El 3 de noviembre de 1965, dos aviones de la Escuela de Aviación Militar despegaron rumbo a Estados Unidos, llevando a más de un centenar de cadetes recién recibidos, forma de festejo tradicional para los graduados de esa institución. Uno de los TC-48 llegó. El otro no. La versión oficial dice que la nave cayó al mar, pero son muchos los que sospechan que no fue así. La institución educativa y la Fuerza Aérea en general se abroquelaron detrás de esa versión, sin avalar ninguna investigación y cerrando rápidamente el caso en la Justicia. Familiares de los desaparecidos, sin embargo, investigaron por su cuenta el que se considera el accidente más grave en la historia de la Fuerza Aérea Argentina. Más grave que otros más famosos, por cierto, como el choque del avión de LAPA en 1999 o el conocido como “la tragedia de Los Andes”, en 1972.
La primera mitad de La última búsqueda -film escrito y dirigido por el documentalista cordobés Pepe Tobal- tiene como guía la voz de Cecilia Viberti, que siendo niña perdió para siempre a su padre capitán. Viberti cuenta su experiencia personal y reconstruye a la vez la historia de la desaparición de la nave y sus secuelas. “Yo miraba hacia la puerta de casa, porque una adivina nos había dicho que mi marido iba a volver disfrazado de cura”, recuerda la exesposa de uno de los cadetes. En el plano general, la historia del fotógrafo que descubrió algo que no debía y recibió amenazas si daba a conocer su hallazgo. El relato es veloz; pasa de una historia a otra con fluidez. De Cecilia Viberti, refugiada en el placard de su padre, hablando allí “con él”, a un brigadier que duda seriamente de la versión oficial de la fuerza a la que sirve. El testimonio que asegura que la cédula de identidad que en fecha muy reciente se les entregó a los familiares, asegurando que se había hallado en el mar, no tenía sin embargo rastros de agua marina. La carta anónima enviada a los familiares por un miembro de la fuerza, arrepentido de haber participado de ese engaño.
La segunda mitad narra el viaje de Cecilia Viberti a la selva costarricense, lo cual entraña una mutación de estilo. Ya no más testimonios ni reconstrucción de lo sucedido; ahora, un modo de relato que recuerda, bajo un aura trágica, al de un film de aventuras. Siguiendo los pasos de varios familiares que hicieron lo mismo en el pasado, Viberti se adentra en la selva, en la convicción de que allí hallarán restos de la nave. Lo hace acompañada de un geólogo, un cazador y un miembro de la Cruz Roja, entre otros. La apoyan relatos y leyendas. Los relatos hablan de un ala de avión en medio de la espesura. Las leyendas, de que los indios de la zona se habrían hecho de esos restos como una forma de venganza hacia el hombre blanco, que habrían lanzado una maldición a quienes emprendieran la búsqueda y que por lo menos uno de ellos apareció muerto. El relato en presente y el viaje hacia lo desconocido intensifican la narración. El excesivo protagonismo de Viberti, así como un metraje que de a ratos parece rodado al servicio del Ministerio de Turismo costarricense, la debilitan. El misterio queda en pie y el paralelismo con el hundimiento del ARA San Juan se impone, a medio siglo de distancia. Que a las madres de los cadetes se las calificara como “locas” por meter demasiado las narices trae otra clase de resonancias, siempre de tono oscuro.