Existen ideales de amor y de pareja. Ese ideal es monogámico y para toda la vida. Un gran aparato social y cultural al servicio del amor monogámico que va impregnando nuestras vidas desde las primeras etapas de socialización: la idea de que somos personas inconclusas en búsqueda constante de ese otrx que nos completará. El cine y la literatura, pasando por los cuentos hétero normados de Disney hasta las novelas que elegimos: narraciones que producen sentido y a partir de las cuales construimos mundos posibles.
La religión cristiana también montó su versión: a la idea del matrimonio hasta que la muerte lxs separe, le sumó el mito del patrono de lxs enamoradxs, Valentín de Roma, un santo que ponía en riesgo su vida para unir a las parejas en matrimonio y que el mercado consagró para generar todo tipo de consumos materiales. En 1969 la Iglesia Católica borró la festividad del calendario eclesiástico, por considerarla una celebración de origen pagano, sin embargo, en 2014 Bergoglio volvió a incluirla.
Hay quienes construyen sus vínculos a partir de estas producciones socialmente instaladas y legitimadas, porque se sienten cómodxs con la exclusividad de los vínculos y lo eligen para sus vidas. Hay quienes deciden salirse de esas ficciones creadas y eligen migrar hacia otros modos de relacionarse atendiendo al surgimiento de sus deseos. Otras formas de amar, conocerse, coger, vincularse libremente. Vienen a cuestionar la monogamia como sistema que sostiene el modelo tradicional de familia, el binarismo de género, la figura del macho patriarcal, el amor romántico, la exclusividad sexual como única idea de fidelidad de la pareja. Exhiben los límites de las crianzas restringidas a la figura materna o paterna, reflexionan sobre la no dependencia de un otrx. Son relaciones basadas en acuerdos consensuados entre las personas involucradas.
Brigitte Vasallo es escritora, activista lesbiana y feminista española, del otro lado de la pantalla de mi celular responde con un “Holita”. Vasallo viene desarmando el discurso de la monogamia desde el 2013 y reflexiona sobre qué significa migrar de ese régimen: “El trabajo vital que afrontamos es contra la imposición de un sistema que delimita nuestros deseos, nuestros espacios corporales, nuestras posibilidades y proyecciones emocionales, y que nos obliga a quedar ancladas en una única opción. Si la ruptura de la monogamia tiene algo de subversivo, es la posibilidad que abre para desnaturalizar el sistema impuesto, para replantearnos cómo y por qué amamos, cómo lo hacemos. Construir nuevas posibilidades entre las que escoger.” Mariam Pessah es ARTivista feminista, escritora y poeta, mantiene relaciones no monogámicas desde hace 15 años, cuenta que en sus vínculos constantemente se crean reglas que cuando es necesario se rehacen o se conversan. Para ella “Habitar la anarquía amorosa” es estar un laboratorio permanente y agrega: “Es obvio que vamos a cambiar, porque la propuesta es el movimiento, nunca la rigidez. Y es muy válido en algún momento decir no quiero, no puedo, me cuesta. Porque la vida de por sí, nos cuesta. Así, como es válido estar en una relación exclusiva. O sea, paramos para pensar en la sociedad monogámica, no la queremos reproducir, pero a la vez, no nos queremos imponer el deber de estar relacionándonos permanentemente con otras personas para no ser unas simples reproductoras del sistema”. A su vez cree que es muy posible que, sobre todo después de cierta edad, surja la necesidad de estar sólo con una compañera sexo-afectiva. Y se pregunta: ‘Y a ella, ¿le pasará lo mismo?’ Por eso la comunicación y los códigos son esenciales. ¿Queremos contarnos? ¿Queremos saber? ¿Cuándo y cómo contar? En estas épocas tan “on line”, la intimidad requiere de otros cuidados”, concluye.
