El Gobierno está desplegando un programa de acción psicológica que no planificó. A último momento Mauricio Macri compró a Miguel Pichetto por el precio que Pichetto se puso a sí mismo. El de la gran pata que uniría a Cambiemos con el peronismo. El de un lobbyista internacional de los Estados Unidos con más peso que Donald Trump, Bill Clinton y Harry Truman juntos. Lo primero está por verse. Lo segundo nunca existió. Pero una vez comprado el paquete, Macri está tratando de conseguir lo que aprendió en su vida de empresario: hacer diferencias. Venderles a los votantes el Paquete Pichetto, el PP, por más de lo que vale.
Con la espuma todavía al borde del vaso, los dirigentes de Cambiemos se pelean por atribuirse los derechos de autor de la que vendría a ser la mayor jugada estratégica de la historia argentina, incluso por encima del cruce de los Andes y el 17 de Octubre del ‘45.
El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, dijo por radio Mitre que la Unión Cívica Radical “participó en un 80 por ciento” de la definición de la fórmula presidencial. “El primero que le consulta a Pichetto si estaba de acuerdo en integrar la fórmula fui yo”, dijo. “Una vez que les dí el OK, Rogelio Frigerio habló con él.”
Una pesquisa de Página/12 sobre la jugada permitió constatar el relato de Morales. Pero hay otra parte: primero Morales quiso que el candidato a vice fuera el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey. Con esa candidatura Morales mataría dos pájaros de un tiro. El jujeño sabía que podría ganar el domingo 9 de junio pero también que venía cayendo en las encuestas por su extrema cercanía con Macri. Por un lado se beneficiaría de la buena imagen de Urtubey en Jujuy y por otro cumpliría con la idea que tenían dos dirigentes radicales, él mismo y el ex senador Ernesto Sanz, de abrir la fórmula para un vice que no fuese del Pro.
Urtubey le dijo que no a Morales. Morales se lo transmitió a Macri. Macri decidió insistir personalmente. Por eso hasta viajó a Salta y se fotografió con Urtubey en el living de su casa. El Gobierno quiso presentar esa foto como un indicio positivo. En rigor fue lo contrario: es la foto del no pronunciado por Urtubey en la cara del Presidente.
Cornejo no
Ante el rechazo persistente del salteño, la conducción formal del radicalismo quiso avanzar. Fue entonces que el presidente de la UCR, el gobernador mendocino Alfredo Cornejo, propuso que el postulante a vice fuese radical y que tuviera las iniciales AC. Macri estuvo de acuerdo con la primera parte pero no con la segunda. Lo tanteó a su amigo Sanz, que en 2015 fue el artífice de Cambiemos junto con Macri y Elisa Carrió. En este punto las versiones difieren. Sanz insiste en que sigue comprometido con su promesa de hacer política desde afuera y sin atarse a un cargo. “La verdad es que Ernesto siempre dijo eso pero ahora estaba dispuesto a ser candidato a vice”, susurró a este diario un dirigente que pidió reserva de su identidad. “El problema es que su partido no lo quería a él, como Macri, sino a Cornejo, y no quiso pelearse.”
Caído Sanz de la carrera, volvió la fantasía de Urtubey. Y Urtubey dijo que no porque quería seguir fiel a la construcción de Alternativa Federal. Su hermano Rodolfo, un senador poderoso, lo confirmó en público el viernes en diálogo con el Te Quiero de la 750. “Para nosotros la idea era ‘Ni Macri ni Cristina’ y en ese cálculo no entraba que Juan Manuel fuera candidato a vice de Macri”, contó. Informó que Pichetto no les adelantó a él ni a los demás que se cortaría solo.
El momento estelar de Pichetto llegó cuando Urtubey le pidió que reforzara ante el Gobierno un mensaje doble. El gobernador de Salta no aceptaría la candidatura a vice. Aternativa Federal seguiría en pie. Pichetto efectivamente mantuvo contactos con el Gobierno, cosa que no era nueva en su agenda diaria desde que asumió Macri, pero habría llevado las conversaciones, o de modo directo o de modo inducido, hasta que en el mensaje original apareció una novedad: si no es Urtubey, ¿por qué no Pichetto?
