Los resultados de las elecciones en las doce provincias que ya pasaron por las urnas en lo que va del año arrojan una caída de más de diez puntos en los apoyos a Cambiemos respecto de los votos obtenidos en 2017. La baja es desde el 38,97 por ciento que lograron los candidatos de esa fuerza en aquella oportunidad al 27,23 por ciento en los comicios de este año. La diferencia exacta en esos doce distritos marca una disminución de 11,74 puntos porcentuales. Si la comparación se realiza con las elecciones de 2015, la caída es de 6,39 puntos, ya que en aquel año los representantes provinciales de Cambiemos habían cosechado el 33,62 por ciento de los sufragios. Sobre un total de 8.786.711 votos positivos en 2015, Cambiemos había sacado 2.954.186. En cambio, sobre un total de votantes similar este año, con 8.848.511, la alianza que lidera Mauricio Macri se quedó con 2.409.670. Es decir, Cambiemos sufrió una sangría de 544.516 votos en relación a cuatro años atrás. La comparación con 2017 en cantidad de votos perdidos es mucho peor, con 1.235.427, pero como el universo de votantes ese año fue considerablemente más alto, con 9.351.662, el dato puede resultar engañoso. De todos modos, en el análisis de los porcentajes se aprecia que el mejor momento de Cambiemos fue 2017 y el peor, en las 12 provincias que ya votaron, es el actual 2019. En esos dos años se profundizó la crisis económica, con niveles record de inflación, caída del consumo, aumento de la desocupación, destrucción de empresas y estallido cambiario, ante lo cual el Gobierno decidió recurrir al FMI y someterse a sus recetas de ajuste sin anestesia.
La euforia de los mercados financieros de esta semana tras la elección de Miguel Pichetto como compañero de fórmula de Macri fue interpretada por el oficialismo y los medios de comunicación que lo acompañan como un punto de inflexión en el devenir electoral, como si el humor de Wall Street y los inversores especulativos fuera determinante para establecer quién gana o quién pierde las elecciones. El voto de los capitales financieros tan contundente a favor de Cambiemos fue leído como un anticipo de un cambio de tendencia que arrastrará a los votantes de carne y hueso en la Argentina. Es una hipótesis arriesgada, ya que las políticas que tanto le sirven a los financistas son las que hunden a la producción, el empleo y el salario en el país. Una tasa del 70 por ciento que genera ganancias extraordinarias al sector bancario es la que manda a la banquina a fábricas como Puma o a cadenas de electrodomésticos como Ribeiro, por dar apenas dos ejemplos de estos días. La asimilación automática del clima en los mercados con la posibilidad de encontrar soluciones a la problemática social es una operación habitual en las fuerzas políticas concentradas en satisfacer los intereses de Wall Street y la city porteña. Un momento de entusiasmo similar al de la llegada de Pichetto a las huestes de Cambiemos se vivió en 2001 cuando Domingo Cavallo fue la estrella fugaz que salvaría al gobierno de la Alianza. Es claro que los momentos políticos y económicos son diferentes, pero el mensaje del Gobierno y del establishment sobre la aparición de un dirigente con capacidad de torcer el rumbo de un fracaso estrepitoso es similar.
Esa lectura repite la subestimación de esos mismos actores sobre el impacto que está teniendo la crisis económica en la adhesión a la fuerza gobernante. El argumento de la Casa Rosada es que en las elecciones provinciales ganan los oficialismos, cualquiera sea, porque se ponen en juego aspectos enteramente locales. Por lo tanto, no se pueden extrapolar los resultados a la contienda nacional. Esa versión no toma en cuenta que el desdoblamiento de los comicios alcanzó también a provincias gobernadas por Cambiemos, dado que la figura del Presidente amenazaba con convertirse en un lastre para los gobernadores alineados con el jefe de Estado. Además, hasta el nombre Cambiemos quedó archivado por la mala vibra que viene arrojando en los focus gruoup. Y eso sucede tanto en las provincias como a nivel nacional.
