Dos años decisivos en la vida de Walter Benjamin, 1932 y 1933, estuvieron vinculados de un modo muy especial, y hasta podría parecer incluso que un tanto sorprendentemente, a la isla de Ibiza. Durante aquellos dos años, la trayectoria vital y literaria del escritor berlinés se vio profundamente afectada por una crisis de carácter personal. A su precaria situación económica y a su carencia de expectativas profesionales se sumó muy pronto la irrupción de otra crisis, la de su propio país, con el derrumbe de la economía y el ascenso del nazismo al poder. Como muchos otros, benjamín se vio obligado a salir de Alemania; en su caso, para no volver jamás. Por lo general, esta página ibicenca de su trayectoria, que incluye los primeros movimientos de su exilio, suele pasarse, sin embargo, con bastante rapidez, a pesar de que en ella dejó escritos algunos de sus textos más lúcidos y apuntó motivos y situaciones que se convertirían pocos años después en temas prioritarios de su reflexión.
Según parece, los viajeros que visitaban la isla de Ibiza a principios de los años treinta compartían la rara sensación de estar descubriendo un mundo verdaderamente insólito. Aquella experiencia inesperada se debía sobre todo a la belleza intacta de sus paisajes, al aspecto primitivo de sus viviendas rurales y a las costumbres de sus pobladores. Viajar a Ibiza era entonces como viajar en el tiempo. Por diversas circunstancias, no solamente geográficas sino también históricas,, Ibiza había preservado su carácter antiguo, la herencia recibida de diferentes civilizaciones, la soledad ensimismada de una comunidad que continuaba siendo fiel a sus tradiciones y en la que no había conseguido entrar ni uno solo de los habituales signos del progreso. Una extraña pero sólida fidelidad a los orígenes sorprendía, pues, a aquellos viajeros que, por aquel tiempo, decidieron viajar a la isla y empezaron a ponerla de moda.
La verdad es que, según parece también, muy pocos de aquellos viajeros, y aquí hay que referirse incluso a los que llegaban con algún proyecto científico bajo el brazo -naturalistas, filólogos, etcétera-tenían una idea precisa del lugar al que viajaban. Y aquel mismo desconocimiento era lo que acababa provocando que la fascinación y la sorpresa fueran aún mayores. Por supuesto que no tardaron tampoco en idealizar todo aquel mundo intacto que creían haber descubierto, transformándolo en un nuevo espacio personal para la utopía. No en vano, fueron ellos quienes crearon el mito internacional de Ibiza, un mito cultural y turístico basado en la posibilidad de vivir una vida diferente, en el marco de una naturaleza privilegiada, renunciando a las convenciones burguesas y a cualquier tipo de confort, y apostando por una nueva comunidad en la que tuvieran protagonismo el ocio creativo y la libertad individual. Así fue como a principios de los años treinta, coincidieron en Ibiza por primera vez y, claro está, paralelamente, dos mundos: el más antiguo y el más moderno.
De entre aquellos viajeros, seguramente fue Walter Benjamin el que llegó a Ibiza más desinformado. Pero, tal vez por esa misma razón, fue también uno de los que más se dejó sorprender por sus paisajes y por su mundo todavía arcaico. También puede decirse de él que fue uno de los que más tiempo dedicó a escribir no sólo en la isla sino incluso sobre la isla. Precisamente, lo que ha hecho posible reconstruir sus dos estancias ha sido, en primer lugar, el testimonio de sus numerosos escritos: el de su correspondencia sobre todo, amplia y generosa en detalles –aunque nunca tan generosa como la que desearía quien decide abordar un trabajo como éste– pero no menos el de otros textos de naturaleza diversa, desde narraciones cortas y recensiones de libros, hasta ensayos y series de carácter autobiógrafico, literario y filosófico. Estos mismos escritos nos han ayudado también a descubrir aspectos de la vida cotidiana de su autor en Ibiza, aunque para esto último se han tenido en cuenta también otras fuentes: los testimonios escritos e incluso los orales, pues aún se logró hallar en San Antonio –el pueblo donde residió en sus dos viajes– cuando se inició esta investigación, a personas que recordaban a un alemán con gafas redondas llamado Walter, que pasaba los días leyendo, paseando y escribiendo en unos cuadernos terriblemente pequeños.
Podría decirse que Ibiza fue para Benjamin, además de un lugar apacible y retirado en el que pudo reflexionar sobre su propia vida –evocando su pasado y tratando de hacer planes para el incierto futuro–, un escenario ideal para la observación y el estudio de unos de los asuntos que más le preocupaban: las relaciones entre lo antiguo y lo moderno. En aquella “pobre isla del Mediterráneo”, el mundo parecía seguir siendo como había sido siempre, y sólo había empezado a verse alterado por la presencia de viajeros que, como el propio Benjamin, llegaban de un mundo en crisis, un mundo en el que la experiencia de lo nuevo había desplazado, a menudo de forma traumática, cualquier otra experiencia surgida de la tradición.
Aunque cuando pensamos en Walter Benjamin suele venir a nuestra mente la figura de un hombre solitario, lo cierto es que pocos dependieron tanto de los demás como él. Soledad e independencia nunca pudieron ser la misma cosa en su vida. En Ibiza tampoco sucedió de otra manera, y esto justifica la estructura de este libro. Porque las dos estancias de Benjamin en la isla sólo pueden explicarse a través de quienes lo acompañaron o de quienes lo precedieron, o de quienes lo trataron allí por primera y última vez. Algunos de ellos se convirtieron en protagonistas de sus relatos o le inspiraron textos sobre las cuestiones más diversas, o simplemente le ayudaron a encontrar lo que tal vez andaban buscando todos sin saberlo: un último respiro poco antes de empezar a ser arrastrados por los acontecimientos que iban a llevar a Europa a la catástrofe.
Este es el prefacio del libro Experiencia y pobreza (Periférica) que el poeta y narrador nacido en la isla de Ibiza Vicente Valero le dedicó a Walter Benjamin y su paso por Ibiza, y que rescata uno de los aspectos menos investigados de la vida de Benjamin.