"Yo soy los muertos que me anteceden"  Jorge Luis Borges.

Por Mariana Miranda

£Cuando el yo de la enunciación  (el yo parlante) se define en tanto tal, ya hay una carga filogenética en la construcción de ese yo; más, incluso, una carga genealógica que incluye unos cuantos cadáveres exclusivos que pertenecen, aclaro, nada más que a la familia que porta y que soporta ese yo.

Y sí, uno a los amigos los elige, los elige con el corazón en la mano y con el alma arriba de la mesa, pero, eso lo sabemos todos, a los parientes no. Y si todas las familias tienen un muerto adentro del placard, hay algunas familias que tienen unos cuantos. No vamos a ser tan cretinos de citar aquí a Arquímedes Puccio y su familia, pero bueno, uno se lleva sorpresas en la vida, conociendo los dimes y diretes de algunas familias en particular y de otras en lo singular.

En síntesis, con todo esto, no es tan fácil ser yo, tampoco es tan fácil ser "el otro". A cada uno le toca el yo que le toca y listo, muchas veces lleva muchos años de tratamiento poder instalarse en ese yo, y no entrar en crisis consigo mismo, la mayoría de las veces nos la pasamos en crisis con todos nuestros aspectos del yo (que son la sumatoria de los cadáveres que nos tocaron) todo el tiempo…

Con este panorama, la que suscribe, a esta edad, optó por volver a unos cuantos recovecos de su propio yo, que estaban no diría quasiolvidados,  sino más bien aletargados por falta de uso…

Elegí ser escritora a los cinco o seis años que fue la edad en la que aprendí a leer y escribir. Y todavía lo elijo entre las múltiples actividades diversas a las que me condenó la vida para ganarme la subsistencia (di clases de francés muchos años, di taller literario mucho tiempo, todavía doy, trabajé de psicóloga muchísimos años, también trabajé de moza, etc. etc. etc.) ya que, siempre supe, de escribir no vive nadie, menos si uno elige escribir literatura de ficción y poesía y elige no escribir nunca (el destacado es mío) libros de autoayuda que, desde mi humilde opinión, serán los más vendidos pero son una falta de respeto a la Psicología, sea esta una ciencia o una práctica.

Mi amigo, Manuel Navarro díjome una vez, "¿por qué no te dedicás a la poesía y te dejás de joder con otras cosas?", frase que retomo ahora, después de varios años y después de varias vueltas por la vida, a la cual retruqué "porque de la poesía no vive nadie y hay que vivir", a pesar de…

"La poesía es buenísima", me dijo una vez Julián Usandizaga, a propósito del libro de poesía que le regalé, el último, "Haciendo Luz", cuando retomé con él clases de dibujo, a los 52, una piba, después de un intervalo de más de treinta años de no verlo ni saber nada de él… Está bien, el señor es dibujante, no poeta; Manuel Navarro es doctor en Filosofía egresado de la Sorbona, París, además de ser Licenciado en Ciencias Políticas, tampoco poeta, pero bueno, ambos son Maestros, son los grandes Maestros con mayúscula que andan pululando por las calles de esta ciudad… Enseñando generosamente lo que saben, desde el fondo del alma, sin esperar obtener a cambio ningún premio al mérito ni ningún favor político… Como Matilde Bruera… Enseñando por placer y por pasión, nada más que por eso…. Como muchos otros Maestros que conocí por acá, Cristina Prates, Enrique González Vasconcelos, Ruth Gölic, Teresa Minhot, Susana Rosano, Roberto Retamoso, Humberto Lobbosco, Maggy Lezama, Ezequiel Trevisi y etcétera.

En esta puta ciudad en donde todo se incendia y se va, como dijo Fito, sigue habiendo personas terriblemente valiosas como personas que siguen tratando, siempre, de sacar lo mejor de nosotros mismos para (re)crearlo y volverlo a ofrecer a un público, a veces reacio, a veces temible, pero siempre, siempre, expectante y deseoso de más, de más arte en general, sea este arte música, plástica, literatura, danza, cine, o lo que fuera.

Y los Maestros dejan un cadáver en el fondo de nuestra memoria y en los recovecos de nuestro propio yo, ya que somos lo que sabemos ser y desde ahí recreamos lo que queremos que sea. No son necesariamente parientes pero… Son artesanos que se elijen, a conciencia pura, y que nos ayudan a caminar en nuestros propios pasos, recorriendo nuestra única e irrepetible senda.

