La publicación de la revista Forbes de la lista de los 50 argentinos más ricos, cada año en el mes de junio, suele despertar ansiedades, aunque por motivos diversos. Pero la novedad de este año no está tanto en el podio que la lidera, puesto que Paolo Rocca (grupo Techint), Alejandro Bulgheroni (Bridas-PAE) y Gregorio Pérez Companc (Molinos Río de la Plata, servicios petroleros, telecomunicaciones) siguen siendo los propietarios de las mayores fortunas declaradas. El dato llamativo es que Forbes destaque que “este pelotón (de las 50 familias más ricas) vio caer su fortuna un 17 por ciento (respecto del año anterior), desde 70 mil millones a 58.000 millones de dólares al 30 de abril pasado. Esta edición condensa en una sola cifra el golpe sufrido por la reciente crisis que azotó el país: son 12 mil los millones de dólares que perdieron los integrantes de la lista en tan sólo un año”.
Lo de la crisis que azota es casi indiscutible. Más cuestionable es que hayan sido estos ilustres apellidos los que más la sufrieron. Antes que los lectores de esta nota se angustien por el sufrimiento de nuestras familias patricias y de los herederos de las grandes corporaciones nacionales, conviene aclarar que tal argumentación adolece de una falacia. En realidad, de varias falacias, porque la suma misma que se informa como “riqueza” de cada familia es, en rigor, la madre de todas las falacias. En dicha cifra se refleja el valor de las propiedades y participaciones accionarias que sus dueños reconocen y declaran como propias. En cambio, no computa el conjunto de activos y colocaciones que tienen a nombre de terceros u ocultos detrás de empresas “fantasma” en el exterior, a las cuales suelen derivarse ganancias no declaradas, sobre todo si provienen de ventas de empresas o participaciones que no se van a reinvertir.
Por otra parte, las “pérdidas patrimoniales” que se ven reflejadas en la lista, de un año a otro, reconocen como origen principal la caída en la valuación bursátil de sus empresas (en un año de derrumbe generalizado de la cotización de acciones argentinas) que no reflejan, necesariamente, una pérdida del valor real de esas empresas. Para Marcelo Mindlin, por ejemplo, haber pasado en el ranking del año pasado de Forbes de una riqueza de 680 millones de dólares, a un patrimonio de 360 millones en el listado actual, no debería traducirse como que se le esfumó casi la mitad de su patrimonio en un año. Lo que probablemente refleje la lista Forbes es que, después de que el holding Pampa Energía absorbiera los activos de Petrobras en Argentina y los de Iecsa (ex Socma) en años anteriores, y habiéndose beneficiado con políticas oficiales de tarifas y adjudicaciones de obras del Gobierno de la Ciudad y de la Nación desde entonces, ahora sufra la “pérdida contable” de la desvalorización de sus acciones. Pero sigue siendo tan dueña como antes de las mismas empresas, y quizás de otras.
Este impacto de la pérdida bursátil es lo que provoca la ilusión de caída patrimonial para estas grandes fortunas. Según el ranking de Forbes, Rocca y familia pasaron de 9700 millones de dólares de patrimonio neto el año pasado a 8000 millones actuales. Bulgheroni, de 7300 millones a 6200. Pérez Companc, de 3900 millones a 3000. Sólo estos tres casos explican 3700 millones de los 12 mil millones que Forbes lamenta que “perdieron los integrantes de la lista en tan sólo un año”.
Otra distorsión usual en este tipo de ranking es que quienes venden la propiedad o una participación importante en grandes empresas, y no adquieren de inmediato algún otro activo relevante, suelen desaparecer del listado, o ven mermar sensiblemente el valor que se le asigna. Esto ocurre por un tipo de operación o maniobra patrimonial que se hizo muy usual en la segunda mitad de los 90 en el país. Para evitar pagar impuestos sobre la fortuna que se obtuvo al vender, en vez de dejarlos radicados en el país se recurría a la formación de activos en el exterior bajo la figura de “cesión irrevocable” de los mismos, a una entidad o fideicomiso que los administrara, invirtiendo y acumulando ganancias, para que en el futuro, a la muerte del cedente, los acreditara en favor de sus herederos o de quien aquel nombrara como beneficiario. Mientras tanto, esos activos o riquezas quedaban en mano de un tercero, la sociedad fiduciaria, fuera del país, sin pagar impuestos en el país. Asociarlo con la idea de sociedades fantasmas o maniobras de fuga y evasión, no parecería desacertado.
No habría razones para sospechar de los nombres listados por Forbes, a no ser porque cuando a Hernán Arbizu, ex responsable de JP Morgan para el Cono Sur, cuya misión era justamente la de captar grandes fortunas para ofrecerles fugar sus activos en forma encubierta, armándole la ingeniería financiera necesaria, a la pregunta del autor de esta nota sobre quiénes eran sus clientes, respondió a su vez con esta otra pregunta: “¿Usted conoce a las 100 familias más ricas del país y a las 200 empresas que más facturan? Todos ellos eran clientes míos”.
Detrás de los tres ya nombrados, los que siguen en la lista de ricos de Forbes son: Alberto Roemmers, del laboratorio homónimo; Jorge Pérez, inversor innmobiliario radicado en Miami; Marcos Galperín (Mercado Libre); Hugo Sigman y Silvia Gold (Grupo Insud); Edith Rodríguez (Pluspetrol); familia Werthein; Eduardo Eurnekian y Luis Alejandro Pagani (Arcor), en los diez primeros lugares. Entre los ingresos más notables a la lista, se podrían destacar los de Francisco de Narváez (en el puesto 11º), Alberto Pierri (Telecentro, puesto 32º) y Lionel Messi (35º). Entre los que salen, Nicolás Caputo, que vendió su empresa constructora y dejó sus capitales fuera del radar de la revista Forbes.