Una reciente y muy buena nota de Claudio Scaletta en este diario planteaba hace unos días desde su título: ¿Qué lleva a los empresarios a suicidarse?. Se refería a ese sector productivo que no hizo más que hundirse con las políticas económicas de estos años y ahora arma grupitos de papis en WhatsApp en defensa “del capitalismo”, recibiendo audios de felicitaciones del presidente, cual director del establecimiento. A mí esa nota me hizo acordar a mi tía Mary.
A la tía Mary ya la venía citando como un caso de estudio, y se me disculpará la primera persona pero lo que tengo que contar es una historia familiar, de la más estricta realidad. Mi tía Mary y mi tío Toy son dueños de un par de cientos de hectáreas en la rica Pampa húmeda del oeste de la provincia de Buenos Aires, con chalecito estilo inglés incluido. Cualquier Grobocopatel hubiera hecho pingüe diferencia trasnacional en los años de sojas gordas, pero mis tíos “trabajaron toda la vida” para poder vivir en ese pedazo de campo, y es justamente lo que quieren seguir haciendo: trabajar y vivir, y si es posible también morir ahí mismo, o por lo menos en el pueblo más cercano, según se ponen a pensar ahora que ya pasaron los 70.
Por obra y gracia de los 90, 2001 y después, a principios de este siglo, la tía Mary se vio transformada en una de las “Mujeres Agropecuarias en Lucha”, que se reunían en los campos a punto de ser rematados y, con el Himno Nacional a voz en cuello y la bandera argentina en alto, evitaban en lo inmediato el saqueo articulado. Lo que nació como un acto de desesperación fue tomando forma organizada, a cargo, como otras veces en la historia argentina, de mujeres que no se reivindicaban pero sí se enunciaban como tales, en este caso, las esposas de los chacareros. La tía Mary cantó el himno y arremetió junto a tantas en tantos campos vecinos, hasta que llegó el turno del suyo. El revoleo que se armó en el remate fue tal que varios terminaron en la comisaría, entre ellos mi viejo, confundido, según describe la crónica de pueblo chico, con el dueño del campo, a los convenientes fines de facilitar el trámite. Después de varias horas “demorado”, tras comprobar el error, a mi viejo lo soltaron. Y al campo lo remataron, nomás.
Esto fue en el año 2004 y la tía Mary, junto con otros productores, movió cielo y tierra hasta conseguir, sin más tarjeta que la de chacarera expoliada, lo que parecía imposible: una entrevista con el mismísimo presidente de la Nación, en la mismísima Casa Rosada. Del presidente sabía entonces poco y nada –como gran parte de las y los argentinos, a un año de su asunción– pero sí supo que hacía gala de un trato que le pareció inusual para el cargo: además de escucharla, en la entrevista el tipo se permitió tomarle la cara y decirle: “No te preocupés, gordita, que a tu campo lo salvás”. Poco después, se dio por probado que el remate y los compradores (la cuasi mafiosa “Liga”) avanzaron ilegalmente. Por orden expresa de Presidencia, se dieron quitas de intereses y créditos blandísimos del Banco Nación a los pequeños productores en riesgo de remate. Y la tía Mary al campo lo salvó, nomás.
Esa escena hoy forma parte del anecdotario familiar. Pero la foto que la registra –la tía Mary abrazada por el presidente Néstor Kirchner, sonriente y cercano– no está entre las muchas que se exhiben en esa casa de campo siempre cálida y de puertas abiertas, tan bien dispuesta para la comida compartida.
La tía Mary no tuvo que hacer una gran abstracción intelectual, un fino ejercicio de proyección macroeconómica, para encontrar que: A) Hubo un país en el que el bien material y simbólico más importante de su familia, su campo, ya no fue rentable. Se endeudaron y lo perdieron. Eso fue con determinadas políticas y determinados discursos. B) Hubo otro momento en que pudieron recuperar ese mismo campo, y volverlo productivo. Eso fue con otras políticas y otros discursos. La tía Mary vivió A, y a continuación vivió B. Llegado el momento de C, votó a Mauricio Macri con convicción.
¿Cómo es posible C, en contra la experiencia más directa? ¿Qué lleva a la tía Mary, como a los empresarios de la nota, a su intento de suicidio? Pueden rastrearse razones múltiples, aspiracionales, de (desapego de) clase. Entre ellas, seguramente, una idea arraigada en estos gringos inmigrantes: “todo lo que tengo, lo gané con mi trabajo”. Y vaya si trabajaron duro, generación tras generación, en esta tierra que lograron volver propia. Ese sentido común extendido, incapaz de conectar contextos, se estrella sin embargo en este caso demasiado brutalmente contra una evidencia simple: A, contrario a B.
Decía que a la tía Mary la venía citando como un caso de estudio, casi clínico. Se lo presenté a Pedro Peretti, ex director de la Federación Agraria y autor junto a Mempo Giardinelli del valioso La Argentina agropecuaria. Propuestas para una agricultura nacional y popular de rostro humano, publicado por este diario. Desafortunadamente, a este chacarero que recorre el país y conoce “el campo” desde adentro, no sólo no le pareció un caso de escopeta, sino que pudo citar otros de similar envergadura.
Pero al de la tía Mary lo quiero seguir estudiando (al fin y al cabo, es mi madrina). Así que el fin de semana, de visita en el campo, mientras le hincábamos el diente a un costillar que en el cruel presente citadino bien puede ser calificado de obsceno (le conté a la tía Mary que en la Capital peleamos cuerpo a cuerpo y chango a chango por la paleta de oferta en el Coto, hasta tres kilos por compra) volví sobre el tema y sobre la anécdota de familia. Para mi sorpresa (la tía Mary es una caja de) describió un panorama preocupante. Que la rentabilidad bajó. Que los insumos aumentan a precio dólar (fijado a cincuenta, por las dudas), y al grano lo venden en pesos, a cobrar. Que las retenciones gozan de buena salud. Que los impuestos asfixian. Que las tarifas ni hablar.
¿Y entonces? –la chuceé en modo evangelizadora, recordando para mis adentros que hasta hace poco las declaraciones eran otras. “¿Sabés lo que me da miedo?”–la tía Mary cambió la voz, dejó en pausa el tenedor. “Que con los Fernández vayamos a ser Venezuela” –dijo, por fin, haciendo a un lado la costilla, como quien arroja lo definitivo. Quién sabe qué le molesta de Venezuela a la tía Mary, viviendo como vive en el medio del campo. Quién sabe cómo se conecta ese país del Caribe con A y con B, con su experiencia, con su aquí y ahora bonaerense. Quién sabe si puede ubicarlo en el mapa. Pero resulta que a la tía Mary le da miedo Venezuela.
En otra nota destacada de este diario, la entrevista de Oscar Ranzani a Sebastián Plut, el psicoanalista ubicaba al sadismo y al masoquismo como explicaciones técnicas al voto neoliberal, cuando va en contra de los propios intereses. Yo creo que esas categorías no le pueden caber a la tía Mary, que dedica sus mejores esfuerzos a estas comilonas compartidas, y que mientras junta los platos va planeando qué podemos saborear mañana. Para mí que hay que seguir estudiándola. Y, sobre todo, recordándole que existió A y que existió B, porque en alguna parte de su cuerpo, ese que la llevó a arremeter y a organizarse y a mover cielo y tierra, esa memoria está. De acá a octubre, habrá tiempo para otros asados.