"... el verso métrico, aliterante y 'musical', unido al canto, al teatro, a la danza, a los rituales y las fórmulas encantatorias, se pierde en la noche de los tiempos", escribe el poeta, traductor y docente universitario Héctor Piccoli (Rosario, 1951) en su Manifiesto fractal, que puede leerse completo en http://jamillan.com/celpic.htm.
Coherente con su prédica, el autor de Si no a enhestar el oro oído (La Cachimba, 1983) y Filiación del rumor (Armando Vites, 1993) publicó en 2016 por el sello local Serapis un nuevo libro, La nube vulnerada, donde vuelve a poner en obra las consignas allí formuladas: "Recuperemos ahora la magia"; "repoeticemos nosotros la poesía".
La nube vulnerada no se deja leer muy fácilmente, pero ofrece un gabinete de tesoros labrados por un orfebre del verbo. Cada página despliega un experimento arqueológico donde formas tradicionales (como el soneto o el haiku) cobran un nuevo hálito de vida al plasmar experiencias contemporáneas como el cumpleaños de una colega o un déjà vu en unas vacaciones con un hijo: "Todo parece igual que antaño, el aire ágil/ la recova en sombras, la duna agazapada;/ tan sólo la constancia de tu imagen es frágil,// porque su plenitud me colma y anonada,/ y temo al contraluz recogido en la madeja,/ que me devuelve al niño en el hombre que se aleja". Quizás la mejor puerta de entrada para el lector incauto sea el amable humor negro de la hermosa serie de epitafios a personajes anónimos en las páginas 44 y 45.
A diferencia de otros poetas argentinos que también se sustraen al espíritu rupturista posterior a las vanguardias (como el cordobés Pablo Anadón o Ricardo Herrera, que recupera la forma soneto), Héctor Piccoli no se apoya completamente en el efecto estético de palabras comunes, como "sombras", u "hombre", a menos que su sonoridad contribuya a la riqueza formal de la composición (como en los dos tercetos citados). Prefiere bucear la tradición literaria universal, buscando y hallando perlas de la lengua, como "ónfalo" (de omphalos, que en griego significa ombligo, que en nahuátl se dice "xictli": término presente en el nombre "México", como nos enseña una nota al pie). Los cultismos, o las marcas de extrañeza o extranjería en su poesía, son apenas un aspecto de lo que Piccoli llama "orfebrería": el trabajo con la técnica, que para él es indisociable de la inspiración.
En una época y lugar en que la erudición molesta al entrar en tensión con una supuesta función democrática de la cultura (entendida como adecuación a las masas en vez de educación de estas), Piccoli se vale de la erudición como una herramienta más, junto con la métrica, en la inagotable tarea de hacerse cargo de la tradición de la poesía; misión que otros autores contemporáneos parecen haber olvidado, y por eso Piccoli los nombra en su manifiesto como "poetas" entre comillas.
Esta militancia beligerante que lo pone en conflicto con la propia época, sumada al esmero puesto en la composición poética, ubica a Piccoli en un linaje modernista. La figura de Góngora, poeta del Siglo de Oro español, "sobrevuela el poemario", según el excelente prólogo de Tadeo P. Stein (cabe agregar que sobrevuela toda su obra).
Pero la figura de Góngora no constituye aquí un modelo a imitar, sino un recurso más en una muy bien provista caja de herramientas de trabajo. Hablaba Marshall Berman, en su prólogo a Todo lo sólido se desvanece en el aire, del modernismo (uno entre otros modernismos) como un estilo en contradicción con la modernización. En este sentido, el de la poética y el programa, cabe emparentar a Piccoli no tanto con los siglos XVI y XVII sino con el más reciente Ezra Pound, del XX.
Resistirse a una idea de modernización que da por obsoleto el pasado: es así como el poeta modernista encuentra la forma de expresar su propia modernidad. Héctor Piccoli además ha potenciado como nadie lo que la modernización puede aportar a la conservación y difusión de la cultura, ya que ha sido un pionero local del libro electrónico y el uso de Internet, con su proyecto Bibliele: www.bibliele.com.