Para Matías Darroux Mijalchuk “los genes no son joda”. Tiene 41 años y hace tres, justamente, que la genética le confirmó un montón de sospechas. En 2016 supo que es hijo de Elena Mijalchuk y Juan Manuel Darroux, una pareja desaparecida en diciembre de 1977. Para entonces, él tenía casi cinco meses y su mamá un embarazo incipiente. Pero poco y nada sabe de la historia de sus padres, de las circunstancias en las que fueron secuestrados, de dónde estuvieron encerrados ni cuál fue su destino. Por eso decidió sacar a la luz su historia: “Yo quiero saber la verdad sobre lo que les pasó, quiero saber si tengo un hermano o hermana. No es una necesidad de reconocimiento, es una necesidad de verdad”, explicó en una entrevista con este diario tras una conferencia de prensa en la que las Abuelas de Plaza de Mayo lo presentaron como el “nieto 130”.
Matías supo desde siempre que quienes lo criaron eran sus padres adoptivos.
–¿Cuál fue la historia que te contaron sobre tu origen?
–Me contaron que una señora me encontró de bebé en la calle, a unas cuadras de la Esma. Esta mujer me lleva a una comisaría de Nuñez y dice que me encontró en la calle, esquina de Ramallo y Grecia, en un Bebesit, cosa que para la época no era algo muy común. De hecho, mi tío biológico –Roberto Mijalchuk, un personaje central en la restitución de la identidad de Matías– cuenta que mi mamá siempre me llevaba en un mosiés, o sea que no se puede dar veracidad al relato de esta mujer respecto de si efectivamente me encontró como dijo o si fue parte involucrada en la desaparición de mis padres y le dijeron “llevá a este bebé a la comisaría y contá esta historia”. De ahí, creo que pasé por el Hospital de Niños y la Casa Cuna y al otro día ya estaba en tenencia con mi familia de crianza.
Estela (de Carlotto) me dice que quizá no se respetaron los tiempos usuales en una adopción.
Lo que también supo desde siempre, él y los integrantes de ese clan de crianza, era que no encajaba. Y entonces la sospecha sobre su posible vínculo con desaparecidos empezó a integrar el universo de posibilidades.
–¿Por qué?
–Me crié en una familia más bien burguesa, tirando a la derecha y yo tenía ideas más tirado a la izquierda. Siempre discutía con mi abuelo de crianza y una de las frases con las que él terminaba esas discusiones era “querido, son los genes”. Pero también hubo otras cosas. Me fui a los 15 años de casa. En mi familia la duda estuvo siempre, era una duda cargada de certeza. En 2006 me presento voluntariamente y me da negativo y no lo podía creer. Luego me explicaron que el perfil genético de mi familia no estaba completo, que faltaba la cadena de mi familia paterna, que se consiguió después. Por eso recién en 2016 finalmente da positivo.
Conoció a Estela y a los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo Alan Iud y Pablo Lachener. Por esos días también conoció a hermanos y primos de Elena y de Juan Manuel –no le queda ningún abuelo o abuela vivo– que le aportaron lo que pudieron acerca de los aspectos más biográficos de las vidas de sus padres hasta que desaparecieron. Con Roberto Mijalchuk, el hermano de Elena, entabló un vínculo más profundo. A él le agradeció especialmente: “Gracias por no dejar de buscarme”, le dijo. Y él le contó, por ejemplo, que su mamá lo había llamado Javier Matías para que tuviera las iniciales de su papá, Juan Manuel. Pero no alcanzó para dibujar el perfil de sus padres, algo que tampoco logró esclarecer la causa judicial que se abrió no bien recuperó su identidad.
Entonces se formó un hueco en la historia.
–Más allá de anécdotas familiares, ¿qué parte del rompecabezas pudiste armar?
