Novelar la vida en el pasillo de un balneario se encuentra entre las tantas cosas que quisiera escribir. Creo, sinceramente, que contar lo que pasa en una temporada de verano en Mar del Plata (o cualquier otra ciudad balnearia) tendría el poder de retratar con exactitud a toda la clase media del país. Pero para hacerlo necesitaría un trabajo de campo: tendría que alquilar una carpa y pasarme la mayor parte del verano en una reposera estudiando a los vecinos y al carpero, tendría que aprender los juegos de la temporada, la canción de verano, y recurrir a las promociones y rituales de protectores solares y embotellamientos para salir de la playa. No es que sea una tarea ingrata, pero solo pensar que conlleva al ritual de la socialización me inhabilita. Así que por ahora no voy a escribir esa novela. No sé si alguna vez pueda. Mientras tanto surgieron algunos cuentos. “Hasta otro verano” es uno de esos cuentos perdidos, inéditos, que están aburridos de tantas correcciones. Surgió hace años en una tarde de fin de temporada, supongo que habrá sido marzo, en el intento de alargar todo lo posible la estadía en la playa porque el calor es algo que se valora, y mucho, cuando está por llegar el otoño en Mar del Plata. Me acuerdo de ver a los mozos acomodando las sillas de plástico blancas del balneario, una sobre otra, sin apuro. A muchas de esas sillas nadie las había usado en todo el día pero había algo en el ritual de los mozos que me llamó la atención, era mecánico, era sencillo: ellos desplegarían las mismas sillas a la mañana siguiente para armar el comedor del balneario y supe que ahí había un cuento, un cuento pequeño, de fin de temporada.