Fundadora de la agrupación H.I.J.O.S, ganadora del Premio Clarín de Novela en 2008 por Perder, directora nacional para Adolescentes Infractores a Ley Penal entre 2012 y 2016, narradora, docente y periodista, hace años Raquel Robles (Santa Fe, 1971) está embarcada en proyectos de lectura de obras monumentales como la Biblia, el Ulises, En busca del tiempo perdido y el Quijote. Confía en que esa tarea permea su escritura. “Estoy más preocupada por leer y después poner en práctica, porque por supuesto se es escritora escribiendo. Entiendo que es una cuestión dialéctica, es leer y escribir lo que te va haciendo entender cosas que antes no entendías. Las nuevas tesis que vas a entregar siempre están anudadas a una lectura y a una escritura”, dice.
De hecho, en su reciente novela Papá ha muerto (Factotum) y en su primer libro de cuentos, La política del detalle (Edulp), Robles retoma núcleos narrativos bíblicos para dar cabida a una suerte de alianza entre lenguaje literario, política e historia. En la novela, un grupo de guerrilleros, huérfanos luego de la muerte del Comandante, deambula por un pueblo boliviano hasta que un padre de familia, como hizo Lot con los ángeles, los aloja y esconde de los soldados. Para ese relato, Robles se basó en el episodio del asesinato del Che Guevara en La Higuera. Sin embargo, su novela trasciende la historia hacia una fábula sobre la hospitalidad, las formas de la paternidad y el heroísmo, y la imposibilidad de la derrota en un horizonte revolucionario. Sus cuentos, protagonizados por seres rotos (aunque no vencidos), están ambientados en escenarios grises y burocráticos, donde se juegan instancias similares a las de la pasión cristiana. Robles es hija de Flora Celia Pasatir y Gastón Robles, secretario de Agricultura durante el gobierno de Héctor Cámpora, ambos desaparecidos en un operativo que ella y su hermano Mariano presenciaron cuando tenían cinco y tres años. Su próxima novela, aún sin título, presenta la historia de una mujer que asesina a 36 represores que no van a llegar a juicio por distintas razones. “Los elige por función: el torturador, pero también el chofer que llevaba embarazadas desde un campo de detención al hospital a parir y después las devolvía, la monjita de la Casa del Buen Pastor que custodiaba una piba de 14 años”, anticipa.
¿Es un thriller?
–No es un thriller, en el sentido de que eso ya sucedió y la mujer ya se entregó; se entregó porque es una acción política contra la impunidad, entonces ella misma no quiere quedar impune. Hay un escritor a quien le piden que escriba esa historia para que el mundo la entienda. Se lo pide la madre de la mujer, porque se siente responsable de que la chica haya tomado esa decisión, por su militancia cuando su hija era niña. Cuento la historia de la quinta de Moreno donde en marzo de 1976 se reúne la cúpula del PRT y el ERP, y se produce el desastre. Esta madre, que estaba cuidando a los chicos porque ésa era su función, se había llevado a cinco a dar una vuelta. Entre ellos, estaba su hija. Cuando volvió, estaban atacando la quinta. La hija, que en ese momento tenía cinco años, se cría en esa situación.
¿Considerás, como esa heroína vengadora, que aún existe impunidad?
–Sí. No se puede juzgar un crimen monumental en un juzgado común; un pequeño equipo en un juzgado federal no puede investigar causas tan grandes. Creo que es todo lo que el Estado puede hacer contra sí mismo: ciertos actos simbólicos. Para juzgarse a sí mismo, el Estado debería hacer una revolución. Si se juzgara Campo de Mayo como corresponde, habría que citar a indagatoria a todas las personas que tuvieron una función ahí entre 1976 y 1983. Una parte de esa causa, con más de 300 víctimas, tiene sólo doce acusados. No hay nadie que haya trabajado en Campo de Mayo que no supiera que ahí había cinco campos de concentración.
¿Tu literatura se podría definir como política?
–Evidentemente, me interesa la política, pero lo que yo estaba buscando en estos tres nuevos libros que escribí tiene más que ver con la investigación sobre el lenguaje. Cuando pienso que quiero probar algo, las anécdotas que se me ocurren vienen de esa cantera. No es que me interese particularmente dar cuenta de historias políticas.
