la ineptitud o la corrupción de quienes han tenido a su cargo los
destinos del país, ¿no podrían ser pensadas como
otras formas de la crueldad (menos transparentes, menos brutales, más
larvadas, más opacas para los mismos sujetos que la producen) que
han transformado en social e histórica una catástrofe que
otrora puede haber sido pensada como natural? En 1966, Enrique Pichon-Rivière,
refiriéndose a las inundaciones, llamaba situación de catástrofe
a la emergencia súbita e insólita de fenómenos de
origen telúrico, y su preocupación se centraba en estudiar
en detalle su repercusión psicosocial en tanto colocaba a toda
una comunidad en una circunstancia de cambio agudo para la que no estaba
preparada (ver nota aparte). Treinta y cinco años mas tarde, ¿es
sólo así, o la repercusión se redobla por el efecto
de imprevisión convalidada por los soportes sociales e ideológicos
del Poder?
Se trata de pensar los efectos que produce en el psiquismo de los afectados
por una catástrofe social, ya aguda, ya crónica, la intervención
del otro humano como causa de su horror, y los efectos de fractura que
esa pregunta produce sobre todo el tejido social, dado que el semejante
puede devenir en un enemigo potencial. Hace unos días, habitantes
de una ciudad del oeste bonaerense derribaron un canal poniendo en riesgo
de inundación a una ciudad vecina. La desesperación de los
productores con sus tierras inundadas, viajó 40 kilómetros
en camiones y colectivos; con picos y palas rompieron las compuertas y
los terraplenes del canal. Pero ya unos días antes chacareros y
comerciantes de Intendente Alvear, en La Pampa, se enfrentaron con los
de General Villegas. Unos querían abrir un paso de aguas a través
de la Ruta 2 pampeana; los otros se propusieron evitarlo. Si no se generan
los dispositivos adecuados para poner a trabajar estas cuestiones, se
producen lesiones en el tejido social que pueden afectar duraderamente
la vida de la comunidad afectada.
* Miembro titular de la Asociación Argentina de Psicología
y Psicoterapia de Grupo.
RESCATANDO
UN TEXTO INEDITO DE ENRIQUE PICHON-RIVIERE
Psicología social de los inundados
Por
Enrique Pichon-Rivière*
Hace
años nos dedicamos al estudio de la inundación como tema
típico de la situación catastrófica. Hicimos el estudio
en una zona urbana donde la inundación tomaba tres grandes instituciones
del pueblo: una capilla, el cementerio y el prostíbulo. Estudiamos
tres fases en esa situación. En la primera, se niega una cantidad
de aspectos concretos. En la inundación hay síntomas característicos,
sobre todo en el Paraná, que todo hombre de la región conoce:
aumenta la velocidad de la corriente, aparecen troncos, camalotes, animales,
y un olor particularísimo a barro, a putrefacción, que es
el más primitivo de todos, el que da la posibilidad de reconocer
la situación catastrófica. Todo esto se percibe subliminalmente,
pero es negado porque hay un sentimiento ecológico de no movilidad
de la región; así es que, una vez pasada la inundación,
la gente volverá al mismo lugar.
Esta negación del hecho es fundamental y puede ser explicada de
pensamiento mágico, porque no moverse del lugar significa para
ellos no perjudicar a la zona, como si al negar el daño se provocara
una paralización o suspensión de la inundación.
Y, entonces, aquello cuya percepción es negada se le adjudica al
vecino de la zona, pero en otros términos: se le atribuye la causa
de una serie de daños por culpa del ganado que tiene, etcétera.
Se da la adjudicación paranoica al otro, pero deformada, y lo que
no quieren percibir es precisamente aquello de lo cual tienen experiencia
de sobra, ya que las inundaciones son frecuentes.
El segundo período empieza con los esfuerzos del equipo de salvataje,
que tropieza inmediatamente con dificultades y serios conflictos, hasta
conflictos armados; los marineros de Prefectura que tienen que sacar a
las personas son recibidos a tiros. Una anécdota sirve de ejemplo
sobre la correlación entre las comisiones de salvataje y los inundados:
una familia estaba subida al techo de su casa; pasó una lancha
de salvataje y preguntó: ¿Cuántas personas
hay?; le contestaron: No hay nadie, y entonces la lancha
siguió sin rescatarlos. Fue el colmo pero por parte de ambos, porque
también el hombre que se ocupa de los salvatajes suele ser de la
región y ha sufrido situaciones semejantes.
