Por
Yolanda Orozco *
El
erotismo es del orden del secreto y del desafío. La transgresión
es inherente a su naturaleza en la medida en que, a través de su
accionar, pone en evidencia una prohibición, negativizándola.
En la cultura, los modos del erotismo y la transgresión que implican
dependen de pautaciones propias de cada época y sociedad, pero,
en todos los casos, la prohibición a la que responden está
referida a la regulación de la sexualidad y al control de la muerte;
es decir, a aquello que implica alguna suerte de exceso, de violencia,
de desbordamiento por sobre lo instituido.
En el plano de lo singular, el erotismo transcurre en una especie de ritual
donde, aun en el territorio de Eros, la muerte es la forma emblemática
de consumación del desafío (G. Bataille, El erotismo).
El horizonte de la muerte como desintegración, desaparición,
aniquilamiento aparece en el trasfondo como posibilidad, no obstante
negativizada por el marco narcisista. La tensión del yo entre prohibición
y transgresión es esencial en la experiencia de lo erótico.
En el erotismo, el sujeto es aun sin percatarse de ello capturado
a partir de cierto elemento que lo provoca, lo sorprende, lo interroga.
Bien podría tratarse del roce de una pluma sobre el papel, o un
pasaje de una sinfonía, unos labios abrazando el borde del cristal,
el movimiento de una danza, la textura de un óleo, un lunar. La
escena en la que está ese elemento adquiere otra tonalidad o cambia
de foco: ese elemento pasa a primer plano. La secuencia lenta o
tumultuosa marca un compás que envuelve a la vez que abre.
El sujeto se ve introducido en cierto recogimiento o estremecimiento nada
estridente, nada histriónico por lo general. Es del orden de lo
sutil, lo sea o no el desencadenante.
Cuando ello tiene lugar en el marco de la relación con un otro,
ambos protagonistas pueden ser simultánea o alternativamente
foco o segundo plano quizás su intersección.
Una mirada, una caricia o la sintaxis con la que ha sido escrita una carta
de amor pueden producir el mismo efecto; siempre los cuerpos estarán
implicados.
La experiencia de lo erótico es sobre todo sensual, y se desencadena
a partir del registro de la percepción. No es el objeto en su totalidad
el que abre camino a la experiencia: el objeto que deviene erótico
se distingue por encarnar la disolución de los límites de
cualquier objeto. Se trata de parcialidades que pueden o no ensamblarse,
signos que pasan a un estado de equivocidad, ya que entran en consonancia
con lo que en el sujeto abre al enigma. Veía todo su rostro,
su cuerpo, fríamente: sus pestañas, la uña de su
pulgar, la finura de sus cejas, de sus labios, el esmalte de sus ojos,
un toque de belleza, una manera de extender los dedos al fumar; estaba
fascinado no siendo la fascinación, en suma, más que
el extremo del desapego por una suerte de figurín coloreado,
porcelanizado, vitrificado, en el que podía leer, sin comprender
nada, la causa de mi deseo (R. Barthes, Fragmentos de un discurso
amoroso).
Esta consonancia se produce por una operación de connotación
que tiende al límite trazado por la irreductibilidad del enigma.
El fantasma como sedimento de aquél oficia de imán
y traza líneas de fuerza (investimiento de huellas) que, en el
planteo de la percepción, producen por condensación
una metaforicidad intangible para la conciencia. Esta metaforicidad se
encarna en la materialidad de los signos encontrados (o reencontrados)
que de este modo pasan a ser connotativos de un algo más,
de un más allá de su superficie. El sujeto pretende
desnudar, descifrar aquello cuya presencia lo fascina. Los signos tienen
ahora una fuerza que atrae hacia un horizonte que se vislumbra por detrás
de un vidrio mojado; superficie que se acaricia y que sostiene el hechizo,
a condición de mirar a su través sin nunca atravesarlo.
Lo amoroso atraviesa lo erótico, pero no lo abarca: lo pulsional
desligado y lo amoroso ligador se combinan dándole un nombre siempre
inacabado al deseo, que es a su vez resultante del entrecruzamiento
entre las formas particulares de constitución de los fantasmas
con losmodos sociales de producción de subjetividad. Hay
allí un gran enigma del que jamás sabré la clave:
¿por qué deseo a Tal? ¿Por qué lo deseo perdurablemente,
lánguidamente? ¿Es todo él lo que deseo (una silueta,
una forma, un aire)? ¿O no es sólo más que una parte
del cuerpo? Y en ese caso, ¿qué es lo que, en ese cuerpo
amado, tiene vocación de fetiche para mí? ¿Qué
porción tal vez increíblemente tenue, qué accidente?