En Jujuy, por ejemplo, Gerardo Morales, un aliado principal de Macri, decidió realizar los comicios la semana pasada. Obtuvo 173 mil votos, que le alcanzaron para ganar las elecciones con el 43,6 por ciento. Sin embargo, en 2017 su espacio político se había impuesto con el 51,7 por ciento y 11.544 votos más, según el análisis de la consultora PXQ, de Emmanuel Alvarez Agis, ahora en los equipos técnicos de Alberto Fernández, quien viene desarrollando un seguimiento de la evolución de las disputas en cada distrito. En 2015, Morales también había ganado en Jujuy, pero con el 58,3 por ciento de los sufragios, 52.937 más que en esta oportunidad. Esa baja del 58,3 al 43,6 por ciento en cuatro años (14,7 puntos menos) encendió luces de alarma en el oficialismo, aunque de cara a la opinión pública el relato volvió a ser que la elección se resolvió por cuestiones provinciales, como si en 2015 hubiera sido diferente o la crisis económica actual no existiera.
En Mendoza, gobernada por el radical Alfredo Cornejo, los candidatos que se referencian en Macri se impusieron con el 42,9 por ciento de los votos, un 0,3 por ciento más que en 2017 (10.058 sufragios más que hace dos años, aunque el universo de votantes totales creció en 45 mil en esta oportunidad). En cambio, esa cifra es menor al 47,5 por ciento de 2015 (7365 votos menos, con un universo de 25 mil votantes menos que este año).
Otra provincia clave para Cambiemos donde se aprecia una baja sustancial de votos con respecto a elecciones pasadas es Córdoba. Los candidatos a gobernador identificados con Macri, Mario Negri y Ramón Mestre, sumaron 584.927 votos el mes pasado, contra los 628.806 de Oscar Aguad en 2015. La baja es de 44 mil sufragios, aunque este año el universo de votantes en los comicios fue superior (1.920.627 contra 1.863.355 de hace cuatro años). En 2017, los candidatos de la Casa Rosada en la provincia mediterránea habían obtenido 996.950 votos (con un total de 2.056.395 votantes). Es decir, Cambiemos había sacado 412 mil votos más que en esta ocasión.
En la casi totalidad del resto de las provincias donde ya se votó este año el derrape de los candidatos del Gobierno fue más intenso. En Santa Fe, donde mañana se realizarán las votaciones definitivas, José Corral consiguió en las PASO 224 mil votos menos que en 2015 y quedó 188 mil por debajo de las legislativas de 2017. Terminó con 312 mil sufragios, un 19,7 por ciento, contra los 32,0 y 28,2 por ciento de aquellos años, respectivamente. También fue fuerte el descenso en Tucumán, al obtener su candidata Silvia Elías de Pérez 184 mil votos, un 20,1 por ciento, contra el 41,5 de José Cano en 2015 (fueron 196 mil votos más que este año) y el 32,6 por ciento de 2017 (con 135 mil votos más que ahora). En Entre Ríos, Atilio Benedetti cosechó el 35,4 por ciento de los votos (267 mil), con un declive importante respecto del 53,0 por ciento de 2017 (fueron 170 mil votos más que en esta elección) y el 39,4 de Alfredo De Angeli en 2015 (con 36 mil votos más). En Misiones, un histórico del PRO como Humberto Schiavoni quedó muy relegado con solo el 17,3 por ciento de los votos (115 mil), contra el 22,1 de los candidatos de Cambiemos en 2015 (sacaron 23 mil votos más) y el 33,6 de 2017 (con 96 mil sufragios más). En La Pampa, el radical Daniel Kroneberger obtuvo el 31,8 por ciento (64 mil votos), lejos del 45,4 de 2017 (cedió 32 mil votos) y menos que el 36,4 de 2015 (con 9 mil votos más que ahora). Finalmente, en Chubut, Río Negro, Neuquén y San Juan los representantes de Cambiemos también tuvieron performances desdibujadas en comparación con 2017 y 2015.
El esquema económico de valorización financiera que otra vez aumentó la pobreza, la desigualdad social y castigó a la producción, ahora de la mano de Cambiemos, desató una crisis que está dañando las chances electorales de los candidatos de la Casa Rosada. El Gobierno asegura que esa situación se revertirá en el tiempo que resta hasta la definición del nuevo presidente. Por ahora, el entusiasmo de los financistas no le está alcanzando para retener las voluntades que supo conseguir cuando Macri prometía que todo iría mejor con el modelo de Wall Street.