Los pasados días, en una entrevista televisiva, decía el actor Billy Porter –coronado ícono fashion por sus rompedores looks, sea el traje de terciopelo con faldón de Christian Siriano que vistió en la entrega de los Oscars, sea el exuberante vestido camp a lo Cleopatra con el que hizo entrada triunfal en el último Met Gala– que “cuando de género se trata, la pilcha sigue siendo un declaración política”. “Hemos superado esa absurda noción de que una mujer en traje es algo problemático. Los pantalones la hacen ver fuerte, y todos lo aceptan. Pero ni bien un varón se calza un vestido, la gente se escandaliza. Y eso tiene que ver con el patriarcado, porque ¿cuál es el mensaje? Que lo masculino es poderoso; y lo femenino, desagradable. Pues, yo no suscribo, ya me harté. Parece que las personas se olvidan que Jesús también usaba vestido; ok, ok, le decían ‘túnica’, pero no hinchemos, era un vestidito”. Capas, tacos, polleras, collares: rehuyendo a las categorías convencionales, por fuera de los absolutos, el rupturismo estético de Porter es una forma de activismo a tono con los tiempos que corren, donde dicho está: el futuro no tiene etiquetas y hay una comprensión más temprana y más sofisticada de la orientación sexual y la identidad de género como espectros, no puntos polares. Unisex ya no significa chica con pilcha de chicos. El glamour viene teñido de ambigüedad; para pruebas, las pasarelas de grandes firmas que tienden hoy a difuminar los estereotipos de género codificados durante añares.
Algo que festeja y profundiza una celebrada exposición: Gender Bending Fashion, que inauguró recientemente en el Museum of Fine Arts de Boston, Estados Unidos, para evidenciar cómo en la historia de la alta costura y el prêt à porter de los últimos 100 años han habido momentos –y personajes– clave que desafiaron ese corset con tufillo a naftalina llamado binarismo. “Desde las pasarelas a las calles, diseñadores y civiles están cambiando las ideas tradicionales sobre vestimenta para hombre y para mujer. Pero esas tendencias en la moda norteamericana y europea no son nuevas”, ofrece Michelle Finamore, historiadora fashion y curadora de la exposición, a la par que asegura: “Mirar al pasado puede iluminar las esperanzas del futuro”. Dice también que Gender Bending Fashion es la primera gran exposición en un museo en su tipo: un análisis visual sobre cómo la moda ha ido derribando barreras, difuminando los códigos que constriñen el género, reflejando –en ocasiones incluso anticipando– cambios en la sociedad. Después de todo, expresa Alejandro Gómez Palomo, fundador de la casa ibérica Palomo Spain, “la estética y la manera de mirar la moda no tienen género. La lentejuela, el terciopelo o el encaje tampoco”.
Más de 60 ensambles vanguardistas del último siglo, algunos de innovadores modistas contemporáneos (entre ellos, Rad Hourani, Jean Paul Gaultier, Yves Saint Laurent, Alessandro Michele para Gucci, Palomo Spain, Rei Kawakubo, Walter Van Beirendonck), además de fotografías, pinturas, afiches, portadas de discos, clips de desfiles, conforman Gender Bending Fashion. Que divide sus tesoritos en tres etapas, dicho sea de paso: Disrupt (disrumpir), Blur (difuminar) y Trascend (trascender), amén de repasar algunos momentos del siglo 20 que desafiaron las normas tradicionales, explorar la naturaleza cada vez más ambigua de moda masculina versus moda femenina, mostrar el enfoque libre de distintas maisons actuales que apuestan a la fluidez en sus diseños.
Observa Finamore que hoy en día “la sociedad toda se mueve lentamente hacia una estética neutral. Los ámbitos laborales son cada vez más casuales, y el jean se ha vuelto la norma en industrias jóvenes como la tecnológica, tanto para ellas como para ellos. No hay nada más andrógino que unos vaqueros y una remera”. “En la actualidad, la generación centennial –que no organiza el mundo en categorías binarias, que no quiere encajonarse en un género en particular– obliga a los diseñadores a repensar la expresión de género vía indumentaria. Una disrupción que ya vimos en otros momentos de rebelión juvenil, cuando chicos y chicas se opusieron al statu quo, rechazaron los roles tradicionales. Por caso, en los años 20s, cuando las mujeres se aseguraron el derecho a voto, y en los años 60s y 70s, con la revolución sexual, los derechos LGBTQ+, la segunda ola del feminismo”, ofrece la comisaria. Y cita dos ejemplos claros de los mentados periodos, presentes en la muestra: el irreverente look garçonne que adoptaron mujeres en la década del 20, con su silueta más masculina, la figura andrógina, acompañado el traje y la corbata con los pelos cortos, el famoso bob cut. Y ya en los 60s, la revolución peacock: varones pelilargos enfundados en ropitas de colores vívidos, en talles ceñidos, con estampados que –hasta entonces– eran propios del universo mujer de la mujer; un torbellino socioculcultural que puso en jaque la idea de masculinidad.