(Barthes).
El erotismo es una de las vías por las cuales el sujeto se encuentra
con el enigma de su deseo que lo interroga, e intenta, en la experiencia
misma, ir al encuentro de aquello que le permita descifrar su sentido,
encontrar la clave de su propio libreto, aquello que le es más
propio y que nunca llegará a dilucidar del todo, puesto que se
encuentra por efecto de la represión en el terreno
de lo infranqueable.
El enamoramiento, el amor, la pasión, presentan modalidades y en
parte destinos pulsionales divergentes; por lo tanto, las condiciones
de posibilidad para el despliegue de lo erótico en caso de
que se dé serán diferentes en cada caso. El amor y
el enamoramiento se sitúan dentro de los límites demarcados
por el principio de placer-displacer; la pasión los excede. La
relación pasional es aquella en la cual un objeto se ha convertido
para el yo de otro en la fuente exclusiva de todo placer, y ha sido desplazado
por él en el registro de las necesidades. (...) El placer se ha
tornado una necesidad (P. Aulagnier, Los destinos del placer).
En el enamoramiento a diferencia del amor, el erotismo no
resulta preponderante, aunque puede participar en el inicio de la relación.
El deseo erótico supone un estado transitorio de fusión,
una disolución relativa del ser (Bataille), que no
se condice con el ideal narcisista de totalidad presente en el enamoramiento.
El interrogante sobre aquello que despierta el deseo del sujeto queda
opacado por la presencia del objeto amoroso y del propio yo, como respuesta
satisfactoria al ideal.
En la pasión, el terreno del erotismo es esencialmente el de la
violencia, de la violación. Uno de los partenaires, en su necesidad
de obtener ese único placer posible, claudica en su condición
de sujeto y el deseo se desbarranca por los desfiladeros de las pulsiones
de muerte. La desmezcla de pulsiones se traduce en una idealización
excesiva del yo del partenaire, y en un sadismo pulsional vuelto al propio
yo. El erotismo se desdibuja, se desvirtúa en sus efectos. La experiencia
que toma su lugar se vale del dolor en la perspectiva de la muerte
real para alcanzarlo. Vale aquí lo sostenido por Bataille
cuando afirma que, en la puesta en acto del deseo erótico, hay
una fascinación por la destrucción total: Se trata
de que la individualidad sea perturbada, alterada al máximo. (...)
La promesa aquí es de goce, quizás supremo.
Nuevamente Barthes: ¿Enamorado de la muerte? Es demasiado
decir de una mitad: la muerte liberada al morir. Tengo entonces esta fantasía:
una hemorragia suave que no mana de ningún punto de mi cuerpo,
una consunción casi inmediata, calculada para que tenga yo tiempo
de sufrir sin haber todavía desaparecido. Me instalo fugitivamente
en un pensamiento falso de la muerte (falso como una clave falsificada):
pienso la muerte al lado: la pienso según una lógica impensada,
derivo fuera de la pareja fatal que une la muerte y la vida oponiéndolas.
Considero que el amor es el ámbito donde, por excelencia, sucede
la experiencia erótica. Lo erótico introduce una suerte
de desequilibrio en la estructura narcisista del sujeto, al producirse
a partir de ciertos rasgos, indicios hallados en el otro la
reactualización de signos de percepción que devienen significantes
enigmáticos en tanto incitan al sujeto a la búsqueda de
aquello que definiría la naturaleza de su deseo.
El espacio amoroso está atravesado por la circulación de
significantes lingüísticos y no lingüísticos,
procesos de deconstrucción y resignificación, que se juegan
entre la tendencia del yo a sostener su integridad y la aspiración
pulsional a alcanzar la verdad más íntima del ser. En la
intersección entre estos dos propósitos, se produce placer.
Recordemos que la experiencia está regulada por el principio de
placer-displacer; es entonces placentera para el yo. Porque el sujeto
juega en la cornisa: amenaza con, pero no llega a saltar.
La seducción ejercida por los signos está primero. Cuando
los signos asumen enteramente correspondencias infinitas, cuando se convierten
en esas nebulosas en fusión, esos perfumes en condensación
(...), la rigidez se evapora y el yo vaporizado en una metaforicidad generalizada
es el terreno no de una pasión vil, sino del goce mismo, completamente
convertido en belleza. Entiéndase: signo, o mejor, interferencia
de signos, indecible significación de los juegos meta-fóricos
(Barthes).