Vasallo asegura que el poliamor puede ser machista y neoliberal y sobre eso hay que estar atentxs: “Hay una cuestión de poliamor mainstream que se instaló en comunidades heterosexuales, que rondan los 40, clase media, blancos, donde se están dando desastres como que en una pareja de toda la vida él tiene amantes mucho más jóvenes y ella les prepara la cena a todas. Esto está pasando. O el poliamor como espacio de tránsito para una nueva pareja monógama. Hay un poliamor heteronormativo, pero quienes estamos teniendo prácticas que van hacia la ruptura de la monogamia real somos las comunidades minorizadas (se refiere a las comunidades LGTBNB) por razones muy prácticas y es que somos comunidades muy pequeñas que no nos podemos permitir determinados desastres.” En su último libro Pensamiento monógamo, terror poliamoroso la escritora investiga cómo la centralidad de la monogamia influye históricamente en nuestras construcciones amorosas y sus mecanismos de imposición. “El error básico de cómo estamos planteando el tema del poliamor viene dado porque no estamos entendiendo lo que es la monogamia y ponemos el tema de la exclusividad en el centro y, por lo tanto, lo estamos reduciendo todo a la cantidad. Eso es producto del capitalismo neoliberal”, asegura. Para la autora, se trata de romper con la inmensa trama del sistema monógamo, ello no implica sólo tener más de una pareja sino desarrollar otras dinámicas con las que relacionarse y agrega: “Es violencia coaccionar a los y las demás para que se ‘liberen’ de todo este armazón con argumentos que refieren a los grandes discursos, pero que no contemplan los dolores ni las dificultades”. De lo contrario, solo estaríamos reproduciendo monogamias simultáneas que seguirían alimentando los amores románticos o “los amores Disney” como ellas los denomina.
Para esta tarea ardua de romper con “el monopolio de la monogamia” Vasallo propone concebir el amor o los amores como “redes afectivas” partiendo de tres principios básicos la inclusión, la convivencia y la cooperación y explica: “En un esquema así, no hay jerarquías: los núcleos afectivos cambian y varían de intensidad, de frecuencia, pero todos están interconectados, y se alimentan entre ellos. En las redes, los amores no son desechados ni sustituidos, sino que se transforman, cambian de lugar, pero siguen formando parte del conjunto, de lo que somos. El amor no es el rayo que te parte, no es la flecha de cupido. Eso es la atracción. Una atracción que se puede convertir en infinitas maneras de relación. Y que descarga de la obligatoriedad y de la necesidad de ser ‘la mejor’. No hay contienda, no hay competición. No hay guerra”.
belén escribe su nombre en minúscula por elección y por inspiración de otra activista, val flores. Es también activista lesbiana feminista, especialista en estudios de género y habita vínculos abiertos desde hace 6 años: “Las relaciones sexo erótica afectivas abiertas implican debatir, cuestionar los sentidos de propiedad que construimos con y sobre otres, es revisar el ‘mí’, en vínculos afectivos y hasta los familiares (mil veces hemos escuchado “mi hije” y poquísimos debates en torno a crianzas otras, más rizomáticas y colectivas y de amigues incluso). Es pensarse en redes de afectos, no en exclusividad, es tensionar la vastedad que se nos impone acerca de los vínculos. Es tensionar la monogamia como única posibilidad de habitar las relaciones, es destronar la idea de amor-sacrificio. Es apuntar a la circularidad del afecto, a horizontalizarlo”, reflexiona.
Entre la ética y la responsabilidad afectiva
Dentro de las relaciones abiertas se establecen acuerdos que tienen que ver con las necesidades y características de cada vínculo. Cami cuenta que habitualmente prefiere establecer una planificación con las personas con las que se vincula: “No suelo tener días fijos para cada persona porque no siempre coincidimos, pero sí creo que lo mejor es saber más o menos el horario de las demás personas e ir acomodando los encuentros en base a eso. Depende mucho del acuerdo con la relación que tengas, si hay una relación jerárquica, se prioriza y se acomoda el tiempo en relación con ese vínculo primario. Ese tipo de acuerdo tuve la mayoría del tiempo, aunque siempre con la posibilidad de charlar si algnx quería cambiarlo. Inclusive cuando después de acordar que ya no haya una relación jerárquica se seguía manteniendo en cierta forma porque se daba naturalmente que ese vínculo tenía más prioridad”.
Pero los acuerdos no son sencillos cuando de afecto y sexualidad se trata y por eso empieza a sonar una categoría tan amada como cuestionada: Responsabilidad Afectiva. Frente a estas otras formas de relacionarse, al entrar en el terreno de la experimentación surge la necesidad de nombrar discursivamente aquello que se vuelca al plano de la experiencia y establecer algunos bordes, márgenes, consensos sobre cómo cuidarse mutuamente; aunque también se enuncie esto como “lo que está bien” o “lo que está mal”.
