En Principios de un pensamiento crítico, el filósofo y sociólogo Didier Eribon reunió seis ensayos que primero fueron una serie de conferencias brindadas en diferentes lugares como París, Nueva York y Buenos Aires, entre los años 2003 y 2015. Él mismo señala que reelaboró esas conferencias para darles cohesión en cuanto a los núcleos posibles de ese ensayismo íntimo y combativo que viene practicando en sus libros anteriores, sobre todo en Reflexiones sobre la cuestión gay de 1999 y Regreso a Reims, de 2009. El primero lo hizo destacar en el marco de los estudios sobre identidades y minorías, alrededor de “la cuestión gay” (a la manera de la “cuestión judía” de Sartre), ensayos que trabajan casos y ejemplos provenientes del campo de la literatura. El segundo, un ejercicio de autoanálisis sobre elementos autobiográficos, lo volvió famoso en Francia, pero esa celebridad le costaría dolorosos enfrentamientos con su madre y sus hermanos, ya que según ellos, revelaba secretos bien guardados de la vida familiar.
Reflexiones sobre la cuestión gay giraba alrededor de la injuria (“en el principio hay la injuria”); Regreso a Reims alrededor de la vergüenza. La vergüenza de clase, la del pobre que lejos de hacer de esa debilidad un motivo de orgullo y fortaleza, siente vergüenza de ser pobre, pero también siente vergüenza de que se hable de clases y pobres, de que se ponga el dedo en esa llaga. “¡Qué complicada es la vergüenza! Un afecto que se insinúa por doquier, aparece todo el tiempo bajo múltiples formas, se desplaza según las situaciones y los espacios sociales y relacionales en que nos encontramos al extremo de invertirse por completo: vergüenza de lo que yo había llegado a ser frente a aquellos a quienes había dejado para poder llegar a serlo, por avergonzarme de ellos”, señala Eribon.
En Principios de un pensamiento crítico también se siguen las huellas de la injuria y la vergüenza, cómo se inscriben en el cuerpo; las injurias y el sentimiento de vergüenza son, en definitiva, lo que los otros nos hacen. Pero no se trata aquí de discutir necesariamente lo que nosotros hacemos con lo que nos hacen, sino de empezar a delimitar quiénes conforman ese campo del nosotros, quiénes y por qué se quedan afuera, y qué hacer con todos ellos y nosotros.
En estos ensayos se avanza en una filosofía de la subjetividad pero no tanto desde la posición de las víctimas que lograron superar sus traumas y vienen a dar su testimonio como en una energizante charla Ted. Dice Eribon, refutando en parte a su maestro Foucault: sí importa quién habla. Foucault, en su época estructuralista o formalista o beckettiana, dice Eribon, había lanzado con cierta arrogancia la frase qué importa quién habla. Pues bien, según Eribon, el Foucault de Historia de la locura, el de Historia de la sexualidad, viene a rectificar en parte al propio Foucault. Importa y mucho quién habla y, sobre todo, quién todavía no puede hablar. Lo mismo señala respecto de un escrito recopilado póstumamente del otro gran maestro, Pierre Bourdieu: en el ‘68 se debatía como reestructurar la universidad, y la escolaridad toda. Pero no se trataba de hacerlo sólo entre quienes ya estaban incluidos. Importaba incorporar al debate a aquellos que no estaban en las aulas o los claustros, y probablemente nunca lo estarían, o los que abandonarían sus estudios porque habían empezado a estudiar autoconvencidos de que iban a abandonar para incorporarse rápidamente al mercado laboral. La influencia de la escolaridad en el ascenso social de los franceses, es uno de los temas siempre actuales que retoma aquí Eribon.
¿Cuál es nuestra verdadera fecha de nacimiento? es, también, una de las preguntas más estimulantes de este libro. Estamos inscriptos en líneas de temporalidad signadas por la historia familiar, la de la clase, la de la sexualidad, y esas líneas que sólo se le irán develando al sujeto en la trama de su propio devenir, de su propia subjetividad, pueden remontarse mucho más atrás que el año del nacimiento que figura en los documentos. Y así como se multiplican las marcas de origen, también pueden multiplicarse las identidades: “¿Dónde y cuándo comienza yo (je)? El “yo” (moi) es un compuesto de historia y geografía, y es esta composición la que nos hace ser lo que somos”.
Didier Eribon tiene tonos fuertes, polemiza y avanza de una forma confrontativa que se suele atemperar por el recurso de desplegar muchos de sus planteos en forma de interrogantes, preguntas que van apelando, a los distintos sujetos que desde una posición teórica o vivencial, pudieran estar incluidos en la cuestión a tratar. La sección dedicada a reconstruir la “especificidad gay” alrededor de la crisis del sida en los años 80, es un abierto debate con militantes e intelectuales que plantearon la “pulsión de muerte” como una suerte de programa de vida homosexual, aunque también cuestiona a los reaccionarios que se agarraban de esas posturas para desacreditar a todo homosexual que luchaba por su vida sin renunciar al deseo. A la distancia, en muchas cosas, tiene razón Eribon, como tenía razón, en Reflexiones sobre la cuestión gay, al plantar la injuria en el centro de la escena. Y en este tema y en tantos otros, también arremete contra el psicoanálisis, y si bien se entiende que se está expresando contra el establishment conservador francés, a veces sus ataques pecan de fundamentalismo, al no reconocer casi ningún elemento positivo, ninguna herramienta útil en el presente que pudiera aportar el viejo Freud, y considerar su legado, un poco arbitrariamente, como parte irrecusable de los “dispositivos del poder” en toda ocasión en que se discuta acerca de las estructuras familiares y sociales en relación al sujeto.
Pero esta forma de dar sus conferencias y en este caso, de volcarlas en ensayos polémicos, es también el verdadero atractivo del pensamiento de Eribon. Y Principios de un pensamiento crítico es francamente estimulante. Volver al ruedo. Volver a pensar identidades. Volver a discutir el rol del sujeto, del yo, pero no un yo frío y distante, algo abstracto y situado más allá de la historia y de los cuerpos. Volver a empezar, pero recordando todo el tiempo que ya empezaron antes, muchas veces, esos fantasmas del pasado –pasado reciente, siempre actual– que todavía nos asedian.