Algo de la intimidad del sujeto se pone de manifiesto ante la fascinación
y la atracción por develar eso que se esconde por detrás
del signo que convoca desde el cuerpo del partenaire. Lograr la desnudez
del otro pero también la propia, para desentrañar en el
encuentro de los cuerpos lo más verdadero del propio
ser, el quid de su deseo.
Sin el vértigo que implica la atracción por el enigma, sin
la sensación de perderse del todo en la fusión
con el otro, la experiencia de éxtasis no tendría lugar.
La ilusoria disolución del ser (Bataille) tiene lugar
sobre la base de una doble condensación: del sujeto con el objeto
y con su propio accionar. El sujeto se desdobla en una intersección
de parcialidades, de representaciones que, por los distintos registros
perceptivos, remontan hasta sus componentes pulsionales y sensitivos.
Allí se desvanecen las totalidades, para recobrarse un instante
después del naufragio del sujeto, ante el bordeamiento del enigma
que le es propio.
El erotismo es entonces el bastión desde donde la sexualidad resiste
ser incluida en los discursos que intentan aprehenderla, normalizarla.
Ya que lo esencial ocurre en la posibilidad de la puesta en escena de
una imposibilidad: el intento por develar lo enigmático que vehiculiza
el deseo, a condición de nunca alcanzarlo. Lo erótico, en
su movimiento de transgresión-fascinación, reedita la experiencia
de fusión en el marco del narcisismo, a la vez que garantiza al
deseo que su movimiento, en pos de mitigar la falta, no será en
vano.
* Texto
extractado del trabajo El erotismo en la experiencia amorosa,
publicado en la Revista del Ateneo Psicoanalítico Nº 3, El
cuerpo en escena.
SOBRE
LA IDENTIDAD Y LAS IDENTIDADES
Dos cuchillos, el cuchillo
Por
Luis Vicente Miguelez *
Nuestra práctica
nos impone ocuparnos detenidamente de los modos en que la subjetividad
va siendo afectada, modificada por nuestro tiempo. Basta con mencionar
los efectos de la hoy posible clonación humana en torno a la filiación
y a la alteridad, para darnos una idea de la dimensión del asunto.
Es precisamente alrededor de la filiación y la alteridad, en sus
diversos modos de articulación, como se delinea la subjetividad
de cada época.
Sabemos que la alteridad se manifiesta como fuente de satisfacción
y como padecimiento. Pero, sobre todo, como trabajo impuesto al psiquismo
en su constitución. El encuentro con el otro exige un recorrido,
un movimiento que incluye la pérdida y el duelo y que es propiciatorio
de pasajes, un viaje incesante en cuyo transcurso las identidades se conforman
y modifican.
Pensar la identidad es pensar la relación con los otros; cómo
lo propio se articula con lo otro, con lo extranjero. Lo extranjero en
uno y lo propio en lo extranjero. Es también pensar acerca de lo
irreductible, lo no asimilable en lo semejante, que hace que uno sea en
algún sentido otro para sí. La cuestión de la identidad
plantea un territorio de frontera, un espacio paradojal donde confluyen
lo diverso y lo mismo, cuya condición polimórfica es fuente
de metamorfosis donde lo real puede salir transfigurado.
La pregunta por el ¿quién soy?, ubicada en los carriles
de la interlocución se sitúa como: ¿quién
habla? Es decir, en términos de una interrogación sobre
el sujeto de la enunciación, más que en de coleccionar atributos
sobre el sujeto del enunciado. Seguir el camino de la identidad a través
de los atributos yoicos nos conduciría necesariamente a la pregunta
sobre qué es lo que hace que algo sea lo mismo a pesar de los cambios.
Un ejemplo nos muestra el callejón al que conduce esta perspectiva:
un mismo cuchillo al que se le cambia el mango y luego la hoja. ¿Qué
relación hay entre el cuchillo final y el del comienzo? ¿Es
el mismo, transformado por los cambios? ¿O es verdaderamente otro?
Pero, ¿será verdaderamente otro si deriva del primero? El
ejemplo muestra las dificultades de intentar determinar lo uno invariable
en el tiempo.
