Como si saliera sangre de los dedos, dice. El sonido de Guilty (1980) de Barbra Streisand y Barry Gibb como inesperada referencia al momento de grabar. Un puñado de canciones acopiadas durante una pila de años que, a la vez, apilan kilómetros y kilómetros. A Javier Maldonado –el cuerpo espigado, ese bigotito que es apenas una línea, el porte fino, un desaliño apenas sugerido– le bastaron aquella intención al escribir, esa referencia musical y esas tonadas suyas para entregar un disco enorme, bello, cercano a la perfección.
En la sala hay cosas que cuentan sobre él: un vino, uno de los tomos del diccionario de María Moliner (“soy un fanático de la etimología”), más libros de lomos gastados, el piano de cola traído desde su 9 de Julio natal, la luz baja, toda esta quietud. “El silencio es hermoso. En tanto vos vas a la casa de alguien y hay música y no podés ni conversar, ahí empiezan los problemas. Yo no escucho tanta música y no me parece una idea feliz estar todo el tiempo, todo el día escuchando música”.
El muchacho se tomó su tiempo para tener disco nuevo. Seis años pasaron. “Anduve mucho, escribí un poco nómade, como soy yo. Mis discos suelen tener un tiempo de macerado”. Su obra –además de dos piratas: uno en vivo y otro que recoge demos y cosas sueltas– está conformada por Calle España (2008), Musas domésticas en el Meridiano V (2010, dedicado a ese barrio platense, adoquinado y bohemio) y Los pasajeros (2013). En todos y cada uno de ellos –ya desde los títulos se adivina– hay un línea que los cruza: el andar, el devenir, el divague urbano. La ciudad como rumbo y cartografía. Para perderse, embriagarse, extraviarse allí. Y en ello, el pulso narrativo. “Tiene algo geográfico también. Es la soledad, es mi frustración como escritor. Y eso está ahí. Yo siento que escribo y compongo solo. Los escritores por ahí se encierran en su despacho. Suelo viajar mucho y en ese viajar suelo escribir un poco más”. Cada uno de esos discos, a su manera, revelan el recorrido de Maldonado: su estadía en La Plata como estudiante de Bellas Artes, los viajes, la transición hacia la gran ciudad, las vueltas a casa. Y en ello, el viraje sonoro: desde el rock y un pulso más eléctrico hacia una canción más universal.
Por eso, entonces, el mundo como lugar. Ese mismo espíritu viandante, andariego y cosmopolita vuelve a estar en No es el tiempo que pasa: flamante y preciosista disco nuevo de Maldonado que reúne canciones de los últimos años. A veces para el viento y no muere. Eso pareció entender Javier. El trabajo tiene unos pocos momentos de intimidad y austeridad sonora; el ejemplo más claro: la instrumental Vecinos rusos, grandes amantes que funciona como puente de una obra que bien podría pensarse cuenta con sus lados A y B. Eduardo Carreras, músico y uno de los encargados de la grabación al escuchar ese vals instrumental le dijo: “Javier ¡qué música! Todo lo que nosotros siempre anhelamos de Tom Waits o de esos tipos: ya no le tenemos que envidiar nada. Esto es música”. El resto abreva sobre una instrumentación variada y cargada pero todo suena justo, liviano, orgánico, grupal. Nada sobra, nada falta. Aires de bolero, de vals y de tonada rioplatense, algún pasaje más eléctrico, baladas. En definitiva: canciones, grandes canciones. Todo, además, dialoga con otro tiempo, varios años atrás. Lo dicho: ese preciosismo se saltea el paradigma musical actual, el arco se abre y tensa hacia los 70, los 60. Tal vez los 50. “Yo soy un poco atemporal. Me han dicho por qué no sacaba simples o EPs. ¡Y no! Una obra es una obra, una película, un libro. Narra algo. Situaciones. No porque el tiempo actual dicte algunas cosas yo tengo que hacerlas. No me interesa contar a todo el mundo que yo estoy acá con vos” cuenta. Y sigue: “Yo no pienso en un business. Entiendo que todo es business, sí. Pero hasta ahí hermano: hay cosas que no las voy a entregar ni relegar. Llevan más tiempo pero no me importa. Justamente: no es el tiempo que pasa. Cómo sentís el mundo y qué música le podés entregar. Este es un disco de entrega y tiene, además del pulso de la sangre al escribir, el pulso de mi cuerpo, de cómo canto. Al fin y al cabo es el tesoro de cada uno, cuando lo encontraste ya está. Creo que encontré mi vida en las canciones. Y en la música y la literatura”.
En cada uno de sus trabajos anteriores y ahora: un aire de celebración y de dicha recorre todo. Sobre un halo melancólico sopla cierto júbilo. Se alista, aquí, la seguidilla que da comienzo: “La alameda”, “¿Qué nos está pasando?”, “El cartero de la soledad” (quizás la canción más hermosa del disco), “Nos ocupamos del mar”, “La marcha de las caravanas”. “¡Es la celebración de la música!” dice. Y agrega: “A los músicos nos gusta tocar. Toco con Germán (Giuliodoro, finísimo guitarrista platense, fiel compañero de Maldonado desde hace muchos años) y me encanta. O con la banda. Se disfruta el encuentro, cómo toca el otro. A mí no me gusta hacer música de mierda. A la hora de grabar tratemos de hacerlo bien, porque a la música bien tocada no hay con que darle”.
No es el tiempo... cuenta, además, con algunos invitados: Isla Mujeres, Franny Glass (juntos compusieron “Todas las ventanas de ayer” y de allí vale rescatar el pasaje que dice: pido al viento tantas cosas como para que cuando no pueda me pueda ayudar, pan y cerveza fría para los vigías), Pablo Dacal, Agustina Cichetti y Julieta Laso, con quien comparten “Días como malones, hombres como ladrones”, especie de milonga campera que cierra el disco. “Es una canción de llegada. La milonga es volver a mi pago. Vuelve para seguir abierto, así termina. De hecho cierra con un acorde arriba y una mujer cantando. Estuvimos hasta la madrugada encontrando ese tema. Es un paisaje, de vuelta a la pampa. Al fin y al cabo, los viajes cansan, claro. Pero te colman de aire”. Son apenas cuatro líneas y no se necesitan más. El texto, como la pampa misma, se demora, se aletarga. Y todo el pasaje, de saliente a poniente llena la mañana, la tarde, la noche: los días llegan como malones/los hombres buscan como ladrones/ los viajes cansan/ llenándolas de viento a mis palabras. Dice: “Cuándo uno canta ‘I Am The Walrus’, está buenísimo, sí. ¿Pero, loco, qué estás cantando? ¿Qué mierda estamos diciendo? Escuchemos a gente con nuestras palabras, con nuestras propias líricas”. u