Un incidente naval, una excusa para la guerra, un clásico de la política norteamericana que ya pasó largamente el siglo. Que Donald Trump y sus halcones acusen a Irán de haber atacado a dos petroleros extranjeros que pasaban por aguas que la República Islámica patrulla de cerca no tiene nada de original, excepto en las banderas de los buques afectados. Desde la voladura del Maine en La Habana hasta el enfrentamiento a cañonazos con torpederas norvietnamitas en el incidente del Golfo de Tonkín, los problemas en alta mar le sirvieron a Washington como excusa para empezar guerras que se deseaba empezar.
En 1898, Estados Unidos estaba flexionando sus músculos imperialistas. Ya se había comido y estaba digiriendo la mitad de México –el 55 por ciento, para ser exactos– pero eso era considerado una manera de “completar” el territorio propio. Una nueva generación de políticos y empresarios quería que el país jugara un papel en el escenario mundial, rompiendo la tradición republicana y revolucionaria de mantenerse alejados de los conflictos entre coronas e imperios. La doctrina del Destino Manifiesto cubría moralmente las nuevas ideas imperiales: EE.UU. no iba a llevar la opresión a territorios colonizables sino que iba a liberar pueblos oprimidos, llevándoles los beneficios de un gobierno paternalista, republicano.
El primer objetivo fue el moribundo imperio español que, cosas de nuestras guerras de independencia, todavía conservaba algunas de sus posesiones más antiguas por la simple razón de que eran islas. La guerra de independencia cubana sirvió para preparar a la opinión pública norteamericana a través de ese nuevo instrumento de masas, la prensa amarilla. Así, los mambís cubanos fueron presentados como luchadores por la libertad y los españoles como bestias sedientas de sangre. En ese contexto, el secretario de la Armada Teddy Roosevelt mandó a La Habana al crucero acorazado Maine “para cuidar los intereses norteamericanos”.
El Maine tenía apenas tres años de uso, pero ya era anticuado. Estados Unidos todavía no era la potencia industrial que sería pocos años después, con lo que necesitaba estampadoras de acero inglesas, que se demoraron en llegar. Entre el diseño del buque y su botadura pasaron casi diez años, justo en un momento de cambio profundo en la tecnología naval. De todos modos, La todavía escasa armada de EE.UU. lo tenía como una pieza fundamental y para su misión en Cuba bastaba y sobraba. Después de todo, se trataba de intimidar a los locales y el Maine era más fuerte que cualquier cosa con bandera española.
A las 21.40 del 15 de febrero de 1898, después de tres meses amarrado en el puerto habanero, el Maine voló por los aires, matando a casi toda su tripulación que dormía a bordo. Hubo 260 muertos y 89 sobrevivientes, que se salvaron más que nada porque la explosión fue a proa, donde se guardaba carbón y munición, y donde dormía la mayoría de la tripulación. Todavía hoy se discute qué pasó esa noche terrible, con estudiosos afirmando que efectivamente alguien atacó el barco –con una mina o un torpedo– o se trató de un fuego espontáneo causado por el tipo de carbón bituminoso que usaba la nave, muy inestable. Pero la prensa amarilla no lo dudó: habían sido los españoles y tenían que pagarlo. Poco después, Cuba, Puerto Rico y las Filipinas ganaban su “libertad” a manos norteamericanas.
La experiencia resultó tan positiva que se repitió en 1964, cuando el gobierno de Lyndon Johnson andaba buscando cómo vencer la resistencia interna para entrar de lleno en Vietnam. En ese momento todavía se podía negociar y la guerra entre el norte y el sur era más civil que otra cosa. El luego famoso Incidente del Golfo de Tonkín le arregló las cosas al presidente, que hasta logró que el Congreso abandonara su reluctancia y aprobara, por voto cantado, la teoría del dominó, aceptando que toda “agresión comunista” era causa suficiente para una intervención de Estados Unidos.
El incidente en sí ocurrió el 2 de agosto de 1964, cuando el buque de guerra liviano Maddox realizaba tareas de inteligencia electrónica cerca de las aguas territoriales de Vietnam del Norte. El Maddox era una de las naves asignadas a la operación Desoto, que interceptaba y analizaba las comunicaciones radiales vietnamitas, mapeando posiciones y equipos. El recorrido del Maddox por la costa norte de Vietnam había comenzado el 31 de julio, y cada día torpederas vietnamitas lo habían seguido. Pero el dos de agosto, tres torpederas P4, apenas más que lanchas armadas, convergieron sobre la nave americana y su comandante ordenó disparar tres cañonazos de advertencia. Los vietnamitas contestaron el fuego con torpedos y ametralladoras, un combate de pocos minutos que terminó con una torpederas seriamente dañada y bajas. El único daño que informaron los norteamericanos fue un agujero de bala en la obra muerta del Maddox.
Pero el entonces secretario de Defensa Robert McNamara no le contó esta secuencia de eventos a su presidente, sino que le informó que los vietnamitas habían abierto fuego directamente. Como admitió años después, McNamara prefirió mentirle a Johnson para “ayudarlo a decidirse”. Lo mismo ocurrió dos días después con el segundo “incidente”, cuando el Maddox abrió fuego “de radar” contra varios blancos que se acercaban en el mismo Golfo de Tonkín. Fuego de radar es una expresión que indica que uno no ve el blanco, debido al clima o a que está por abajo del horizonte, pero que puede atacarlo por detección electrónica. En este caso, todo indica, incluyendo los mismos informes de la Armada, que el Maddox no fue atacado. Los contactos de radar eran producto del mal tiempo en la zona. Pero esta segunda “agresión” sirvió para convencer al Congreso de que el peligro comunista era tan tangible como en Corea, lo que permitió enviar tropas en serio a Vietnam. Once años y muchísimos muertos después, Estados Unidos se retiraba derrotado del sudeste asiático.
La herramienta del incidente naval, parece, se guardó en un archivo para uso futuro. Un problema es que en la época del Maine casi no había cámaras y las andanzas del Maddox fueron en el mar, lejos de ojos indiscretos. Esta vez, el gobierno de Trump tuvo que acercar un videíto de baja definición en blanco y negro, tomado desde un dron, que muestra una lancha iraní haciendo algo junto al enorme casco del petrolero japonés. Según los iraníes, sus marinos estaban retirando una mina magnética, salvando de hecho el buque. Según Washington, eso prueba que Teherán estuvo involucrado en el ataque. Con lo que la ambigüedad queda a salvo.