En 1975 se publica en Barcelona una edición de sus Cuentos Completos pero entonces Onetti intentaba con poca suerte continuar una novela que tenía avanzada en el momento de partir.
La historia de Medina había comenzado hacía muchos años, cuando una de las tantas tías que andaban por la ciudad llevó a su sobrino a la iglesia y le regaló un retrato del Papa. El niño había crecido casi sin que Onetti lo advirtiera, acumulando la frustración de su vocación por la medicina y su fracaso como pintor. Medina había huido de Santa María hacia Montevideo, regresaría más tarde y se haría comisario de policía, pero aún no sabía cómo narraría eso y lo que iba a significar. Integró a la novela las páginas de unos de sus cuentos, “Justo el 31” y, en el capítulo siete, “La Pista”, los dos primeros párrafos de El pozo, pero nada parecía conformarlo. No resultaba sencillo convivir con el absurdo de haberse ido del Río de la Plata y permanecer amarrado a él en un limbo despojado de palabras. Un día Julio María Sanguinetti, de paso por Madrid, lo llamó para preguntarle cómo estaba. “Harto de Onetti –respondió– ¡Extraño hasta el municipio!”. Se sentía terminado, incapaz de escribir una sola palabra más.
Luego de muchos esfuerzos Dolly consiguió trabajo tocando el Danubio Azul y Pequeña serenata nocturna, de Mozart, con una orquesta de cámara que recorría los colegios. Cuando alquilaron el departamento donde viven actualmente, sobre la Avenida de América, todo pareció afianzarse. “Habíamos encontrado un lugar –dice Dolly– con una terraza que pronto estuvo llena de pinitos y geranios y como dijo una amiga, recreamos el mismo ambiente de allá con las plantas, y las bibliotecas y los falsos Picassos por las paredes”.
Si se le acababan las novelas policiales que escoltaban sus horas aciagas, Onetti bajaba a la calle, caminaba unos pocos pasos y entraba en la tienda de canje de libros ubicada al lado de su edificio. Ahí se encontraba con muchos niños que acudían a comprar golosinas o a cambiar sus historietas, con quienes compartía la empedernida busca de las aventuras de la hija de Fantomas. Entregaba la pila de policiales que ya había leído y elegía entre las mesas su próxima provisión, no sin deslizar alguna recomendación, escuchar algún consejo. La sola cercanía de la tienda, que le permitía sostener un hábito tan típicamente montevideano, le hubiera bastado para alquilar aquel departamento.
Las dificultades para avanzar en la escritura de la novela continuaron hasta que un día una amiga llegó a Madrid y sostuvo con ella una larga conversación en la que se convenció de la imposibilidad de sostener un diálogo en la distancia. Comprendió que debía acabarlo, y acabarlo era renunciar a un Montevideo posible para inaugurar una latitud que la volvía una ciudad fantasma. Entonces comenzó a escribir y ya no dejó de hacerlo hasta que el comisario Medina –no se sabe si en un sueño o en su alucinada realidad– le prendió fuego a Santa María y al pasillo de Independencia 858 donde vio a Larsen despidiéndose por primera vez, al astillero del Dock y al de Rosario, al dancing montevideano donde una noche conoció a “Junta”, a la vida breve del Río de la Plata, a todas las tumbas sin nombre, a los recuerdos y su infinita estupidez. “De pronto me sentí desembrujado, y me puse a escribir de una manera fabulosa, loca, todos los días, como nunca había hecho. Así terminé Dejemos hablar al viento”.
La novela fue editada en Barcelona por Bruguera en octubre de 1979 y fue premiada por la crítica española como la mejor novela publicada en el año. Parecía una summa y muchos creyeron que podía tratarse de la última obra de Onetti. Pero Onetti volvía a respirar entre tanto augurio agorero y acababa de escribir un cuento en el que Santa María era reconstruida llamado “Presencia”. Proclamaba a quien quisiera oírlo que podía incendiar y resucitar a cuanto personaje se le diera la gana porque al fin y al cabo había comprendido que su único mundo posible era el que había escrito: “la gente que nunca existió y que existe ahora dentro de mis libros”.
Este fragmento pertenece a Construcción de la noche: la vida de Juan Carlos Onetti, la biografía de Onetti escrita por María Esther Gilio y Carlos María Domínguez, de 1993.