¿Qué querías probar sobre el lenguaje?
–En Papá ha muerto, probé tramas estructurales. Quise probar cómo una trama elegida en una estructura se podía trasladar a otra. Para eso leí la Biblia, que nunca la había leído en mi vida, y la leí como un libro, con mucha inocencia. Me impactó el registro que tiene. Por un lado, en el Antiguo Testamento, la condensación, las grandes historias contadas en pocas líneas; muy borgeano. Del Nuevo Testamento, me impactó mucho el tono y ese tono me llevó a un tono que conozco mucho, que es el tono de la misión, de la voluntad. La lengua de la voluntad, que postula algo superior a la vida que uno está viviendo, ordena todos los actos de la vida y no sólo les da significado, sino que además les da trascendencia. Yo aprendí, como mi propia religión en casa de comunistas, que cada uno de los actos que vos hacés representa una idea. Eso siempre estuvo claro para mí. No es que vas a militar y después vivís, sino que cada una de las cosas que vos hacés, sobre todo aquellas vinculadas a otras personas, representa la idea que vos tenés de ser comunista. Entonces no podés militar y ser mal compañero o compañera, mala vecina, mala madre. Todo esto en términos de solidaridad, no de un código moral. Y eso está en el Nuevo Testamento, muy claramente en la misión de Jesús, cómo se siente, cómo entiende lo que tiene que hacer, cómo incluso sufriendo sabe que su papel es ése y lo tiene que cumplir; entiende que hay una foto más grande, que tal vez él no ve. Cuando lo leí, pensé: “Esta es mi lengua materna. Yo sé hablar este idioma”.
Además, se puede leer como una historia de hospitalidad, donde se recibe al extranjero, al desconocido, al que huye.
–Sí, sobre todo porque esta familia no sabe muy bien qué era lo que pasaba, no es que eran del Partido. Claramente era una cuestión de vida o muerte, porque necesitaban ayuda. Y además, Pombo, que era el custodio personal de Guevara, quien estuvo con él desde antes de la Revolución y lo acompaña en varias funciones, era negro. En un pueblo de Bolivia, una persona negra no es alguien que pueda pasar desapercibido. Entonces, en esto se notan para mí dos cosas: primero, cierta locura que implica la idea de que la voluntad lo puede todo, inclusive que un hombre negro pudiera hacer una revolución en Bolivia, y también la urgencia que lleva en su propio cuerpo. Cuando quise contar eso, me puse a hacer una investigación sobre la vida de Guevara, leí todo lo que pude y traté de tomar lo que había pasado ahí, pero no de forma estricta. Intenté mostrar también una lengua boliviana y una lengua cubana, aunque no conocía ninguna de las dos. Otro desafío que me impuse fue la construcción de voces; por eso, el libro no tiene marcas de diálogo. Me propuse construir voces que pudieran hablar sin avisar.
Ese recurso también es muy importante en el libro de cuentos.
–Esos dos libros me marcaron mucho, porque fueron un clivaje para mí en la forma de escribir, ponderando los desafíos del lenguaje por sobre la historia que quería contar. En los libros anteriores, tenía una historia que quería contar y busqué las mejores maneras de contarla, pero la que comandaba el asunto era la historia. Acá fue a la inversa. No estaba tan interesada en los libros como en pasar a otra instancia, en “recibirme”, una especie de tesis para recibirme de escritora.
¿La izquierda, como el cristianismo, se caracteriza por lo mesiánico?
–No hablo de lo mesiánico en el sentido que se le da comúnmente, sino en el sentido de tener una misión que estructura la vida. No como delirio místico, aunque la izquierda pueda tener ese tipo de delirios. Por supuesto que el kirchnerismo no tiene esa calidad de misión, pero sí la abstracción. Por ejemplo, habla de “el proyecto”. Se puede reemplazar el proyecto por la misión o por Dios. Son ejes estructurantes que también tienen un sentido muy interesante, que es el de licuar los egos en función de algo mayor, a veces hasta un punto dañino para las personas que participan de eso, pero no me parece que, por las experiencias donde eso fue al extremo, esté mal el concepto. El concepto para mí está bien. Lo comunitario debería ser superior a lo individual. Porque eso también hace que la satisfacción individual pase por aportar a un proyecto común, no la satisfacción liberal de superarte a vos mismo y ser exitoso en tu propia vida.
