Si la verdad ha muerto, como muchos dicen, el filósofo Darío Sztajnszrajber se pregunta en Filosofía a martillazos (Paidós) si será lo propio de este tiempo vivir entre categorías muertas. Como si todos fueran fantasmas. Preguntas como golpes molestos, muchas veces insoportables, que desarticulan las certezas y dinamitan el sentido común. El libro tiene seis capítulos que se despliegan como si fueran clases sobre temas como el amor, el postamor, Dios, la verdad, la posverdad y la democracia, con una escritura “que busca no solo tapar agujeros sino crear abismos”, como reconoce en la introducción de este primer volumen que recoge los cursos que el filósofo dictó en la Facultad Libre de Rosario. “Hay una recuperación de lo performático de las clases. Lo que busqué es celebrar de donde provengo. La mayoría de la gente me conoce por las clases. La edición fue muy puntillosa y nos llevó meses. Lo que más nos costó fue encontrar el tono para que no se perdiera esa sensación de estar en el medio de una clase”, cuenta Sztajnszrajber en la entrevista con PáginaI12.
El creador del programa televisivo Mentira la verdad, que hace unas semanas presentó en España su anterior libro, Filosofía en 11 frases, explica que las seis clases originales fueron duplicadas en extensión, información y contenidos para el libro. “Me tomé el atrevimiento de inventar escenas inexistentes o diálogos con el público que no fueron reales”, revela el filósofo.
–Como la historia inventada de Juan Quiñones, el esclavo asesinado a latigazos el 25 de mayo de 1810, ¿no?
–Debería ser verdadera (risas). Siempre me partió la cabeza el análisis que hace (Jacques) Derrida de la moneda falsa de Baudelaire, esta idea de que una moneda falsa puesta a circular genera acontecimientos, más allá de que sea verdadera o falsa. En el libro hay situaciones inventadas. Me pareció que las tenía que agregar sin perder el trasfondo escenográfico.
–¿Por qué para trabajar el problema de la verdad analizás la conferencia de Derrida, Historia de la mentira?
–Me parece una provocación y una anticipación a la posverdad. Esa conferencia surge de un debate que tiene con el periodismo por una acusación falsa y empieza a plantear los límites entre la verdad y la falsedad, la verdad y la mentira. No hay nada en filosofía sobre la posverdad. Cuando salí a buscar algunos textos filosóficos, no los encontré; es una problemática nueva que viene del periodismo y las ciencias sociales. Y encontré este texto de Derrida, que es una lectura que hace sobre dos artículos de Hannah Arendt. Derrida aporta categorías que me parecen útiles para una lectura de la posverdad distinta a la que está instalada en los medios. Yo trabajo la posverdad como un horizonte de sentido y no directamente desde la perspectiva negativa, que también la tiene. No asocio posverdad al autoengaño inducido en ese nexo entre la política y los medios, sino que entiendo el horizonte de la posverdad como un lugar donde muerta la verdad empiezan a surgir distintas alternativas de resignificación de nuestra relación con el sentido, una de las cuales es el autoengaño. El modo en que los medios trabajan la posverdad remite a una revalorización de la verdad tradicional, cosa que me asusta. Yo huyo de la verdad tradicional; pero volvió a ser idolatrada. Nietzsche demolió la verdad tradicional hace ciento cincuenta años.
–¿Por qué no hay textos filosóficos sobre la posverdad?
–La filosofía llega tarde, ya lo anticipó Hegel. Además de que llega tarde todavía le tiene fobia a la coyuntura. Le cuesta relacionarse de manera directa, necesita tiempo, y la filosofía no se ensucia con temas que considera insignificantes hasta que no generan una trascendencia universal. Una de las grandes acusaciones que recibimos los divulgadores tiene que ver con eso: “ustedes siempre tienen que hablar de lo que está circulando”. No me parece bueno que la filosofía tenga que decir algo sobre todo porque va perdiendo su singularidad. Pero lo otro me parecer peor: recluirte en un escritorio y nunca decir nada sobre lo que pasa para seguir trabajando conceptos burocráticos tampoco suma. Derrida nunca hizo divulgación, pero se metió con los temas de la realidad social y política en la que vivió.
–En Historia de la mentira, Derrida plantea que él no puede comprobar que alguien miente, aunque sabe que miente, ¿no?
–Es que no sabés si mienten. Lo que se deconstruye es la conciencia de esa seguridad que tenías de que el otro miente. La mentira para Derrida es una cuestión ética porque tiene que ver con la intención, con la voluntad de querer decir una mentira y no con la información, en el sentido de que uno siempre puede justificar desde la voluntad el haberse equivocado, que no mintió sino que fue un error. Un contenido ético es siempre refutable con otro contenido ético. Entonces no hay una prueba objetiva entre comillas que demuestre lo contrario. El tema es que no podés meterte en la voluntad del otro para demostrar que el otro intencionalmente está engañándote. Esto tira abajo ese binario tan utilizado en el sentido común que es verdad-mentira. Derrida pone las cosas en su lugar, como buen filósofo, y nos dice que lo opuesto a la verdad es la falsedad. Lo opuesto a mentir es ser veraz y ser veraz es querer decir la verdad.
–¿Cómo pensar una categoría como la verdad, cuando se presupone que en la política se miente?
–Si la política es una cuestión de poder, lo que llamamos verdad y mentira pasan a ser herramientas estratégicas de la construcción de ese poder. Hay que resignificar el modo en que analizamos el uso de categorías como verdad y mentira, que ya no tienen que ver con una cuestión epistemológica sino con una cuestión política.
