Muchos de los edificios que se erigen en la ciudad israelí de Ashdod cuentan con sello argentino. Esto se debe al trabajo del arquitecto Walter Scheinkman, quien pudo desplegar todas las herramientas que le brindó la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) para desarrollar una trayectoria profesional en aquel país.
Graduados de la UNNE, él como arquitecto y su esposa Deborah como contadora pública, decidieron emigrar hacia Israel en la década del 80: el objetivo era abrirse a nuevos horizontes antes del casamiento, ya que formaban parte de la colectividad judía de Corrientes.
Hoy, con más de 30 años de trabajo en ese país, junto a su esposa llevan adelante el estudio Walter Scheinkman Architects donde se encuentran enfocados en cuatro proyectos de renovación urbanística con un total de 4 mil habitaciones. El trabajo del estudio se basa en obras habitacionales, comerciales, empresariales y municipales; ya sean combinadas en complejos o únicamente en torres de viviendas por las zonas céntricas del distrito.
En 1986, cuando apenas habían llegado a Ashdod, la población era de 80 mil habitantes y hoy es de más de 250 mil. “Es una ciudad en constante desarrollo porque tiene apenas 63 años y es un territorio relativamente nuevo”. Los edificios de Scheinkman se erigen a orillas del Mar Mediterráneo y entre las dunas de arena, en una ciudad en la que se encuentra el segundo puerto más importante del país.
El contexto sociopolítico del Israel también influye en su trabajo. Debido a “la permanente amenaza bélica” se ven obligados a construir refugios desde 1990. “Pasó a ser una habitación más dentro de la planificación de una vivienda”, detalló.
En cuanto a las diferencias entre el trabajo de un arquitecto en Argentina y en Israel, Scheinkman precisó: “Los israelíes son más proyectistas y menos involucrados en la obra. Aquí el arquitecto es la cabeza de la pirámide”. De hecho, aseguró que en estos años pudo comprobar que sus pares israelíes son “más teóricos, se ocupan más del diseño y de soñar”.
En cambio, el arquitecto correntino destacó que él prefiere ser “más pragmático” y su línea de diseño arquitectónico se realiza “pensando en el usuario y la funcionalidad”. En otras palabras, su deseo es que “la obra sea factible de construirse”. Además, se considera como “uno de los pocos” que se involucra en la realización misma del proyecto. “Esa forma de trabajar se la debo a la UNNE en la amplia formación que recibí de ella”, resaltó.
La universidad pública le abrió las puertas en la década de los 80 y siempre la recuerda con gran aprecio y agradecimiento: “La UNNE me brindó todas las herramientas necesarias. Hoy tengo una visión extensa y amplia, junto a los conocimientos en todas las disciplinas allegadas a la construcción y bases teóricas que me permitieron desarrollarme y poder ejercer con honor la profesión, incluso en otro país y con otro sistema”.