Volver a trabajar después de haber tenido un hije es uno de los momentos más conflictivos para las personas que maternan por primera vez: buscar a alguien que se quede con el bebé, la culpa de dejarlo, los cambios en el trabajo, volver a adaptarse a una rutina laboral después de vivir las 24 horas entre pañales, sacarse leche para dejar mamaderas si se amamanta, ir sin dormir y sobre todo conjugar el trabajo con la vida íntima donde el telar de sensaciones que comprometen la afectividad doméstica va en otro ritmo que el mundo laboral. La serie canadiense Workin’ Moms se toma un poco con un humor ese momento de la vida, pero también lo frivoliza un poco convirtiéndola en una Sex And the City después de les hijes.
En la serie puede verse a un grupo de mujeres con realidades similares, buenos trabajos e incluidas en el entramado de beneficios sociales de un país del primer mundo, esto hay que aclararlo, volver a sus tareas laborales después de haber sido madres. Algunas con más frustración que otras, pero todas las protagonistas dejando entrever un sentimiento de insatisfacción, de cansancio extremo, de intolerancia, de querer tener su vida de antes, como si la maternidad se hubiera vuelto una obligación ineludible. Algo del deseo se pone en relieve cuando lo que se intenta decir sin decirlo abiertamente es cuánto presiona la sociedad a las mujeres para ser mamás y cuánto quieren ellas hacerlo. Saliendo airosa de ese embrollo porque no intenta dar una respuesta definitiva pero sí da una pista para las que dirán, en el futuro, “esto no es para mí”, Workin’ Moms tiene grandes momentos como el hecho de mostrar a una mujer, la protagonista Catherine Reitman (actriz y creadora), con el sacaleche en las dos tetas, como para empezar a naturalizar una situación de la que no suele hablarse, y por la que es necesario tener lugares apropiados en los espacios de trabajo.
El personaje de Kate es una trabajadora exitosa con un puesto importante en una empresa, que decide quedarse más tiempo en el trabajo para no volver a su casa y luego consigue otro trabajo para redoblar la apuesta. Anne tiene una hija casi adolescente con la que vive discutiendo, Frankie está en una relación gay tormentosa y también huye de su casa y Jenny está enfocada en coquetear con su jefe y no tanto en ocuparse del niño. Su pareja no tiene trabajo y se dedica por entero al cuidado del hijo, hasta intenta darle la teta a través de un tubo. La serie tiene momentos destacables en su intento de romper con algunas situaciones que estaban consideradas típicas de las mujeres, como el cuidado y la preocupación por les niñes, reivindicar a las trabajadoras y no solo a las madres, pero no logra mostrar un equilibrio entre ambas, tal vez porque no existe. Sin embargo, esa doble circunstancia de trabajar y ser madre con la que se convive en el mundo actual no logra ser reflejada del todo y tal vez sea el hecho de visibilizar esa ambigüedad y hacerlo con humor su mayor mérito. Y en definitiva, lo que se derrama es que la exigencia por hacerlo todo (ser madres y trabajar, todo con éxito y eficacia) y hacerlo bien es una misión casi imposible. La serie simplifica todo eso con la excusa del humor y se queda a medio camino de la crítica y la comedia costumbrista de situaciones pero fue un éxito de audiencia, lo que demuestra la necesidad de ver representadas ciertas situaciones sobre las que la sociedad sigue mirando para otro lado.