Así que este segundo período lo podemos clasificar como
el enfrentamiento del equipo de salvamento y los siniestrados. Eso puede
pasar en cualquier situación colectiva. No hay técnica racional
para manejar estas situaciones, porque generalmente en cada subgrupo los
que quieren irse, los que quieren quedarse hay un líder de
resistencia al cambio o que tiene compromisos en la zona. Pero ahí
uno entiende lo que es ecología humana: la relación del
hombre con su ambiente; la gente necesitaba llevarse un catre, un colchón,
cosas que podían ser reemplazadas; el sentimiento de pertenencia
al pago era de tal intensidad que el salvataje era muy difícil.
El tercer período corresponde a la conducta de los siniestrados
salvados: empezaban a tener un monto de pretensiones y reivindicaciones,
como si la inundación hubiera sido provocada con una finalidad
determinada. Había una racionalización en cuanto a que la
inundación había sido provocada por razones políticas,
para evitar un golpe de Estado. Una vez evacuados, en terreno firme, empezaba
un fenómeno muy curioso, un fenómeno de disolución:
por mala técnica en el manejo social, se había dividido
a las familias, y esto debilitaba considerablemente al grupo familiar,
con una angustia muy grande por el provenir del grupo segregado, con el
temor a epidemias y enfermedades.
Pero lo más dramático que vi fue, por la inundación
del cementerio, la búsqueda del muerto ahogado. El
río se había llevado todas las señales y entonces
se producía una búsqueda desenfrenada de los lugares, que
muchas veces eran encontrados. Nunca he oído la magnitud del llanto
de esos grupos. Y también había un luto particular. Porque
todos estaban de luto;todos buscaban el lugar donde sus parientes habían
sido enterrados. Eran muertos que habían muerto por segunda vez
y entonces se veía el duelo real, por primera vez, y con una intensidad
desenfrenada. Eso daba motivo a un trabajo de duelo intensivo que aliviaba
a la comunidad, como todos los rituales funerarios.
* Fragmento de una clase dictada el 2 de agosto de 1968.
ACERCA
DE INSTITUCIONES PSICOANALITICAS
La galaxia lacaniana despertó
Por Germán
García
Le ha tocado a Jacques-Alain
Miller ser el precursor de nuevas modalidades de trabajo entre algunos
sectores de la IPA y lo que llama con acierto la galaxia lacaniana.
La historia comienza con un artículo de G. Diatkine publicado por
la Revista Francesa de Psicoanálisis, donde se dice que en la galaxia
lacaniana cualquiera se proclama analista, con una formación defectuosa
que degrada la imagen del psicoanálisis y no respeta la protección
del público. Si bien exceptúa a la Escuela de la Causa Freudiana
por continuar con el pase, afirma que este procedimiento está desprovisto
de eficacia. La respuesta de Miller no se hizo esperar, pero la revista
le negó el derecho a réplica (protegido, por otra parte,
por la legislación francesa). Al mejor estilo del siglo de las
luces, Miller dirigió una Primera Carta a la opinión ilustrada,
a la vez que lanzaba la Agencia Lacaniana de Prensa (ALP).
Paul Denis, director de la Revista Francesa de Psicoanálisis, se
vio incluido en el efecto desatado por Gilbert Diatkine, mientras Miller
era solicitado por los medios de información que se incluían
en el debate. La galaxia lacaniana también despertó,
y más de un antagonista de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
(AMP) presidida por Jacques-Alain Miller, manifestó su acuerdo
con la posición de éste, contra la censura ejercida por
la revista.
Por otra parte, un prestigioso comentarista político, Alexandre
Adler, aludió a la estrella muerta del lacanismo que
aún brillaba en la Argentina. Eric Laurent le respondió
para mostrarle su falta de información en lo que hace a un movimiento
que se extiende por diferentes países latinos, mostrando su vitalidad.
Nadie ignora que la galaxia lacaniana es particularmente densa en la Argentina,
pero incluso entre nosotros se ignora su extensión en otros países
de Europa (en cuanto al ámbito anglosajón, la clínica
es rechazada por intereses complejos, pero la doctrina y en
particular los Escritos y el Seminario de Jacques Lacan han sido traducidos
y despiertan el interés de los ilustrados en diversas disciplinas).