Un paneo de este diario por los dirigentes del peronismo federal permitió establecer que ninguno promovió la candidatura del senador por Río Negro dentro de un acuerdo con Macri. “Nos sorprendimos como se sorprendió el resto del país”, dijo un dirigente del espacio. Ni Lavagna ni su candidato a vice, el mismo Juan Manuel Urtubey, están exactamente felices con el PP, el Paquete Pichetto. El ex ministro de Economía archivó la célebre foto de Cariló con medias, sandalias y Pichetto. En la intimidad no se refiere a Pichetto con el lenguaje reposado de primer ministro belga que usa en público. En cuanto a Urtubey, le dedica a Pichetto el tono irritado del patriciado salteño no cuando invita empanadas los 25 de Mayo en el patio de la casa de gobierno sino cuando se enoja.
Pichetto sí
Pichetto terminará su mandato de senador el 10 de diciembre. Ya tendrá 69 años. Nació en Banfield el 24 de octubre de 1950. Sabía que su nombre no figuraba entre los tres posibles candidatos a senador que pondrá en juego su provincia adoptiva, Río Negro. Se terminaría el papel de gran articulador del Poder Ejecutivo en el Senado que cumplió como oficialista de los gobiernos de Carlos Menem (primero como senador y luego como presidente de bloque), Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. También había quedado atrás su sueño de gobernar Río Negro. Perdió dos veces las elecciones, en 2007 y en 2015, y en 2011 ni siquiera llegó a candidato porque Carlos Soria le ganó la interna. Ni siquiera es presidente del Partido Justicialista de Río Negro.
Sin votos ni territorio ni Senado, a Pichetto se le limitaba la oferta de servicios. Le quedaba en cartera la información sobre vida y milagros de los jueces federales y sus nexos con la inteligencia local construidos entre otras vías a través de la participación en la comisión bicameral que debería seguir a los organismos de espionaje. No era poco, ni es poco ahora, pero Pichetto es un político audaz y un hábil declarante ante el periodismo que siempre ofrece títulos interesantes y se siente llamado a trascender.
Como candidato a vice, su plan de largo plazo es obviamente ganar. Si eventualmente Macri reeligiera, Pichetto recobraría poder y, desde la Presidencia del Senado, hasta podría disputar un espacio dentro de un peronismo que, en ese caso, quizás terminaría atomizado.
El plan de largo plazo recién se sabrá en la primera vuelta del 27 de octubre o en la segunda vuelta del 24 de noviembre. El plan de Pichetto a corto plazo es construirse como lo que nunca fue ni es: un lobbyista de los Estados Unidos (ver nota aparte en esta edición). Rápido de reflejos, lo puso en práctica no bien fue ungido candidato a vice.
¿Y Macri? Ya no tiene vuelta atrás y está obligado a vender como si fuera de alta gama lo que él mismo compró por modelo standard. Pichetto es locuaz. Aunque jamás tuvo los votos del riojano, le sobra vocación por reencarnar a Carlos Saúl Menem como el peronista de las relaciones carnales con Washington. Le gusta ser el Jair Bolsonaro argentino. Justifica su xenofobia con una excusa parecida a la que usaban los sudafricanos del apartheid: no es racismo, es que el mundo es duro y a cada cual le toca su parte. Como Patricia Bullrich y Cristian Ritondo, ya está cumpliendo una función esencial para Macri y María Eugenia Vidal: el del futbolista que molesta a los contrarios y arrastra las marcas para que las estrellas brillen solas. Una tarea útil. Se la agradecerá un Presidente que debe ocultar fenómenos como el de los bebés que, otra vez, nacen con SIDA porque sus madres no tienen tratamiento. También le dará las gracias una gobernadora que huye de su responsabilidad primaria en la masacre de Monte para no quedar estampada con las muertes de un joven de 22 y de tres adolescentes a manos de la Bonaerense que Vidal dice haber reformado.