“Antes del siglo 19, los hombres de la aristocracia europea solían usar outfits coloridos, con pelucas de mechas largas; incluso llevaban taquitos. Pero, a partir del 1800s, los trajes en negro, gris y azul se impusieron como sinónimo de masculinidad, riqueza y poder; algo que permanece hasta la fecha (alcanza con ver cómo visten hombres de industrias predominantemente masculinas como la financiera o la jurídica). Este cambio ocurrió pos revolución industrial, cuando las mujeres de clase media quedaron relegadas a los hogares mientras los hombres se apropiaban del espacio público. Entonces, colores y estampados empezaron a considerarse frívolos y femeninos, algo que solo podía interesarle a las mujeres”, señala Finamore. A pesar de los cambios de los últimos años, reconoce que los muchachos son menos aventureros al momento de innovar con sus looks: “Aún en la actualidad no vemos a los varones adoptar pilchas coloridas o usar prendas ‘femeninas’ como polleras a gran escala”. Así como ellas sumaron trajes, chaquetas militares y jeans a sus armarios, ¿será que alguna vez sea la norma verlos a ellos en vestidos? La duda queda planteada en la exposición, que se propone, claro está, como detonante de una conversación necesaria, en su punto de ebullición.
Si las mujeres han sido más adeptas a incorporar prendas estereotípicamente masculinas a su guardarropa, queda dicho en Gender Bending Fashion, es por obvia razón: son más prácticas, funcionales, permiten moverse con mayor libertad. Rememora, de hecho, que primero abandonaron faldas y enaguas para participar en actividades al aire libre como andar en bicicleta, jugar al tenis, cazar zorros a caballo. Tampoco es que les fuera sencillo calzarse los pantalones… En palabras de Finamore: “Ha habido momentos en la historia cuando las mujeres intentaron cambiar el paradigma, sin éxito. Recordemos, sin más, a la activista por los derechos de la mujer Amelia Bloomer y sus bloomers… Mary Edwards Walker, única mujer en recibir una medalla de honor en Estados Unidos por su laburo como cirujana durante la Guerra de Secesión, también mencionada en la exhibición, fue arrestada ocho veces por ‘atuendo inapropiado’ por elegir pantalones. Y cada vez que le preguntaban, ella respondía: ‘No uso ropa de hombre. Me pongo mi ropa’. Ya más cerca en la cronología, tenemos casos como el de Carol Moseley-Braun, que en los 90s generó un gran despiole por vestir pantalón en el Senado. Y en los últimos años, el traje blanco de Hillary Clinton se ha convertido en todo un símbolo político”.
Por lo demás, explica la curadora que quiso abordar el tópico gender bending no solo desde la perspectiva de diseñadores/as. Por eso recuperó también el look de subculturas como las Teddy Girls o las Pachucas, mujeres méxico-nortemericanas que en los 40 se paseaban con sus zoot-suits. “Lo que realmente intentamos transmitir son las narraciones que dan vida a los objetos”, subraya.
En ese sentido, entre las joyitas del show, hay de todo como en botica. Destaca especialmente el transgresor y mítico esmoquin que usó la actriz Marlene Dietrich en el film Morocco de 1930 (“El director, Josef von Sternberg, tuvo que pelearse con los productores para que ella pudiera vestirse así. El estudio pensó que era demasiado radical, a pesar de que ya habían habido antecedentes de chicas en pantalones en el cine; por caso, muchas jóvenes estrellas del cine mudo”, recuerda Finamore). Además, una entallada y colorida chaqueta que llevó Jimi Hendrix; y un traje ídem de David Bowie, creado en el ‘73 por Freddie Burretti, estilista glam-rock de la peacock revolution que vistió al cantante durante sus días de Ziggy Stardust. Tampoco falta la portada de The Man Who Sold the World, de 1970, donde vemos al Duque Blanco en vestido floral, botas, el pelo largo y rizado. Ni “Le Smoking”, claro está, de Yves Saint Laurent, de 1966. Un traje de satén rojo con falda superpuesta diseñado por Christian Siriano especialmente para la actriz y cantante queer Janelle Monáe. Un corsé para chicas ciclistas de 1895. Pantalones de seda pergeñados por la gran Jeanne Lanvin en 1935. Algunas piezas de la colección One Woman Show de Victor & Rolf, de 2003, inspirados en el genderless style de Tilda Swinton, musa que entonces desfiló ataviada con pantalón negro y camisa de ocho cuellos encimados. Un traje–vestido para mujer de Donna Karan; un traje para hombre con falda de Comme des Garçons. El controversial y bellísimo vestido de alta costura del modisto Alessandro Trincone que el rapero Young Thug vistió en el arte de tapa de su disco Jeffrey, aclarando más tarde que “se puede ser un gánster en falda o un gánster en pantalones; para mí el género no existe”. En fin, lo dicho: algunas joyitas en exposición hasta fines de agosto.