Algo así como papá y mamá, o nuestros abuelos, que también contribuyeron a crear nuestro propio y singular yo.

A mí me tocó un yo complicado, puta madre, y no era para menos. Con un abuelo al que todos decían "el Sol" y un padre al que todos dijeron, siempre, "el Negro", el primero anarquista de la primera hora y el segundo comunista acérrimo migrado al peronismo de izquierda, la que suscribe nunca fue una chica muy dócil que digamos. De militante nunca tuvo nada, de zurda, crítica y cuestionadora, todo. Por eso me odian (lo admito) en muchos lugares, o me miran torcido pensando "llegó la zurdita de mierda…; o la jodida de mierda…", que, digamos, para el caso da lo mismo…

A mi abuelo le aplicaron la Ley de Residencia por ser una de las cabezas  del Grito de Alcorta y a mi viejo, si no lo metían preso por comunista, lo metían preso por peronista. Periodista y escritor el uno, músico también y adherente a actividades diversas para poder ganarse así el derecho a la subsistencia; abogado febrilmente enamorado del Derecho (así, con mayúscula) el otro, yo vengo directamente de ahí. Con una madre que toda su vida laburó como una burra, adentro y afuera de la casa, como corresponde a todas las mujeres que trabajan afuera del hogar, también, enamorada del Derecho (así, con mayúscula) y renegando siempre con el aparato del Poder Judicial que es nada más que eso, un aparato.

De mi bisabuelo, un militar prusiano, heredamos (todos) la capacidad de estudiar y trabajar. De mi viejo y mi abuelo la capacidad crítica. Del otro bisabuelo, mi tío y mi madre, el amor por las artes plásticas. A mi abuelo nunca lo conocí, aunque sigue siendo "El Sol" para todos los que lo conocieron. A mi otro abuelo tampoco lo conocí, era otro enamorado del Derecho. A mi padre sí, conviví con él toda mi vida. De él heredé el amor por el derecho y por la literatura latinoamericana, literatura que nos representa.

Mi viejo, el Negro Miranda, se fue en junio de 2013, con un páncreas hecho pelota, 87 años y mucha vida encima. Enamorado hasta el fondo de una Cristina que todavía era presidenta, enamorado todavía del Derecho, puteando contra los jueces y los políticos casi por igual y enamorado, todavía, de mi señora madre.

Fue la mejor persona que conocí en mi vida. Autodefinido como ideólogo marxista, a pesar de todo y contra todo, incluso, en las peores épocas de la dictadura. Militante hasta el caracú de los grandes amigos: Bernardo Iturraspe, Rafael Bielsa, Jorge Carreras, el gordo Amerisso, el gordo Rosenthal, Cocheros, Columba y otros que ya no recuerdo. Festejaban el Día de la Primavera como si fueran pibes, con 80 pirulos todos, los 21 de setiembre, siguiendo el rito que iniciaron a los 14 años, con esa militancia encomiable que tienen por la amistad los varones.  

Nunca conocí a nadie que tuviera ese tan alto sentido del honor y de la ética en todos los aspectos de su vida. Porque se enamoró de otro Ernesto, el Che Guevara, y porque creyó en Fidel Castro se fue a Cuba con el gordo Cooke a pelear por la revolución. Un tiempo largo estuvo allá. Volvió para casarse. El poster gigante del Che que de allá trajo y reinaba en el estudio jurídico fue a parar al centro de la laguna junto con libros marxistas y otros de Atahualpa Yupanqui de quien supo ser muy amigo, en uno de los primeros allanamientos del proceso militar.

Siguió enamorado de Cuba y su revolución toda la vida. Siguió creyendo en el Che, su tocayo, siempre. Siguió creyendo en el Derecho como la única herramienta para acceder a la Justicia, a pesar de. Siguió enamorado de la Justicia como un valor para todos, a pesar del sistema. Siguió creyendo en el comunismo, a pesar de todo y contra todo. Se entregó a la Muerte por decisión propia, como todo lo que hizo en su vida. Nos dejó y se fue, pero de él nos quedaron los mejores recuerdos. Como el rito del asado los sábados al mediodía. Como las discusiones febriles de política hasta cualquier hora de la madrugada, con quien sea y se prendiera.

"¡Hasta la Victoria siempre, Ernesto Miranda!", ya nos cruzaremos por allá y hablaremos del libro que nunca escribiste y las cosas que no se nos dieron.  

marianamiranda66@gmail.com