En los pasillos del rock es un tema mil veces conversado. Una teoría que indica que los músicos sacan sus mejores discos cuanto peor es su vida personal. Los ejemplos abundan, los debates se extienden y las razones se acumulan, pero no conviene emitir conclusiones tajantes: el Fito Páez hecho mierda sacó Ciudad de pobres corazones, el mismo Fito con una vida luminosa hizo otro discazo como El amor después del amor. La discusión seguirá por los tiempos de los tiempos, argumentaciones a favor y en contra.
Dicho eso, he aquí los componentes de esta ecuación: Manuel Moretti vive un momento de plenitud. Estelares acaba de sacar un disco inspiradísimo llamado Las Lunas. Ambas cosas son ciertas y Manuel sabe de los estados de ánimo, pero no se enreda en ellos. “Antes me iba, ahora me quedo”, dice, muy relajado en el primer piso de un café porteño. “En la preparación de Las Lunas pensé en lo que significa escribir canciones en huida y en escribir canciones estando. Este es un disco de canciones donde me quedo.”
El proceso previo a la grabación, cuenta Moretti, fue una perfecta síntesis del momento. Después de mil tormentas, el músico vive felizmente con su mujer y sus dos hijas en una casa en la que instaló un estudio con vista al verde donde preparó nueve demos de las canciones que le dieron forma al disco. “Un marco en el que las melodías venían frescas, hermosas, laburando entre las 9 y poco después del mediodía”, relata. “Me conectaba con cosas que tienen que ver con la comodidad emocional, jugar con imágenes sueltas. Supongo que tiene que ver con lo que decía Leonard Cohen: hay niños en casa, y eso ayuda. Algo del ejercicio familiar me impactó de maravillas.”
Manuel habla de construcción, de un álbum donde siente que como nunca se permitió el ejercicio amoroso, abrazar la contención, dejar de romper todo y gritarle a las paredes. Algunas de las canciones de Las Lunas lo pusieron en contacto con “otros yo” pasados con los que, dice, se lleva bien. “Hecho un mono” y “Este misterio” se le aparecieron en casetes fechados en los ‘80, y aunque la versión final cambió muchas cosas el esqueleto se mantuvo. Era una época en la que Moretti estaba “chiflado como una cabra”, en una espiral interminable de drogas en las que “producía mucho pero no hacía nada, acumulaba grabaciones, me limitaba a dejar un registro. Y voy a buscarlas y algunas son muy angustiantes porque se escucha a un tipo que está mal, pero de pronto aparece una melodía que me acuerdo tal cual, que me resuena hoy y tiene sentido, y si me acuerdo...”
–Es por algo.
–Claro, no es casual. Entonces mantengo la armonía pero es como reinterpretarme a mí mismo.
–Pavada de ejercicio psicológico...
–Yo me llevo bien con todos los que fui, y tengo muchos años de psicoanálisis. Algunas grabaciones son violentas, estoy gritando, con problemas: me escucho y hay una distancia. Pero eso me da una ruta, y la banda creció tanto en tantos sentidos... mi mujer y mis hijas me han movido muchas cosas, pero también es muy gratificante lo que vivimos con Estelares. Las Antenas fue muy gratificante también, por el crecimiento compositivo de toda la banda; porque yo puedo ser el compositor principal pero esto es una banda, la interpretación y lo que agregan Pali (Silvera, bajista) y Víctor (Bertamoni, guitarrista), y los músicos que participan llevan todo a un lugar... Yo armé los demos, nos juntamos en la sala y después con el productor Germán Wiedemer, hicimos un par de ensayos más y fuimos a resolver al estudio. No hubo que pulsar mucho sobre el esfuerzo, fue escuchar un par de veces, hacer unos retoques y listo. Y eso se escucha en el disco, para mí la banda está en un momento extraordinario.
–Suena muy afilada: ustedes tocan todo el tiempo, y eso nunca es en vano.
–Hay mucho vivo, sí. Y así como yo estoy más fresco compositivamente los músicos están más frescos ejecutando, hay un aprendizaje de todas las líneas y eso confluye en un disco. En la sala todos meten un montón de alimento, y en todo caso es el productor el que termina de definir algunas áreas en las que por ahí no terminamos de ponernos de acuerdo.
–Cuando lo entrevisté por Bohemio, Andrés Calamaro me dijo: “No, no, en cuestiones de la banda hablá con Germán que es el que sabe...”
–Germán es un crack, le mostré los demos y devolvió maravillas, dio un marco de contención que decís “vamos para adelante con todo”. El se pone como el director de barco y nosotros al servicio de la idea, pero la idea inicial eran las canciones, nosotros somos cancioneros natos y gente como Germán o Juanchi Baleiron también, entonces nunca entramos en conflicto. El resultado fue muy gratificante pero no terminé de asimilarlo hasta escucharlo por primera vez en la radio... digo, lo escuchaba en el auto y sentía que el trabajo estaba bien, que le dedicamos un montón como siempre pero estuvo bien, pero después lo escuchás...
–La prueba de fuego, cuando terminaste las repeticiones de la mezcla y la masterización y lo dejás descansar y lo volvés a escuchar.