Dijiste que con estos nuevos libros sentías que te habías recibido de escritora. ¿Antes qué sentías?
–Que escribía. Que escribía como algo inevitable. Participaba un poco del mito romántico de la inspiración. Y después dejé de participar de esa idea y me incliné más hacia una idea de trabajo, sin por esto negar que toda actividad artística tiene un núcleo que no se puede controlar. Una pareja es un trabajo de modificación individual y de sostenimiento de ese vínculo, pero si no hay deseo, que es una cosa que no se puede explicar y que no se puede provocar tampoco, no se sostiene. Esas dos cosas tienen que estar. En la escritura también. Hay algo del deseo que no se puede controlar. Si no hay deseo, es difícil escribir. Y después de eso, tiene que venir el trabajo. Lo que quiero decir es que cada trabajo tiene su método, pero la idea de que hace falta un método fue nueva para mí. Y también la idea de que escribir básicamente es leer. No pienso qué quiero escribir, sino qué quiero leer, qué literatura quiero leer.
¿Y qué literatura querés leer?
–Ahora estoy leyendo el Quijote. No sé exactamente en qué va a devenir. Me preocupa más qué quiero leer. Me pasé dos años leyendo solamente a Kafka.
En los cuentos eso se nota.
–Las nuevas tesis que vas a entregar siempre están anudadas a una lectura y a una escritura. Tal vez no sea una lectura uniforme. En ese momento, la Biblia lo estaba tomando todo, pero después de leerla, leí todas las versiones de la pasión de Cristo que encontré en la literatura contemporánea. Y de ahí fueron derivando otras cosas. Por un lado yo tenía a Franz Kafka, que tiene una escritura muy cinematográfica, y a Marguerite Duras, que también tiene una literatura cinematográfica, seca y visual. A veces es tan visual que no te da nada de contexto.
Trabajaste muchos años en organismos vinculados con niñez y adolescencia. ¿Qué opinión tenés sobre los proyectos que vuelven cada año sobre la baja de la edad de imputabilidad?
–Por supuesto que estoy en contra de la baja de la edad de imputabilidad. Pero me parece que hoy en día ése es el menor de los problemas. El mayor de los problemas es que ningún proyecto de ley y ninguna de las personas que se suponen expertas en el tema habla sobre la intervención. O sea, ¿qué habría que hacer con los jóvenes que cometen un delito? Lo que se está discutiendo es cuándo habría que hacer algo, no qué habría que hacer. Eso no lo discute nadie. Cuando se discutió en comisiones y se llamaron a expertos, nadie nos llamó a los que hicimos algo en concreto. Nunca. Y eso que tratamos de hacer algo en relación con la intervención, de pensarla. Nosotros intervinimos para que la privación de libertad fuera la última opción, y para que las otras opciones fueran realmente opciones, como el monitoreo en la casa, las residencias de libertad restringida, y que la privación de libertad realmente fuera para delitos contra las personas. Cuando yo ingresé, había detenidos por delitos de tentativa de robo de celular, ¡ni siquiera habían logrado un celular y estaban privados de la libertad! Además de eso, que tiene que ver con el marco, quiénes entran o no al sistema, pensamos en una idea de construcción de ciudadanía para armar un dispositivo protegido donde hubiera reglas claras y universales, y que hubiera sanciones ya reguladas en relación con vulnerar esas reglas en un lugar protegido. Lo que te va a pasar está dentro de las cosas que pueden pasar en un Estado de derecho. Hay sanciones que ya conocemos todos y que están escritas, hay un texto que está por encima de todos, de los jóvenes y de los adultos. Hicimos un trabajo muy opinable, desde ya, pero fuimos construyendo una praxis con un marco teórico fuerte y planteamos modificaciones en una línea de intervención. Lo que es más preocupante ahora es que nadie piensa ninguna.
Los escraches fueron una herramienta muy importante para H. I. J. O. S. y para toda la sociedad. Ahora, con los reclamos feministas se actualizó el debate sobre los escraches. ¿Cuál es tu opinión sobre esa herramienta?
