En esos departamentos donde la malaria social obliga al subalquiler de cuartos a un grupo de lo más llamativo de inmigrantes latinoamericanos, Maruja Bustamante encuentra los restos del conventillo Así se conjuga este nuevo capítulo del Ciclo Invocaciones que en su nombre, Discépolo, recupera por primera vez una poética nacional. Sobre un apellido que concentra la sustancia de la dramaturgia rioplatense, Bustamante descifra una escritura que tiene algo de antropología urbana.
Es en esas lenguas mezcladas donde tanto Armando como Enrique Santos Discépolo encontraron un lenguaje inesperado,ése que se inventaba por la urgencia no sabida de aprender un idioma sin maestros, Bustamante explora en las particularidades de una lengua común que, diversificada en la experiencia particular de Venezuela, Paraguay, Costa Rica o Uruguay, se convierte en una forma irreconocible que parece fabricada exclusivamente para la escena.
Y es que en el mundo discepoliano el cocoliche era también una exacerbación que hacía de la confusión un drama grotesco. En esa convivencia forzada del conventillo o el PH de barrio, la historia se extravía en el delirio de estxs perdedorxs que intentan artimañas enclenques para sobrevivir mientras el público se divierte con su fatalidad colorida.
Está el argentino rabioso e insoportable que interpreta Fernando Gonet con suma complejidad, donde el machismo más descarado deviene en una ternura asfixiante. Sus intentos por desprenderse de los retos de su madre y de poder controlar a su entorno son arrasados por lxs tres compañerxs, que se amuchan en un departamentito donde no alcanza para pagar el gas. Allí Paula Staffolani sacude con su presencia cargada de ese lenguaje imposible que hace de su costarricense una mujer exótica y oscura. Belén Gatti y Alfredo Staffolani destruyen con sus réplicas a ese hambrón dueño de casa que no puede concretar una estrategia. La falta de objetivos posibles condena a los protagonistas de Las Casas a deambular en el miedo de perder ese lugar instable donde lograron vivir. La acción está detenida pero parece avanzar en el frenesí de los personajes. Bustamante sostiene su dramaturgia en diálogos hirientes que transforman a sus criaturas en espadachines perdidos en la bruma de la vida precaria.
Alfredo Staffolani crea a su paraguayo con un humor que despabila a cada rato la trama y el andar de los otros personajes. Sus performances antisistema son, en realidad, parte del artilugio que instala en ese ambiente comprimido donde es el encargado de desarmar cada texto de sus parteners.
Entre las vecinas apabullantes está Luz Divina, una venezolana a la que Yanina Gruden trabaja al estilo de las actrices de Almodóvar de los años ochenta. Esas que jugaban la comedia mientras hacían de lo kitsch el condimento de una sensualidad un poco golpeada por los avatares sociales hasta que se largaban a llorar para volcar todo el desastre que su alegría fervorosa escondía .
En esta Buenos Aires no podía faltar una francesa , figura intelectual y un tanto anómala que en la delicadeza de Bárbara Massó parece mirar al entorno como una etnógrafa que no entiende demasiado pero se siente atraída y se suma a esa mezcla desde una sensibilidad impulsada por la apuesta en la aventura .Bustamante sustenta su autoría en un drama de personajes donde Belén Gatti deja ese trazo de la jovencita un poco despiadada que se acerca a la escena como a un territorio que ya forma parte del pasado para ella.
El grotesco vuelve en la maleza de la inmigración actual, donde el conflicto y la política surgen en la bravura de una serie de lenguas que suenan como descubiertas en ese instante para resistir la miseria.
Discépolo-Las Casas se presenta los sábados y domingos a las 18 en El Cultural San Martín, Sarmiento 1551, CABA.