–No mucho más. Mis padres se convirtieron en dos fantasmas. Tenemos datos aislados, contradictorios. Para mí, uno de los datos que más fuerza tiene en relación a la posible militancia de mi madre es que si bien ella se llamaba Elena se hacía llamar Alicia y una característica muy común en la militancia de esa época era cambiarse los nombres, moverse con seudónimos. La parte de mi padre es más compleja porque había tenido instrucción militar, había trabajado en la Prefectura. Por ese lado, uno espera que el Estado desclasifique archivos, que la Marina entregue información, pero bueno. Y yo quiero saber la verdad sobre lo que les pasó. Quizá haya algún compañero de estudio o de trabajo de mis padres que no se anima a acercarse a la Justicia pero por lo menos sí a hablar conmigo para ayudarme a reconstruir la historia. Para mí está muy bien ordenado la frase Memoria, Verdad y Justicia por que los pasos se dan en ese orden. La memoria para que las cosas no se olviden; sobre esa memoria se reconstruye la verdad y recién después empieza la lucha por la Justicia. Hoy yo estoy en la lucha por mi verdad. Quiero saber qué pasó con mis padres y si tengo un hermano o hermana.
Elena y Juan Manuel desaparecieron a fines de 1977. En mayo de 1999, Roberto denunció la desaparición de su hermana embarazada, su cuñado y su sobrino. Mientras tanto, Matías vivía los últimos años de su adolescencia noventosa. “Soy de una generación criada con padres que insistieron en el “no te metás”, que era justamente lo que buscaron los militares: una población fácil de manejar, que no se involucre ni participe. Yo fui adolescente en la década del 90, en Capital Federal, en plena ilusión del uno a uno. Viví una militancia del rock, no política. Recién alrededor de mis 30 empecé a entender y en gran medida se lo debo a la década kirchnerista, cuando se volvió a hablar de política”, completó.
Siete años después, en 2006, y desde Córdoba, adonde se había mudado, se acercó a la filial provincial de Abuelas de Plaza de Mayo.
–¿Que te permitió pasar ese umbral y acercarte a Abuelas?
–La insistencia de personas a las que aprecio, valoro y respeto me llevó a la reflexión de “no podés ser tan egoísta” –su compañera Vanina y dos amigos– Estaba seguro de que tenía todo resuelto y de que confirmar esa información –que tenía vínculos con desaparecidos– no me iba a cambiar nada. Pero dejé de mirarme el ombligo y empecé a pensar en el otro. ¿Y si hay un otro que está sufriendo, angustiado, buscando hace tanto tiempo, esperando y vos no querés ir a darte un pinchazo en el dedo? Al final lo hice.
La primera cruza con las muestras en el Banco Nacional de Datos Genéticos dio negativa. Una década más tarde, con el perfil de Juan Manuel cargado, la compatibilidad fue del 99,9 por ciento. “Ahora sé que mi papá era asmático igual que yo, que soy parecido físicamente, que tengo el mismo tono de voz, que tengo el pelo de mi mamá. Todo eso también completa el autoconocerse, aporta a la verdad. Suma un montón”.
–¿Por qué visibilizarlo ahora?
–La causa judicial no avanzaba y había algunas puntas desde lo social que podían llegar a servir para tratar de averiguar, pero que al estar muy lejos (vive en Capilla del Monte) no podía aprovecharlos. Se me había ocurrido escribir mi historia y de mis padres y difundirla a través de las redes sociales para ver si podía dar con alguien que echara un poco de luz, encontrar conocidos de mis viejos. Estamos hablando de personas de 70 años más o menos, cada momento perdido es valioso e irrecuperable.
Así, decidieron con Abuelas anunciar su restitución y ahora Matías se encuentra expectante. Se quedará en suelo porteño al menos una semana más con la esperanza de que el efecto dominó en la circulación de información comience. “Lo que quiero es encontrar a alguien que me ayude a saber más. No es una necesidad de reconocimiento, es una necesidad de verdad”, aseguró.
–¿Creés que la visibilización de tu caso puede llegar a ayudar a otros a animarse a conocer sobre su origen?
–Sí. Y les pido que tomen conciencia social, que abran el corazón, que dejen de mirarse el ombligo, algo tan característico del argentino y en especial del porteño. No quiero hacer política, pero hay una frase que resume mucho la importancia de dar este paso: la patria es el otro. Pensá en el otro, pensá que esto es una búsqueda colectiva, no individual. Dentro de ella hay pequeñas causas individuales, pero la búsqueda es colectiva porque forma parte de la genética de nuestra nación, nuestra identidad como argentinos. Entonces, dale, no seas así.