–En el libro aparecen dos ejemplos de “montajes”: la taza de María Eugenia Vidal cuando llama a la mujer preocupada por la inseguridad y Mauricio Macri en el colectivo. Te cuidás de usar la palabra mentira y preferís optar por montaje o representación.
–No es un cuidado en el sentido de la prudencia, sino que es parte del análisis. Lo que propone Derrida es cómo salir del debate sobre la verdad y la mentira, porque sino estamos reproduciendo lo que estamos analizando críticamente, que es la utilización de esos conceptos de manera taxativa. Ese tipo de montaje busca generar una especie de conciencia colectiva que entiende la humanidad de ciertos dirigentes políticos, más allá del montaje del que proviene la construcción de ese tipo de sentimiento. Es tan eficiente ese mecanismo que, aunque el ciudadano entienda que es un montaje, igual le encanta porque hay algo de la política que se juega también en el lugar de la representación teatral. Entonces es como una especie de conciencia posapocalíptica, como si dijéramos: “ya sabemos que todo es un circo, ¿pero quién actúa mejor?”. Lo que se termina valorando es quién ejerce mejor esa representación… palabra que te la regalo representación, que atraviesa la filosofía, la política, el teatro, y que es uno de los términos clave para entender la crisis de la política contemporánea. En ese juego donde todo es un circo, el que representa el papel que el ciudadano necesita que se represente es uno de los datos clave para entender el triunfo de gobiernos como el de Macri, que están muy aposentados en este tipo de espectacularización de la política, que la han entendido y que la reproducen. Lo interesante de la posverdad es cómo la dramaturgia del espectáculo se ha vuelto la esencia de la política. Esto explica la crisis de la política tradicional y la emergencia de nuevas formas de lo político que buscan desbordar estos esquemas.
–En el capítulo sobre la democracia advertís que cada tanto aparece la fobia al otro. Miguel Ángel Pichetto, como vice de Macri, es uno de los políticos que mejor representa ese tipo de fobia. ¿Qué se busca con la inclusión de esta figura en la fórmula presidencial?
–El fenómeno Pichetto es interesante en relación a ciertos discursos xenófobos que ha hecho propios de manera muy frontal, no solo en la forma de referirse a los inmigrantes, sino en el modo de referirse a (Axel) Kicillof llamándolo “comunista” con un dejo discriminatorio. El fascismo atraviesa las estructuras partidarias; no es patrimonio de uno u otro partido. Algo parecido pasó con la discusión por la ley del aborto, que nos encontró a los que estamos a favor con líderes políticos de partidos con los que uno no comulga. En el fondo no deja de ser una confrontación entre conservadores y progresistas, por más que el término progresista esté cargado de un aspecto negativo que hace que quienes nos identificamos con algunas formas del progresismo le huyamos a la palabra. Hay una confrontación de base que filosóficamente tiene que ver con lo abierto o lo cerrado. La filosofía de la deconstrucción, que es la que más batalla por la apertura, es la que identifico con las posiciones de izquierda en el arco filosófico contemporáneo, mientras que las posturas conservadoras buscan sostener un imaginario de lo cerrado en la identidad, en la patria, en la idea de naturaleza humana. En el discurso del gobierno hay una fuerte propensión a mostrarse firmes hacia los verdaderos merecedores de la “buena” Argentina, que según ese discurso son los que hacen las cosas bien, los que son muy eficientes en lo suyo; la meritocracia al palo. La idea de meritocracia siempre es expulsiva porque construye a otro al que se le adjudica falta de mérito y se lo saca de todo derecho. No me parece casual esa alianza. Tampoco me hubiese generado sorpresa si el vice de Macri hubiese sido (Martín) Lousteau, si las encuestas o los focus group le hubiesen indicado eso. El macrismo no es un todo homogéneo y es un error gigante pensar que todo es lo mismo. El todo es lo mismo es siempre reduccionista y no visualiza la heterogeneidad del peronismo y del kirchnerismo, que se ve con la elección de Alberto Fernández como candidato.
–Más allá de los cuestionamientos al interior del kirchnerismo, Alberto Fernández tuvo profundas diferencias y disidencias con Cristina, pero compartían un horizonte semejante o un suelo común. En cambio Pichetto como vice de Macri parece más una alianza del tipo “todo vale”. Aunque las alianzas sean estrategias políticas-electores, ¿plantean límites?
–Quizá le estás pidiendo límites a estructuras que ya no lo tienen. La alianza con (Sergio) Massa, hoy candidato a primer diputado, no es muy distinta del salto que pega Macri con Pichetto, sobre todo viendo la historia del kirchnerismo y el massismo en los últimos cinco años. Rodríguez Larreta sumó a Roy Cortina en Capital; hay movimientos que no responden a las etiquetas tradicionales y es una forma en que la política desenmascara una voluntad de poder y que una vez que logra determinados triunfos busca construir un modelo de sociedad. A la hora de ganar una elección la política tradicional se ha despojado de cualquier tipo de miramientos y yo no me pondría muy rígido en a quién valorar más la apertura porque mañana te vas a encontrar con los que dicen: si le falta el 2 por ciento para ganar van a hacer alianza con quien sea y todos vamos a aplaudir. Hay que replantear lo político, no sé si por fuera de las estructuras políticas tradicionales, pero por lo menos desde los bordes. Los movimientos como el feminismo traen otro aire, otro tipo de lecturas y de prácticas.