En un ensayo, Roland Barthes sostenía que el árbol había sido el objeto más pintado a lo largo de la historia humana. Sin embargo, la nueva muestra individual de Silvia Gurfein (Buenos Aires, 1959) permite suponer que las representaciones de flores compiten en presencia e importancia con las de los árboles. Las flores son protagonistas exclusivas en la galería Nora Fisch, donde la artista intervino el espacio con un panel curvo de madera clara y una veintena de pinturas de arreglos florales de distinto formato. Nítidas o apenas entrevistas, las flores flotan en los fondos abstractos que, por esta vez, cedieron el primer plano a imágenes de floreros rebosantes de especies minúsculas, silvestres, arracimadas e incluso imaginarias. Astilla Estrella Párpado Pantalla no pretende ser un registro botánico ni una reinvención de las naturalezas vivas. Tampoco es un homenaje al motivo pictórico que abordaron artistas como Vincent van Gogh, Henri Matisse y Georgia O’Keeffe, entre tantos otros.
Ni místicas ni eufóricas ni sexuales, las flores de Gurfein se presentan como fantasmas de flores. Ese efecto tiene su procedimiento. La artista pinta los modestos jarrones vestidos de ramos y luego lija, cubre y despinta la pintura: la tela, como la imagen, adquiere entonces una tersura de pétalo. De ese modo, el cultivo visual de Gurfein se inicia con la conciencia de una belleza fugaz. “Pinto flores ahora porque son la imagen icónica de lo efímero, y por algo han sido a lo largo de la historia de la pintura un tema recurrente. Y me gusta tomar esas recurrencias históricas. Estas flores que pinto viven en la bruma de la pintura, no quieren ser representación”, señala.
Las flores (siempre en plural porque no hay pinturas de una sola flor en toda la muestra) son la medida del tiempo del trabajo de Gurfein en el presente. Pero entonces, si no representan flores, ¿qué representan las pinturas expuestas? Conjuntos de flores en un jarrón o en un vaso se definen mediante el contraste con fondos de óleo dorado o sombrío, marcos de atmósferas irreales y nocturnas, desde donde llegan los mensajes que traducen las formas. Uno de los mensajes recuerda que nos marchitamos. Otro, también visible en la exposición, es que las muertes de las flores son tan hermosas como sus instantes de plenitud. Y luego, como se trata de una muestra de pinturas y no de un jardín percibido, se impone la cuestión de la mirada. Definidos, borrosos o evanescentes hasta el límite del píxel, se observan floreros con flores y, al mismo tiempo, el proceso de composición de esas imágenes. En varias pinturas, más o menos velados, aparecen otros floreros y otras flores que antecedieron la imagen final: espectros que irradian desde una temporalidad calculada por la obra. Mientras se miran las nuevas obras de Gurfein, se puede pensar que las flores velan (por) la pintura. “Me interesan las imágenes que están naciendo o muriendo, las imágenes que no se fijan”, dice la artista. Factor central de cortejos, celebraciones y también de rituales funerarios, las flores invitan a reflexionar sobre la muerte. Pintora-filósofa desde hace años, Gurfein siembra de incertidumbre los significados y la simbología en torno de la representación de las flores. “Con mi mirada y mi trabajo vivifico lo que se ha abandonado, lo que se ha soslayado”, indica. Yuyos y especies silvestres o anónimas, reunidos en ramos que caben en la palma de una mano, modulan la luz que viene de la naturaleza.
Astilla Estrella Párpado Pantalla es una síntesis del trabajo de una artista que, según afirma, no soporta “las imágenes totalmente cerradas” que hoy se reproducen hasta el desmayo. Al reivindicar la falla, el parpadeo y la mancha incierta, la ronda de flores de Gurfein impulsa un trabajo visual poético y fronterizo sobre el interminable ciclo de aparición y desaparición de las imágenes.
En Nora Fisch (avenida Córdoba 5222, CABA) hasta principios de julio.