“Son obras maestras del diseño, ocultas en nuestras vidas cotidianas”, afirma con rotundez la británica Kelly Angood, voz autorizada en materia por ser diseñadora gráfica ella misma, dada a la curiosa afición de coleccionar stickers de frutas, calcomanías de marcas pequeñas, medianas y grandes que marcan manzanas, mandarinas, pomelos, kiwis, limones... “Cuando la mayoría de las personas se encuentra con estas pegatinas, es solo para quitarlas e intentar, a menudo sin éxito, arrojarlas a la basura. Pero Angood ve algo más en ellas: las saca con cuidado antes de agregarlas a su serie de cientos de ejemplares, de distintos países, de diferentes décadas y de una variedad (frutal) ciertamente vertiginosa”, cuenta la web Atlas Obscura, que canta loas al pequeño museo online que la damisela cura con sus pequeñas maravillas adhesivas. Galería que es, sin más, su cuenta de Instagram: @Fruit_stickers. Ella alberga una selección cuidadosamente elegida por Kelly, que decidió compartir con el mundo cada diseño –fotografiado previamente sobre fondo blanco– amén de contagiar su muy específico entusiasmo. Recoge cualquier pegatina que llame estéticamente su atención, por combinación inusual de colores, por tipografía peculiar... Por caso, el sticker verde que encontró sobre mandarinas de Valencia, en España, y que emula la forma de la hoja frutal (“Casi una alusión a su estado natural”), o bien el logo Rolex usado para ciertas bananas en Filipinas (“Extraña tendencia de algunos cultivadores: imitar el diseño de una marca conocida para llamar la atención”). “He notado que en Sudamérica, muchas stickers de marcas muestran la imagen de un niño pequeño, acaso el hijo del cultivador. También he visto mascotas, ¿sus perros?”, comparte la observadora muchacha, que ha comenzado a recibir aportes espontáneos de seguidores, que le envían ejemplares para engordar su ya de por sí nutrida colección.


Peligro: extrema belleza

Las autoridades del precioso Bergün, pueblo de Suiza, están tan pero tan preocupados por el bienestar de la humanidad toda que han prohibido que personas fotografíen su imponente paisaje –rebosante de montañas, prados alpinos, cielos azules, encantadoras casitas blancas, cuidadísimos edificios históricos de cientos y cientos de años– y compartan las imágenes en redes sociales. Pero ¿a cuento de qué?, se preguntará cualquier almita sensata. Pues, temen los locales que las idílicas vistas, evidentemente fotogénicas, sean demasiado hermosas para el ojo extranjero. Y eso, explica el alcalde de la aldea, Peter Nicolaya, “puede despertar sentimientos de honda infelicidad en espectadores por no poder estar aquí”. “Está científicamente comprobado que ver fotografías tan bonitas genera sensaciones ingratas en los demás”, lanza el varón cual verdad irrefutable. Ergo la extrema medida –aprobada a fines de mayo en reunión de ayuntamiento con 46 votos positivos contra 2 negativos– de penar a quienes gatillen cámaras y celulares amén de llenar sus feeds de Instagram con imágenes del pintoresco Bergün. Una ley absurda a todas las luces que, escudada en la excusa de aspirar al bien mayor, pena con multas de 5 francos subir una fotito, con o sin filtro, con o sin encuadre ideal. Claro que desde la propia oficina de turismo del pueblo (que ¡coherente ante todo!, ya eliminó fotos de paisaje de sus cuentas de Facebook, Twitter e Instagram), dicen ser conscientes de que difícilmente la flamante prohibición se cumpla en realidad. ¿Entonces...? “Claramente se trata de un ardid publicitario descarado, aunque brillante, de parte de Bergün para tentar a turistas curiosos”, arriesgan variopintas voces; la hipótesis más popular, empero, no asegura éxito: ¿habrá procesión multitudinaria de personas que busquen corroborar si la aldea es tan hermosa como dicen? Solo el tiempo, y los hashtags presumiblemente, dirán...


¡Extra, extra!

El artista japonés Toshihiko Hosaka, con residencia en Tokio, ha “publicado” un efímero periódico cuyo colosal tamaño haría palidecer a cualquier edición sábana, ciertamente diminuta en comparación. Voice of the Sea News, como bautizó el varón al número en cuestión, solo tiene una página, y mide 50 metros de ancho por 35 de alto. Claro que, con consciencia verde, no apeló al papel para imprimir palabritas e imágenes: las talló en arena, a orillas del mar, en la playa Iioka de la prefectura de Chiba, ayudado para la magnánima tarea por un numeroso equipo de residentes y estudiantes. Reunidos todos, vale mencionar, para denunciar los efectos devastadores de los desechos plásticos en las aguas... “Nuestro periódico fue creado en medio de la naturaleza, tallando en una zanja poco profunda que hicimos en la playa”, detalla Hosaka, cuyo team necesitó once días para dar forma final al artículo en cuestión, que precisamente busca dar voz “al océano que sufre en silencio”. “Son muchas las criaturas del mar que mueren cada día. Y la causa es el plástico. Bolsas de plástico, botellas de plástico, espuma de polietileno... Cada año se descargan ocho millones de toneladas de plástico en los ríos y el océano, y permanecen flotando como basura. Al tragar o enredarse en la basura plástica, alrededor de 700 especies de animales, incluyendo tortugas marinas, aves marinas, focas y peces, se enferman y perecen”, abre la editorial de Hosaka, que prende la chicharra de alerta con justificada preocupación. “Pronto la cantidad de basura en el mar superará la cantidad de peces”, anota; y llama a que los japoneses tomen consciencia y, sobre todo, medidas a la altura de las inquietantes circunstancias. “Japón produce la segunda mayor cantidad de basura por persona. Para rectificar esto, tenemos que analizar detenidamente lo que está sucediendo, aprender de una vez aquello que hemos estado ignorando por priorizar el crecimiento económico, la conveniencia cotidiana y demás”, cierra el eco-warrior Toshihiko en su pieza fugaz playera.