Aunque no haya lugar para ella en el nombre compuesto, en PorSuiGieco –aquel primer supergrupo del rock nacional más acústico– siempre hubo una mujer. Por era Raúl Porchetto, Sui eran Charly y Nito, y Gieco –obvio– era León. María Rosa Yorio, la única voz femenina del grupo, era por entonces la pareja de Charly García, así que debía estar implícito que alcanzaba con nombrar su grupo, y no arruinar entonces un bautismo que incluso llegaba a mejorar su referencia dentro del rock anglosajón, el mucho más literal Crosby, Stills, Nash & Young. Así eran las cosas en los primeros tiempos de nuestro rock, y del rock en general. Y de eso habla inevitablemente el flamante libro de memorias de María Rosa Yorio, que luego de debutar como cantante en PorSuiGieco formó parte de Los Desconocidos de Siempre, el exitoso grupo de Nito Mestre después de Sui Generis, y ya en los ochenta se presentó como solista pop de la mano de un joven llamado Miguel Mateos. 

Suerte de cisne negro entre la avalancha de libros dedicados al rock que en el último tiempo asaltaron las librerías, Yorio revive en el flamante Asesínenme: rock y feminismo en los años 70 (Planeta) –con un candor y espíritu de confesión que esconde su caprichoso título– aquella primera época de canciones que a esta altura son casi monumentos y que de cuya creación fue testigo (y a veces incluso protagonista), dejando caer casi al pasar en sus páginas recuerdos y referencias inéditas, que las completan e incluso resignifican. “Me echó de su cuarto gritándome: no tienes profesión”, son Charly y su madre, revela María Rosa con respecto a la primera estrofa de “Confesiones de invierno”, por ejemplo. “Ella corre a abrir la puerta con el vestido de ayer”, es como la retrata García en el hermosísimo “Antes de gira” (que originalmente se llamaba “Para María”), tema que reemplazó a último momento “Fantasma de Canterville” en el debut de PorSuiGieco por exigencias del censor de turno. Así también eran las cosas en los comienzos de nuestro rock.  

“Ay, que hermoso cachorro” sabemos ahora gracias a Asesínenme que dijo una joven Graciela Borges cuando se cruzó por primera vez con Charly, y uno de los grandes logros del libro es ese retrato del joven artista cachorro con el que convivió su autora, cachorra entonces ella también. Dos chicos escapados de sus más o menos pudientes hogares familiares, viviendo juntos en una pensión, persiguiendo un mundo de canciones. La bohéme, según celebra Yorio, que bautiza así uno de sus mejores capítulos, en el que se retrata con Charly tirada en la cama, cada uno con sus auriculares, escuchando discos recién salidos como Artaud de Pescado Rabioso (o sea Luis Alberto Spinetta, del que confiesa que ambos eran fans) o Dark Side of The Moon de Pink Floyd. Hay muchas escenas de ese tipo en Asesínenme, dignas de titularse como aquel tema del contestatario último disco de Sui Generis, “Pequeñas delicias de la vida conyugal”, que en realidad retrata aquellos mejores días, “en busca de lo naranja y verde”.

Pero también hay confesiones de una vida que se pretendía libre pero no lo era tanto, en la que esa tan idealizada dieta de sexo, drogas y rock tenía sus contraindicaciones sentimentales e incluso prácticas. María Rosa confiesa todas sus limitaciones personales al respecto, y al no pretender convertirse en la heroína de su historia es que el libro deviene revelador al tiempo que desmitifica, y el relato de cómo la madre del hijo de Charly termina refugiándose en brazos de Nito Mestre suena casi lógico. De hecho, habría que agradecerle a esa herejía dentro del imaginario del amor libre-pero-no-tanto de este rock de cachorros que un libro semejante pueda existir. María Rosa lo debe haber escrito para liberarse de una vez por todas del fantasma de aquel anónimo pasajero del mismo colectivo en que viajaba ella que, al reconocerla, le gritó: “Vos sos la hija de puta que separó a Sui Generis”. Y que, aunque sabía que era una acusación injusta y horrible, recuerda que entonces no pudo responder. 

De todo eso escribe María Rosa Yorio, y por eso es que el dinámico y fluido Asesínenme es un libro fascinante, incluso en sus silencios y vaguedades. A pesar de un título confuso, una portada sin gracia, y un subtítulo que resulta forzado, porque la inevitable reflexión sobre el rock y feminismo de la época sólo asoma recién después de su lectura, nunca antes. Pero en sus páginas María Rosa demuestra ser también capaz de sumergirse en sus infiernos personales, y retratarse sin anestesia pasada de rosca con un librero de Plaza Italia, buscando respuestas abriendo al azar durante toda la noche los libros acumulados en su casa-depósito. Una gélida postal de las décadas posteriores a aquellos idílicos comienzos, y que tal vez explique por qué su hijo Miguel (“tiene manos de marfil, y teclados de Taiwan”) terminó prefiriendo vivir con su caótico padre. La redención llegará recién cuando Mecha, la joven pareja actual de García, al conocerla le confiese: “Pienso que sos una genia”. 

Entre esos dos extremos, la acusación gratuita en un transporte público y el tardío reconocimiento de su última sucesora, es que descansan las virtudes de un libro que de ahora en más resultará indispensable cada vez que se pretenda reconstruir aquella época en que Charly aún se escribía Charlie en el sobre interno de sus discos, y el rock de todos todavía era un territorio por descubrir.