Adler desconoce la tradición del análisis en la Argentina,
tanto como el hecho de que la filial de la IPA entonces sólo
APA, ahora también APdeBA se interesó por Jacques
Lacan desde la década del 70, aunque para diferenciarse de
una galaxia que se extendía fuera de sus dominios, recurriría
al expediente de invitar a Serge Leclaire. No olvidemos, tampoco, que
cuando Oscar Masotta invitó a los Mannoni (s), los dirigentes de
la APA aceptaron participar de una mesa redonda.
Es esa tradición receptiva, que no siempre asimila los memes
que incorpora, lo que explica la siguiente respuesta de Miller a Nathalie
Georges: Uno, no ceder nada con respeto a Lacan, tal cual nosotros
lo elaboramos; dos, no guardarlo para nosotros; tres, tomar en cuenta
la experiencia de los otros. La condición mínima es la de
proscribir la difamación. Sobre esta base las ocasiones de conversar
se multiplican. Como fue el caso en el pasado mes de abril en Buenos Aires,
en ocasión del centenario de Lacan, momento emocionante al cual
se asociaron las dos principales asociaciones argentinas de la IPA, en
la persona de su presidente y numerosos miembros de los más distinguidos.
Por ahora sería difícil imaginar lo mismo en Francia. Pero
el movimiento continuará.
POSDATA
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Clínica.
Jornadas del Centro de Salud Mental Nº 3 Arturo Ameghino: La
clínica en el hospital público. Consecuencias psíquicas
de la devastación del lazo social. 21 al 23 desde las
8.30 en el Cultural San Martín, Sarmiento 1541. Ejes temáticos:
Políticas en salud mental, Epoca, pulsión
y subjetividad, El psicoanalista en el hospital público:
responsabilidad y ética, Fragmentación
y desamparo, Saber hacer con el malestar. 4862-1202,
4861-1442.
Adolescencia. Adolescencia. Ritos de pasaje y sacrificio,
por Gloria Autino en el Servicio de Psicopatología del Hospital
Fernández, el 26 a las 12. Gratuito.
Universitaria. Presentación de los programas de extensión
universitaria de la Facu de Psico de la UBA; el 24 de 9.30 a 18.
Gratuito. Inde-
pendencia 3065. www.psi.uba.ar/extension
Narrativa. La narrativa en la obra freudiana,
con Olga Béliveau en Ateneo psicoanalítico, hoy a
las 12. Pueyrredón 1504, 2º C, 4822-7410.
Pantano. El pantano de la melancolía y el camino
de la esperanza, con Isabel Monzón, hoy a las 19.30
en Alsina 1835. Gratuito. Ateneo Psicoanalítico.
Verdad. Coloquio Verdad y muerte, del Club de
Analistas Círculo Freudiano, con Rodolfo Satke, Dolores Sahagun,
Patricia Romero Day, Alfredo Palacios, Alejandra Maula, Fabián
Menéndez, Carlos Pérez, Diego Pérez, Enrique
Loffreda, Martha Pérez. El 24 de 9.30 a 19. Gratuito. 45235155.
Infancia. Jornada Entre la urgencia y la cronicidad.
Patologías graves en la infancia, el 24 de 8.30 a 18
en UCES, Paraguay 1338. Gratuito. 48153290.
Pánico. Síndrome de pánico: recursos
para abordarlo, con Graciela Jasiner y David Szyniak, el 26
a las 19 en Reconquista 439, piso 5º, ALEF, 4777-9782.
Obstrucción. Obstrucción del vínculo
con los hijos, jornada de Apadeshi, el 29 de 15 a 22 en Belgrano
2527, con Susana Pedrosa de Alvarez, Jorge Raverta, Eduardo Padilla
y otros. www.geocities.com/apadeshi/
Etica. Hacia una ética entre mujeres y varones.
Género y discurso jurídico, con Haydée
Birgin, Alicia Ruiz e Irene Meler, el 29 a las 20. Foro de Psicoanálisis
y Género de APBA. Av. de Mayo 950, 1º. Gratuito.
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de estas páginas: [email protected]
. Fax: 4334-2330.
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