–Lo que decíamos con los escraches era: “Si no hay justicia, hay escraches”. Con lo cual, vos podés pensarlo a la inversa: “Si hay escraches hoy, es porque no hay justicia”, porque la Justicia es patriarcal y porque recurrir a la Justicia es dañino para una víctima. Es muy difícil, necesitás un abogado, una abogada, no está al alcance de la mano de cualquiera. Pero, además, el aparato judicial es patriarcal. Entonces, por más que tengas un abogado, que puedas manejarte en Tribunales, no es que te va a ir bien: vas a tener que contar lo que pasó cien mil veces, te van a poner en duda a vos, van a investigar tu historia.
¿Qué significa que la Justicia es patriarcal?
–Básicamente significa que las víctimas tienen cierto grado de responsabilidad sobre lo que les pasó, mayor o menor. Si hay tantos femicidios con denuncias previas, claramente la Justicia no está funcionando. Entonces, el escrache es una apuesta a la comunidad, a que la comunidad regule lo que la Justicia no regula. Es una apuesta peligrosa cuando lo que se le pide a la comunidad es exactamente igual a lo que se le pediría a la Justicia. Con los escraches, nosotros le pedíamos a la sociedad que sancionara moralmente a esas personas, que decidiera no convivir con ellos, que los segregara, que les recordara todo el tiempo lo que pasó, que no les permitiera ser buenos vecinos. Armar un consenso social que empujara a derogar las leyes de impunidad, que hubiera justicia. La expectativa no era que nunca hubiera justicia. Lo otro que tenían los escraches, en lo que éramos muy cuidadosos y cuidadosas, era la investigación previa. Un escrache siempre tenía una larguísima investigación previa, no era un acto espontáneo. Y una vez que teníamos la investigación previa, que era larga, fundada y con pruebas, se hacía otro largo trabajo de dos meses con la comunidad. El escrache era el acto final de un trabajo muy largo. Ahora escrachar es escribir un nombre en una red social, donde todo ese proceso de justicia popular que hacíamos nosotros no existe. Las organizaciones populares también tienen problema en relación con esto.
¿En qué sentido?
–Quiero decir que las organizaciones sociales también están en problemas en relación con el machismo. Eso por un lado. Y por otro, entiendo que el escrache es una salida de emergencia frente a una situación que existe. Ahora, esa salida de emergencia me parece que no puede pasar entre adolescentes. Porque los adolescentes son sujetos en crecimiento, están aprendiendo a convivir y aprender a convivir no puede ser sacar a alguien de la convivencia, a un par, a un adolescente, que también está aprendiendo y está descubriendo su sexualidad. Y en el descubrimiento de la sexualidad, la torpeza es parte del proceso. No quiero decir que no estén atravesados y atravesadas por el patriarcado, quiero decir que la torpeza es parte de ese adolescente y de descubrir la propia sexualidad, si es por acá, por allá, con quién y cómo. Entre los adolescentes tienen que mediar los adultos y regular los adultos esa convivencia, y proponer siempre formas de volver a convivir. Que quien incurrió en una falta pueda reparar y volver a convivir. Que no quede fuera de la escuela, de su grupo de amigos, que no quede solo. Porque tiene que poder equivocarse. Parte de ser adolescente es poder equivocarse. Y parte de ser un adulto deconstruido es entender que, cuando te equivocás, tenés que reparar.
¿Qué opinión tenés sobre el campo literario en la Argentina?
–Me parece un poco pobre. Y que hay una gran ponderación acerca del contenido, que escribir es sólo contar una historia, y que no hay más. A pesar de que estamos en un momento difícil para la cultura, en un momento editorial muy complejo, la verdad es que más allá de esta crisis, no hay unas normas IRAM para la publicación. Se publican cosas muy difíciles, realmente de muy poco trabajo. Tampoco hay editor como había antes, un lector que pueda acompañar a ese escritor o esa escritora, alguien que sepa de escribir y que ayude a que un libro pueda dar de sí lo mejor. Se edita al vacío.6
Raquel Robles presentará hoy a las 18 sus últimos trabajos, Papá ha muerto y La política del detalle, en el Ciclo “Palabras y Memorias”. A las 18, en Espacio Memoria ex Comisaría 5ª. Diagonal 74 Nº 2833. La Plata.