Junta las manos, alza la mirada y observa, con una belleza que estremece, el rostro de su padre –represaliado por el Plan Cóndor– proyectado sobre un edificio de Asunción. Silvia Potenza viajó a Paraguay el lunes de la semana pasada para buscar los restos de José Agustín Potenza, uno de los primeros argentinos desaparecidos en ser identificados en el país vecino. En la capital guaraní participó de actividades donde la homenajearon junto a familiares de la italoargentina Raffaella Filippazzi, y de los paraguayos Miguel Angel Soler y Cástulo Vera Báez, cuyos restos también fueron hallados por la Dirección de Memoria Histórica y Reparación del Ministerio de Justicia paraguayo, a cargo del doctor Rogelio Agustín Goiburú. Potenza y Filippazzi fueron secuestrados el 25 de junio de 1977 en Montevideo en un operativo conjunto de fuerzas paraguayas y uruguayas. Estaban alojados en el hotel Ermitage. La pareja fue vista con vida, por última vez, en el Departamento de Investigaciones de la Policía Nacional paraguaya. Sus restos fueron hallados el 19 de marzo de 2013 en una fosa común de la Agrupación Especializada de la Policía Nacional paraguaya. Fueron identificados casi en simultáneo.
En agosto de 2016, un llamado del Equipo Argentino de Antropología Forense interrumpió la rutina de Silvia en San Luis. Patricia Bernardi le preguntó si aceptaba dar “una gotita de sangre” para cotejarla con restos óseos de quien podría ser su padre. El kit para la extracción llegó en 96 horas, pero Silvia –movilizada por aquel pedido– se tomó unos días para tomar esa gota de sangre que ayudó a la identificación del músico y sindicalista argentino. Entonces su vida tomó una velocidad inusitada. El domingo conversó con PáginaI12 en la casa de Buenos Aires donde vivió su padre.
Silvia recibe a este diario en un caserón de Floresta adornado con helechos, espadas de San Jorge, malvones, alegrías del hogar, flores de lis y lazos de amor. La acompañan su hermano Orlando Marcelo y su tía Rosa Inés. “¡Imaginate, pasaron casi cuarenta años, era obvio que se tenía que degradar el cuerpo, pero estaba casi intacto!”, relata con sorpresa el encuentro con los restos de su padre. En Asunción vio la foto del momento en que desenterraban a José Agustín y a los otros desaparecidos: los cuerpos tirados, vestidos, apilados uno sobre otro. El bibliotecario del Congreso argentino vestía pantalón de botamanga ancha. “Mi papá está ahí adentro”, señala Silvia hacia uno de los rincones de la casa.
La mirada encendida y la sonrisa dispuesta del músico aparecen en una foto ubicada sobre un piano, donde también se apoya la urna con los restos del militante peronista. Detrás del portarretratos, una inscripción en guaraní: “Jajoheka, Jajotopa” (Los buscamos, los encontramos). La frase, en plural, hace referencia a la búsqueda como acción colectiva y construcción de identidad. En la mesa hay un anotador con mensajes de personas que asistieron a la ceremonia de restitución organizada en el Centro Cultural del Congreso paraguayo. Otra foto de Potenza, con su acordeón, forra la tapa del cuaderno. Entre las notas, el recuerdo de una mujer que compartió encierro con el artista: “Lo escuchaba, lo sentía y estaba allí; allí donde todos estábamos en manos de verdugos. Ahora, por fin, apareciste. En paz, para calmar la angustia de tu familia”. En la firma, Lidia Franco y Sotero Franco desean paz a toda la familia Potenza.
José Agustín comenzó a idear la fuga en 1955, con la Revolución Libertadora tras sus pasos. Rosa Inés, anfitriona de la casa donde tiene lugar la entrevista, convida unos mates y suma datos sobre la llegada de su hermano a tierras charrúas. Recuerda que buscó asilo a la embajada de Nicaragua, con un ramo de flores en la mano. El pedido recaló en Uruguay. “Mi hermano trabajó en el Banco de la Nación Argentina. El día que los aviones dejaron caer sus bombas, cruzó caminando la Plaza de Mayo”, rememora orgullosa.
La hija del sindicalista aporta lo suyo. “A partir de 1957, la policía argentina lo busca año por año, hasta 1960. Un año después la policía le agrega la carátula de subversivo. En 1976, no habiendo razones que lo impidan, se le otorga el pasaporte para viajar a España”, reconstruye. Según expedientes policiales, Potenza y Filippazzi fueron expulsados de territorio guaraní, en 1976, por ser personas de mala calaña, por indecentes.
Durante su estancia en Paraguay, Silvia se hospedó en la misma manzana donde José Agustín llevó su acordeón y su pachanga para hacer bailar a los parroquianos en las noches asunceñas. En una conferencia de prensa, los embajadores de Argentina, Uruguay e Italia en Paraguay coincidieron en que los cuatro desaparecidos habían sido víctimas del Plan Cóndor. Silvia viajó en micro a Asunción, sin apoyo del Estado argentino. En la terminal paraguaya esperaban Goiburú y sus asistentes. “Ya estás acá”, le dijeron cuando llegó y se fundieron en un abrazo. Lloraron.
Silvia destaca el trabajo de la DMHR. “El equipo de Goiburú son tres mujeres que están con la computadora, salen a comprar una cinta para atar una caja y se van a mandar un fax. No paran”, afirma y nombra a Alejandra Torrents, Carmen Saldivar y Jess Insfrán Pérez. Ese grupo es apoyado, principalmente, por sectores vinculados con el arte y la cultura paraguaya.
El cielo estaba tan gris como el agua del río Paraguay el jueves pasado, el día de los homenajes en la Plaza de los Desaparecidos de Asunción. La dirección de memoria paraguaya usó la tierra de las excavaciones en la Agrupación Especializada de la Policía Nacional paraguaya para que los familiares de Potenza, Filippazzi, Soler y Báez plantaran cuatro lapachos. La melodía de las arpas de la banda municipal sacudió entonces el aire asunceño. Debajo de dos gazebos, las fotos de los cuatro desaparecidos, colocadas a distancia, fueron agrupadas en el suelo por la tormenta. “Todos decíamos Paraguay llora. Estábamos reconociendo el dolor del otro, ese día nos permitimos que floreciera”, confía Silvia.
Y recuerda las palabras que Pablo Vassel, ex subsecretario de Derechos Humanos de Corrientes, tuvo para ella y Beatriz, hija de Filippazzi: “¡No sé por qué se preocupan tanto cuando les dicen que sus familiares algo habrán hecho! Ellos hicieron algo. Se pusieron al hombro los sufrimientos de América latina, tuvieron ideales, proyectos”. “¡Las venas abiertas de América latina!”, acota Inés Potenza mientras ceba otro mate. Antes de despedirse, Silvia lanza una convocatoria: “Tenemos que hacer un Plan Cóndor, pero a la inversa. Tenemos que hacer un Plan Cóndor de amor”.