Por varias razones, la que estrenó recientemente en la sala Caras y Caretas no es una versión más de Potestad. Es Norman Briski quien la dirige: no sólo un amigo íntimo del autor –Eduardo “Tato” Pavlovsky– y un conocedor del alma de su obra, sino también el primer director del clásico allá por la década del 80. Por primera vez es una mujer –la impecable María Onetto– quien se pone en la piel del médico que se apropió de una niña en la dictadura y que, a la vez, es capaz de suscitar algún atisbo de empatía. Eso no es todo: aquí no hay, como en el resto de las versiones, una atmósfera realista de personajes sentados en una silla: a Briski se le ocurrió generar una partitura dramática inspirada en elementos del teatro noh.
Que una mujer ocupe el centro de la escena y que el vestuario (de Renata Schussheim), el maquillaje y los desplazamientos estén inspirados en un teatro ajeno y tan diferente al porteño son decisiones que aportan novedad y riesgo. También otras posibilidades para pensar un texto fundamental del teatro nacional, estrenado en 1985, que aborda la represión, la tortura y la desaparición de personas desde la óptica de un apropiador. Texto que, seguramente, la mayoría de los espectadores ya conozca.
Otro aspecto que diferencia a esta versión de las anteriores es que el espectáculo no transcurre en la intimidad de una pequeña sala, sino en un espacio de grandes dimensiones, lo cual parece tener sus implicancias. Briski suele incorporar juegos técnicos a sus puestas en su propia y espaciosa sala. Por fuera del Calibán, no debió hacer la excepción (y sorprende sobre todo con un recurso en que utiliza, completo, el set de luces). Por otro lado, son otras las exigencias para la actriz. Finalmente, hay una distancia objetiva que separa al público del médico. A lo mejor aquí no gane la empatía.
El universo que Briski compone en Potestad tiene bastante en común con algunos de sus últimos trabajos, siempre corridos de zonas realistas. Entre ellos hay obras que configuran mundos autónomos, registros actorales que hasta pueden variar de escena a escena, y una mirada en cierto modo futurista, que se pregunta por lo que vendrá o más bien se ocupa de advertir. La cuestión de género no ha aparecido de manera explícita en sus últimas producciones. No como tema, pero en su momento ocurrió algo curioso: muy poquito después de estrenar Unificio (2017, todavía en cartel), con tres actrices, llegó Al lector (2018), con cuatro actores. Quizá este díptico haya sido el presagio de Potestad.
Briski y Onetto nunca habían cruzado sus imaginarios en el teatro, y lo cierto es que la combinación resulta muy rica. La actriz, justamente de tendencia más naturalista, luce irreconocible con ese maquillaje japonés y realiza un trabajo extremadamente preciso en torno a los ritmos, los gestos y desplazamientos, destacándose en detalles como la rigidez de sus manos. Contó con el entrenamiento y asistencia de Daniela Rizzo. Desde el principio, se apropia de un escenario inmenso. Se traslada con lentitud y se oye cada paso. Es capaz de generar intriga aun cuando todos sepan qué es lo que pasará. Sube a pequeñas tarimas para traer a escena a otros personajes (a Ana María, a Adriana). Su médico apropiador es distante: no está sólo aquella distancia física objetiva, también ese ser es distinto del público. Se mueve y luce distinto.
Que una mujer protagonice Potestad provee al texto de nuevas e interesantes resonancias. Ya su sola presencia rompe con la mirada binaria de los géneros. No es preciso que Onetto se transforme en hombre para instalarse en un lugar discursivo que pertenezca a uno. El vestuario y el maquillaje parecen, más bien, ubicarla en una zona andrógina. Este aporte otorga un aire contemporáneo al material y, sin embargo, de alguna manera, todo estaba allí: el texto es el mismo, el recurso lo ilumina diferente. Pone la lupa en aspectos como la pérdida de la masculinidad que el personaje dice padecer o la rabia que lo invade al ver a Ana María, su mujer, manejarse con autonomía.
Con todo, esta versión de Potestad resulta un ejemplo de cómo los aspectos formales pueden intervenir significativamente en los contenidos. En relación a los elementos del teatro noh quizá sea más difícil sacar conclusiones. Teniendo en cuenta que se trata de un tipo de teatro dogmático y estructurado de manera tal que se vuelve predecible para el público, a lo mejor la elección de este traslado tenga que ver con que todos conocen Potestad, o al menos su anécdota central. Paradójicamente, el efecto que genera el teatro noh en diálogo con el clásico de Pavlovsky es el de habilitarle un clima inquietante y hasta intrigante, como si se la estuviera viendo por primera vez.
Tratándose de Briski, la resonancia, claro, también es política. Hace ya algunos años que el director dice que sus obras advierten. En clave de teatro noh, esta versión de Potestad podría estar sugiriendo que esa horrorosa película podría volver a empezar.