¿Qué conlleva la idea de responsabilidad? ¿Sirve el lenguaje contractual en esta zona frágil y sensible de la afectividad y el erotismo? ¿Hablar de “responsabilidad” facilita la operación de señalar errores? ¿Y cómo se definen los “errores”? Hay quienes prefieren hablar de ética afectiva, una ética alejada de la moral occidental, hacer el bien desde y con el otro, un bien colectivo. “Si alguien me propone como acuerdo que quiere verme una vez por semana, más allá de si hay jerarquía o no con otro vínculo, pero nunca lo cumple ni tampoco se esfuerza en explicar su situación o su necesidad de cambiar los planes ahí me parece que falta responsabilidad afectiva. Básicamente estaría fallando la sinceridad y la comunicación”, asegura Cami.
¿Qué tipo de libertad busca alcanzar una relación libre? De nada serviría pensar en el ideal liberal de la libertad individual donde cada quien hace lo que quiere, lo que se busca es pensar en un tipo de libertad colectiva, tener una relación abierta debe ser también abrirnos de nosotres, dejar de pensarnos como centro. “En un vínculo poliamoroso puede haber una persona extremadamente maltratadora que haga cosas como, por ejemplo, exponer a sus múltiples parejas a situaciones incómodas entre sí para ver quien se pelea por ella. Situaciones de competencia, generar celos adrede para manipular, en el sentido de no reconocer a los celos como una emoción potente que vivimos todas las personas y que realmente pueden destruir una pareja, como también pueden generar vínculos mucho más ricos si eso se habla sanamente sin manipular a alguien para que deje hacer cosas que si no estuviera expuesta no haría”, explica Bruno, un tipo trans de 35 años, quien durante largo tiempo habitó relaciones poliamorosas.
Y entonces cabe preguntarse ¿Qué ética posee esa idea de libertad que siempre es para con otras personas involucradas? ¿Se reflexiona sobre cómo afectan las decisiones, acciones y formas de relacionarnos libremente? ¿Dónde están las políticas de cuidados, la honestidad, la empatía con quienes se construyen esas relaciones libres cuando hay haya fallas, fisuras, desencuentros?
Ana Larriel es Licenciada en Psicología, psicoanalista, paraguaya y activista gorda, hace quince días tiene rondando en su cabeza qué cosas se ponen en juego en los vínculos libres: “La idea de libertad de una ideología liberal que piensa en un individuo aislado de otres no sirve. Los sujetos estamos atravesados por vivencias que ya tuvimos y con las huellas que dejó lo que no pudo ser, vamos al encuentro de los demás con toda esta madeja de atravesamientos que en su mayoría desconocemos y nos encontramos con el otre y su propia madeja en algún punto donde misteriosamente algo hace contacto.” Frena su discurso por unos segundos y lo retoma con estas preguntas: “¿Cómo pensar en ser libres en el encuentro? ¿Y cómo poder pensar en términos de responsabilidad en ese encuentro? ¿Podemos ser responsables de las huellas del pasado que incluso nosotres desconocemos pero que se encienden cuando alguien nos toca justamente ahí donde no sabíamos que podíamos ser tocades?” Larriel sostiene que para poder responder estas cuestiones es necesario empezar por unx mismx, por nuestras acciones, encontrar donde está el sujetx en nuestras propias vivencias: “El término responsabilidad afectiva a mí me genera mucho ruido en primer lugar porque como psicoanalista que cree en la existencia del inconsciente, sé que es muy complicado apelar a un yo completamente consciente que se puede hacer cargo de todo, complicado porque ese yo siempre tiene algo de sí mismo que desconoce. La responsabilidad tiene que ver con la ética, con una ética que se entiende como nos dice Virginia Cano en Ética Tortillera ‘en el horizonte de las acciones, pasiones y deseos que constituyen un modo de ser en el mundo’. Es en ese modo de ser en el mundo donde aparece un lugar para la elección y en ese lugar para la elección la posibilidad de un sujetx que elige, en ese mínimo espacio que en estas coordenadas podemos llamar libertad”.
Lo importante en este punto es no confundir ética con moral, la moral universal judeocristiana occidental que encierra valores universales. Larriel advierte sobre la necesidad de evitar: “La moral que permite convocar al individuo, negar sus atravesamientos y exigirle que cumpla con lo que de antemano se espera dentro de las figuritas preformadas de lo que es bueno, malo, deseable o esperable. Solo demandar, exigir; ni cobijar, ni acompañar”. Y agrega: “Las estructuras capitalistas y patriarcales que dieron forma a la moral heterosexual y monogámica están hechas sobre estas bases que formatearon nuestras ideas de amor y de vínculo con las que ahora establecemos discusiones y diferencias”.
