Jorge Montanari es investigador del CONICET. Como licenciado en Biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), se especializó en el área de nanosistemas en salud, una rama de la medicina que busca la creación de “medicamentos inteligentes” que se dirijan y actúen específicamente en las zonas u órganos del cuerpo enfermos, con el fin de reducir los daños.
Este año, Montanari y su equipo de investigadores lograron un importante avance para atacar a las células dañadas que provocan el cáncer de piel. Y no es algo casual: es un trabajo que comenzó a desarrollarse hace un tiempo por una “universidad que desde siempre fue muy fuerte en investigación”, según afirma el científico en diálogo con el Suplemento Universidad.
Sin embargo, la demora por parte del Estado en la entrega de subsidios provoca un estancamiento en el avance de estas investigaciones por la falta de materiales de trabajo, que están dolarizados y son cada vez más difíciles de conseguir por la devaluación del peso.
-¿Cómo comenzó el proyecto?
-Nosotros tenemos un programa de investigación en la UNQ y dentro de él aplicamos a proyectos específicos. Uno de ellos es el proyecto de tres años para desarrollar un tipo de droga que puede llegar a tener beneficios en terapias contra tumores cutáneos, pero también puede combatir otro tipo de enfermedades parasitarias como la leishmaniasis, que afecta a un grupo reducido de personas, que generalmente son de recursos bajos. Ahí está la importancia de desarrollar una cura desde un organismo estatal. El trabajo arrancó hace cinco años, pero todavía no nos mandaron la plata del segundo año; entonces nos cuesta avanzar. Toda investigación en ciencia aplicada lleva un trabajo bastante largo, porque estás desarrollando medicamentos y eso requiere pasar ciertas etapas –ensayos in vitro, ensayos prequímicos y ensayos clínicos–. No todos lo pueden llevar adelante en un laboratorio chico de una universidad. Se llega hasta cierto punto en el que un compuesto parece andar bien y supera todas las pruebas que se pueden hacer con la dimensión del laboratorio y en un momento se busca transferir la tecnología a un laboratorio grande, vinculado a través de CONICET, para que siga adelante con el trabajo.
-¿En qué etapa del proyecto se encuentran?
-Todavía no empezamos con los ensayos en animales. Para eso deberíamos recibir la totalidad de subsidios que nos están adeudando. Si viniera toda la plata, tendríamos trabajo para dos años más. Las investigaciones con nanosistemas de salud aún son temas de vanguardia en todas las universidades. La UNQ sostiene varios programas de investigación que a la vez son nuestro sustento, porque la plata de CONICET llega muy contadamente.
-¿Notás un cambio sustancial en el financiamiento por parte del CONICET?
-Por supuesto. El recorte es clarísimo y ocurrió apenas empezó el cambio de gobierno. Comenzamos a sentirlo cuando se liberó el valor del dólar y no nos actualizaron los subsidios. Quedamos en una situación muy desventajosa, porque todo lo que compra un laboratorio que hace ciencia en una mesada se vende en dólares. Todo se produce afuera. La plata que a mí me deben del subsidio eran, en su momento, 11 mil dólares. Como no lo actualizan y lo van a pagar en pesos, la cifra va a ser mucho menor. Hoy son unos 2.100 dólares. Perdí cinco veces la capacidad de compra.
-En ese sentido, el Gobierno tomó una serie de políticas públicas en torno a la ciencia y la tecnología que rompe con el modelo anterior. ¿Dónde lo notás?
-Algo que me afecta mucho es el cambio del discurso que hay en torno a la ciencia, por más que yo sea del grupo “mimado”. Porque yo trabajo en investigación muy aplicada que tiene transferencia de productos y es a lo que ellos quieren orientar todo. Pero sabemos que en realidad la ciencia no avanza de esa manera. No sirve que no haya investigación básica, no sirve que no se relacione con el impacto que tiene en la sociedad un avance o un cambio, que es lo que laburan los cientistas sociales. Es grande la preocupación por todo el desprestigio y la desidia con el que han manejado el tema.
-¿Las grandes empresas farmacéuticas toman protagonismo en este contexto?
-No lo veo así. Existen mitos sin sentido con respecto a las farmacéuticas dichos por personas que no saben cómo funcionan. Como cuando dijeron que diseñaron el virus del SIDA en un laboratorio para soltarlo y así vender los medicamentos sin largar una cura. Todas esas teorías conspiranóicas no tienen sustento, porque cualquier desarrollo sería recontra redituable para las farmacéuticas. Tampoco existe la posibilidad de encontrar una fórmula mágica que cure todos los tipos de cáncer, porque cada uno tiene muy distintos orígenes con procesos completamente distintos en un tipo de células y en otras. Lo que las farmacéuticas no van a hacer es poner 10 años a trabajar a gente propia en una enfermedad que sufra algún tipo de población escasa y con menos recursos. Es importante que esos temas sean impulsados en el CONICET y las universidades.
-¿Cuál es entonces la relación de los investigadores universitarios y de organismos estatales con estas empresas?
-Una vez que se llega a ese tratamiento, a las empresas les conviene mucho fabricar y vender. Lo importante también es que el CONICET proteja por medio de patentes las invenciones de los investigadores argentinos y que después las puedan negociar con las distintas empresas. La relación no está rota. Hay que fomentarla más. Los tiempos de la ciencia son lentos, pero también son descubrimientos que de repente son de alto impacto. Está bueno que el Estado apueste también a esto.