En el caso de un sujeto, ¿qué nos permite hablar de uno
mismo a través del tiempo? Nos basta reconocer en el extrañamiento
y la despersonalización parcial algunas de las manifestaciones
con que la psicopatología de la vida cotidiana enseña la
fragilidad en la que se asienta la mismidad del uno mismo. El otro acecha
en uno e irrumpe entre la trama de los tejidos ficcionales de una identidad
que se pretende idéntica a sí misma. Sin embargo, no podemos
negar la urgencia con que nos aferramos a la creencia en que uno es uno
a pesar de los cambios.
El sí mismo se forja primeramente como objeto de una mirada. Porta
de este modo el sello del desconocimiento, ya que no logra zanjar en el
plano imaginario del soy eso la cuestión del quién.
Cuando pensamos la identidad exclusivamente en la vía del soy
eso, queda eclipsada por la sombra de la identificación narcisista.
Sabemos que, cuando la identidad se apoya sólo en la identificación
narcisista, el resultado es la agresividad; una forma de identidad en
la que la intolerancia, la segregación y el odio son moneda corriente.
Identidades que Amin Maalouf, escritor que cabalga entre Occidente y Oriente,
bautizó con el término identidades asesinas,
al preguntarse por qué a lo largo de la historia la afirmación
de uno ha significado la negación del otro (A. Maalouf, Identidades
asesinas, Alianza Editorial).
¿Es posible pensar en un mantenimiento del sí mismo diferente
del de la identificación narcisista? Si algo puede sacar al sujeto
de su reducción a la dimensión de objeto al que la mirada
del Otro lo condena, esto será el movimiento que va de ser mirado
y hablado a asumir la palabra en nombre propio. Este acontecimiento no
sólo afecta al sujeto sino también al Otro, en tanto amarra
su propio decir a un decir en el que toma lugar.
* Co-coordinador
de Reuniones de la Biblioteca. Fragmento del trabajo Cada vez que
se dice yo. A propósito de la identidad.
POSDATA
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Atentados.
Programa de Asistencia Psicológica Gratuita de AMIA frente
a la posible reactivación de ansiedades, actualizadas por
el comienzo del juicio oral y público por el atentado contra
la sede de AMIA y reagravadas por los recientes atentados en Estados
Unidos. 4959-8812.
Poetas. Psicoanálisis, escritura y poesía.
Alejandra Pizarnik, Néstor Perlongher, el 1º de
10 a 12.30 con Isidoro Vegh, Daniel Calmels y Liliana Donzis. Lavalle
23, Avellaneda. 4201-7476. Gratuito.
Etica. Hacia una ética entre mujeres y varones.
Género y discurso jurídico, con Haydée
Birgin, Alicia Ruiz e Irene Meler, hoy a las 20. Foro de Psicoanálisis
y Género de APBA. Av. de Mayo 950, 1º. Gratuito.
Agenda. La agenda de un analista, con Marcelo
Peluffo en Tertulias Clínicas, el 30 de 20 a 22. 4803-5755.
Adicciones. Seminario Crisis social y adicciones, de
Fonga, 7 y 8 de diciembre. 4381-9155.
Malestar. Diez años fundación Proyecto
al Sur. Malestar: psicoanálisis/ cultura, con Amado,
Brück, Rudy, Ulloa, hoy a las 20.30 en Uriarte 1795 y Costa
Rica.
Femenino. Erotismo femenino. El amor en las redes del deseo
y El arte femenino: ¿un nuevo paradigma?, el
1º de 15 a 20.30 en Palais de Glace, Posadas 1725. Gratuito.
Discurso Freudiano.
Vejez. Seminario La vejez y el envejecimiento,
por María Cristina Pérez Acebo en Sociedad de Terapia
Familiar, desde el 7 a las 17. 4962-4306.
Desmanicomio. Acerca de la desmanicomialización,
con Rafaelle Dovenna, Luigi Morrazo (Departamento de Salud Mental
de Trieste, Italia) y Roberto Grelloni (Centro Diurno de Ancona).
Presentación: Bernardo Kononovich. En CIAP, Charcas 4729,
el 30 de 16 a 17.30. Gratuito. 4773-8336.
Padre. El discurso jurídico y el fin del padre,
por Louk Hulsman, con Diego Zerba, María Massa y Alejandra
Vallespir en Centro Psicoanalítico Argentino, el 4 a las
20. Gratuito. 4822-4690.
Brindis. Brindis con música en el 11º
aniversario de la revista Topía, el 4 a las 21 en Corrientes
1660 local 27.
Identidad. Identidad y lazo social, el 1º
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de Mayo en Sarmiento 1551. www.reu nionesdelabiblioteca.com
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