Esperadísima y ansiada, Toy Story 4 es parte de una de las mejores sagas de la historia del cine y también de la tendencia a explotar viejos éxitos de modo seguro, con grandes presupuestos y una relación especular con películas anteriores. La película retoma a Bonnie más o menos donde la había dejado, en plena infancia de apego a los juguetes e imaginación encantada. Pero el comienzo del jardín de infantes se aproxima y a Bonnie le cuesta el cambio, así que, en un lugar entre el ángel de la guarda y la crianza respetuosa, Woody se hace cargo de la situación en pos de su objetivo supremo de cuidar y hacer feliz a su niñx de turno. En los primeros minutos de la película, Woody parece un psicopedagogo y habla como tal: no solo se mete adentro de la mochila de Bonnie y la acompaña a su primer día de adaptación sino que, cuando la ve naufragar, sale de la mochila para ponerle a mano unos palitos, lanas y masa con los que ella pueda construir un juguete, explicándonos que eso la ayudará en la integración. Como si estuviera escrita con un manual al lado, Toy Story 4 pone a los ex juguetes de Andy lejos del caos feliz que en el pasado los hizo queribles y los ubicó en ese cruce tan particular entre infancia y personajes del Hollywood clásico, capaces de toda clase de mezquindades y de one-liners brillantes en los que tantas veces relucía una pátina de malicia.
Así que, cuando Bonnie y su familia salen de vacaciones en un motorhome, la misión de los juguetes será cuidar y recuperar a Forky, el pequeño tenedor enloquecido que se cree basura y solo quiere tirarse en un tacho. En el camino se cruzarán con Bo, que hace muchos años, después de ser descartada de la casa de Andy y Molly, se armó una vida nueva y feminista. Ahí empieza lo mejor de esta nueva Toy Story: todo lo que tiene que ver con la persecución, la locura y el juego más la presentación de nuevos personajes, todos geniales. La emoción, por su parte, se basa más en apelar a situaciones pasadas, mientras que Bonnie es una figura borroneada que apenas nos preocupa y que está allí para desempeñar la misma función que Andy. Toy Story 4 no es una película mala, todo lo contrario: es bastante buena pero, ¿y eso qué? A la historia de amistad y crecimiento que se había cerrado con el mejor final del mundo en Toy Story 3 no le aporta nada; en todo caso, lo mejor que tiene se basa en la repetición de motivos que probaron su éxito en las películas anteriores: hay otra vez un juguete que se pierde, una grupo que sale al rescate, villanos que lo son porque tienen el corazón roto, una despedida, alguien que crece. Sí, también está lo divertido, y es lo mejor de la película; todo lo que es acrobático y circense en Toy Story 4 es maravilloso, pero lo nuevo que tiene para aportar la película es francamente aburrido, una traslación aplastante del mundo adulto y su esquema evolutivo al glorioso reino payasesco de los juguetes.
En ese sentido se puede decir que Toy Story 4 es una película innecesaria, tanto como la secuela de Mary Poppins, la nueva versión de Dumbo y una larga lista de películas que funcionan dentro de una tradición sin agregarle nada. O, lo que es peor, aggiornándola de modos que siempre responden a la corrección política más que a la creatividad y los significados profundos, como el empoderamiento de manual de Bo, rechazada por Woody y vuelta a encontrar convertida en una mecánica y rescatista de pantalones y capa que maneja un vehículo todoterreno. En la misma línea está el traspaso de la estrella de sheriff a Jessie, que nunca pareció necesitarla. ¿De verdad alguien puede emocionarse con semejantes gestos? Está claro que Hollywood entendió perfectamente cuál es la idea imperante de girl power o female power y también está claro que, comparados con el valor de contar una buena historia que tenga cosas para decir sobre la adultez y la infancia, la aventura y la imaginación, ese tipo de relatos condescendientes son insoportables, sobre todo cuando muestran que los personajes femeninos no están ahí porque merezcan existir, sino para dar un ejemplo.