–El trabajo que hicieron Martín Pommares en la mezcla y Edu Pereira en la masterización fue alucinante. Pero hay cosas que como son muy personales no sé si las iba a entender el afuera, y la devolución primera que tuve es que la gente lo entiende. Es un ejercicio donde por primera vez el encuentro amoroso ocurre, ese es un símbolo. Ya sea conmigo, con mi deseo, con las canciones, mi oficio o con mi mujer y mis hijas. Hay algo de eso desde mí, desde el compositor, que está. Que pasó. Y se extiende a la banda y al disco.
–No es el discurso de un tipo que compone y los otros acompañan.
–No solo abrazan la idea: la mejoran. Este disco lo disfruté en el marco de los demos, pero después viene la banda y le mete alma.
El altar de la canción
–La industria musical sufrió cambios importantísimos, pero ustedes continúan con el ciclo clásico de grabar, tocar, cerrar un disco, volver a grabar en no más de tres años. ¿Estelares es tan clásica que se volvió una anomalía?
–Es que somos eso, desde la manera de encarar el demo o cómo accedemos a las canciones. Me parece que Estelares en un amplio espectro es una banda de ejercicio clásico, incluso desde la interpretación. Una banda que en el vivo suena mucho más rockera que pop, pero no salimos del universo canción. Y hasta en la manera de entrarle al elemento industrial decidimos seguir siendo clásicos. Al menos por ahora.
–Y privilegiados: siguen grabando para un sello grande en un momento en el que la industria quizá apuesta a otra cosa. Aun sabiendo el potencial de hits de Estelares.
–Es que las canciones funcionan aún, y nunca dejamos de crecer aunque los pasitos sean tranquilos. Pero si seguimos grabando para estos sellos es porque las canciones ruedan. No sé, cuando compuse “Alas rotas”, que es una canción que quiero mucho, dije “ojalá sea hit, pero es medio oscura”. Sentía que tenía algo, y está bueno que aun las canciones oscuras tengan ruedo. Supongo que es por eso que todavía nos permiten que grabemos discos. Si no, no sé qué nos estarían proponiendo.
–Esta es una visión personal, sobre lo que parece tener incidencia en lo que producen las canciones de Estelares: un grado de emotividad que nunca es grasa. Es algo que se encuentra también en Valle de Muñecas.
–Es que son bandas muy cancioneras.
–Pero va más allá de eso: es imposible no creerles. Lou Reed dijo una vez que “todo es ficción”... pero igual hay que creerse esa ficción.
–Lo que pasa en Estelares, y supongo que a Manza Esaín le pasa también, es que en el ejercicio de la canción lo que aparece es porque es verdad. Y si tiene entidad la interpretás, y si no no le das bola, y en eso tiene que ver cómo te representa emocionalmente. Yo consideraba que “Aleluya” era una balada de la sanputa, y dejé la palabra “Aleluya” porque así la había concebido, pero sabía que iba a hacer que no fuera escuchada como debía. La iba a cambiar porque a muchos le iba a generar un prejuicio, pero no podía cambiarla. Ese “Aleluya” no tiene que ver con nada religioso. Sabía que iba a pasar lo que pasó. Para mí hay algo de ese estribillo que es alucinante, pero pagó el pato porque dice “Aleluya”. Por ahí si lo dice Leonard Cohen o un británico tiene menos problema, pero acá...
–¿Y ocupan algún lugar en tu vida la religión o la fe?
–Fui formado como cristiano pero no ocupa ningún lugar, o el lugar que ocupa es que rompí con eso. Hay algo de la formación, de haber sido un joven instruido en cuestiones de “religión” y eso me permitió chusmear en el ejercicio de poder y sus manifestaciones, pero no tengo un sentimiento religioso. Si tengo que analizar, creo que el universo gira para una contención constructiva, de bien. Pero esa es mi única dimensión de Dios, y ahí caemos en cosas eternas, que la palabra Dios se relacione con la masculinidad... todo me parece de Edad Media, muy viejo todo, discusiones que me parecen inaceptables.
–En general uno adopta otra forma de espiritualidad con los hijos... que no tiene nada que ver con el discurso oficial.
–Ahí hay algo de esa construcción amorosa de la que hablaba, la contención. Acompañar, que es algo que comienza con mis hijas y continúa con mis amigos, conmigo, con partes mías, con mi mujer, con mi carrera. Antes quizá destruía, el enojo me llevaba a destruir, picarte y tener las venas inflamadas... en el fondo te estás queriendo matar. De eso al ejercicio de saber que algo me enoja pero tratar de aprender, escuchar. Porque después de destruir... no hay nada. Te quedan los escombros, y los tenés que sacar y empezar a armar de nuevo. El enojo es aceptable, hay que vivir, pero yo ya prefiero no romper nada. Después acomodamos, negociamos, la vida es vivir y hay situaciones difíciles... esa frase tan sencilla y tan hermosa, “vivir solo cuesta vida”: bien dicho.