Y acá surge una nueva pregunta para Larriel ¿Sirve entonces ética afectiva?, responde: “Pareciera tener el potencial para pensar las formas de vincularnos si se distancia de la moral universal y puede pensar en la singularidad de los atravesamientos que conforman un vínculo. Implica un gran trabajo, diseñado de antemano donde pueden aparecer formas de cuidado, amor, acompañamiento, honestidad y empatía que de la otra forma no eran posibles. Se trata de encontrar otros tiempos, no de evitar la angustia, sino de saber que una va a estar ahí con ese otre para cuando aparezca. Puede dejarnos con las heridas más abiertas y al borde de una precariedad que pareciera destruirnos, pero que quizás lo que está destruyendo son las formas que nos asfixiaban. ¿Estará ahí la libertad?”.
El deseo de experimentación constante
Los acuerdos consensuados pueden cambiar, reformularse o incluso quebrarse porque los sentimientos de las personas involucradas en una relación aumentan, disminuyen o desaparecen y eso implica que alguna de las partes no esté disfrutando ya ese vínculo. Vasallo reflexiona: “Tratar de construir relaciones a largo término sobre la base del deseo cae por su propio peso, porque algún día esta base se va a mover. Además, hay que ser consciente de que las otras personas no son dildos y hay que tener claras las expectativas que se están generando en la otra persona y en una misma. El amor libre, que nació como resistencia a la institución del matrimonio, se ha ido despolitizando para convertirse en una siembra de cadáveres emocional que tiene más que ver con una libertad neoliberal que con el amor.”
Hay momentos en los que vale preguntarse ¿Cómo exigir “responsabilidad” si no manifestamos malestares o el surgimiento de nuevos deseos? poder contar lo que nos pasa sin miedos, compartir dudas, angustias, puede que la otra persona no esté notando el cambio, o puede que lo estemos disimulando para parecer fuertes y emancipadxs. Para belén es difícil identificar las fallas porque: “Las formas del ‘amor’ convencional y monógamo están tan instaladas y guionadas que se vuelven las respuestas inmediata ante un vínculo, por eso debatir y habitar los vínculos abiertos es muy complejo, y las más de las veces no nos sale bien, porque nos cuesta un montón desaprender el guión, porque nos dolemos igual, porque no sabemos a veces ni cuándo ni cómo ir diciendo lo que nos va sucediendo, porque nos sentimos exigidas, porque queremos revisar los acuerdos. Creo fundamental registrarse, poder conversar sobre eso que nos pasa, y registrar a les otres, no construir nuevas morales, o ‘deberes ser’. Mirar, oír, quienes son eses con nosotres y viceversa. Es un poco desconfiar de eso que llamamos ‘deseo’, ¿qué es eso que digo y siento cuando deseo?”.
Cualquier persona puede reproducir el ideal de libertad individual sin cuidados, establecer estructuras de poder, incluso inconscientemente. La ética afectiva nunca recae en una sola persona. Partiendo de un trabajo interior supone estar atentx a los indicios de malestar que da el otrx, preguntar, indagar en sus sentimientos. Hacerse cargo de cómo afectan las decisiones, palabras y acciones que tomamos. Y también, no silenciarse, expresar lo que molesta y estar preparadx para posibles cambios. Sostener cuidados recíprocos.
Ningún deseo ni sentimiento es estático, por lo tanto, tampoco lo serán los vínculos libres, más bien serán una búsqueda de experimentación constante, un dejarse llevar por la adrenalina que provoca la sorpresa. Puede fallar, puede doler, pero todas las heridas cicatrizan, hay que desdramatizar y bancarnos las rupturas, porque, en definitiva, como dice el filósofo trans Paul B Preciado: “El amor es un bosque en llamas del que no podrás salir sin haberte quemado los pies”. Esa piel calcinada cae y se regenera. Y porque más allá de la monogamia, el poliamor o los vínculos libres, cualquiera sea el tipo de relación que elijamos, afectarse con otrxs supone, en menor o mayor medida, un nivel de involucramiento sentimental y es por eso que nadie puede asegurarse que siempre saldrá ilesx.