Gerardo Otero es de esos actores que dejan huella en escena. Así lo demostró en Tribus (2015), Tebas Land (2017) y La ira de Narciso (2018), entre otros trabajos, con interpretaciones jugadas y certeras. Y en ese campo teatral, donde también ejerce la docencia, Otero también se pone a prueba en la dirección. Así, en 2016 dirigió su primera obra, La restauración, y es ese rol precisamente al que vuelve con Quinto round, pieza escrita por el escritor, historiador y también dramaturgo Pacho O´Donnell, y que estrenó en Timbre 4 (México 3554).
Cautivado por el mundo del boxeo, el autor imaginó la historia de Renato (Ramiro Martínez), un boxeador treintañero que entrena duro para una revancha de una pelea perdida contra uno de sus rivales apodado “El Ninja”, buscando un triunfo que traiga un beneficio económico pero sobre todo moral. En su rutina deportiva siempre lo acompaña Sócrates (Osvaldo Santoro), su entrenador y confidente, y Mili (Lía Bagnoli), la amante que lo sostiene económicamente. Durante uno de esos entrenamientos contrarreloj irrumpe Pascarolli (Juan Carlos Ricci), el representante, para traer novedades que pueden cambiar los planes de Renato. La obra, en la que el deporte opera como excusa para debatir cuestiones de orden existencial, se anuncia como “la historia de una epopeya suburbana en tiempos en que predominan la degradación y el fracaso”.
“Me daba mucha intriga meterme en la cabeza de estos personajes y sus vínculos, y ver cómo construir esa red de pensamientos y de deseos en ese espacio. Quería encontrarle el resonador humano a estas personas y entender cómo piensan y cómo es que llegan a pelear, no sólo el boxeador, sino también quienes lo rodean”, cuenta Otero sobre el motivo que lo llevó a aceptar la propuesta de O’Donnell, a quien conoció a través de la recomendación del director Claudio Tolcachir. “No nos conocíamos, pero creo que hubo algo instintivo en él y por eso confió. Es difícil dar un texto propio para que lo dirijan, pero él tuvo plena confianza”, asegura.
–¿Trabajaste en conjunto con el autor?
–Pacho vino a gran parte de los ensayos, y disfrutaba de ver cómo se iba construyendo la obra. A veces, entre el autor y el director puede haber una división de miradas y alguna fricción, pero en este caso hubo entendimiento y confianza, y cada observación que me hizo fue enriquecedora.
–El protagonista entrena durante casi toda la obra. ¿Cómo trabajaron esa acción?
–Entraron a jugar varios aspectos, y uno que tiene que ver con lo teatral, porque más allá de cómo es un entrenamiento real, hay una historia y hay tiempos escénicos. Teníamos que hacer que el entrenamiento fuera creíble, y jugar con los ejercicios que fueran más vistosos teatralmente. Eso lo fuimos armando con los conocimientos que tenía Ramiro Martínez y también con su entrenador Pablo Paoliello que vino a chequear que fuéramos por buen camino.
–¿Qué vínculo tenías con el mundo del boxeo?
–Ninguno. Incluso si veía una pelea en la televisión, cambiaba de canal. Nunca me interesó el deporte en general, y el boxeo no me llamaba la atención. Por eso me gustaba la idea de dirigir esta obra, porque aborda un universo que no conocía, y estaba bueno ver de qué manera podía entrar en él. Y me empezó a interesar. De hecho, hablamos con algunos boxeadores que nos contaron sus experiencias. Hay un mundo que tiene que ver con la pelea, y también con lo que hay detrás: los representantes, los entrenadores, los arreglos que se hacen en las peleas y una jerga particular.
–Y luego de ese acercamiento, ¿qué cosas te sorprendieron especialmente de este deporte?
–La rigurosidad del entrenamiento, y el enfoque que adopta el boxeador para llegar a una pelea. Me planteé el desafío de imaginar cómo piensa un boxeador que está exponiendo su cuerpo para matarse con alguien. Yo no pelearía nunca, porque no me expondría a golpes. Entonces, eso me lleva a pensar de dónde nace el deseo de pelear. Y en esto de dar pelea frente a la adversidad encuentro un paralelismo con la vida.
–Tenés un importante camino transitado como actor. ¿Qué elementos de la dirección tomás, a partir del vínculo que has tenido con quienes te han dirigido, para hacer tu propia experiencia como director?
–Por mi experiencia como actor, me parece importante que desde la dirección se estimule a los actores a crecer en los lugares donde se apoyan mejor. Cada actor construye sus personajes de manera diferente, y por eso es interesante que los directores estén atentos a ver cómo se da esa construcción en cada actor, para ayudar desde ese lugar en la composición. El rol del director es totalmente distinto al del actor, porque dirigir implica adoptar distintas estrategias y muchas responsabilidades. A mí me agota más esta tarea, porque tengo que atender muchísimos frentes por todos lados. Como actor, sólo me ocupo de mi recorrido, pero como director tengo que ocuparme de todos los recorridos.
–Timbre 4 es un espacio de referencia del teatro independiente. ¿En qué estado se encuentra la actividad de este circuito?
–Timbre 4 tiene una estructura muy difícil de sostener y, aunque tiene un público que se acerca, la crisis se siente. De todas maneras, está bueno hablar desde lo colectivo, de todas las salas, más allá de la realidad de Timbre. La actividad está atravesando un momento muy complejo porque es muy difícil generar una producción y sostener una sala. Es mucho el esfuerzo que se hace y el teatro le pone el cuerpo, pero en algún momento eso cansa. El teatro independiente argentino es un exponente a nivel mundial y da bronca que eso no se cuide. Sería bueno que el Estado acompañara, y no hubiera siempre que pelear y remar.