–Mencionaste la “masculinidad” de Dios, y remarcás la importancia de tus hijas y tu mujer. ¿Cómo vivís este momento de luchas femeninas?
–Yo me pongo contento, me da un poco de vergüenza porque yo lo siento desde mucho tiempo antes... quiero decir, soy bastante femenino, mi padre es un gran tipo pero yo fui instruido por el amor “materno”: la presencia, la comunicación del deseo de conocimiento tiene que ver con mi madre, y yo celebro todos estos ejercicios de respeto de la femineidad, el cuidado, la igualdad. Yo no escribí al pedo “Ella dijo”, si los varones quieren decir cosas, por qué las chicas no. Hace tiempo que siento que la femineidad es mucho más constructiva que la masculinidad, que al menos por lo que se evidencia en la Argentina es más infantil, más adolescente. La femineidad siempre construye, están mejor diseñadas que nosotros. Soy papá de niñas y lo veo, ¡y la felicidad que tengo de ser papá de niñas! Hay algo de esa construcción en estos lugares que se están acomodando, que se están instrumentando y se están institucionalizando y está buenísimo.
–Hay bandas que no resisten un archivo, pero en Estelares la figura femenina siempre parece haber sido tratada con respeto.
–Siempre fue así, no hay una canción que no pueda cantar hoy. Yo he sido un gran mujeriego pero nunca soporté hacer la del macho. Cuando me separé, antes de estar con Julia tuve una temporada de estar muy angustiado y fui muy mujeriego, pero no le mentí a ninguna, siempre propuse un acuerdo en el que yo reconocía que no tenía nada para dar. Estaba enunciado con respeto, no vendía nada que no fuera. No digo que sea una virtud, es algo que no funciona en mí de esa manera. Y eso tiene que ver con mi vieja, que impactó bien en nosotros. Volviendo al tema de la lucha de las mujeres: es un momento muy lindo desde la institucionalización, de la búsqueda de igualdad, y cómo todo se va a ir articulando.
–¿Cómo ves la ley que busca mayor representación en festivales?
–Lo pide el mecanismo social, lo pide un montón de músicas porque el hecho es real, es una necesidad real. Todas estas músicas lo están necesitando. Es como la ley del aborto: hay un montón de mujeres que necesitan el derecho de poder elegir sobre su cuerpo. Es tan sencillo como que no se puede seguir con una imposición sobre el cuerpo del otro.
–Estelares tuvo una frase que definió una era: “Los 90 ya lo hicieron, sos un puercoespín”. ¿Cómo ves este momento que fue un regreso a ese neoliberalismo de los 90?
–La mecánica social es eso. No entiendo cómo sucedió, pero estamos acá y lo que siento es que empeoró nuestra calidad de vida, nos llenaron de miedos emocionales, constructivos, institucionales. La gente no llega a fin de mes, tiene problemas para comer, se perdieron un montón de trabajos, ejercicios de dolor social: eso es lo que no puedo creer. Ni bien asumió Macri dije que me costaba creer que alguien quisiera ser presidente para que se pierdan puestos de trabajo, que fueron las primeras cosas que ocurrieron. Han conseguido dinamitar nuestra calidad de vida. No es un capricho nuestro; desde una mirada objetiva y no ideológica, con un simple relevamiento, ves que la mayoría de la gente empeoró su calidad de vida. Me parece triste, me da pena, y ojalá podamos reconstruirnos más allá de la toma de deuda y la pérdida de derechos. El 51 por ciento de la gente eligió esto; el 30 por ciento es un núcleo duro, y el otro 21 por ciento, bueno... esperemos que aprendamos. Está bien, ejercitamos, a veces nos equivocamos, pero estemos un poco más atentos porque hemos sufrido mucha pérdida. La inseguridad no es el robo, es la inseguridad emocional, se te cayó todo, no podés construir en tu vida. Por mi trabajo no sufrí problemas económicos, pero la inseguridad de ver a la gente mal... es muy triste. A mí no me llena no tener un problema económico.
–En ese contexto, ¿seguís confiando en una dimensión sanadora de la música, aunque sea espiritual?
–Lo que siento es que la gente nos devuelve mucho cariño, y es una de las cosas más hermosas. Que esta sea mi profesión, mi oficio, a veces me emociona de verdad. Lo que le he dado a las canciones me lo devuelve la gente en un montón de manifestaciones, hasta de papás con niños autistas. Creo que fue Vicentico el que dijo “muchachos, estamos hablando de música, a quién le puede hacer mal...”. Hasta en el mundo de los prejuicios, la música solo puede hacer bien. Hay que suspender el prejuicio; puede no gustarte el trap o qué sé yo, pero los pibes se están conectando con música. Las melodías pulsan en el más allá. Después aparece la palabra, pero la melodía ya te está liberando. Y uno tiene que dejar que la música lo atraviese, estar al servicio de una comunicación emocional. Que eso se exprese, atraviese tu corazón y el de los demás. Cuando alguien te hace esa devolución tiene que ver conque pusiste a la luz algo que en realidad es de todos. Y el oficio es un poco eso: como dijo Picasso, la inspiración existe, pero espero que me agarre laburando.