Un niño se disfraza de pájaro y se asoma a la cornisa de un piso octavo. Al mirar hacia el vacío descubre que su figura, proyectada, es una Sombra de dos colores. Tal es el título del último libro de Jotaele Andrade (Buenos Aires Poetry), uno de esos pocos poetas (de hoy) consciente de que en términos de poesía el desafío no está en el salto.
A lo largo de 23 poemas ese niño que se encuentra de pie ante el precipicio, escucha una voz que le canta (sin narrar, sin describir, sin convertir los hechos en anécdota) y que le advierte sobre las violencias de la infancia, del tiempo, de la madurez, del sexo y de la muerte. Un canto descarnado mientras el niño bate las alas y se debate sobre su existencia. Poemas como “Axis Mundi”, “Las cuatro bocas de la realidad”, “Ars Moriendi”, “La noche cae como otro pájaro apedreado” o el extenso “Piedra sobre la que va y viene el mar”, son algunos de los puntos más altos de este trabajo.
Informar que “Sombra de dos colores” es el séptimo libro de Andrade (nacido en La Plata en 1974) no es una cuestión meramente numérica, ya que todos sus libros anteriores - El salto de los antílopes; El oleaje del mundo; La mano del verdugo; Los metales terrestres y los elogiados El psicólogo de dios y La rosa orgiástica-, conforman y confirman la construcción de una poética que oscila entre el lirismo lorqueano y la mitología urbana de los Redondos, con resonancias de un misticismo pendular entre lo popular y lo esotérico. Si la cifra siete representa la ley que rige el universo, bien podría afirmarse que este trabajo es un momento central de la escritura de Andrade, y al mismo tiempo, una confirmación de lo que el poeta salió a buscar a través del lenguaje.
“Escribir poesía –dice– se asemeja a tantear la nada tal como hizo la materia cuando todo era caos y confusión. Quien escribe tantea ese misterio para ir encontrando formas. En ese sentido la poesía es fragmentaria en el principio, y a medida que avanza el que escribe va encontrando las piezas de un artefacto, de un animal, de algo, que luego se convierte en una línea, luego en un verso. A ese proceso se lo podría denominar una arqueología del misterio, un misterio que sólo se muestra a través de los velos del pensamiento y del lenguaje. Luego, tarde o temprano, adquiere forma y se define ‘la idea conjunta’ de un libro. Así también nace una obra, así nació este libro”.
–Esa tarea paciente del poeta y su obra que describís, se opone a la tendencia actual que afirma que son las redes sociales (reino de la inmediatez y la fragmentación) el nuevo camino para la poesía…
–Mirá, la difusión por las redes sociales sólo sirve para los ciclos y para las presentaciones. Todo lo demás se pierde en la picadora de la mediatización. Y esto lo digo sin perjuicio que yo mismo suba fragmentos de poemas como una muestra de lo nuevo, para la vanidad, para un like amoroso o para un intercambio de opiniones sobre la calidad de lo que escribí. Pero lo que es real es que hay un reacomodamiento de las relaciones entre personas, y la poesía no está exenta. En este sentido, hay que admitir que el mercado logró agarrar el concepto poesía por la cola. En España hay un boom de venta de libros de gente joven o medianamente joven, a través de promocionar una escritura fácil, pegadiza como una canción pop. Ya aquello de “la poesía no se vende porque no se vende” está con fecha de vencimiento si el concepto de la poesía que se impone es esa que cuenta fruslerías del yo cotidiano, del que va al mercado chino, sin uso de metáforas, de imágenes, sin darle un espesor sustancial al lenguaje. Hay que hacer una tercerización del yo, correrse. Y tener pudor, aunque el pudor tenga mala prensa.
–¿En lugar de narrar en un poema, eso que bien puede estar en un texto en prosa, en poesía hay que cantar?
–Claro, cantar como si se tuviera un coro ricotero en la garganta. El goce del canto y la hondura de lo que se canta. Eros y Thanatos haciendo pogo. Cantar en la poesía se asemeja a poner el lenguaje muerto de la hoja con una noción espiritual, si se quiere “álmica”. Entonces no es sólo materia orgánica, es también otra materia indestructible o que busca ser inmortal. Un poco como esos animalitos que se hunden por años en el cauce reseco de los ríos o en el desierto y cuando llueve nacen, renacen. Y cantan. Todo eso es cantar. Y también encontrar un tono particular, una densidad en lo musical del lenguaje poético, es buscarse una voz, modelarla. Para cantar hay que tener una voz. Ya lo dijo Olga Orozco: al pájaro se lo interroga con su canto.
–¿Por eso los poemas de este libro no interrogan al niño, y sí a su posible caída?
–Sí. Siempre está en mí ese niño que se quiso tirar disfrazado de ángel. Hay ahí casi una parodia de la caída luzbélica, ¿no?, un niño de no más de cuatro años, tratando de tirarse al vacío. Lo único que hice entonces, o pude hacer, fue ir saltando por los capots de los autos. Bueno, así es lo poético también, un acto en sí. Luego esa actitud se traslada al lenguaje. Cada vez que estoy en una altura primero mido la caída. Ese niño que es el que pienso que fui y el que trato de resguardar en el tipo que soy luego pasó a ser una representación de la existencia en mi libro. Porque se cae en existir. ¿Para qué iba a redundar en preguntarle a quien se cae? En mi caso la biografía sirve como materia sumada a la materia poética, no como material. No me interesan los lectores espejo.
–¿Te referís a la búsqueda deliberada de la empatía?
–Es que si vos contás la experiencia en un poema lográs que quien lo lea sienta empatía con la experiencia y no con el hecho poético, que es lo que verdaderamente importa. Las canciones son el vehículo empático más a mano. Los boleros, los tangos, los Pimpinela, qué sé yo. Quien escriba, para mí, debe salir de ese espejo de subjetividades. Pero también quien lee, pero para eso hay que formar lectores, algo que no se hace. Hoy en toda actividad poética con niñes y adolescentes se busca que escriban en lugar de que lean, y ahí se pierde casi toda la experiencia de la lectura.
–Por último ¿es la poesía es una Sombra de dos colores?
–Sí. Paradojal como el gato de Schrödinger. Pero más compleja. Es el metal cuántico del universo. El ojo que a su vez es lo que mira.