Desde Brasilia
Luiz Inácio Lula da Silva puso en duda la autenticidad de la puñalada sufrida por Jair Bolsonaro durante la campaña electoral del año pasado. Con ello desató la ira del ex capitán cuya credibilidad está en baja al igual que la de su ministro Sergio Moro, el otrora juez de la causa Lava Jato denunciado por haber manipulado el proceso en perjuicio de Lula.
“Yo digo sinceramente que aquella cuchillada (contra Bolsonaro) tiene algo extraño, muy extraño” declaró el ex presidente a periodistas del canal TVT que lo entrevistaron en la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba donde lleva catorce meses preso por una condena firmada por Moro.
El 6 de setiembre de 2018 el entonces candidato Bolsonaro era llevado en andas por sus simpatizantes durante un acto proselitista, rodeado por agentes de seguridad, cuando un hombre surgió entre el gentío atacándolo con un objeto a la altura del vientre, según registró un video casero cuyas imágenes son imprecisas.
Durante la entrevista el líder del PT hizo una reconstrucción de lo sucedido en Juiz de Fora, ciudad del interior de Minas Gerais. “Fue una puñalada después de la cual no apareció sangre, el tipo que dio la puñalada enseguida fue protegido por los escoltas de Bolsonaro. Yo sé como es la seguridad en un mitin, si eso hubiera pasado conmigo yo tendría que haber saltado encima de mis guardaespaldas para que no maten al sospechoso y acá no pasó eso, además la cuchilla no apareció, en fin son muchas historias extrañas, sospechosas”.
Horas después de divulgado el reportaje Bolsonaro citó a la prensa para una entrevista y desayuno en el Palacio del Planalto. “¿Alguien cree que yo tendría el dinero y la influencia para armar una cosa así?”, indagó mientras miraba a los reporteros y a su taza de café sobre una larga mesa con mantel blanco. “Lula dice que la herida no sangró, claro que si la puñalada hubiera sido en su barriga le hubiera sacado mucha cachaça(..) yo me emociono cuando hablo de este asunto porque sentí la muerte estar cerca”.
Los interrogantes planteados desde el reclusorio de Curitiba recuperaron una historia nunca bien contada cuya sola mención incomoda al militar retirado vencedor en los comicios de 2018, en los que el favorito Lula no pudo participar debido a una curiosa decisión judicial.
El general Auguto Heleno, ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, otro de los participantes en el desayuno del Planalto, se indignó tanto como Bolsonaro frente a las sospechas de que la “facada” fue un fraude. Lula dijo una “canallada” y merece “cadena perpetua”, clamó el general el viernes pasado mientras golpeaba la mesa.
Los arrebatos del general y del capitán “nos muestran que ellos están desesperados” al ver como surge un escándalo tras otro y ya no surte efecto el “moralismo postizo”, obsrervó el sociólogo Jesse Souza, autor de Radiografía del golpe y Subciudadanía brasileña.
La sola sospecha sobre la puñalada hace que el núcleo del poder pierda los estribos, lo cual no es suficiente para asegurar que el atentado fue otra de las tantas fake news diseminadas por Bolsonaro durante la campaña, dado que faltan evidencias. Del mismo modo resulta casi naif conformarse con la versión oficial plagada de golpes de efecto y explicaciones insuficientes.
En lo que va del año Bolsonaro mencionó en varias oportunidades, hablando con periodistas y en templos evangélicos, que haber sobrevivido al ataque fue un milagro a través del cual Dios le encomendó la misión de gobernar Brasil. Para respaldar la veracidad del incidente suele decir, y así lo hizo nuevamente la semana pasada, que fue operado por un grupo de médicos reconocidos del Hospital Albert Einstein que están encima de toda sospecha.
El caso es que tales médicos nunca explicaron de forma convincente por qué luego de darle el alta prohibieron que Bolsonaro participe en debates con otros candidatos en los días previos a las elecciones y en cambio autorizaron que conceda entrevistas a periodistas amigos.
Tampoco se explicó por qué a poco de ser electo, y cuando todavía llevaba una bolsa de colostomía vinculada al intestino, Bolsonaro fue filmado realizando actividades físicas impropias de un convaleciente como las más de diez flexiones que hizo en un cuartel de la policía en Brasilia a fines de 2018.
Mientras ésas y otras preguntas aguardan respuesta lo cierto es que el atentado resultó funcional a la estrategia bolsonarista y que el supuesto atacante, Adelio Bispo de Oliveira, fue absuelto la semana pasada por un juez que ordenó su internación en un psiquiátrico. Lula ya había insinuado sus sospechas en otra entrevista dada en Curitiba, pero esta fue la primera vez que tuvo tanta repercusión.
Algo que coincide con la crisis de credibilidad que afecta al gobierno agravada tras el escándalo destapado por el sitio The Intercept sobre la complicidad de Moro y los fiscales de Lava Jato. Ese medio electrónico editado por el periodista norteamericano Glenn Greenward transcribió conversaciones en las que Moro dio instrucciones a los fiscales con el fin de condenar a Lula pese a la falta de pruebas.
Las ilegalidades del jefe de Lava Jato no se acaban allí: según los últimos artículos de Greenwald, sólidamente documentados, Moro también indicó a los fiscales que realicen una denuncia selectiva, enfocada en el ex mandatrio y oros petistas. Moro es el funcionario más popular del gabinete y desempeña (o desempeñaba) el rol de fiador ético de una gestión prematuramente desgastada. La revista Veja, que en su momento fue una abanderada de Lava Jato, publicó en la tapa de su última edición un busto de Moro cayéndose a pedazos junto al título “Desmoronándose”. Bolsonaro tampoco parece fiarse de su ministro y así lo demostró este fin de semana cuando dijo que sólo confía un “cien por ciento” en su madre y en su padre.