Vuelo 93 estableció un modelo que se extiende hasta el día de hoy. Aquella película dirigida por el británico Paul Greengrass revivió el atentado contra las Torres Gemelas, focalizando sobre el intento de toma de un vuelo de American Airlines el 11 de setiembre de 2001 por parte de un comando de Al Qaida, con la intención de estrellarlo contra el Pentágono. El tratamiento fílmico se aplicaba a reconstruir el hecho como si tuviera lugar “en vivo y en directo”, con plena tensión y vividez, gracias a la adopción de un tiempo “real” para el relato y una puesta en escena basada en una cámara llena de temblores y sacudones. Greengrass repitió la fórmula en Capitán Phillips, que reconstruía el secuestro de un buque carguero estadounidense por parte de un puñado de terroristas somalíes. En ambos casos se buscaba transportar al espectador a una situación histórica real, como si estuviera ocurriendo aquí y ahora.
Se encomió esa fórmula con cierto ardor ciego, viendo en ella una alternativa “en tiempo presente” ante tanto cine histórico académico, que llena la historia de polillas. El entusiasmo no permitió ver las debilidades de este modelo, que eran de perspectiva: reducir un hecho a un presente como de match de box borra necesariamente el contexto, que es ni más ni menos lo que permite situar el drama. Reconstrucción de un episodio sucedido en 2008 en Bombay, Hotel Mumbai se atiene al modelo Greengrass. Comienza en el momento en que el suceso da inicio y finaliza en sincronía con éste. Antes y después, nada. Durante el hecho, dos voluntades opuestas y enfrentadas, remitiendo nuevamente al modelo boxístico. La de cuatro terroristas musulmanes, adoctrinados para asesinar lo que se les cruce con tal de barrer con el enemigo imperialista y aspirando al paraíso al que la acción los elevará. Y la de los pasajeros del hotel Taj Mahal Palace –un lujo de 565 habitaciones, en el que alguna vez se alojaron la princesa Diana, Mick Jagger y los Beatles– que lucharán por su sobrevivencia.
¿Qué resonancia tiene esto para el espectador? Depende de la empatía o identificación que se establezca con algunos de los protagonistas. Dirigida por el australiano Anthony Maras, la narración se ocupa de convertir a los terroristas en verdaderos monstruos humanos, máquinas de matar que no reparan en nada a la hora de hacerlo. Hay que cobrarse la mayor cantidad de víctimas y ellos están allí para hacerlo. Quedan las víctimas, un grupo tan variado como pueden serlo los pasajeros y el personal de un hotel 5 estrellas. Entre ellos, un británico muy buena onda que no se sabe a qué se dedica (Armie Hammer) y su familia, un camarero indio (Dev Patel), que también tiene una familia, y un ruso, tal vez mafioso, de pésimos modales (Jason Isaacs).
Toda identificación o empatía son estrictamente subjetivas. Al cronista, los protagonistas no le despertaron ninguna, tal vez porque una de las cosas que el modelo-Greengrass anula es la personalidad individual. Queda entonces asistir, durante un par de horas, a un juego del gato y el ratón entre cuatro terroristas resueltos, implacables y de gatillo veloz, y unas decenas de targets que son los patos de la kermesse. A quien esto le interese, le sentará bien acercarse a alguna de las salas que a partir de hoy exhiben Hotel Mumbai.