Más de 54 mil extranjeros cursan en universidades nacionales, una cifra que representa casi el 3 por ciento del total de los estudiantes. Según las últimas estadísticas de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación, hay 46.561 en carreras de grado y 7.910 en posgrados. El relevamiento mostró que el 93,6 por ciento proviene de algún país de América, el 4,6 por ciento de Europa, el 1,4 de Asia, el 0,4 de África y el 0,1 de Oceanía. Como ejemplos de esa inmensa mayoría de estudiantes americanos, un brasileño, un colombiano y una mexicana relatan sus historias en tres universidades nacionales argentinas.
Augusto Junior, un brasileño de 20 años que dejó su Marabá natal, al norte de Brasil, por la recomendación de un amigo, cursa el segundo año de Medicina en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). En esa casa de estudios, hay 4.459 estudiantes extranjeros y Brasil es el país que más aporta, mayoritariamente en Medicina. Hace dos años, llegó en auto junto con su padre a la ciudad santafesina, luego de haber pasado por Buenos Aires para hacer los trámites correspondientes a la inscripción.
“En Brasil hay un ingreso restrictivo con cupos para las universidades públicas”, explica Augusto y resalta la políticas universitarias de Argentina: “Aquí históricamente se luchó por los derechos de los estudiantes, incluso algunos murieron por eso. Ahora mismo hay un reclamo por el medio boleto universitario en Rosario, mientras que en Brasil el presidente recorta fondos a las universidades”. La referencia apunta a la decisión del jefe de Estado del país vecino, Jair Bolsonaro, y su ministro de Educación, Abraham Weintraub, quienes anunciaron un congelamiento del 30 por ciento de los fondos destinados a las universidades federales hasta que la situación fiscal mejore o se apruebe la reforma previsional.
Además del desarraigo, los brasileños que llegan a estudiar deben superar la barrera del idioma, aunque para Augusto no fue un problema, porque en la secundaria tomó clases de español. “Al principio me perdía una o dos palabras, pero nunca no entendí un concepto y a base de repetición fui aprendiendo”, relata con un castellano casi perfecto. Justamente por el idioma fue que el Consejo Superior de la UNR aprobó en 2017 que los estudiantes extranjeros debían presentar un certificado de dominio del español al inscribirse.
“Los primeros días fueron los más difíciles porque las aulas tienen mucha gente y de diversos orígenes, pero a la vez eso está bueno por cómo se enriquecen todas las culturas”, afirma el joven.
Al igual que Augusto, el colombiano Simón Estrella pasó también por Capital Federal en 2017 para legalizar y apostillar su título, aunque su destino fue la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Allí estudia Trabajo Social y llegó buscando un ritmo de vida más tranquilo que el que tenía en Bogotá cuando trabajaba para una automotriz. Según registros de la UNC, hay 6.051 estudiantes extranjeros, que provienen principalmente de Perú, Bolivia y Chile.
“En un principio, yo iba a ser un posgrado, pero me di cuenta de que a largo plazo no quiero continuar en este rubro y entre Ciencia Política y Trabajo Social opté por la segunda”, cuenta y justifica su decisión por la convivencia que tuvo con politólogos durante una elección del Partido Liberal colombiano de la que participó antes de arribar a Argentina.
Simón tiene 29 años y es profesional en Negocios Internacionales por la Escuela de Administración de Negocios de Bogotá, a la que se trasladó desde su casa en Cali. “Lo que primero me sorprendió fue la cantidad de personas que había en el aula, porque como yo estudié en una universidad privada no estaba acostumbrado”, relata y destaca que no le costó integrarse a un nuevo sistema: “Creo que ser extranjero me beneficio durante el curso introductorio, para comprender mejor, salvo cosas puntuales de la historia Argentina que obviamente no conocía”.
Aún continúa empleado en el sector financiero y realiza tareas para el exterior. “Esos trabajos me benefician por el tipo de cambio, para enfrentar la inflación, porque a eso tampoco estaba acostumbrado”, aclara.
Los casos de alumnos que llegan del extranjero por intercambio también son una realidad. La mexicana Daniela Moctezuma tiene 21 años y esa una de los 129 estudiantes que llegaron este semestre a la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) por medio del área de Relaciones Internacionales de esa casa de estudios, que tiene como objetivos la integración regional de la comunidad académica y promocionar a sus integrantes como ciudadanos del mundo.
Daniela estudia Comunicación Social y proviene de la Universidad Autónoma del Estado de México. “Tenía buenas referencias por una chica de mi universidad que había venido y además tenía una oferta académica similar a la que venía cursando en DF”, cuenta y destaca: “Los primeros días fueron complicados por la cantidad de gente que hay, pero todos se acercaron para generar confianza. Es más la universidad me asignó un tutor académico que me fue a recibir al aeropuerto y hasta me alojó en su casa por diez días”.
El contraste con su universidad fue notorio por la cantidad de gente que asiste y resalta que “la diversidad vuelve mucho más ricas las clases”. Además, subraya las ventajas que tienen los alumnos, entre ellas, el boleto universitario, el comedor y la seguridad del campus.
Daniela vive en una residencia universitaria cercana a la facultad y está feliz por su experiencia en Mendoza: “Es muy verde, está llena de árboles y es un lugar seguro. Puedo salir a caminar por la noche sola y regresar sin ningún problema”.
Prestigio académico, diversidad y gratuidad son características que Augusto, Simón y Daniela destacan a la hora de hacer un balance. Esos tres pilares se mantienen sólidos más allá de las crisis y de las voces que cada tanto intentan desacreditar la educación pública superior.