Guillermo Tarelli es ingeniero zootécnico y especialista en control de plagas e impacto ambiental. Además, es docente en la Cátedra de Zoología de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. En diálogo con PáginaI12, analizó la situación de la Ciudad de Buenos Aires.
–¿Cuántas ratas se calcula que hay en la ciudad?
–Hoy estamos hablando de entre siete a nueve roedores por habitante. Son índices referenciales, pero la realidad es que es un número muy errático porque los índices de infestación son números que se toman a partir de la captura de roedores en un trampeo. El tema es que se calcula que una rata en promedio puede tener nueve crías en cada gestación pero la realidad es que biológicamente es una especie que si las condiciones se dan puede tener hasta veinte.
–Además, son animales con procesos de gestación muy rápidos, ¿no?
–Sí. Una hembra a partir de los tres meses se encuentra apta reproductivamente y a los 21 días de que es fecundada puede tener crías. Es decir, una rata que nace el 1º de enero, a fines de marzo puede reproducirse y antes de que termine abril ya dio sus crías. Esto es lo que se denomina como alto potencial biótico: ciclo de gestación corto y una media de parición por camada muy alta.
–¿Qué controles deberían hacer el Estado?
–El Estado tiene que mantener la vigilancia. Es decir, mantener elementos que le permitan monitorear la población: trampas, cebos, placebos. Algo que le permita identificar actividad de roedores cuando ésta se manifiesta. Por otro lado, tener un plan de manejo en caso de que sea necesario someter la ciudad o un barrio determinado a una estrategia de control. Esto implica elementos de control físicos y químicos, además de todo lo que tiene que ver con las estrategias de manejo y modificación del ambiente. Y en este último punto hay un componente doble: lo que hace la ciudad tiene que ir acompañado por los vecinos.
–¿Y qué pueden hacer los vecinos?
–En nuestras casas lo que hay que procurar es que no sean permeables a los roedores: tener burletes bajo puertas, ventanas cerradas, no tener orificios en la pared –pensemos que una rata pasa por un espacio de un centímetro y medio– y mantener el ambiente hermetizado para que los roedores no encuentren vías de accesos. En lo que tiene que ver con el manejo de residuos orgánicos: tirar los residuos embolsados, que los contenedores sean herméticos y respetar los horarios para sacar la basura. Además, tratar de que la comida de las mascotas no quede expuesta. En todo casco urbano hay roedores, el tema es cuando empiezan a ser un problema a nivel intradomiciliario.
–En el último tiempo hubo muchas denuncias por presencia de roedores en escuelas, ¿a qué se lo atribuye?
–En primer lugar, hay que considerar que la manifestación de un roedor a plena luz del día tiene dos posibles motivos. La primera opción es que sea un roedor que está intoxicado que sale a buscar oxígeno y es por esto que se lo puede ver en momentos y lugares no convencionales. Eso puede ser primero un indicador de que se está haciendo algo y los roedores están consumiendo el rodenticida. Más allá de que, por supuesto, no es la situación ideal que una rata esté caminando a plena luz del día en un colegio. La otra opción es que no se esté haciendo mucho y los roedores hayan llegado a un nivel de infestación tan alto que en la competencia por espacio y alimento, salen a la luz. Pero si bien los roedores son del ámbito crepuscular, no es tan poco común verlos a la luz del día. El problema es que sea en una escuela, porque nadie quiere mandar a su hijo al colegio para que una rata le camine por los pies.
–Otros especialistas dijeron que el problema en la ciudad no es de invasión sino de desplazamiento de roedores. ¿Coincide con esta mirada?
–Sí, el movimiento del suelo es un factor de movimiento de las colonias y desplazamiento de roedores. Y la lluvia no es un factor menor, porque cuando se inunda el ámbito que están colonizando, las ratas migran hacia zonas más seguras. El clima de estos últimos días es un desastre para eso porque no hay sistema de drenaje que aguante y las ratas se mueven hacia otros lugares.